El forcejeo

A pesar de las dificultades, Modesto ordenó insistir en los ataques contra Villalba de Arcs, Fayón, Pobla de Masaluca y, sobre todo, Gandesa, donde debían concentrarse los principales esfuerzos. Si resultaba imposible tomar este pueblo, los republicanos debían construir trincheras con el fin de no retroceder cuando contraatacaran los nacionales y, sobre todo, era preciso trabajar en los puentes del Ebro.

Josep Florit Bargalló, el biberón de Flix desertor del campo republicano, había partido de Bot en el tren que se dirigía a Zaragoza, y a las once de la mañana del 26 llegó a Alcañiz, donde pudo lavarse y comprar unas alpargatas por 2.30 pesetas. No tenía a dónde ir cuando se tropezó con unos requetés del Tercio de Lacar.

Aquellos soldados descendían de la más pura tradición carlista. En los primeros días de la guerra se acercó a mirarlos, en el pueblo de Santesteban, el novelista Pío Baroja, que tan magníficas páginas había dedicado a las guerras de sus abuelos. A pesar de haber escrito tanto sobre ellos, nunca había visto a los carlistas en acción. Baroja era un vasco liberal de izquierdas, cuya libertad mental le aproximaba al anarquismo. Sus descalificaciones del carlismo eran notorias. En una ocasión le preguntaron su opinión sobre el periódico tradicionalista El pensamiento navarro. Sin dudar un segundo, respondió: «¿Pensamiento navarro? Eso no existe». Sus definiciones podían ser muy irritantes: para él, la jota navarra era la brutalidad hecha música; y los carlistas, animales de los montes que, en ocasiones, bajaban al llano y, al grito de «¡Viva Cristo Rey!», atacaban al hombre. En consecuencia, cuando los de Lacar lo reconocieron, poco faltó para que lo fusilaran allí mismo. Luego, Baroja decidió que era hostil a los dos bandos, se exilió a Francia y no regresó a España hasta 1940, cuando ya había terminado la guerra.

La relación de los requetés del Tercio de Lacar con Josep Florit fue muy distinta, porque lo conocían desde que desertó de la zona republicana y se pasó, precisamente, a su sector. Al encontrarlo de nuevo, le invitaron a comer y el alférez se interesó por su situación. Cuando contó la sucesión de sus desgracias, el otro se conmovió y le ofreció la posibilidad de unirse a ellos. Si se alistaba con los requetés, comería y encontraría compañeros, que eran lo más parecido a una familia.

Ciertamente, lo eran. Al comenzar la Guerra Civil, miles de jóvenes navarros y alaveses se habían presentado voluntarios a las unidades carlistas, donde tampoco faltaron guipuzcoanos y vizcaínos. Más tarde, el prestigio atrajo a voluntarios de toda España, aunque siempre fueron mayoría los navarros. Los de cada pueblo solían agruparse en las mismas unidades, donde podían coincidir padres, tíos, hijos y sobrinos; hasta se decía que alguna familia tenía tres generaciones en los requetés. La estallar la guerra, los republicanos e izquierdistas navarros fueron forzosamente reprimidos y el carlismo dominó la vida. Las muchachas se hacían «margaritas», madrinas de guerra de los combatientes requetés, y los jóvenes marchaban al frente. Con frecuencia, algunos mozalbetes desaparecían de su casa. Días más tarde, los devolvía un requeté o una pareja de la Guardia Civil: los críos se habían presentado voluntarios en la unidad carlista donde estaban los mozos del pueblo, pero no tenían dieciocho años.

Ante el ofrecimiento del alférez, Josep comprendió que era la única oportunidad a su alcance y aceptó ingresar voluntario en los requetés. Su quinta todavía no había sido movilizada por los nacionales y firmó un documento en el que se comprometía a servir durante toda la duración de la campaña. Lo incorporaron al regimiento de Numancia n.º 1, de la 1.ª División de Navarra, que también encuadraba a los Regulares de Alhucemas n.º 5.

