4 CISNEROS Y LA ECONOMÍA

Al trazar la semblanza del cardenal Cisneros se suelen destacar, con razón, facetas significativas: el prelado reformador, el inquisidor, el humanista, el mecenas, el estadista…, pero a veces se olvida apuntar el interés que tuvo para las actividades de tipo económico. Sin embargo, Cisneros nunca dejó de preocuparse por aquellos aspectos que eran de singular trascendencia para la existencia cotidiana del pueblo llano y en la vida de la nación. Como prelado responsable de un territorio tan extenso y poblado como la diócesis de Toledo, y como gobernador del reino en dos ocasiones, Cisneros se creyó en la obligación de intervenir directa o indirectamente en aspectos que, a primera vista, parece que se situaban fuera de su ámbito habitual.

En los primeros años del siglo XVI, la coyuntura era preocupante. Una serie de malas cosechas tiene como efecto el encarecimiento rápido del trigo y demás cereales (centeno, cebada). Como ocurre casi siempre en las sociedades del Antiguo Régimen económico, la escasez de trigo provoca hambre, mortandad, epidemias de peste: los organismos mal alimentados son pasto de enfermedades contagiosas. Esto es lo que se produce a partir de 1501, sobre todo en Andalucía, pero con repercusiones en toda Castilla. No basta la tasa del trigo que decretan los reyes en 1501: los regatones aprovecharon las circunstancias para comprar trigo y almacenarlo cuando los precios estaban bajos a fin de venderlo con creces una vez superada la crisis, de modo que la tasa no consiguió los objetivos deseados —asegurar el abastecimiento a precios razonables—, sino que contribuyó a paralizar el comercio cerealista, provocando así mayor marasmo. «La tasa, buscando la baratura en los mantenimientos, había desvalorizado los productos del campo y ahuyentado la venida del trigo de fuera[201]». La tasa fue suprimida en 1506, pero la crisis siguió causando estragos en la economía y en la población.

No solo fueron las malas cosechas las que dieron inicio a unos años de dificultades mayores. En la primera década de la centuria se añadieron a dicha situación una serie de catástrofes naturales —sequías, lluvias, terremotos…— y también las consecuencias de la crisis política que atravesaba Castilla en 1504-1506: enfrentamiento de bandos rivales en las ciudades, ambiciones y alborotos de los grandes y señores, luchas por el poder en la cumbre del Estado; todo ello estaba creando las condiciones previas de una guerra civil como la que había conocido Castilla antes de 1475. Así se llega al fatídico año de 1507, cuando aparecen «las tres lobas rabiosas» de las que habla el cronista Alcocer[202]: el hambre, la guerra y la peste. La presión fiscal contribuye a agravar la situación. Tenemos una carta de Gonzalo de Ayora, futuro comunero, al secretario Miguel Pérez de Almazán, fechada en Palencia el 16 de julio de 1507, en la que leemos frases premonitorias: la gente menuda ya no puede contribuir en todas las exacciones fiscales exigidas; el pueblo muestra inmenso descontento contra el rey Fernando; hora es ya de tomar las medidas apropiadas para salir del paso «y no se dé a diez lo que pertenece a ciento»; de no proceder así, se puede provocar un derramamiento de sangre[203]. O sea, que ya en 1507 Gonzalo de Ayora contempla la posibilidad de una revuelta armada. Después de estos años trágicos, asistimos a una bajada de los precios entre 1510 y 1515, tanto más espectacular cuanto que es la única de toda la centuria; depresión seguida inmediatamente por una subida impresionante de los mismos precios que alcanza su punto máximo en 1521. Era lógico que el arzobispo de Toledo se interesase por la suerte de sus ovejas y que el gobernador atendiese a fomentar la economía de la nación. A la primera preocupación se deben las reformas para mejorar la situación local con medidas apropiadas; a la segunda, programas de mayor envergadura destinados a suplir o corregir los fallos de la política económica seguida hasta entonces.

