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El problema con Margo Roth Spiegelman era que realmente lo único que podía hacer era dejarla hablar, y cuando se callaba, animarla a seguir hablando, por la sencilla razón de que: 1) estaba indiscutiblemente enamorado de ella; 2) era una chica sin precedentes se mirara por donde se mirase, y 3) la verdad es que ella nunca me preguntaba nada, así que la única manera de evitar el silencio era que siguiera hablando.

Ya en el aparcamiento del Publix me dijo:

—Bueno, veamos. Te he hecho una lista. Si tienes alguna duda, llámame al móvil. Ah, ahora que lo pienso, antes me he tomado la libertad de meter algunas provisiones en la parte de atrás del coche.

—¿Cómo? ¿Antes de que aceptara implicarme?

—Bueno, sí. Técnicamente sí. En fin, llámame si tienes alguna pregunta, pero coge el bote de vaselina que es más grande que tu puño. Hay vaselina pequeña, vaselina mediana y una vaselina enorme, que es la que tienes que coger. Si no la tienen, coge tres de las medianas. —Me tendió la lista y un billete de cien dólares, y me dijo—: Con esto bastará.

La lista de Margo:

—Muy interesantes tus mayúsculas —le dije.

—Sí, creo firmemente en las mayúsculas aleatorias. Las reglas de las mayúsculas son muy injustas con las palabras que están en medio.

No tengo muy claro qué se supone que tienes que decirle a la cajera del supermercado a las doce y media de la noche cuando colocas en la cinta seis kilos de pez gato, Veet, el bote gigante de vaselina, un pack de seis refrescos de naranja, un espray de pintura azul y una docena de tulipanes. Pero lo que le dije fue:

—No es tan raro como parece.

La mujer carraspeó, pero no levantó la mirada.

—Pues lo parece —murmuró.

—No quiero meterme en problemas, de verdad —le dije a Margo al volver al coche mientras se limpiaba la pintura negra de la cara con la botella de agua y los pañuelos. Al parecer solo se había pintado para salir de su casa—. En la carta de admisión de la Universidad de Duke se explicita que no me aceptarán si me detiene la policía.

—Eres demasiado nervioso, Q.

—No nos metamos en problemas, por favor —le dije—. Vaya, que me parece bien que nos divirtamos y todo eso, pero no a expensas de mi futuro.

Levantó la mirada hacia mí, ya con casi toda la cara limpia, y me lanzó una mínima expresión de sonrisa.

—Me sorprende que toda esa mierda pueda parecerte remotamente interesante.

—¿Cómo?

—Ir o no ir a la universidad. Meterse o no meterse en problemas. Sacar un sobresaliente o sacar un muy deficiente en el instituto. Tener o no tener futuro profesional. Tener una casa grande o una pequeña, en propiedad o en alquiler. Tener o no tener dinero. Es muy aburrido.

Empecé a decirle que obviamente a ella también le importaba un poco, porque sacaba buenas notas y por eso al año siguiente entraría en un programa de alto rendimiento de la Universidad de Florida, pero Margo se limitó a contestarme:

—Walmart.

Entramos en el Walmart y cogimos una barra de seguridad para fijar el volante.

—¿Para qué necesitamos la barra? —le pregunté a Margo mientras avanzábamos por la sección de jóvenes.

Margo se las arregló para soltarme uno de sus habituales monólogos frenéticos sin contestar a mi pregunta.

—¿Sabías que, durante casi toda la historia de la especie humana, el promedio de vida ha sido inferior a treinta años? Disponían de unos diez años de vida adulta, ¿no? No planificaban su jubilación. No planificaban su carrera profesional. No planificaban nada. No tenían tiempo para hacer planes. No tenían tiempo para pensar en el futuro. Pero luego las expectativas de vida empezaron a aumentar y la gente empezó a tener cada vez más futuro, así que pasaba más tiempo pensando en él. En el futuro. Y ahora la vida se ha convertido en el futuro. Vives cada instante de tu vida por el futuro… Vas al instituto para poder ir a la universidad, y así podrás encontrar un buen trabajo, y así podrás comprarte una bonita casa, y así podrás permitirte mandar a tus hijos a la universidad para que puedan encontrar un buen trabajo y así puedan comprarse una bonita casa y así puedan permitirse mandar a sus hijos a la universidad.

Me dio la impresión de que Margo divagaba para evitar mi pregunta, de modo que la repetí.

—¿Para qué necesitamos la barra?

Margo me dio un manotazo suave en la espalda.

—Bueno, está claro que lo descubrirás esta misma noche.

Y entonces, en la sección de náutica, Margo encontró una bocina de aire. La sacó de la caja y levantó el brazo.

—No —le dije.

—No ¿qué? —me preguntó.

—No toques la bocina —le contesté.

Aunque cuando iba por la t de «toques», presionó y la bocina soltó un espantoso zumbido que resonó en mi cabeza como el equivalente auditivo de un derrame cerebral.

—Perdona. No te he oído. ¿Qué decías? —me preguntó.

—Deja de t…

Y volvió a tocar la bocina.

Un empleado del Walmart algo mayor que nosotros se acercó.

—Eh, no podéis usarla aquí —nos dijo.

—Perdona, no lo sabía —le contestó Margo con aparente sinceridad.

—Tranqui. La verdad es que no me importa.

Y la conversación pareció zanjada, pero el chico no dejaba de mirar a Margo, y sinceramente no le culpo, porque es difícil dejar de mirarla.

—¿Qué vais a hacer esta noche, chicos? —preguntó por fin el empleado.

—No gran cosa —le contestó Margo—. ¿Y tú?

—Salgo a la una y luego iré a un bar de Orange. Si quieres venir… Pero tienes que dejar en casa a tu hermano. Son muy estrictos con el carnet de identidad.

¿Su qué?

—No soy su hermano —le dije con la mirada clavada en sus zapatillas de deporte.

Y entonces Margo siguió mintiendo.

—La verdad es que es mi primo —le dijo. Se colocó a mi lado, me pasó la mano por la cintura, de modo que sentí cada uno de sus dedos tensos sobre mi cadera, y añadió—: Y mi amante.

El chico miró al techo y se marchó. Margo dejó la mano en mi cintura un instante y aproveché la ocasión para rodearla con el brazo yo también.

—Eres mi prima favorita —le dije.

Sonrió, me dio un golpecito con la cadera y se apartó.

—Como si no lo supiera —me contestó.