Juró bandera haciéndose un lío con los saludos, cuidadoso de no confundir el antiguo del puño izquierdo cerrado con el nuevo de la mano derecha abierta y los dedos juntos. Después, el alférez le dio una carta de recomendación para otro oficial que estaba en el frente y, el 27, lo enviaron a Gandesa, donde volvió a encontrarse con las explosiones, el humo, los disparos, los muertos y las ambulancias que transportaban heridos a retaguardia. Se presentó al oficial destinatario de la carta y lo asignaron como cocinero de la Plana Mayor. Era un buen destino, tranquilo, que no pudo saborear porque no tuvo tiempo ni de pelar una patata. Las bajas eran numerosas y una granada de artillería acababa de matar a toda la escolta del teniente coronel.

Hacía falta gente en la primera línea. Le dijeron que cogiera un fusil y se fuera a la Cooperativa Agrícola a pegar tiros contra los rojos.

También en Bot la situación era complicada. A mediodía, los hombres de Líster bajaron desde las alturas de Pandols y aprovecharon el cauce del río Canaletas para llegar a menos de un kilómetro del pueblo, donde estaban a punto de entrar cuando anocheció. No lograron su propósito porque, aquella misma noche, se empleó a fondo la 84.ª División de Alonso Vega, recién llegada desde Castellón, y pudo cortarles el paso. Más al sur, los republicanos interceptaron la carretera de Gandesa a Xerta, pero también chocaron con reservas recién llegadas: varios batallones de la 4.ª División de Navarra, que recuperaron las cotas perdidas.

En Villalba los combates encarnizados no lograban alterar el trazado del frente, mientras en Gandesa forcejeaban y ganaban terreno la 13.ª y 15.ª Brigadas Internacionales, hasta que un contraataque nacional les arrebató el Puig de Aliga, dominante sobre las explanadas del norte y del este, al que los combatientes pondrían el nombre de Cerro de la Muerte y también, en un destello de humor negro, el Cerro de las Viudas. Los pocos carros de combate con que contaba la 11.ª División republicana avanzaron en un esfuerzo supremo, hasta que los hizo retroceder el fuego antitanque de los defensores. Los republicanos estaban clavados en el terreno; para dominar Gandesa necesitaban más soldados, más blindados y más artillería.

Todavía hoy destacan estos pueblos a lo lejos, presididos por la mole de la iglesia y el índice enhiesto del campanario. Las iglesias son masas sólidas y macizas, sin demasiadas pretensiones artísticas excepto en la fachada principal, donde se abre el barroco aparatoso. En todas destaca la torre de las campanas, que sirvió de observatorio o de destacada referencia para apuntar la artillería que, en ocasiones, también la tomó como blanco. Después de la guerra, la Dirección General de Regiones Devastadas restauró algunos de estos templos, aunque todavía se observan numerosas destrucciones y mordiscos de la metralla.

Gandesa fue una ciudad muy marcada por la guerra. Lo prueban un monumento a los caídos nacionales, otro a los gandesanos republicanos durante el conflicto, y un tercero a los aviadores republicanos. Aquí está también la casa familiar de los Sunyer, aunque el más célebre de ellos, Ramón Serrano Súñer, el poderoso cuñado de Franco, naciera en Cartagena y se cuidara bien de castellanizar su apellido, cambiando el grupo «ny» por una «ñ».

Mientras se luchaba junto a los pueblos, los pontoneros porfiaban en el Ebro, empeñados en restablecer la comunicación entre las orillas. Toda aquella jornada trabajaron intentando tender de nuevo la pasarela al sur de Ascó. Cerca de allí, también se esforzaban para recuperar el puente de hierro y montaban otro puente, de madera, para cargas pesadas, que estuvo listo al atardecer. Entonces llegó la aviación nacional y lo bombardeó. No acertaron, pero las bombas estallaron en el lecho del río, removiéndolo y llenándolo de socavones, que impedían asentar los estribos del puente. Más tarde, los aviones atacaron de nuevo y destruyeron una compuerta que ya estaba lista para entrar en funcionamiento.

Los republicanos habían encontrado un puente de pontones almacenado en Corbera: una plataforma que se montaba sobre barcas, de tendido rápido, porque no necesitaba asentar los pilares en el fondo; sin embargo, las balas disparadas durante el combate habían perforado muchas de las barcas dejándolas inservibles. De modo que decidieron aprovechar las que estaban intactas para construir compuertas.