LOS PÓSITOS

Cisneros siempre se interesó por la villa y los vecinos de Alcalá. Procuró fomentar las actividades artesanales, por ejemplo, favoreciendo la instalación de grupos de moriscos granadinos a los que facilitó el desplazamiento, casas, tierras, semillas, vestidos y dinero[204]. Además, tomó algunas iniciativas, al parecer sin gran resultado, según narra Alvar Gómez, para introducir innovaciones que le parecían oportunas. Por ejemplo, pensó hacer obra útil en Alcalá plantando encinas en las colinas situadas al sur de la villa, de modo que los vecinos pudieran alimentar allí cerdos y abastecerse de leña en invierno, pero los vecinos prefirieron que los terrenos quedasen sin árboles y sirviesen como pasto a sus ovejas… Mayor interés presenta la creación de pósitos como manifestación de previsión económica y ejemplo de una política de abastos.

Al deseo de proporcionar a la gente menuda —labradores y oficiales, es decir, artesanos, principalmente— el pan de cada día responde la decisión de crear cierto número de graneros o silos, o pósitos, como se los llamaba comúnmente, en los que se almacenasen reservas y excedentes que serían utilizados en los años de escasez. Se trata de una medida con larga tradición en la historia. A finales del siglo XVI, en su obra más conocida, Política para corregidores, Castillo de Bobadilla, al recomendar usar de aquel recurso[205], recordaba que ya se conocían edificios de este tipo en el antiguo Egipto y en Roma. En la península ibérica también los hubo con distintos nombres —pósitos, alholíes, alhóndigas[206]… —, creados a iniciativa de colectividades públicas o privadas como práctica de asistencia pía a los necesitados[207]. Dentro de aquel dispositivo entran los cuatro pósitos levantados por el cardenal Cisneros en Alcalá, Toledo, Torrelaguna y Cisneros[208]. Al parecer, el primero fue el de Alcalá, fundado con fecha 13 de febrero de 1513 para atender a las «necesidades del estudio y pobres del común[209]»; en la plaza principal se puso un letrero que rezaba: «Que llueva mucho o poco, en Alcalá abunda el trigo en cualquier tiempo[210]». Poco después debieron de crearse los pósitos de Toledo, Torrelaguna y Cisneros. En Toledo, el regimiento decidió agradecerle al arzobispo su atención y mandó que, después de su muerte, cada año, el primer día después de la fiesta de San Francisco, en la capilla mozárabe de la catedral, se dijera una misa por su alma[211]. El 7 de diciembre de 1514 el ayuntamiento de Torrelaguna tomó posesión del pósito que Cisneros mandó edificar en la plaza Mayor; es actualmente la sede del ayuntamiento, pero durante mucho tiempo el edificio fue conocido como la Casa del Pósito o de los Graneros[212]. También Torrelaguna dejó constancia de su agradecimiento con la siguiente inscripción: «Esta casa y graneros edificó el ilustrísimo y reverendísimo señor Don Frai Franc. Ximez de Cisns., cardenal de España, arçobispo de Toledo y gobernador destos reinos e natural desta villa, el cual dexó en ella VM fanegas de trigo en depósito para siempre para el tiempo de necesidad de pobres y viudas en el año de MDXV años». Aquellos pósitos tenían sus estatutos, con una serie de disposiciones destinadas a evitar los fraudes y los estragos. En Alcalá, Cisneros «dejó ordenado que las llaves del [pósito] tuviese un señor colegial mayor y un regidor, de suerte que sin estar los dos presentes no se pudiera hazer el repartimiento[213]». Algo semejante se manda en Toledo:

tengan un arca con tres llaves, las cuales tenga la justicia y un regidor y el escribano del ayuntamiento para que allí se echen los maravedis que se hicieren y vendieren del dicho pan. Otrosí, que si el dicho pan se comiere de gorgojo, o se comiere de ratones o recibiere otro daño porque se haya menester de traspasar o renovarlo o hacerlo otro beneficio, que el dicho mayordomo lo haga luego saber a la dicha villa para que lo manden proveer y remediar como conviniese.

FOMENTO DE LA AGRICULTURA

Cisneros no se interesa solamente por la espiritualidad y el humanismo; también se preocupa por todo lo que puede contribuir a mejorar la suerte de sus compatriotas y, de modo particular, por el modo de cultivar los campos y todo lo que se refiere a la vida rural[214]; las primeras actividades nutren el espíritu, las segundas los cuerpos[215].

