Catorce

REGRESO A FENNERS POINT

I once started out

to walk around the world

but ended up in Brooklyn.

LAWRENCE FERLINGHETTI,

A Coney Island of the Mind

(Brooklyn Heights, 17 de abril de 2008)

Cada vez pienso más en la muerte, Ness, ya sé que es un coñazo hablar de eso, pero es que no es fácil evitarlo cuando ves que los amigos van cayendo como moscas, dejándote más solo que la una. Claro que en mi caso eso es normal. ¿Sabes qué edad tengo? Exactamente, ochenta y seis años, nací en el 22, no sé cómo te puedes acordar. Los negocios bien, los legales y los otros, a ti no me importa hablarte así, eres de la familia. Ahí tienes a Raulito, que tanto me preocupaba, ganando una pasta gansa. Todo el mundo acude a él porque saben que es honrado a carta cabal. Mis hijas están bien las dos. Camila dejó a su marido y ahora está con un empleado de banca. Viven en Tulsa. Wally era un gilipollas con todas las letras, en eso le doy la razón a ella. La otra, Teresita, está soltera, ésa sí que es inteligente. Da clases de ciencias naturales en un colegio privado de Baltimore. Tú no has llegado a conocer a ninguna de mis hijas, ¿verdad? A Vincent sí, ya la lo sé. De él te iba a hablar precisamente. Como no voy a durar mucho me preocupaba lo que pudiera pasar con el bar. Llegó un momento en que creí que no iba a tener más remedio que traspasarlo, o peor aún, venderlo. Hubiera sido la muerte del Oakland, pero al final ha habido suerte. Se lo va a quedar Vincent, ¿qué te parece? También se divorció y ha decidido venirse para Brooklyn. No hay mal que por bien no venga. Ha liquidado el negocio que tenía en Rochester. Borrón y cuenta nueva. Él va a ser quien lleve el Oakland cuando falte yo, porque el Oakland tiene que seguir, como la vida. Mi mujer, Carolyn, está como una rosa. Es catorce años más joven que yo, o sea que tiene cuerda para rato. Lo malo es que me quedé sin Víctor, mi edecán. Se volvió para Puerto Rico, a Ponce. ¿Ah, no lo sabías? Pensé que te lo había dicho. Pues sí, allí está, ha vuelto a sus orígenes, normal. Por cierto, que se casó y tiene un par de criaturas. ¿Y a que no sabes lo que ha hecho? Ha abierto un bar. ¿Y sabes qué nombre le ha puesto? Sí, hijo, sí, exactamente. Oakland. Así que nada, mi bar también ha tenido descendencia. Los vamos a tener que numerar, como hacían antes los reyes y ahora los magnates, Carlos V, Henry Ford III, Oakland II. No sabes lo que echo de menos a Víctor. Fue un descubrimiento de Gal, ya sé que lo sabes de sobra, perdona que me repita, los viejos somos un coñazo. En fin, ahora tengo otro ayudante, Danny, pero no hay color, no lo digo porque sea blanco, perdona el chiste. Lo digo porque es un inútil, para qué andarnos con rodeos, aunque le he cogido cariño y lo acepto como es. Así es la vida, uno se va haciendo tolerante, y si no da igual. Como dice el refrán, a la fuerza ahorcan. El Oakland, bueno, un pelín desangelado. Me quedan los de siempre, un hatajo de colgados, pero si los acogí de jóvenes, no los voy a echar ahora que están para el arrastre. Nunca han tenido dónde ir, el Oakland ha sido la única casa que han tenido. Fíjate en Niels, sin ir más lejos. La palmará de codos en la barra. Ése nos entierra a todos, ¿te apuestas algo? Oye una cosa, Ness. ¿Cuándo fue la última vez que te pasaste por aquí? ¡Hostia! Pues entonces te tengo que contar más cosas antes de ir al grano. Vamos a ver, ¿quién queda de tu quinta? Manolito el Cubano se murió de sida en Beth Israel. Fue una muerte horrible. Quería que viniera a verle su madre. Un día Alida y yo lo fuimos a visitar al hospital y se nos pusieron los pelos de punta. Soltaba unos berridos espeluznantes, venga llamarla. Mamá, mamá. La palabra nos taladraba los oídos. Yo me ofrecí a pagarle el pasaje. Averigüé que vivía en Tampa, Florida, de hecho aún sigue allí. Localicé a una hermana suya. Me dijo que la madre no podía venir. Tenía alzheimer. No dijo ni pío de venir ella. Al principio no me metí, no era asunto mío, pero llegó un momento en que se lo pregunté directamente, y me dijo, pues me dijo que no, que había habido cosas entre ellos, cosas feas, que mejor era no menear, así que no insistí. Manolito decía que