[Fragmento sin datar. Fecha probable de escritura: abril de 1969.]
El grito de guerra de la Cofradía de los Incoherentes era ¡Viva don Quijote! (el mismo santo y seña que utilizaban Hughes, Alzandúa y Moreau en sus cónclaves de París, más adelante hablaré de ellos). Se reunían en un local del Lower East Side llamado El Periscopio y los miembros fundadores eran cinco: David Ackerman (mi abuelo), Felipe Alfau, Jesús Colón, Aquilino Guerra (alias el Tuerto), y Henry Martínez, también conocido como el profesor Ginebra. Aunque había veces que se reunían a solas, por lo general, los Incoherentes traían a las reuniones a uno o más acompañantes. En ciertas ocasiones invitaban a conferenciantes, o daban ellos mismos sus propias charlas. Asimismo organizaban cursillos de la índole más diversa. En mayor o menor medida, los Incoherentes guardaban alguna relación con la literatura. Alfau era novelista, poeta y cuentista, aunque se ganaba la vida trabajando como traductor en un banco; Colón era un periodista de gran talento, aunque para salir adelante no le quedaba más remedio que ejercer una enorme variedad de oficios; por último, mi abuelo era tipógrafo del Brooklyn Eagle. Aquilino Guerra y Henry Martínez hacían sus pinitos literarios a una escala mucho más modesta. Guerra era propietario de una tienda de ultramarinos en la calle 14, donde vendía productos españoles. A quien se prestaba a oírle le contaba que sus artículos de importación eran muy apreciados, en particular las ristras de chorizo picante, para las que le llegaban pedidos de los cuatro puntos cardinales de Estados Unidos. Además era inventor (tenía varias patentes registradas, a cual más absurda), y escribía obras de teatro en verso. El profesor Ginebra era catedrático de historia en una universidad para pobres, en Long Island. Cultivaba un género narrativo de su invención, bautizado por él como Literatura de Viajes Vicarios. Consistía en refundir y retocar libros y artículos de viaje sustituyendo a los protagonistas del relato original por sí mismo y sus amigos. Tenía una lista de unos cuarenta o cincuenta lectores, amigos y conocidos a quienes enviaba por correo sus obras completas, quisieran o no. A nadie le ofendía, aunque eran pocos los que se tomaban la molestia de leer hasta el final aquellas crónicas disparatadas. En una ocasión, un contertulio le pidió que dejara de mandarle sus escritos. No tenemos tiempo de leer con la misma rapidez con que escribes, le espetó, irritado, pero Martínez no se lo tomó a mal. Por aquella época mi abuelo David escribía columnas para el Brooklyn Eagle. Los Incoherentes tenían una sucursal de la cofradía en París. Constaba de cuatro miembros: Alston Hughes, Robert Moreau, Chus Anzaldúa, y un socio satélite, un tal Gilgamés, de quien he logrado averiguar muy poco, salvo que se dedicaba profesionalmente al plagio. Hughes y Moreau eran poetas; el primero era panameño y el segundo, francés. Los dos eran traductores, como también Jesús Anzaldúa, un navarro afincado en Barcelona, que viajaba con mucha frecuencia a París. Anzaldúa era el negativo de Martínez: había viajado a lo largo y ancho del mundo, pero no escribía. Decía que vivía en un estado de espera poética activa, pendiente de que lo llamara la Musa. Depende de ella, decía cuando le preguntaban si pensaba leer algo en la tertulia. Si ella no tiene interés, tampoco yo, bastante tengo con lo mío. En cuanto a los Incoherentes de Nueva York, tres de los cinco socios fundadores eran americaniards (Alfau, Guerra y Martínez). Alfau llegó con su familia a Manhattan a bordo de un transatlántico cuando contaba catorce años de edad. Era catalán de Barcelona, pero se consideraba vasco. Colón lo hizo a bordo de un buque mercante, en calidad de polizón; era puertorriqueño. Guerra era oriundo de un pueblo de Murcia, y Martínez había nacido en Dos Hermanas, muy cerca de Sevilla. El único aborigen era mi abuelo, que era brooklyniano de tercera generación. El espectro político estaba cubierto de un extremo a otro: el puertorriqueño era miembro con carnet del Partido Comunista, mi abuelo pertenecía a un sindicato anarquista; Martínez y Guerra eran de izquierdas, aunque no sabían bien cómo definirse. Cuando Alfau se lo exigió en una tertulia, Martínez se proclamó socialista utópico; Guerra no sabía bien en qué consistía aquello, por lo que de momento no dijo nada, pero cuando terminó la tertulia le pidió a Colón que le explicara qué había querido decir Henry. Cuando consiguió entenderlo decidió declararse socialista científico, por marcar distancias, más que nada, aunque tuvo que esperar a la siguiente reunión para comunicárselo a Alfau. Alfau era de derechas, motivo por el que