Había en Alcalá de Henares tres hermanos, naturales de Talavera, hijos de un labrador acaudalado y culto llamado Lope Alonso de Herrera. Los tres estaban muy bien dotados, pero cada uno tenía gustos y dedicaciones diferentes[216]. Al mayor, Hernando Alonso de Herrera (c. 1460-c. 1527), catedrático de Retórica y Gramática en Alcalá (1509-1512) y luego en Salamanca (1518), se le conoce como uno de los primeros humanistas que, en España, se atrevieron a romper lanzas contra el aristotelismo[217]. El segundo, Lope, fue músico eminente y llegó a ser organista de la capilla de San Ildefonso. El tercero, Gabriel Alonso de Herrera, escribe Alvar Gómez, salió «sabihondo en el arte geopónica» (Geoponicae artis callentissimus), es decir, en todo lo que se refería a agricultura y agronomía[218]. A este le encargó Cisneros que compusiera un tratado de agricultura en lengua vulgar para uso de los campesinos de la diócesis de Toledo[219]. El libro (Agricultura general que trata de la labranza del campo y sus particularidades…) se publicó en 1513 y ha tenido muchas reediciones hasta la época contemporánea[220]. Herrera no se limita a citar y comentar a los autores que, en la Antigüedad, escribieron sobre agricultura (Varrón, Columela, Virgilio, etcétera). Pretende hacer obra original[221] partiendo de dos clases de argumentos, fundados los unos en la «autoridad» —los clásicos de aquel tipo de literatura—, los otros en la «natural razón y esperiencia». En efecto, Herrera suele acudir a la observación —muchas veces incluso a lo que él ha visto personalmente— para confirmar, matizar o desmentir lo que se lee en los autores más famosos[222]. A veces, no duda Herrera en censurar algunas costumbres de España, como las corridas de toros[223].

En el prólogo dedicado a Cisneros, Herrera refuta la crítica que muchos debieron de hacer: ¿de qué puede servir un libro que se dirige principalmente a labradores que, por lo general, no saben leer[224]? Herrera rechaza «tan frívolas razones» y responde con Plinio: «no hay libro tan malo que en alguna parte no sea provechoso, siquiera para ocupar los ociosos algún poco de tiempo, para que no ejerciten vicios de donde suelen resultar muchos escándalos y pecados». Continúa Herrera con un argumento que está muy en consonancia con el humanismo cristiano del arzobispo de Toledo y de sus protegidos: «Esto entiendo yo con que no sean libros de doctrinas heréticas, ni reprobadas, ni tampoco fábulas ni mentiras que despiertan y avivan a pecar, que los habían de quemar con sus autores», frases que recuerdan las censuras de Juan de Valdés, de Melchor Cano, de fray Luis de León y otros a propósito de las novelas de caballerías y de los libros mentirosos… Herrera insiste sobre todo en un aspecto que, en aquellos años finales del reinado de los Reyes Católicos, debió ser del agrado de Cisneros: la alabanza no precisamente del campo en general, sino de la agricultura:

Esto me puso codicia de escribir este libro, demás de habérmelo mandado V. S. I. a quien con toda mi posibilidad siempre deseo servir y obedecer, mayormente en cosa de que, con ayuda de Dios, se seguirá provecho a las gentes, pues a la verdad que no hay ciencia ni arte (hablo de las humanas) más útil y provechosa que este para vivir y alcanzar hacienda sin ofensa de Dios. Labrar el campo es vida santa, vida segura, de sí misma llena de inocencia, y muy agena de pecado; y no sé quien pueda decir ni contar las escelencias y provechos que el campo acarrea: el campo quita la ociosidad dañosa, en el campo no hay rencores ni enemistades, en el campo más se conserva la salud.

La literatura del siglo XVI —pensemos en el éxito del género pastoril, en algunas de las páginas más famosas de fray Luis de León…— ensalzó la vida de los pastores, es decir, la ganadería más que la labranza. Es probable que fuera precisamente esta tendencia la que Cisneros procurara corregir, al darse cuenta de lo que puede considerarse como uno de los fallos de la política económica de los Reyes Católicos: la decidida protección a la ganadería trashumante, a la Mesta, con evidente descuido tanto de la labranza como de la ganadería estante[225]. La ganadería es «la principal sustancia de este reino», habrían sentenciado los reyes, quienes, en 1500, decidieron que el Honrado Concejo de la Mesta estaría presidido desde entonces por el miembro más antiguo del Consejo Real, lo que supone una protección política, jurídica y moral para los ganaderos[226]. ¿Fueron la Mesta y las leyes de Toro sobre los mayorazgos responsables del atraso de la agricultura[227]? Algo de esto debió pensar Cisneros cuando le pidió a Herrera escribir su libro para fomentar aquel sector, más bien descuidado entonces, de la economía castellana.

