El 25 de julio es la festividad de Santiago, patrón de España y de la caballería, un santo de biografía peculiar, llamado frecuentemente San Jaime en las tierras de habla catalana. Según la leyenda, durante el siglo I, se le había aparecido la Virgen cuando predicaba en Zaragoza.
Más tarde, el morir en Palestina, sus discípulos lo metieron en una barca que navegó hasta recalar en las costas gallegas, en cuyas tierras interiores y en lugar desconocido enterraron el cuerpo del apóstol. Éste sería, siglos más tarde, el origen de Compostela, el principal destino de peregrinaje de la Edad Media. Por ello se representaba a Santiago como un peregrino de largo sayal, bastón con una cantimplora de calabaza, un sombrero de ala ancha para protegerse del sol y de la lluvia, y algunas conchas de vieira que hacían las veces de cuenco.
En pleno siglo IX, la hueste de Ramiro I de Asturias peleaba con las tropas de Abderramán II, cerca del castillo de Clavijo, en La Rioja. Ya los moros se comían el campo de batalla cuando los cristianos arremetieron contra ellos y los derrotaron. Terminaron la degollina, el rey Ramiro aseguró que le había ayudado en la victoria el mismísimo apóstol, aparecido entre las nubes, vestido de blanco y sobre un caballo de igual color. En agradecimiento, instituyó el voto de Santiago, que todavía subsiste, aunque la batalla de Clavijo carece de fundamento histórico.
Como todas las guerras, la lucha contra el moro necesitaba un símbolo y Ramiro I utilizó a Santiago. Muchas cortes extranjeras ya tenían por patrón a San Jorge, un jinete acorazado que humillaba a un dragón bajo los cascos de su cabal o. Resultó perfecto para cambiar la apariencia al Santiago Peregrino. Porque con las sandalias y la túnica llena de conchas de marisco resultaba poco guerrero y hasta un tanto marginal. Para servir eficazmente al rey Ramiro, los frailes copistas dibujaron un San Jorge, guerrero u jinete, sustituyeron el dragón por un sarraceno y dijeron que aquél era Santiago Matamoros. Andando los siglos, y admirando la estampa bizarra del apóstol jinete, los militares de caballería sintieron que, además de ser patrón de España, Santiago Matamoros debía serlo también de su arma.
A raíz de la Primera Guerra Mundial, los ejércitos modernos convirtieron su caballería en una fuerza monta en blindados, automóviles y motocicletas. Sólo países técnicamente atrasados, como Polonia y la Unión soviética, conservaron las grandes formaciones a cabal o. Entre las fuerzas nacionales de la Guerra Civil española también figuró una división de caballería montada, mandada por el general José Monasterio, que en la batalla del Alfambra dio una de las últimas cargas de la historia militar. A pesar de que algunos de sus escuadrones eran marroquíes, Monasterio observó el culto al patrón Santiago, el apóstol caballero que enarbola la bandera de la cruz y aplastada a un moro bajo los cascos del caballo blanco.
Esta División de caballería constituía la reserva más rápida del ejército franquista, capaz de acudir en poco tiempo a los lugares de peligro. La mayor parte de las tropas montaban a caballo, pero también contaba con un batallón ciclista y algunos de infantería. Si se hubiera tenido un ataque en el Ebro, monasterio habría estado preparado para llevar a sus hombres hacia el río, a marchas forzadas. En cambio, para el 25 de julio de 1938, día del patrón de España y de la caballería, el general y sus oficiales se entretenían en preparar un concurso hípico, más interesados por los cabal os que por el enemigo. Aunque, para mayor contradicción, dos de sus batallones, el Ciclista y uno de Tiradores de Ifni, estaban situados en pleno frente del Ebro, agregados a la 105 División de Infantería.