Los quintos de 1938

La curiosidad por la batalla empujó a José Carrascosa, Ignacio y Eloi a meter las narices en el pasado de Corbera. Preguntaban a la gente, que mataba su tiempo en los bares, sin que nadie quisiera hablar de la Guerra Civil. Se decía que en algunos pueblos, se habían inquietado con un historiador joven, Joseph M.ª Solé, que preguntaba por los asesinatos cometidos entre 1936 y 1939. En Corbera se había interesado por los curas del pueblo, mosén Joan Bautista y mosén Josep, fusilados por los milicianos en la carretera de Gandesa a la semana de comenzar la guerra, y, también, por los hermanos Alemany Clua, labradores ricos, igualmente muertos por entonces. El historiador había tenido más serios, porque quedaban demasiados odios enterrados.

Estas tierras del Ebro fueron muy castigadas por la revolución y por la represión franquista posterior. Los revolucionarios mataron en la Terra Alta a 227 personas y en Ribera a 134, en su mayor parte propietarios y clérigos. Los Franquistas fusilaron luego a 90 personas en Terra Alta y a 86 de la Ribera, mayoritariamente simples campesinos de izquierdas o nacionalistas, porque la mayor parte de los autores de desmanes había muerto durante la guerra o huido por la frontera francesa.

Era una población traumatizada por sus recuerdos. Con demasiados muertos para olvidar tan pronto. A pesar de todo, el tiempo se impuso. Eloi y sus amigos intimaron con la gente, que acabó por abundar muchas reticencias. Los hombres que mataban su tiempo en los bares confiaron sus secretos a los forasteros y sus odios, acabaron por soltar la lengua y comentar lo que habían callado durante años.

La batalla del Ebro dejó una herencia muy amarga, comenzando por la exhaustiva movilización.

El número de veteranos que se habían refugiado al sur de Cataluña había disminuido a causa de las bajas sufridas en los últimos seis meses de combates y hacían falta reclutas para completar sus unidades. También había cesado el flujo de voluntarios extranjeros para alistarse en las Brigadas Internacionales y pronto preciso cubrir sus huecos con españoles.

Al comenzar la guerra, los anarquistas habían propugnado su revolución: libertad, el amor libre, la igualdad y la desaparición del Estado, de la religión, de la propiedad y del ejército. Juan al POUM, un partido marxista independiente de carácter trotskista, boicotearon el reclutamiento militar, defendieron la idea de que los combatientes fueran milicianos, pero no soldados, y frustraron los intentos de la Generalitat, deseosa de formar un ejército de reclutamiento forzoso.

Tras el primer año de guerra, concretamente tras los hechos de mayo de 1937 en Barcelona, la CNT perdió fuerza y el POUM fue puesto fuera de la ley y disuelto. Sus modelos de revolución fueron arrinconados, y sus milicianos, convertidos en soldados. El Estado Mayor republicano puso en marcha la movilización obligatoria en Cataluña, con Centros de Reclutamiento e Instrucción destinados a convertirse en soldados tanto a los reservistas, que habían cumplido el servicio años atrás, como a muchachos que nunca habían sido soldados.

El fracaso de las ofensivas republicanas en el Frente de Aragón motivó que, a partir del verano de 1937 fueran llamadas a filas las quintas de 1931, 1932 y 1933, formadas por reservistas. En septiembre de 1937 fue movilizada la quinta del 38m que, en circunstancias normales, habría ido al ejército un años más tarde. En octubre se movilizó a la quinta ir a la mili. En esa fecha quedaron en filas todos los hombres entre 19 y 26 años.

Con el fin de encuadrar a los efectivos humanos movilizados se organizaron en Cataluña seis centros de reclutamiento e instrucción militar, conocidos con las siglas CRIM, que se prestaron a sarcásticos comentarios porque el término coincidían con la palabra crimen en catalán.

Además, para cada brigada se organizaron un centro de instrucción y una compañía disciplinaria, donde se castigaban las faltas militares.

Para acrecentar la moral de la tropa, los oficiales reforzaron la disciplina y los comisarios insistieron en su adoctrinamiento político, basado en la idea de resistir a los franquistas, sin mencionar cuestiones como la colectivización o la revolución.

Mientras se organizaba el reclutamiento forzoso, varias entidades animaron la presentación de voluntarios. En marzo de 1938 lo hicieron el partido Estat Català y varias organizaciones de estudiantes: la Federació Nacional d’Estudiants de Catalunya, el Bloc Escolar Nacionalista y palestra. Voluntarios que aún no alcanzaban la edad militar se integraron en el llamado Batallón del Bruch, mientras otros se presentaban a los carabineros o a la guardia de asalto. Por su parte, las Juventudes Socialistas Unificadas pidieron voluntarios para las Brigadas Internacionales, que ya estaban mayoritariamente españolizadas hasta el extremo de que, al comenzar el verano de 1938, de sus 40.149 hombres, sólo 14.175 eran extranjeros.