CISNEROS, PRECURSOR DEL MERCANTILISMO

Al proteger la Mesta y al favorecer la exportación de lanas, los Reyes Católicos dieron la impresión de seguir una política económica contraria no solo a la agricultura, sino a toda la industria nacional. Se oyeron protestas contra la Mesta y acusaciones contra unas orientaciones juzgadas como opuestas al bien público[228]. Pero los labradores no representaban una fuerza capaz de oponerse eficazmente a una política amparada por las más altas autoridades del Estado. Muy distinto era el caso de los manufactureros en su afán por conseguir una protección para la industria nacional.

Desde principios del siglo XV, Castilla se había convertido en una potencia económica de primer orden. Un gran eje mercantil cruzaba la Península de norte a sur, desde la costa vasco-cántabra, Burgos, Valladolid, las ferias de Medina del Campo, Toledo, Cuenca —con apertura hacia Valencia—, hasta Córdoba, Sevilla y la Andalucía atlántica. Dada su situación geográfica, entre la meseta central y los puertos del Cantábrico, Burgos ocupaba un lugar preeminente en el negocio internacional; sus mercaderes disponían de factores y corresponsales en todas las grandes plazas de Europa (en Francia —Burdeos, La Rochela, Nantes, Ruán—, en Flandes —Brujas—, en Inglaterra, en Italia…); por sus métodos novedosos (compañías de comercio, contabilidad en partida doble, letras de cambio, seguros…) competían con éxito con los mayores negociantes europeos[229]. Activos y emprendedores, los burgaleses consiguieron en 1494 la creación de un consulado que les garantizaba una especie de monopolio del gran comercio lanero. De hecho, los burgaleses se adueñaron de la ruta del norte, la que llevaba la lana castellana a Flandes, mientras los genoveses dirigían sus compras hacia los puertos del Mediterráneo.

La lana de Castilla se exportaba a Flandes y a Italia. En aquellas comarcas, se elaboraban con ella paños y tejidos que, en parte, compraban los castellanos, favoreciendo así la fortuna de los burgaleses y genoveses, al mismo tiempo exportadores e importadores, situación que pronto suscitó protestas por parte de los «hacedores de paños», es decir, los artesanos de la meseta norte (Zamora, Ávila…), que trabajaban una materia más bien basta y fabricaban paños de poca calidad, y los de Segovia, Cuenca, Toledo, Ciudad Real, Murcia, Córdoba, Sevilla, Baeza, Úbeda…, vendedores de paños finos de primera calidad, algunos de ellos destinados a la exportación. En 1462, para satisfacer en parte a estos últimos, se había prohibido exportar más de las dos terceras partes de la lana producida en Castilla; el resto estaba en principio reservado a la industria nacional. Ahora bien, los manufactureros se quejaban por dos motivos:

1) porque no siempre se respetaba el cupo destinado a la industria nacional.

2) porque los exportadores se llevaban la lana de mejor calidad, con lo cual ellos no podían elaborar productos finos y cotizados en el mercado.

Las protestas arreciaron después de la muerte de la reina Isabel (1504) y parece que consiguieron resultados significativos. La batalla principal se dio en torno a la cantidad de lana destinada a la industria nacional. En este punto, la muerte de la reina Isabel no fue buena señal para el Consulado de Burgos, quien, ya en 1505, elaboró un memorial con un título que lo dice todo: Memorial del Prior e Cónsules de los ynconbenientes que se syguen de tomar los pañeros la tercia parte de las lanas que los mercaderes tienen compradas[230]. Pero los productores acabaron obteniendo satisfacción. Un texto del 8 de abril de 1514 exige que se aplique estrictamente la ley de 1462, reservando por lo menos la tercera parte de la producción de lana a la industria nacional. El preámbulo del documento es muy explícito:

