Planes para proseguir

La batalla del Ebro costaba una gran cantidad de sangre, derramada a cambio de conquistar lomas y sierras sin interés estratégico. Franco, a pesar de contar con un ejército mucho mejor, no impulsaba ninguna gran ofensiva que le permitiera terminar la guerra. Cuando Mussolini recibió los informes del experto corresponsal Luigi Barzini sobre la situación en España, mostró su irritación a su yerno Ciano, que consignó en su diario del 29 de agosto las palabras del Duce referidas a Franco: «Este hombre o no sabe cómo hacer la guerra o no quiere».

Y, ciertamente, iba a proseguir con la sangría del Ebro, cuyas tres primeras ofensivas nacionales se habían estrellado en el sur y el norte del frente. Entonces se decidió atacar en el centro, frente a Gandesa, en dirección a Corbera y a Venta de Camposines. Esta cuarta ofensiva se dirigiría al centro del despliegue enemigo y no a sus flancos, como las anteriores. El terreno previsto para avanzar era una sucesión de pequeñas planicies, atravesadas por la carretera de Gandesa a Tarragona, que discurre paralela al cauce del río Sec.

Los republicanos dominaban las cercanas alturas de La Fatarella, más al á del vértice Gaeta, y de las sierras de la Vall y de Cavalls. Desde aquellas alturas dominaban perfectamente el descubierto territorio por donde sus enemigos deberían moverse cuando pretendieran avanzar.

En aquellas condiciones, una ofensiva resultaba temeraria, porque la infantería se encontraría batida desde las alturas que dominaban los republicanos. Sólo machacándola intensamente con artillería y aviación, podrían moverse. Se imponía nuevamente una brutal acción de desgaste, para que la infantería pudiera ocupar las partes llanas de la zona y prepararse luego conquistar las alturas.

Las primeras ofensivas se habían dirigido contra los flancos del despliegue republicano, y ahora se pretendía atacar en el centro para apoderarse de la Venta de Camposines, clave de las comunicaciones entre Fayón y Cherta. El 31 de agosto comenzó a prepararse la nueva ofensiva, muy potente y ambiciosa, concentrada en un frente de sólo seis kilómetros porque el Estado Mayor esperaba una enconada resistencia republicana. El resultado no podía ser otro que una nueva sangría, que parecía no importar al general Franco. La vida humana alcanzaba una de sus apreciaciones más bajas.

Las tropas nacionales deberían romper el frente, partiendo del Puig d’Aliga, tomar la sierra de Cavalls y, una vez conquistada, proteger desde sus alturas a las tropas que marcharían por las llanuras en dirección a Corbera y Venta de Camposines. La operación correría a cargo de dos Cuerpos de Ejército. El Marroquí, mandado por Yagüe, que avanzaría al norte de la carretera de Gandesa a Venta de Camposines, y el del Maestrazgo, a las órdenes de García Valiño, que avanzaría al sur de dicha vía. El principal objetivo era el pueblo de Corbera d’Ebre, que sería atacado por dos divisiones navarras, la 4.ª de Navarra por el norte y la 1.ª de Navarra por el sur, con la 13.ª División en reserva. Frente a ellas estaban en defensiva dos divisiones de Tagüeña y otras dos de Líster, tres de las cuales estaban tremendamente desgastadas por los combates anteriores. Formaba la reserva la célebre división del teniente coronel Beltrán, el Esquinazao, aquel que había pedido que lo enviaran a «donde hubiera más tomate», lo cual no resultaba extraño si se conocía su fama. No faltaban envidiosos que acusaban a Beltrán de desear ascender a coronel y hacer méritos para ello.

No se trataba de fuerzas equivalentes, porque los nacionales contaban con unidades descansadas y otras rehechas, con nuevos hombres y armas. En cambio, los republicanos que habían cruzado el Ebro el 25 julio no habían podido ser relevados y continuaban en primera línea. Mayores eran los desequilibrios de la artillería y la aviación. Franco había asignado unas 300 piezas para batir los seis kilómetros de frente de ataque. De las 67 baterías consignadas en las partes nacionales, la terminología de la época relacionaba 20 pesadas y dos súper pesadas.

Nunca en una guerra española había intervenido aquella potencia de fuego. En cambio, Modesto y sólo contaba con unas 80 piezas, muchas de las cuales estaban averiadas, lo mismo que parte de sus ametralladoras, faltando las piezas de repuesto para repararlas. También escaseaban las municiones entre los republicanos, a causa de los continuos cortes que padecían las comunicaciones a través del Ebro.