quería que lo enterraran en Cuba, cuando se muriera Fidel, ya ves. En fin, que le dimos sepultura en el cementerio de Woodside, sí, ese enorme que se ve desde la autopista, ese mismo. ¿Ernie? Se jubiló por fin. Bueno, digo que se jubiló por decir algo. Trabajar, trabaja lo mismo que antes, o sea nada. En su puta vida ha dado un palo al agua. Miento, puede que ahora trabaje más, porque le da por servir copas sin que se lo pida nadie, y antes no había manera de que te hiciera caso. Le pedías algo y te miraba como si te hubieras cagado en su madre. Digamos que se ha pasado de un lado al otro de la barra, en eso consiste fundamentalmente el cambio. Ahora es uno más de la chusma de borrachos. La que sigue igual que siempre es Alida, no sé qué cono hace, pero el caso es que no envejece. Cada vez está más joven, con más marcha y energía, me recuerda a Celia Cruz. La verdad es que no sé nada de nadie que no tenga que ver con el bar. Hay tres o cuatro viejos amigos a los que aún sigo llamando. Eso sí, cada vez menos. Tu caso es distinto, porque eres tú el que llama. ¿A Louise? La verdad es que no la veo nunca. Tampoco es que nos viéramos mucho antes. Era amiga de Gal, si no estaba él por medio, no nos veíamos. Cuando digo que no la veo nunca, quiero decir que nos vemos una vez cada año o año y medio, con un poco de suerte. Otra que tal baila. Está igual que hace veinte años. Generalmente es ella la que me llama, como tú. Siempre me ha caído bien, tipa dura, como me gusta a mí la gente. Se separó de Sylvie, eso lo sabías, ¿no? De lo que igual no estás enterado es de que se ha vuelto para Europa. Sylvie, sí, no va a ser Louise. A ésa no hay quien la quite de aquí. Quién lo iba a decir, después de tantos años. No, a Suiza no, está en París, encantada, disfrutando de la fama, ya ves, también a ella le tocó esa lotería. Con su pan se lo coma. No hombre, no, no pienses mal, me alegro por ella, faltaría más. Louise lo lleva bien, al fin y al cabo fue ella la que decidió cortar. La última vez la llamé yo. Tenía puesto el canal Trece, y de repente dieron un reportaje sobre la República española, y dije, claro coño, si es 14 de abril, y me acordé de Gal. Cuando terminó el programa la llamé. Hice bien, porque me dijo que ella también llevaba todo el día pensando en él. Estuvimos charlando un buen rato. Al final me dijo: Y no te olvides de hacer un brindis por la República. Por la República y por Gal. Así que dije, qué cojones, y decreté barra libre en honor de Gal Ackerman. La mitad de la gente no tenía ni idea de quién era, pero lo de la barra libre les pareció de perlas. No me lo tomé a mal. Lo importante era que brindaran por él, aparte de que había unos cuantos que sí lo habían conocido. Me senté solo en la Mesa del Capitán y entre trago y trago me empezaron a venir recuerdos, así, como en ráfagas. Ten en cuenta que Gal vivió aquí la tira de años. También me acordé de ti, porque te pasaste lo tuyo escribiendo la novela. ¿Cuánto tiempo echaste? Un par de años, sí. Costó trabajo convencerte de que aceptaras un sueldo, ¿te acuerdas? Lástima que al final te quisieras largar. Bueno, lo importante era que terminaras el libro. ¿Te acuerdas, al principio, cuando bajabas con las cajas y echábamos los papeles que no valían al fuego? Cuando te dije que parecíamos el cura y el barbero y a ti te entró la risa. Reconoce que te quedaste extrañado cuando te dije que me había leído el Quijote de cabo a rabo. A Gal le pasó lo mismo, porque yo no he sido nunca de mucho leer. Fue un empeño de mi padre, don José Otero, que en paz descanse. Cuando perdió la vista hacía que le leyeran el Quijote en voz alta. Nos turnábamos para leerle capítulos. Mi madre, mis hermanas, y yo. Lo mejor era ver con que ganas se reía, daba gusto. Al final le cogí el tranquillo también yo. Supongo que si de mí hubiera dependido no lo habría hecho, pero en su lecho de muerte, el viejo me hizo prometerle que lo leería entero, y claro, cumplí mi promesa. Todavía tengo el ejemplar que me regaló. Cuando me pediste que te ayudara con las cajas me acordé de la quema de los libros. Es lo que tiene el libro ese, que uno encuentra en él las cosas que nos pasan en la vida.