Por parte de las personas que entienden en el obraje de los paños en estos mis reinos y señoríos me fue fecha relación por su petición, diciendo que, a causa que muchos mercaderes e tratantes, así destos mis reinos como de fuera dellos, tienen por costumbre de comprar la mayor parte de las lanas que se desquilan de los ganados que hay en estos mis reinos […], ellos no hallan a comprar las lanas que han menester para sus obrajes e que por esto dejaban de hacer e labrar mucha cantidad de paños, de que redundaría mucho provecho y utilidad a los vecinos de las ciudades e villas e lugares donde se hacen y labran los dichos paños y aun habría en estos mis reinos mucho más número de personas que entendiesen en el dicho obraje de los que agora hay[231]

Así pues, ya en vida del rey Fernando, gobernador de Castilla, empezaba a ponerse en marcha una política proteccionista. Hacia 1514 se introdujeron restricciones a la importación indiscriminada de tejidos extranjeros al exigirse que estos respondieran a las mismas condiciones de calidad que se imponían a los tejidos elaborados en Castilla[232]. A pesar de las derogaciones que obtuvieron los burgaleses —importadores de paños a la vez que exportadores de lanas—, se trataba de un paso a favor de una política proteccionista. Cisneros mantuvo esta política en 1516, defraudando así las esperanzas de los burgaleses: estos confiaban en que el nuevo monarca, que reinaba a la vez en Castilla y en Flandes, favoreciera la exportación de lanas para no privar a sus vasallos flamencos de la materia prima necesaria para sus talleres. Tal fue el argumento principal que los burgaleses presentaron a Adriano de Utrecht[233] y este, convencido de que iba a gobernar en nombre de don Carlos, lo acogió favorablemente. Pero Cisneros se impuso como único gobernador y las promesas de Adriano quedaron sin efecto.

El hecho no pasó inadvertido: Cisneros parecía un estadista decidido a romper con aspectos significativos de la política económica anterior y fomentar otra más conforme con los intereses de Castilla. Así lo entendieron, en 1516, dos observadores —un siglo después se hubiera dicho arbitristas—, Pedro de Burgos y Rodrigo de Luján, que, en sendos memoriales, analizaron la situación y propusieron alternativas. No se sabe mucho de ellos salvo que eran hombres de la Meseta, vallisoletano —y futuro comunero— el primero, madrileño el segundo[234]. Los dos ponen sus esperanzas en Cisneros.

Pedro de Burgos encabeza su memorial con un elogio del arzobispo de Toledo: «Viendo cómo, no sin causa, Vuestra Señoría es gobernador destos reinos y que asimismo no pequeño deseo ha tenido y tiene de enriquecer y noblecer estos reinos y señoríos y dar orden para que las maldades y cosas indebidas no hayan efecto…». Más adelante pide que se prohíba terminantemente la exportación de la lana de mejor calidad, la de Cuenca y la de Molina; «la causa es que, vedando estas dichas lanas, se harían tantos paños y buenos que, mediante Dios, creo que de allá [Flandes, Italia] no vendrán mejores paños que acá se hacen». A continuación, critica Pedro de Burgos la política seguida en Castilla: se vende la materia prima y se compran productos elaborados con aquella misma materia, dejando a los extranjeros los beneficios de la transformación. Esta es la causa por la que hay mucha riqueza en naciones extranjeras y mucha pobreza en Castilla: «a la hora que no entren paños se excusaría de sacar del reino cada año doscientos cuentos [millones de maravedís] y vendrán a estos reinos oficiales extranjeros […]. Digo que Castilla, en el trato de los paños, había de ser Flandes y della se había de abastecer Flandes y Francia y otros diversos reinos y señoríos[235]».