sus relaciones con los demás Incoherentes eran difíciles en ocasiones, aunque generalmente Jesús Colón sacaba las castañas del fuego cuando las cosas se ponían feas. Sé de las correrías de los Incoherentes por Ben y en menor medida por mi abuelo (no era demasiado proclive a hablar de la cofradía). En el Archivo hay una foto en la que se les ve a los ocho juntos, los cinco de Manhattan y los tres de la célula de París (falta el huidizo Gilgamés). Alfau es blanco, alto, flaco, desgarbado, con bigotillo de galán de cine mejicano. Colón es negro y calvo, y tiene la mirada inteligente y sonrisa franca, de buena persona. Henry Martínez luce una cabellera muy abundante, plateada, peinada hacia atrás. Tiene los ojos pequeños y la nariz afilada, y va vestido con capa negra y bufanda blanca. Guerra es bajo, gordito, calvo; en la foto lleva una especie de guardapolvos. Hughes es mulato y pequeñito, y mira a la cámara con aire insolente. Por alguna razón que Ben no me supo explicar, va disfrazado de india (no de indio) arawak, con trenzas y faldita. Anzaldúa es alto, bien plantado, y tiene cara de vasco. Moreau tiene rasgos caucásicos, porte aristocrático y una calva redonda y brillante. En la foto aparece con un traje gris, de rayas negras, y tiene los pulgares embutidos en los bolsillos del chaleco. Lo de ponerle al grupo el nombre de Los Incoherentes, parece que fue idea de Alfau, aunque siempre hubo disputas muy acaloradas en torno a la autoría.
En el Archivo de Ben se conserva algún que otro escrito de los Incoherentes, así como diversos documentos relacionados con las actividades de la cofradía. Los textos de carácter literario son de Felipe Alfau y de Jesús Colón. Los de mi abuelo David están aparte, con sus demás trabajos periodísticos. Colón escribía con una gracia infinita. Publicaba en periódicos de poca monta, hoy olvidados, y es una lástima que a nadie se le haya ocurrido aún recoger sus artículos en forma de libro, porque son magistrales. De Alfau se conservan dos libros publicados y varios manuscritos, incluida una copia a papel carbón de su primera novela y una carta original que le escribió Mary MacCarthy. Ben me contó que un día Alfau se presentó en El Periscopio y les mostró la carta a los Incoherentes. En ella, Mary MacCarthy se deshace en elogios del manuscrito que Alfau le había hecho llegar. Se titulaba Locos y se publicó en junio de 1936, tres semanas antes de que estallara la guerra civil. Alfau hablaba en un castellano impoluto, levemente arcaico, pero escribía en inglés y cultivaba una estética de corte vanguardista. Su tema único era España. Su primera novela, o lo que fuera, porque no está muy claro qué podía ser aquello, les gustó mucho a los Incoherentes, que la leyeron de viva voz, por entregas. Transcurre en parte en un lugar imaginario, el Café de los Locos, de Toledo. Colón es otra cosa, pero no tiene menos calidad. Es una especie de Fígaro caribeño: crítico, inteligente, y divertidísimo, y a diferencia de su modelo español, en sus escritos siempre hay una nota de optimismo. Me he tomado la molestia de comprobar las cosas que me ha contado Ben acerca de los escritos de Jesús Colón, y todos los datos son de una exactitud pasmosa, incluso los seudónimos y las fechas de publicación de los artículos. Ben asistió a unas cuantas reuniones y recuerda perfectamente la primera vez que su padre lo llevó al Periscopio. De hecho, tras la muerte de David, heredó su carnet de socio.
Lo que voy a contar aconteció a mediados de invierno. En aquella ocasión se encontraban en el local Moreau y Hughes, que habían acudido con unas artistas francesas muy jovencitas, una de las cuales era ni más ni menos que Louise Lamarque. Los Incoherentes celebraban encuentros vanguardistas y aquella tarde habían convocado un acto poético que tenía como objeto tomarse a chirigota a Vicente Blasco Ibáñez. Al novelista valenciano le iba muy bien en Hollywood, pero los Incoherentes decían que se había vendido, lo que para ellos era un pecado imperdonable. En la pared del fondo de la sala, Guerra y Martínez habían puesto un póster con una caricatura de Blasco Ibáñez. Encima, en letras grandes se podía leer TIRO AL BLASCO. Las artistas francesas le habían pintado una diana con los colores de la bandera republicana en la punta de la nariz.
La guerra civil lo cambió todo. Alfau dejó de ir por la tertulia, y tardó muchos años en decidirse a volver. Las noticias que llegaban de España eran inquietantes. Las cosas empezaban a irles mal a los republicanos. Ben acudió a un mitin que dio Ralph Bates, en un hotel de Manhattan. Salió del mitin reafirmado en su decisión inquebrantable de alistarse en la Brigada Abraham Lincoln.