[1973. Poco antes de conocer a Nadia.]
Con Louise, en el estudio de Deauville, bebiendo:
Fue en la Playa del Corsario, en una cueva, la Cueva del Corsario, bueno, en realidad la playa se llamaba así precisamente por la historia de la gruta. Para llegar había que dejar la carretera y bajar por un camino de tierra, que va bordeando los viñedos. De pequeñas íbamos mucho. El lugar se podía visitar de dos maneras muy diferentes. Una con las familias, los domingos y días de fiesta. La otra cuando nos escapábamos del colegio, sin que hubiera ningún adulto vigilándonos. No sé por qué, últimamente me he acordado mucho de Marguerite, aunque no la he vuelto a ver desde que terminó el bachillerato y se fue a estudiar a Lille. Muchas veces me he preguntado qué habrá sido de su vida.
Se sirvió otro whisky y volvió la mirada hacia un lienzo sin terminar. Las grandes manchas de color sugerían una marina. Es un recuerdo de Marguerite. Lo estoy pintando para quitarme de encima la nostalgia. Se me ha ocurrido que a lo mejor me acuerdo de ella por lo que me has contado de Sam Evans. Vete a saber. Espero que no le haya pasado nada, aunque en realidad, dejó de existir entonces. Nunca he vuelto a saber nada de ella.
Dejó de mirar el cuadro y siguió diciendo:
Yo tenía apenas trece años. Los chicos nos pedían que entráramos en la cueva con ellos. Querían que nos dejáramos besar en la oscuridad, tocarnos en las partes prohibidas. Yo no me dejaba. Nos pedían que nos quitáramos la ropa interior. Algunas consentían y se bajaban las bragas. Yo no accedía ni a entrar. Pero aquella vez, con Marguerite, fue distinto. Me lo pidió y dije que sí, espontáneamente, sin pensarlo, sin sentir ningún miedo. Era tres o cuatro años mayor que yo. Estaba en el último curso de bachillerato. Los demás habían entrado ya en la cueva, fuera sólo quedábamos nosotras dos. Entonces me cogió de la mano y me dijo que entráramos, y yo me dejé llevar.