Rodrigo de Luján comparte la admiración de Pedro de Burgos por Cisneros: «Agora ha placido a Dios poner la gobernación destos reinos en manos de Vuestra Reverendísima Señoría, que su fin y santo propósito es conservarlos y enriquecerlos y acrecentarlos, teniendo siempre celo al servicio de Dios y bien común». Rodrigo de Luján parte de una cuestión planteada en las últimas Cortes: ¿cómo impedir que salga dinero del reino? La solución está en la puesta en marcha de una política proteccionista:

La causa de salir la moneda fuera destos reinos, a mi parecer, procede de que valen mucho las mercaderías que entran en ellos y poco las que salen, de manera que, vendidas las mercaderías que meten, a los mercaderes les sobran grandes caudales que en estos reinos no hay mercaderías en que los pueden emplear […]. De necesidad buscan vías y formas cómo los llevan fuera del reino a emplear en mercaderías que vuelvan al reino, en que ganen […]. Y una de las principales mercaderías que sacan es lanas, y esta es al reino tan perjudicial que sería harto mejor que no la sacasen […]. Así que, teniendo la materia en estos reinos, llévanla a otros para que le den la forma y quitan el modo de vivir a los naturales y danlo a los extraños […]. Así que, conociendo que el daño procede de valer mucho las mercaderías que entran y poco las que salen, paréceme que el remedio sería proveer que no entren en el reino aquellas cosas de que menos necesidad hay[236].

Pedro de Burgos y Rodrigo de Luján señalan como nefasta la política seguida hasta entonces, una política que, al favorecer la exportación de lana y la importación de productos manufacturados, condena a plazo a Castilla a una situación que hoy llamaríamos de subdesarrollo. Para ellos, la solución sería prohibir las importaciones innecesarias (artículos de lujo, productos que se pueden fabricar en el país), prohibir asimismo la exportación de materias primas y, al contrario, incrementar la producción y la venta de bienes nacionales, con lo cual se crearían puestos de trabajo en Castilla y se fomentaría la riqueza de la nación. Estos autores no eran, en aquellos años, los únicos en llamar la atención sobre lo que ellos consideraban una política que perjudicaba los intereses de Castilla. Algunos observadores extranjeros pensaban lo mismo. En 1495, Francisco de Prato, mercader lombardo afincado en España, analizaba con lucidez una situación que le parecía un disparate: los castellanos sacan lanas para Flandes y en Flandes compran paños elaborados con las mismas lanas, paños que podrían muy bien fabricarse en España. En 1512, Francisco Guicciardini, embajador de Florencia, viene a decir lo mismo: los castellanos envían al extranjero la materia prima —lana y seda— que producen en su territorio y la vuelven a comprar después de transformada[237]. Estamos ante un claro anticipo de lo que observará Luis Ortiz en su famoso Memorial de 1558: los extranjeros pagan quince reales —o sea, 510 maravedís— por una arroba de lana; esta arroba la manufacturan en paños, tapices, etcétera, y la venden a los castellanos por quince ducados —o sea, 5625 maravedís—[238]. La solución para Luis Ortiz, como para Pedro de Burgos y Rodrigo de Luján, era incrementar las exportaciones que pudieran resultar beneficiosas para el país (productos manufacturados, artículos de lujo) y prohibir tanto la exportación de materias primas como la importación de aquellos productos que se podrían elaborar en el interior. Estos son los puntos esenciales de la doctrina llamada mercantilista, es decir, el conjunto de ideas políticas o económicas que se desarrollaron durante el Antiguo Régimen y que se caracterizan por una fuerte intervención del Estado en la economía; se trata de tomar una serie de medidas tendentes a unificar el mercado interno, teniendo como finalidad la formación de un Estado-nación lo más fuerte posible. ¿Compartía Cisneros aquellas opiniones? Es difícil probarlo. Lo que sí está fuera de duda, como hemos visto en el capítulo anterior, es que, para él, el Estado debía intervenir directa o indirectamente siempre que se tratara de hacer prevalecer el bien común y el interés de la nación. Por lo tanto, lo que recomendaban los «mercantilistas» no podía ser sino de su agrado.

LOS ENCABEZAMIENTOS

Cisneros no descuidó la fiscalidad del reino, tan necesaria para darle al Estado los medios para cumplir sus misiones: defender la nación contra posibles enemigos, mantener el orden público y la justicia, promover el bien común. De ahí el interés con el que siempre trató los problemas hacendísticos.