El 10 de marzo de 1938 fue llamada a filas la quinta del 40, cuyos componentes tenían 18 o 19 años. El decreto establecía que debían presentarse con su propia manta, calzado, plato y cubierto en buen estado, y las desesperadas madres se encargaron de buscarles otros pequeños objetos útiles y de ponérselos en un paquete con algunos víveres, quizá el último cuidado para los muchachos que iba a la guerra. Eran tan jóvenes que comenzaron a llamarlos la quinta del biberón y fueron concentrados en el CRIM de sus respectivas provincias.

Bastantes fueron a parar el Ejército del Este, en el frente del Segre, donde los biberones, tuvieron su bautismo de fuego y resultaron diezmados muy pronto.

Sin embargo, sus mayores pérdidas las sufrían en la posterior batalla del Ebro, que fue mucho más larga y donde participaron reclutas de toda Cataluña. Los procedentes de la provincia de Tarragona, que marcharían todos al Ebro, fueron concentrados previamente en el parque Samà, en Cambrils.

Desde el inicio de la movilización forzosa, la policía y la guardia de asalto se presentaban en los cafés para pedir la documentación a los jóvenes con el fin de localizar y detener a aquellos que podían ser prófugos.

En Cataluña aún pervive el recuerdo del reclutamiento de aquellos adolescentes convertidos en soldados de la noche a la mañana, que pagaron una altísima contribución en sangre. Sus relatos han pasado de padres a hijos, porque los biberones terminaron siendo las víctimas propiciatorias del matadero que fue la gran batalla del Ebro, donde se registró la mayor mortandad de catalanes en toda la guerra.

También se llamó biberones a los muchachos reclutados posteriormente por el decreto del 28 de abril, que llamó a final a la quinta del 41, cuyos miembros, que tenían 17 y 18 años, fueron enviados al frente sin instrucción militar y hoy reivindican el uso exclusivo del término biberones porque fueron los más jóvenes. Simultáneamente, también fueron movilizados los reservistas hasta los 40 años. De modo que en el Ejército Popular acabaron integrados todos los hombres útiles de Cataluña con edades comprendidas entre los 17 y 40 años.

Los procedentes de la provincia de Tarragona fueron nuevamente concentrados en el parque de Samà de Cambrils, mientras que parte de los reclutados en Girona se integraron en el Ejército del Este, tres de cuyas divisiones también estuvieron en la batalla del Ebro. La quinta del 41 llevó a filas a unos 27.000 la mitad de ellos resultaron muertos, heridos o prisioneros; de los que sobrevivieron a la guerra, todavía viven unos 3.000.

Los chiquillos de los Centros de Instrucción se escapaban del campamento por la noche, y los fines de semana procuraban irse de matute a su casa, hasta que comenzaron a imponerles duros castigos, y llegaron veteranos del frente para servir de instructores. Su formación militar resultó escasa; por la mañana aprendían a vestirse, memorizar los nombres de las piezas de fusil y desfilar con cierto orden; por la tarde, instrucción de combate y soportaban una hora de charla moral a cargo del comisario, que, frecuentemente, era un militante entusiasta, que repetía tópicos mientras parte de los reclutas se dormía y el resto pensaba en las musarañas.

Solían hacer unos pocos disparos de fusil, lanzar granadas simuladas y, sin más enseñanza, los enviaban a su unidad de combate, como si fueran soldados hechos y derechos.

En el frente, la vida variaba según los mandos. En ocasiones, completaban la instrucción con ejercicios de tiro, lanzamiento de granadas, instrucción de combate donde reptaban y pasaban alambradas u llevaban a cabo prácticas nocturnas.

A Joseph Florit i Bargalló lo reclutaron con 17 años, apenas aprendió cuatro rudimentos en el Centro de Instrucciones y, a toda prisa, lo destinaron al 906.º batallón de la 42.ª División, que mandaba el mayor Manuel Álvarez, y donde la disciplina era grande porque muchos mandos eran comunistas y cumplían las consignas a rajatabla. El 7 de junio su unidad se instaló cerca del Ebro, frente a Flix, su pueblo, ocupado por las fuerzas de Franco, a donde ansiaban regresar desde la ribera izquierda en la que ahora se encontraba.

Otro recluta biberón, F. M. P., quedó horrorizado en mayo de 1938, en el campo de instrucción de las playas de Salou. Allí se encontraba la 11.ª división del V cuerpo de Líster, un antiguo cantero, destacado revolucionario, valiente, decidido y brutal, que jamás flaqueó en los ataques al enemigo ni cuando fusilaba a sus propios hombres. Al poco de llegar, seis reclutas adolescentes robaron en unas casas de veraneo, fueron fusilados en la misma playa, ante todos sus compañeros, que desfilaron «dando vista» a los cadáveres todavía palpitantes.

Nunca habían bebido coñac, de vuelta al barracón, se tomó entero un botellín que le había dado su madre. Jamás lograría olvidar aquel o.