Allí no se podía vivir. Durante todo el día debían permanecer en las trincheras con un calor agobiante, haciendo sus necesidades en el mismo agujero en que estaban. Se cambiaban la ropa muy de tarde en tarde y, como sólo podían lavarse someramente y cada cuatro o cinco días, tenían la piel cubierta por una apestosa capa de sudor y polvo. Además del sol abrasador, de la endiablada orografía, la sed y el hambre, padecían continuos bombardeos. Penosamente, llegaba el rancho a lomos de mulas y para todo el día; antes de amanecer, naturalmente frío, porque lo único caliente que metían en el cuerpo era el café de la mañana. El núcleo de la alimentación residía en los chuscos, panes militares de masa prieta, que se endurecían lentamente y todavía eran comestibles al cabo de dos o tres días, aunque muchas veces sólo les daban medio pan para toda una jornada. La precariedad imponía comerlos acompañados, a mediodía, con conservas de carne rusa, normalmente, una lata para ocho hombres; al anochecer, con un par de latas de sardinas y algunos frutos secos. En ocasiones llegaba un rancho caliente de legumbres o de arroz, que, cuando se retrasaba, se había convertido en una pasta intragable; cuando ya llevaban bastante tiempo en la sierra comenzaron a darles un guiso de judías negras. El agua se acababa pronto y; de cuando en cuando, recibían un poco de coñac, que bebían en el jarrillo, su humilde vaso metálico de soldado. Si alguna bomba o algún disparo mataban un mulo, se lo comían también, con la carne en estofado o arroz, devorándola aunque fuera dura y fibrosa y, en ocasiones, se le notaran algunas pelusas.
Los nacionales no padecían semejantes penurias. Sus comunicaciones eran expeditas y todos los testimonios recuerdan la buena comida de la guerra, donde no faltaban la leche, el arroz y la carne, cocinados sin las premuras de sus enemigos situados en las alturas de Pandols. Ni siquiera carecían de algunas golosinas, como la mermelada, el chocolate y las populares gal etas Chiquilín. Les daban coñac, anís Las Cadenas, y era posible conseguir suplementos que no proporcionaba la intendencia como latas de almejas o langostinos, abundantes en la zona nacional, que comprendía las costas andaluzas, gallegas y cantábricas. Las madrinas de guerra enviaban estas y otras exquisiteces en sus periódicos paquetes. También las vendían los mercaderes moros que acompañaban a las tropas, nadie sabía donde las habían conseguido, pero se acercaban con ellas a los soldados, incluso en pleno frente, arriesgándose a que les alcanzara una bala perdida. Parece que los altos precios que obtenían les compensaban por los riesgos corridos.
Para los nacionales, situados en las posiciones cercanas a Gandesa, el suministro más barato y peligroso era el vino, que descansaba en las abandonadas bodegas del pueblo. Los soldados sorteaban cuál de ellos debía acercarse; solían hacerlo por el método de las pajitas y los que sacaban las más cortas emprendían el camino cargados con unas cuantas cantimploras.
Marchaban preocupados por los muchos disparos que se hacían contra el pueblo y, como la artillería republicana bombardeaba duramente la zona de las bodegas, los soldados se acercaban hasta ellas con precaución. A cierta distancia se tumbaban a observar y contar los impactos, hasta que creían que había cesado el fuego. Entonces, corrían hasta los lagares solitarios, echaban dentro las cantimploras atadas, para que se llenaran, y luego las izaban, alejándose a todo correr. Aunque allí no sólo se podía morir de un cañonazo; algún hombre, mareado por los vapores que desprendía la gran cantidad de vino, cayó mareado en el depósito, donde falleció rápidamente.
La primera vez que los nacionales atacaron Pandols lo hicieron sin mucha preparación, entre el 30 de julio y el 2 de agosto, cuando la 84.ª División ocupó algunas estribaciones al sur de la sierra y no pudo seguir más arriba porque los republicanos se dieron cuenta y comenzaron a disparar desde arriba y la obligaron a retirarse.
Tomar aquellas alturas presentaba un difícil problema y el Estado Mayor preparó una ofensiva con todo detalle. Parte de las tropas que habían tomado la bolsa de Mequinenza fueron trasladadas hasta el frente de Pandols, con el fin de preparar una nueva operación, que contaría con numerosos hombres y cañones. Los republicanos situados en las alturas pudieron ver cómo, durante todo el día 8, sus enemigos desarrollaban escasas actividad en el llano donde estaban situados y se sintieron seguros en lo alto de sus territorios inaccesibles.