¿Qué mosca le habrá picado a este viejo chocho, te preguntarás, para que me ponga una conferencia desde el otro lado del Atlántico, cosa que no ha hecho nunca, y la emprenda a hablar de libros como una cotorra? Ya, ya sé que tú nunca hablarías así de tu amigo Frank. Pues sí señor, te he llamado para hablar de libros, pero ten paciencia, todavía no te voy a decir por qué. Déjame que te cuente las cosas a mi manera. Aparte del Quijote, el único libro que me importa es el de Gal. Bueno, el de Gal y tuyo, porque es de los dos, y también un poco mío, qué coño, aunque yo no haya puesto ni una coma. Y de más gente, porque a fin de cuentas el libro es sobre el Oakland y su personal, de modo que es un poco de todos nosotros ¿o no es así? Bueno, pues por eso te llamo. Sí, por la novela. Ten paciencia, hombre, que en seguida lo vas a entender. El caso es que el otro día, antes de colgar, me refiero al 14 de abril, voy y le digo a Louise que si le apetece pasarse alguna vez por Fenners Point, no tiene nada más que decírmelo, que yo pongo la limousine a su disposición. Le digo a Víctor que la lleve y santas pascuas. No, a Víctor no, perdona, a Danny, ya ves, a veces se me va un poco la olla. Cuando le hice aquel ofrecimiento tardó un rato largo en contestar. Se quedó callada tanto tiempo que le tuve que decir, Louise, sigue usted ahí. Sí, sí, dijo ella. Coño, pensé, sí que le ha enronquecido la voz, y no es que antes la tuviera muy fina. Parecía una hormigonera. Tosió varias veces, una tos mala, esa mujer va a pagar caro lo mucho que ha fumado. Y va y me dice que no, que prefería no ir. Y lo que son las cosas, me quedé cortado. Eso sí que no me lo esperaba. Me dio por pensar que teníamos a Gal abandonado, chorradas, ya lo sé, pero el caso es que al día siguiente, recuerdo perfectamente que era un viernes, llamé a Danny y le dije: Danny, prepárate que mañana nos vamos a Fenners Point. O sea, eso se lo dije el jueves, el viernes es el día que fuimos. No tenía ni idea de dónde quedaba Fenners Point, y es lógico, por qué lo iba a saber si es un lugar dejado de la mano de Dios. Así que se lo expliqué. No había ido ni una sola vez, lo que se dice ni una, ahora me refiero a mí, cuidado. ¿Te das cuenta de por dónde voy? ¿No? Bueno, pues espera, que en seguida lo verás. El caso es que salimos temprano, para evitar el tráfico del fin de semana, que empieza a medio día. No había un alma por la carretera. También es verdad que ahora han construido una autopista, y por la comarcal no circula ya ni dios, se ha quedado obsoleta, como dice Raulito, que siempre ha sido un poco redicho. Tampoco hay vida en los pueblos de la costa, antes se dedicaban a la pesca, pero ahora todo es cosa de piscifactorías de ésas, que los peces saben a goma de borrar. Las han aglomerado hacia la zona este del condado, cerca del río, de lo cual me alegro, así no estropician el litoral. El caso es que el día que fuimos el mar estaba acojonante de bonito. Los bosques de arce estaban preciosos. Y no te lo vas a creer, pero seguía en pie el cartel que dice Cementerio Danés. Al coger el camino que atraviesa el bosque, me vinieron de golpe los recuerdos de aquella tarde. Éramos poquísimos, ¿te acuerdas? Casi nadie. Louise, tú, Víctor y un par de amigos más. Recuerdo que tuve que untar a un concejal de Deauville para que hiciera la vista gorda con lo del entierro, porque con menos de cuarenta horas, quién coño va a conseguir permiso para una cosa así. Me mandó a unos albañiles y me dijo que no me preocupara, que él arreglaría los papeles a cambio de una pequeña cantidad, y