Un arsenal variopinto

Hace diez años, buscar restos de la batalla resultaba fácil. Bastaba con subir a la sierra, animando a camina y hurgar en el suelo. La actividad era familiar en Cataluña, donde, alguna vez, todo el mundo ha sido boletaire, o buscador de setas, el deporte autóctono por excelencia que, al llegar el otoño, llena los bosques de multitudes afanosas. Buscar municiones no requiere una técnica distinta, aunque sí diferentes conocimientos.

Si diferenciar las setas resulta difícil, reconocer los hallazgos de la batalla no es nada fácil, dado que aquí llegaron armas, municiones y pertrechos de medio mundo por los caminos más insólitos. Ni los buscadores de setas ni los recuerdos guerreros pueden equivocarse, pues en ello les puede ir la vida. Las setas envenenas y las municiones explotan. Los amigos buscadores de recuerdos bélicos necesitaron repasar innumerables libros y catálogos para diferenciar los tipos de fusiles, los distintos cartuchos y los múltiples artefactos encontrados en el campo. En ocasiones, algunos permanecían sin clasificar hasta dar con la ilustración precisa de un libro o conectar con la persona capaz de reconocer el cachivache. Aunque muchas personas se resistan a creerlo, y sea distinta la jerarquía de los valores aceptados, cada caso encerraba la emoción de un hallazgo arqueológico. Para los respectivos aficionados, revista la misma emoción clasificar un escarabajo funerario egipcio de la XIX dinastía que identificar una pistola Roth-Steyr M 07 de 1899.

El Ejército del Ebro fue dotado con las armas entonces disponibles, procurando unificarlas en lo posible, porque hasta los fusiles eran de procedencias diferentes, cada cual con su calibre. El armamento republicano no sólo procedía de los antiguos parques españoles, la ayuda mexicana y los suministros soviéticos; la necesidad impuso que muchos pertrechos llegaran por los inescrutables caminos del contrabando y el resultado fue un galimatías de los servicios de municionamiento. Porque los máuser alemanes y los checos Mosin-Nagant, de 7,62 mm; los ingleses Enfield, de 7,7 mm; los franceses Lebel M92/16, de 8mm, y los Berthier, de 7,5 mm; los japoneses Arisaka, de 6,5 mm, y los austríacos Mannlicher, de 8 mm.

El 27 de marzo, cuando se abrió temporalmente la frontera francesa, llegaron a Cataluña unas 25.000 toneladas de material de guerra soviético. En mayo recibieron los republicanos su último material de este país: 188 anticuadas piezas de artillería no fabricadas en la URSS, incluyendo 20 cañones japoneses Aisaka de 107 mm, muy aptos para un museo, contracarro de 45 mm y 250 de 37 mm, 80 ametralladoras pesada Maxim y 3.850 ligeras, 2.000 de ellas ZB de 7,92 mm checoslovacas compradas por el gobierno republicano a fabricantes de Brno a través de una negociadora colombiana. Estas ametralladores ligeras, llamadas fusiles ametralladoras en España, sorprendieron a los soldados, porque eran nuevas y cuando llegaron estaban engrasadas y cuidadosamente envueltas en papel parafinado. Los reclutas de 1938 no sabían cómo quitarle aquél repliegue, porque no tenían disolventes, ni gasolina ni trapos, y se hicieron un lío con aquella grasa oscura, que les llenaba los lamparones y se incrustaba en los poros y en las uñas. Algunos veteranos del Ebro volverían a encontrar sus familiares ZB durante la Segunda Guerra Mundial, convertidos en la popular ametrallados BREN del ejército británico, con cargador curvado para munición inglesa de 7.7 mm.

Se trataba de una buena aportación que se añadía al caótico armamento del Ejército Popular, que combinaba trabajosamente los fusiles máuser, Moisin-Nagant, Bethier, Arisaka y Mannlicher, con las ametralladoras ZB, Maxim, Hotchkiss, Parabellum, Degtyvárev, Lewis, Chatellaureault y Tókarev. Desbarajuste de armas modernas, anticuadas, mejores o peores, llegadas a España por diferentes caminos, que iban desde la compra estatal al tráfico internacional. Pandemonio servido por cartuchos españoles, rusos, francés, mexicanos, checos, ingleses, norteamericanos, austríacos, japoneses, alemanes, cada cual con su modelo, su calibre, e hijo de su padre y de su madre.

Si fue imposible unificar las armas ligeras del Ejército del Ebro, el panorama de la artillería resultó caótico. Hasta el extremo de que su escalón más retrasado contó con cañones de costa transportados desde el mediterráneo y con piezas de la Rusia zarista, tan antiguas que carecían de freno recuperador. En cada disparo, el cañón retrocedía furiosamente hacia la retaguardia y era preciso colocarlo de nuevo en batería. Hartos de sufrir con aquel artefacto, los artilleros se acostumbraron a construir tras él una rampa de tierra, de modo que, en cada disparo, el monstruo retrocedía cuesta arriba y luego su propio peso le devolvía al sitio, donde los soldados sólo debían ajustarlo y calar otra vez la puntería.

La Generalitat se había esforzado en fabricar armamentos en Cataluña, cuya experiencia industrial era textil y química, pero apenas metalúrgica. Perdido el norte, fue preciso improvisar una industria de guerra catalana, cuyo éxito fue relativo en productos que no requerían tecnología avanzada ni grandes equipamientos, como la cartuchería, la munición de artillería, los reflectores o el ensamblaje de los aviones, que llegaban desmontados desde la URSS. En cambio, la fabricación de armas ligeras no pudo prosperar y, cuando lo hizo, produjo frecuentemente armas de poca calidad, como las pistolas Ascaso, fabricadas en Tarrasa, y algunos subfusiles que entonces comenzaban a popularizarse.

Estas dificultades no existieron en la zona de Franco, que pronto superó sus carencias gracias a la sólida ayuda italiana y alemana y a la producción de armas de Sevilla, Plasencia, Oviedo y la Coruña. Además, la conquista del norte puso en sus manos toda la industria siderometalúrgica, a pesar de lo cual siempre existió dependencia de los suministros ítaloalemanés, que mantuvieron un alto nivel de calidad durante toda la guerra.