El balance de la primera operación revela que al general Juan Yagüe fue sorprendido por las noticias del ataque en su puesto de mando de Caspe, sorpresa que se extendió a todos sus subordinados y al resto de unidades nacionales que estaban en el sector. Fuerzas de la 13.ª División del general Fernando Barrón, que se desplegaba al sur de Lérida, fueron atacadas por una división republicana. Más al sur se encontraron la 105.ª división del coronel López Bravo, cuyo puesto de mando estaba en Ulldecona, que también recibió un ataque, aunque de menor consistencia, a cargo de una Brigada Internacional. El mayor sobresalto lo recibió el coronel Campos Guerrera, cuyo puesto de mando estaba en Gandesa. Su 50.ª División había sido organizada poco tiempo antes, con doce batallones de soldados del frente de Madrid, ellos recibieron el principal empujón de cuatro divisiones republicanas y su división resultó pulverizada.
Los republicanos necesitaban darse prisa. Durante la segunda noche de combate, exactamente a las 00.30 del 26 de julio, Modesto ordenó tender todos medios de paso disponibles antes de que saliera el sol, para que cruzaran el río la artillería, blindados y camiones necesarios para continuar la ofensiva. Según sus instrucciones, la artillería debía avanzar lo más lejos posible, con el fin de batir objetivos alejados y desarticular las comunicaciones enemigas.
El principal objetivo de aquel día era tomar Fayón, lo que habría permitido unir la pequeña bolsa situada al norte con la cabeza de puente principal. Modesto sabía que este 26 de julio era decisivo. Para acometer con garantías sus objetivos era preciso que pasaran el río mayor volumen de tropas y, sobre todo, de materiales. Sin ellos no podría explotar el éxito de haber pasado el río por sorpresa y profundizar en el terreno antes de que llegaran los refuerzos que, sin duda, Franco enviaría a la batalla.
Efectivamente, había tenido éxito en el primer paso del río, pero no se le ocultaban las dificultades. Contaba con escasos y mediocres puentes y pasarelas; su infantería cruzaba muy lentamente y, durante un largo tiempo, la artillería y los carros sólo podrían apoyarla desde la margen izquierda.
Los nacionales se habían dejado sorprender, pero los republicanos se movieron con una desventaja objetiva: el grueso de su aviación continuó en Valencia y el paso del Ebro prosiguió sin apoyo aéreo. La defensa de aquella ciudad era una operación de gran envergadura y, en el frente del Ebro, de momento, sólo pretendía establecer una gran cabeza de puente.
Atravesar un gran río bajo la presión enemiga nunca ha resultado sencillo para los militares. Sin embargo, en este caso, la penuria de los medios de paso republicanos amenazaba con hacer fracasar toda la operación. Eso sin contar con la amenaza de un nuevo peligro. Los nacionales dominaban los embalses de la cuenca alta del Ebro y podían abrirlos para provocar crecidas de consideración. Naturalmente, lo hicieron. Al anochecer del 25, abrieron el pantano de Barasona para ocasionar una avenida que arrastrara los puentes y las pasarelas tendidas aguas abajo, cosa que lograron parcialmente.
La república carecía de puentes flotantes sobre pontones, porque, el 18 de abril, la aviación nacionalista destruyó el último, por lo que tuvieron que emplear cualquier otro medio y fabricar, rápidamente, puentes y plataformas móviles que actuasen como transbordadores. Tagüeña, con su XV cuerpo, había instalado dos pasarelas cerca de Flox y de Ascó, donde también preparaban una compuerta capaz de transportar ocho toneladas. Esperaba tender también un puente de vanguardia en Ascó, pero sólo contaba con un equipo de pontoneros entrenados, que inmediatamente comenzaron a trabajar en el vado. Entre tanto, cerca del antiguo puente de Flix, volado en la retirada republicana de abril, se iniciaban los preparativos para tender un puente de hierro capaz de soportar cargas superiores a 25 toneladas.