El antiguo leñador

Siempre resulta conflictiva la convivencia entre soldados y civiles, aunque pertenezcan al mismo bando. Durante la retirada de abril, los republicanos liberaron de la cárcel de Falset a ocho vecinos de Part del Compte, que estaban encerrados por ser gentes de derecha.

Pretendieron atravesar el territorio republicano para regresar a su pueblo por Tortosa, pero alguien los denunció. Los detuvieron y los asesinaron en una finca del campo. Otro grupo de soldados mató a unos empleados del Banco de España de Tortosa, que intentaban llegar a Barcelona, tras permanecer escondidos en una masía.

El más repulsivo aspecto de las guerras civiles es la represión en la retaguardia, sobre todo en los pueblos pequeños, donde las personas se conocer y el odio tiene nombre y apellido. Los habitantes de la Tierra Alta, que cambió tantas veces de manos, sufrieron entre julio de 1936 y noviembre de 1938 cuatro represiones sucesivas. Al terror y las destrucciones de la guerra, al hambre y la escasez, se sumaron los asesinatos, encarcelamientos, huidas, atropellos y vejaciones.

En el frente estabilizado, militares y civiles convivieron difícilmente y algunos pagaron con la vida. Aunque estaba prohibido aproximarse al cauce, parte de la población campesina continuó viviendo en sus casitas cercanas al frente, porque temía los bombardeos de los pueblos o porque la escasez obligaba a seguir cultivando. Había que comer. Unos segaban o cuidaban los árboles casi a la vista del enemigo. Otros tenían huertas cerca del río, sobre todo más al sur, donde la corriente se ensanchaba y se rebajaban los márgenes. El hambre obligaba a jugarse la vida y los campesinos circulaban ocultándose tras los árboles y la vegetación, exponiéndose a recibir un balazo; protagonizando anécdotas inquietantes como la de Joaquín Cabellè Aràsa y su padre, que trabajaban en un arrozal del delta y a los que les cayó un cañonazo en la mitad del cuadrado.

El jefe del Ejército del Ebro, Juan Modesto Guilloto, había nacido en El Puerto de Santa María 39 años atrás. Fue leñador y soldado veterano en la guerra de Marruecos, donde alcanzó la graduación de sargento. Una vez licenciado, se hizo comunista y, en 1933, era responsable de instruir militarmente a las milicias del partido. Durante la guerra había peleado en las batallas más duras, hasta mandar el V cuerpo del Ejército, la punta de lanza de la batalla de Brunete y, desde entonces, la unidad republicana más famosa. Era un buen jefe militar, que siempre actuaba con criterios técnicos y no políticos. El año de 1938 supuso su consagración. Fue ascendido a teniente coronel, superando el grado de mayor, que era el máximo concedido, hasta entonces, a oficiales de milicias.

Aunque pertenecía al partido, siempre actuaba con criterio militar, desinteresado de la carrera política, sus maniobras y sus enredos. Recibió el mando de aquel ejército flamante cuyos tres jefes principales también eran miembros del partido y tenientes coroneles: Enrique Líster, Manuel Tagüeña y Etelvino Vega. Podrían contar con una reserva formada por el 18 Cuerpo del Ejército mandado por José del Barrio.

Las relaciones de Modesto con Tagüeña y Vega eran correctas; sin embargo, mantenían una difícil relación con Líster, un hombre apasionado y partidista, no sólo políticamente sino también en sus propios conocidos personales.

El jefe del Ejército del Ebro y todos los de sus cuerpos y divisiones eran comunistas. Igual afiliación tenían todos los jefes de brigadas, excepto dos anarquistas. Y naturalmente pertenecían al partido todos los comisarios y numerosos mandos intermedios. Sebastià Portella, reclutado con la quinta del biberón, fue enviado al 896.º Batallón de la 224.ª Brigada mixta y destinado a las órdenes directas del comisario Vilella, también comunistas. Sus compañeros le dijeron que, al prestar servicios en la oficina del comisario, lo correcto sería afiliarse al partido, pero Sebastià no lo hizo. No le molestaron más porque las preocupaciones dominantes eran otras y, al fin y al cabo, hacía eficazmente su trabajo y había otras cosas en las que pensar.

Todo el frente parecía agitado por una actividad interminable.