Antoni Quintana fue reclutado a los 17 años y enviado al 41.º Batallón de la 84.ª Brigada, es decir, fue un auténtico biberón de la quinta del 41, enviado a la guerra cuanto era casi un niño.
Actualmente es el entusiasta presidente de la asociación que hoy agrupa a aquellos muchachos que fueron arrancados de sus casas, casi adolescentes, para ir al frente.
Los concentraron en la Puerta de la Paz, una trágica contradicción para ir a la guerra, y, en el primer momento, no se inquietó demasiado porque le pareció marchar a una aventura, como habían hecho los hombres de su pueblo, los chicos eran entonces mucho más inocentes que ahora y la guerra le pareció una aventura al alcance de la mano. Luego descubriría que la guerra sólo es cansancio, miseria, miedo, sueño, penalidad y muerte.
Durante muchos años, sólo fueron permitidas las asociaciones de excombatientes nacionales, tutelas por una dirección general, que muchos años estuvo en manos de Tomás García Rebul.
Más tarde, se agruparon en las llamadas Hermandades, reunidas finalmente en la Confederación de Excombatientes, que presidía el falangista José Antonio Girón, con evidente intención política, y que en los últimos años del franquismo cambió el nombre de «excombatientes» por el de «combatientes», con el fin de tratar de integrarlos en la defensa de un régimen que se descomponía.
Por su parte, los excombatientes republicanos vieron negada la posibilidad de asociarse como tales y sus mutilados ni siquiera tuvieron derecho a integrarse en la organización oficial, que sólo admitía a nacionales con el título de caballeros Mutilados por la Patria.
Las prohibiciones y la marginación oficial no podía imponer el olvido y aquellos reclutas republicanos de 1938 mantuvieron vivos sus recuerdos. Algunos de ellos se habían pasado al enemigo, como el biberón Juan Antonio Samaranch, que, recién llegado al frente, alegó enfermedad y se esfumó para reaparecer, al cierto tiempo, en el campo contrario, donde desarrolló una brillante y habilidosa carrera política. La historia de casi todos los demás fue más dura. Sufrieron las penalidades del frente, fueron heridos o hechos prisioneros y enviados a campos de concentración. Otros pasaron a Francia después de la derrota, estuvieron en los terribles campos de acogida de las playas, los batallones de trabajo del Ejército francés, la Légion Étrangère, los campos de concentración nazi, el maquis, el exilio americano o soportaron la ocupación alemana. Quienes salieron mejor librados perdieron seis o siete años de su vida entre la guerra, el campo de concentración y el posterior servicio militar, muchas veces cumplido en un batallón de trabajo forzado. Resulta imposible evaluar cuántas fueron las pérdidas de su juventud, frustrada antes de comenzar. Es tan grande la carga de su pasado que ésta les ha acompañado durante toda su vida como un fantasma inseparable.
De cuando en cuando, algunos se encontraban para recordar la juventud que les robaron, los amigos muertos, los padecimientos pretéritos. Hasta que, al cabo de muchos, demasiados años, llegó la democracia y pudieron reunirse pública y tranquilamente. Antoni Quintana amplió el círculo hasta que un grupo de biberones y sus familias se reunieron en Capellades, el 3 de abril de 1982. El 27 de febrero de 1983 volvieron a encontrarse en Igualada, donde acordaron fundar una asociación. La llamaron, en catalán, Agrupación de supervivents de la Lleva del Biberó-41.
Un hombre peculiar porque añadía el número 41, para indicar que la verdadera Quinta del Biberón eran ellos y no los de 1940, que estrenaron la denominación con 18 y 19 años, pero fueron sobrepasados por los más jóvenes con 178 y 18. La palabra lleva es una locución incorrecta, que sólo se utilizaba antiguamente en Cataluña y nunca en los últimos cien años.
Fue impulsada por un lingüista despistado en cuestiones de administración militar. La lleva, leva en castellano, era un sistema utilizado por la Casa de Austria para el reclutamiento obligatorio y consistía en remitir directamente al ejército grupos de vagabundos, delincuentes o simples desgraciados sin apoyos. Los Borbones sustituyeron este sistema por las quintas o sorteos anuales, basados en una lista preestablecida, sistema que se ha mantenido hasta nuestros días, con distintas variantes. Los militares llamaban reemplazo a cada contingente anual, y reclutas a sus integrantes. Popularmente, tanto en castellano como en catalán, se le decía quinta y a los hombres que la formaban, quintos, equivalente al conscrits de los franceses, autores del invento.
Tanto los filólogos actuales como la Enciclopedia Catalana hacen justicia a la palabra quinta; sin embargo el error de llamarla lleva ha hecho fortuna y empantanado papeles, discursos y monumentos. De modo que la famosa Quinta del Biberón no sólo perdió la juventud, sino que ha perdido su verdadero nombre.
Esto no ha dificultado la vida de la asociación, formada por personas a quienes las calamidades proporcionaron un inapreciable capital humano. Impulsados por Quinta, que sigue como presidente y principal animador, se reúnen periódicamente en jornadas donde excluyen cualquier discusión o maniobra política. Son conscientes de que fueron reclutados porque tenían la misma edad, sin distinción de creencias, y quieren seguir así. Aceptan a todo el mundo y ofrecen un ejemplo de reconciliación, de la que tantos otros colectivos son incapaces. Acuden a sus reuniones desde los cuatro puntos cardinales y las inician siempre con una ofrenda floral en algunos de los escenarios donde murieron sus compañeros o ante una de las fosas comunes donde reposan.
Casi todos los mandos y comisarios del Ejército del Ebro eran comunistas, pero los miembros de la asociación no distinguen entre los credos políticos y, en sus reuniones, no falta una misa oficiada por sacerdotes de la quinta; uno de ellos es Josep M.ª Ballarín, párroco de Queralt, y escritor muy conocido en Cataluña.
El 27 de abril de 1988, a los cincuenta años de incorporación, se reunieron en Montserrat, donde se custodia la bandera del tercio de requetés con el que se mataron en el Ebro. El 19 de septiembre de 1998 inauguraron un monumento a su quinta, levantado en la cota 705 o Punta Alta de la sierra de Pandols. Al año siguiente se reunieron en el mismo sitio: el 25 de julio de 1999, aniversario del paso del Ebro, asistieron a la misa dicha al pie del monumento y dedicaron el día al comisario comunista Josep Portal, muerto cerca de Punta Targa por cubrir la retirada de sus soldados. El mismo año, la entidad había sido galardonada con la Cruz de Sant Jordi, la máxima distinción catalana. En 2004, los 3.000 biberones constituyen, por razón de edad, la mayor parte de los veteranos catalanes de la Guerra Civil.