Política y estrategia

Suele afirmarse que la batalla del Ebro se inició para distraer los esfuerzos de Francos e impedirle que tomara Valencia, cuya pérdida habría resultado catastrófica para la República.

Esta finalidad estratégica no parece probable. Las maniobras de distracción eran habituales en la estrategia del general Vicente Rojo. Pero si hubiera creído que el cruce del Ebro eliminaría la amenaza sobre Valencia, no habría mantenido allí toda la aviación, que más falta hacía para defender el paso del río. Si tan importante hubiera sido la nueva ofensiva, parte de los aviones habrían abandonado Valencia para marchar al Ebro. Sin embargo, no se movió un solo aparato y el paso del río se hizo sin cobertura aérea. Tampoco parece que los republicanos esperasen que su iniciativa en tierras de Tarragona se convirtiera en una gran batalla. Es decir, no creían que la maniobra del Ebro evitara el ataque de Franco a la ciudad del Turia. Hasta que el paso del Ebro se convirtió en una batalla mucho más importante de cuanto habían previsto. Entonces se llevaron la aviación de Valencia y la emplearon en el Ebro.

Cuando las tropas republicanas cruzaron el río, Franco detuvo automáticamente la ofensiva contra valencia y se volvió hacia la nueva operación, que se había pensado como una maniobra local, pero que terminó convirtiéndose en una terrible batalla por obra de la soberbia de Franco y la terquedad del general Juan Modesto.

Las últimas motivaciones venían de lejos. El 17 de mayo de 1937 había sido nombrado presidente del gobierno republicano Juan Negrín, un socialista moderado, que prometió formar «el gobierno de la victoria». Sin embargo, no pudo impedir que Franco conquistara el norte y ganara tres grandes batallas que el Estado Mayor republicano desencadenó sucesivamente en Brunete, Blechite y Teruel. A pesar de la voluntad del «Gobierno de la victoria», el Ejército Popular no había tenido tiempo para organizarse, aunque había mejorado sensiblemente.

Requería mucho tiempo y muchos esfuerzos organizar un verdadero ejército, una vez que el anterior había sido destruido por la sublevación militar y la riada revolucionaria del verano 1936.

Negrín debió luchar con una fuerte oposición, incluso en su propio partido, el PSOE, donde lo asaeteaban los seguidores de Largo Caballero.

El ministro de defensa, Indalecio Prieto, ayudado por el general Rojo, se esforzaba por equilibrar políticamente al Ejército Popular y poner en manos de militares profesionales la propaganda y el servicio de información o SIM (Servicio de Inteligencia Militar). Sus propósitos chocaron con el comisario general, Julio Álvarez de Vayo, socialista partidario de Negrín, y con los comunistas, que contaban con numerosos mandos en el Ejército Popular y con las mejores unidades.

A pesar de todo, en los primeros meses de 1938, se emprendió la reorganización militar.

Funcionaba un solo Ministerio de Defensa, el mismo general Rojo decía que existían cinco ejércitos republicanos independientes y paralelos: Tierra, Mar, Aire, Carabineros y Seguridad.

La intendencia, sanidad y transporte actuaban sin coordinación y el gobierno trató de unificarlos y de militarizar los puertos, los ferrocarriles y la industria de guerra, lo cual generaría graves problemas políticos.

Esta reorganización llegaba tarde, porque Franco ya había acumulado grandes ventajas. El ejército Popular había mejorado seriamente y sus unidades de maniobras podían medirse con las enemigas. Sin embargo, el grueso de sus efectivos todavía acusaba graves deficiencias, sobre todo por la escasa calidad de muchos mandos medios e inferiores.

La república contaba con generales, pero estaba falta de cuadros. Militantes y sindicalistas entusiastas se habían convertido en jefes de batallón o de compañía que, a veces, no sabían leer un plano o desobedecían las órdenes porque no estaban de acuerdo con la tendencia política del mando superior. Sobre todo, faltaban buenos sargentos, capaces de contener, animar y conducir a la tropa en los momentos críticos. También escaseaban los técnicos de Estado Mayor y, especialmente, los pilotos de caza, pues muchos de ellos eran aviadores novatos que resultaban derribados en sus primeras salidas, lo que provocaba muchas bajas, difíciles de repones porque las escuelas de pilotos estaban en la lejana Unión Soviética.

Un ejército en operaciones necesita suministros garantizados y el apoyo de una sólida retaguardia. Las armas y municiones llegaban desde la lejana URSS intermitentemente porque las expediciones dependían de la política de Stalin, los controles del comité de No Intervención y la viabilidad de la frontera francesa. De modo que los vaivenes en el suministro resultaban frecuentes y faltaban armas o municiones en los momentos más delicados.

La población civil estaba desmoralizada por el hambre, los bombarderos y las sucesivas derrotas. Las informaciones del frente comunicaban una sucesión de catástrofes. Durante el invierno último, la conquista de Teruel, que entusiasmó a la España republicana, acabó por desembocar en una hecatombe. En las comarcas próximas al frente y en las tierras cercanas al Mediterráneo, la aviación de los nacionales se cernía como una amenaza constante e imparable. La población de la retaguardia republicana recibía también la angustia de los numerosos desplazados por la guerra. En Cataluña, sus tres millones de habitantes convivían con un millón de refugiados. Difícilmente los soldados del frente podían recibir ánimos desde su retaguardia.