El ataque de los nacionales en el frente de Aragón prosiguió hasta penetrar en territorio valenciano. Sin cesar en su avance hasta que, a las dos y media de la tarde del Viernes Santo, el 15 de abril, los requetés de la 4.ª División de Navarra llegaron a la playa de Vinaroz y se metieron hasta media pierna en el agua, con sus mochilas, sus fusiles y sus banderas.
Aquellos insólitos bañistas eran los herederos de los carlistas, que, a los largo del siglo XIX, habían protagonizado tres guerras contra el Estado liberal, en defensa de una ideal monarquía patriarcal y católica. Tomaron la sublevación militar de julio de 1936 como el inicio de la cuarta guerra carlista y, en Navarra y Álava, se presentaron voluntarios, con sus boinas, sus banderas, sus crucifijos e, incluso, con los párrocos de sus pueblos. El general Mola los aceptó de buen grado, aunque sometiéndolos a las órdenes de oficiales del Ejército. Ningún general estaba dispuesto a que los políticos le alborotaran el gallinero y, en diciembre, los requetés fueron sometidos a las leyes militares y tratados como soldados, aunque conservaron sus banderas blancas con la cruz roja de Borgoña, sus canciones y sus símbolos antiguos: los crucifijos, las flores de lis, las boinas rojas y los célebres detentes, óvalos de tela clara que tenían bordado un corazón sangrante y la leyenda: «Detente bala, el corazón de Jesús está conmigo».
Habían partido en dos el territorio de la República y, en los periódicos de todo el mundo, apareció la foto de aquellos soldados con boina, metidos en la playa mediterránea, con el agua a media pierna, ellos, como todos los guerreros, tenían preocupaciones más perentorias que la misma guerra. Nunca habían visto tanta agua junta y, en cuanto sus oficiales les dejaron libres, volvieron al mar en calzoncillos, con una pastilla de jabón, intentando quitarse la costra de sudor y polvo de las últimas marchas y combates. La playa se llenó de hombres que frotaron y frotaron sus pastillas de toscos jabón de Intendencia sin conseguir sacarle espuma con el agua salada. Sus requetés dijeron al alférez Felipe Navas que el agua del mar no servía para nada.
La llegada de los navarros al mar dividió las tropas republicanas en dos partes. Al norte de Vinaroz quedaron restos de las fuerzas que habían soportado el peso de todas las batallas. Al sur, la mayor parte de sus compañeros del Ejército de Maniobra y todo el ejército de Levante, que estaba casi intacto.
Nada podía evitar que Franco arremetiera contra las débiles fuerzas enemigas situadas al norte de Vinaroz. Si las atacaba y también hacia avanzar a sus fuerzas estacionadas en el fuerte de Lérida, las unidades republicanas de Cataluña no podrían resistirlo, porque se limitaban al débil Ejército del Este y las diezmadas fuerzas sitiadas en Tarragona. Si atacaba desde Lérida y desde Vinaroz, Franco tomarían fácilmente Tarragona y luego Barcelona, capital de la República. El restante territorio republicano no podría soportar semejante quebranto y la guerra terminaría rápidamente.
Así lo esperaban los generales Dávila, Yagüe, Solchaga, los alemanes y los italianos. Pero Franco, en lugar de proseguir la ofensiva hacia el norte, ordenó girar hacia el sur y avanzar hacia Castellón, Sagunto y Valencia. Estratégicamente era un gran error y no el primero. Desde el inicio de la guerra contaba con un ejército más disciplinado y mejor organizado que el de sus enemigos. Podrían haber derrotado a la República en poco tiempo. Sin embargo, no lo hizo. En septiembre de 1936 prefirió liberar el Alcázar de Toledo en vez de caer rápidamente sobre el Madrid indefenso. En épocas posteriores, se enfrascó en largas operaciones entre las montañas del norte; ordenó detener la triunfante contraofensiva en Brunete, que ponía Madrid en sus manos; perdió un mes en la conquista del laberíntico Maestrazgo; se detuvo en Lérida cuando podía proseguir hacia Barcelona, y ahora marchaba hacia Valencia cuando reñían expedito el terreno en Cataluña.
Tantos errores no podían ser fortuitos. Francos no era un general con formación estratégica sino un práctico de Marruecos. Sin embargo, contaba con buenos técnicos de Estado Mayor como Francisco Martín Moreno, Juan Vigón y Antonio Barroso. Probablemente, sus inseparables decisiones no eran errores sino inesperadas decisiones no eran errores sino calculadas demoras para prolongar la guerra, con la finalidad de asegurar su propia posición política y destruir al enemigo. Aunque ello constara la vida a miles de sus propios soldados.
Siguiendo sus órdenes, el 21 de abril, las vanguardias del Cuerpo de Ejército de Galicia del general Antonio Aranda giraron hacia el sur y comenzaron a moverse hacia Castellón. Dos semanas más tarde, Negrín contraatacó políticamente con su programa de «los trece puntos».
De momento, no podía hacer más que grandes discursos y resistir militarmente en Valencia.