todos tan contentos. Luego se me ocurrió que quizá no hubiera hecho falta porque, pensándolo bien, del Cementerio Danés, quién cojones se iba a acordar. Los del consulado hicieron lo que hicieron por lo del naufragio, que salió en toda la prensa. Hasta los del New York Times sacaron una foto en portada, pero luego nada. Los primeros que no se acuerdan son los daneses. Con poner la placa ya cumplieron; en cuanto hubo relevo de diplomáticos, los siguientes ni puto caso. En fin, que cuando fui con Danny hacía un día frío y gris, incluso llovió un poco. Había mar gruesa y el oleaje se estrellaba contra los arrecifes con una fuerza que asustaba. Ese sitio tiene algo de infernal, se entiende que le pusieran la Horquilla del Diablo. Pero espera, que todavía no habíamos llegado allí. Había algunos tramos enfangados y nos costó lo suyo llegar al cementerio. Por dentro todo estaba igual; por lo menos yo no noté ningún cambio. Me gusta Fenners Point. No parece un camposanto, me recuerda el jardín japonés ese de Queens donde me llevaste una vez, con las piedras blancas del recinto, y las tumbas rodeadas de hierba. Sabe dios desde cuándo no pisaba nadie por allí. La cosa es que yo me fui derecho para la tumba de Gal. Me descubrí la cabeza y me quedé callado, pensando, que es mi manera de rendir homenaje a los muertos, porque yo lo que es rezar no sé, nunca he sido religioso. De repente noté algo raro. Sí que había ido alguien por allí, después de todo. Danny estaba sentado encima del muro de piedra. Le llamé y le dije lo que había pasado. ¿Te acuerdas, Ness, de cuando mandé hacer una hornacina para meter el libro? Bueno, yo entonces no fui, aunque me encargué de dejarlo todo arreglado. Le pegué otro toque a mi amigo el concejal, y me dijo que no me preocupara, pagando un poco, no problem, la historia de siempre. Hubo que mandar a los obreros otra vez. Fuisteis Louise y tú, os llevó Víctor, ¿te acuerdas? Después de la obra, la tumba sólo la vi en fotos, aún conservo alguna por ahí. Un trabajo delicado, porque la lápida es delgada de por sí. Y allí se quedó el libro. Bueno, pues ése es el motivo de mi llamada. Alguien se lo ha llevado, Ness, como lo oyes. La novela no está, tiene cojones la cosa. Tardé un poco en darme cuenta porque intentaron disimular el desperfecto, pero el cristal estaba rajado, y no pudieron volver a encajar la cerradura. A saber quién coño ha sido. Alguien que le diera por coger aquella carretera, yo que sé, alguien que no tuviera mucha prisa, o que le molesten las autopistas, un pescador, un colgado, un ecologista… qué sé yo. Basta con que al pasar por allí se fijara en el letrero y le llamara la atención. Con eso ya la hemos cagado. No tengo ni la más remota idea de cuándo habrá sido, puede que semanas, meses o incluso años. No hay manera de saberlo, como no vamos nunca por allí. Te puedes imaginar lo que me jodió. Me puse a hacer averiguaciones entre los que pensé que podían haber ido. La última fue Louise, pero de eso hace varios años. Puede ser que el que ha hecho el estropicio no tenga nada que ver con Gal. Nunca lo sabremos, aunque no tendría ninguna gracia. Quiero decir que si fue alguien que nunca oyó hablar de él, ahora conoce todos sus secretos. Bueno, esto era lo que te quería decir, chico. Siento la mala noticia. Me gustaría hacer algo, pero no se me ocurre qué. No, tú tampoco. ¿Qué ibas a hacer? En un caso así, no hay nada que rascar. En fin. ¿Y tú cómo estás? Cuéntame algo de ti. ¿Cuándo vas a volver por América? No te lo pienses mucho, que al viejo Frankie no le queda lo que se dice mucha cuerda.