El sistema fiscal de Castilla, tal como funcionaba a principios del siglo XVI, descansaba sobre dos pilares: los servicios y las alcabalas. Los servicios —ordinarios o extraordinarios— presentaban dos inconvenientes: requerían el consentimiento de las Cortes y solo los pagaban los pecheros; los privilegiados —hidalgos y clérigos— quedaban exentos. En cambio, la alcabala —impuesto indirecto sobre el consumo: más o menos el 10% de las compras y ventas— no necesitaba un voto de las Cortes y la pagaban todos, los hidalgos lo mismo que los pecheros[239]; su rendimiento era mayor que el de los servicios. La recaudación de las alcabalas se hacía, o bien por vía de arrendamiento, o bien por vía de encabezamiento. En el primer caso, unos hombres de negocios adelantaban al fisco real las cantidades que se esperaban y se encargaban luego de resarcirse, cobrando, además de las alcabalas, sumas elevadas so pretexto de que tenían que cubrir sus gastos y prever los riesgos de la operación. Este sistema implicaba, pues, exacciones y abusos sobre la población y, por lo tanto, suscitaba descontento y protestas. Por eso, se acudía a veces a otro sistema, el encabezamiento, por el que se repartía la cantidad a pagar en determinado distrito entre todos los vecinos; se evitaban así extorsiones y abusos: eran los concejos municipales, no los hombres de negocios, los que gestionaban la recaudación, y realizaban una negociación individualizada de la carga fiscal de cada localidad, adaptándola a la situación del momento; desaparecían de este modo muchas tensiones sociales, ya que la recaudación venía a ser cosa de las élites locales.

Cisneros optó por el sistema de encabezamiento. Lo hizo, como lo explicó su secretario Varacaldo, porque con ello pensaba aliviar la situación de la parte más pobre de la población:

Todos estos reynos eran muy danificados y muy fatigados de arrendadores y la hazienda del rey en poder dellos no estaba segura y hazíanse mill pérdidas en la hazienda del rey. Y por que esta estouiese segura y por escusar los robos de los arrendadores y las estorsyones que hazían en los cohechos que hazían en los pueblos, principalmente a la gente menuda, acordó el cardenal, no perdiendo el rey de su hazienda, de encabezar todas las más rentas que pudo[240].

La decisión de Cisneros fue muy criticada por los consejeros del rey, que, de esta forma, perdían influencia y dinero[241]; abiertamente esgrimían un argumento de peso: el encabezamiento representaba una baja importante para el fisco real[242]. Una cédula del 30 de diciembre de 1517 es, desde este punto de vista, muy significativa:

Por quanto yo soy informado que el Cardenal de España, ya difunto […], sin nos lo consultar y sin haber para ello nuestra licencia, mandó encabezar muchos partidos de nuestras rentas[243], […] y que, en muchos de los dichos partidos y rentas que se encabezaron, se hazía y se ofrecían de hacer grandes pujas por algunos recaudadores y personas que nos querían servir y que, sin embargo de las dichas pujas, mandó que se encabezasen y fueron encabezados en muy menores precios de lo que se pujaban.

A continuación, el rey manda anular los encabezamientos decididos por Cisneros. Pero las Cortes de Valladolid del año siguiente de 1518 le obligaron a respetar lo que había ordenado Cisneros[244].

Se desprende de esta cédula que, al encabezar varias rentas, el cardenal gobernador actuó por iniciativa propia, sin el acuerdo previo del rey. En aquella operación, algo perdió la hacienda real, pero los que perdieron más fueron los hombres de negocios, eventuales arrendadores defraudados y sus valedores cortesanos, situados en la cumbre de la administración y dispuestos a toda clase de cohechos con tal de satisfacer su codicia. Parece claro que Cisneros pensaba en realizar un encabezamiento general[245]. La fiscalidad no era más que uno de los ejes de su política, una política que, como hemos dicho, suponía una clara ruptura con las costumbres vigentes y con las que iban a prevalecer con los Austrias. Esta política está conforme con el ideario que comentamos antes. Se refiere a la res publica y al bien común y supone la intervención del Estado y de sus agentes. Es lo que se ha denominado mercantilismo, y que, en la Francia de Luis XIV, se llamó colbertismo porque fue Colbert el ministro que la puso en práctica con tesón y energía: el intervencionismo del Estado tiene como objetivo conseguir la prosperidad de la nación, no favorecer los intereses particulares de una minoría de privilegiados.