6 de mayo de 2008

Esto es la rehostia, Ness, más de un año sin hablar, y ahora cada dos por tres. Eso sí, la llamada de hoy está más que justificada. Agárrate que hay curva. Resulta que ha aparecido la novela, tócate los huevos. Perdona que hable así. No sé qué coño me pasa que cada día digo más tacos. Carolyn dice que ya no me aguanta. ¿Que cómo? Pues me la han mandado por correo, sí, como lo oyes. Tiene cojones la cosa. Estoy en la puerta del Oakland, cuando veo venir a Peter, el cartero. Me entrega la correspondencia habitual y luego me dice que espere, y va y saca un paquete del carrito de lona azul y me lo da. Un paquete grande. Firmo, me voy para el despacho, me siento tranquilamente, voy, lo abro y ahí está, Brooklyn. No me digas que no es la hostia. No, no, en buen estado, teniendo en cuenta la cantidad de años que han pasado. Da la sensación de que no la habían sacado nunca de la hornacina, está bastante bien conservada. Venía acompañada de una nota, pidiéndome disculpas. Sí, va dirigida a mí. Bueno, hay dos notas, la otra es para ti. Coño, pues no sé, no la he leído. Viene en un sobre cerrado. La mía no dice nada de particular. Es una nota a mano. La persona que la escribe me pide disculpas, dice que nada más terminar el libro se puso a indagar para ver si el Oakland seguía existiendo. Como se habla tanto de él en la novela. Cuando comprobó que seguíamos al pie del cañón, aquí mandó la novela, por correo certificado. A mi nombre, claro. Ahora nos conoce a todos. Me da no sé qué cuando lo pienso. No, hombre, viene sin firmar. Lógico, no va a confesar que le ha echado el guante. Bastante ha hecho con devolverlo. ¿Cómo dices? Certificada, sí. Ah, pues tienes razón, el caso es que no me he fijado en el remite, lo siento. Si quieres te lo miro. No, no, lo tengo aquí, conmigo en el despacho. Espera un momento a ver. Esto, sí, aquí está, Samantha Stevens, ni puta idea de quién es. P. O. Box, 221, Nueva York, Nueva York 10021. También venía una nota para ti. No coño, la tuya no la he leído, cómo iba a hacer algo así. ¿Qué dices? Sí claro, también te llamaba por eso, espera a ver. ¿Dónde cojones habré puesto el abrecartas? Ah, ya lo veo. ¿Listo? Bueno, ahí va.