18

El sábado, la luz me despertó poco antes de las siete de la mañana. Por increíble que parezca, Radar estaba conectado en el ordenador.

QTHERESURRECTION: Pensaba que estarías durmiendo.

OMNICTIONARIAN96: No, tío. Estoy despierto desde las seis, ampliando el artículo de un cantante pop malayo. Pero Angela sigue en la cama.

QTHERESURRECTION: Ooh, ¿se ha quedado en tu casa?

OMNICTIONARIAN96: Sí, pero mi pureza sigue intacta. Aunque la noche de la graduación… Puede ser.

QTHERESURRECTION: Oye, ayer se me ocurrió una cosa. Los agujeros de la pared del centro comercial… ¿No serán agujeros de chincheta clavadas en un mapa?

OMNICTIONARIAN96: Como una ruta.

QTHERESURRECTION: Exacto.

OMNICTIONARIAN96: ¿Quieres que vayamos? Aunque tengo que esperar a que Angela se levante.

QTHERESURRECTION: Muy bien.

Me llamó a las diez. Pasé a recogerlo en coche y luego fuimos a casa de Ben, porque supusimos que la única manera de despertarlo era con un ataque por sorpresa. Pero aunque cantamos «You Are My Sunshine» delante de su ventana, solo conseguimos que la abriera y nos pegara la bronca.

—No pienso hacer nada hasta las doce —dijo con tono autoritario.

Así que fuimos Radar y yo solos. Me habló un rato de Angela, me contó que le gustaba mucho y que era raro enamorarse unos meses antes de que cada uno fuera a una universidad diferente, pero me costaba prestarle atención. Quería aquel mapa. Quería ver los lugares que había marcado. Quería volver a clavar las chinchetas en la pared.

Entramos en el despacho, corrimos a la biblioteca, nos paramos un momento a revisar los agujeros de la pared y entramos en la tienda de souvenirs. El edificio ya no me asustaba lo más mínimo. En cuanto hubimos recorrido todas las salas y confirmado que estábamos solos, me sentí tan seguro como en mi casa. Debajo de una vitrina encontré la caja de mapas y folletos en la que había rebuscado la noche del baile. La levanté y la apoyé en la esquina de una vitrina con el cristal roto. Radar buscaba cualquier cosa que tuviera un mapa, y yo la desplegaba y revisaba si tenía agujeros.

Estábamos llegando al fondo de la caja cuando Radar sacó un folleto en blanco y negro titulado CINCO MIL CIUDADES ESTADOUNIDENSES. El copyright era de 1972, de la empresa Esso. Mientras desplegaba el mapa con cuidado e intentaba alisar los pliegues, vi un agujero en la esquina.

—Es este —dije alzando la voz.

Junto al agujero había un trozo roto, como si hubieran arrancado el mapa de la pared. Era un mapa amarillento y quebradizo de Estados Unidos, del tamaño de los que hay en las clases, marcado con posibles destinos. Por las arrugas del mapa entendí que Margo no había pretendido que fuera una pista. Era demasiado exacta y segura con sus pistas como para enturbiar las aguas. En cualquier caso, habíamos encontrado algo que no había previsto, y al ver lo que no había previsto, volví a pensar que había previsto muchas cosas. Y pensé que quizá era lo que había hecho en aquella oscura y silenciosa sala. Viajar tumbada, como Whitman, mientras se preparaba para lo que realmente iba a hacer.

Volví al despacho y encontré un puñado de chinchetas en una mesa contigua a la de Margo. Luego Radar y yo llevamos con cuidado el mapa desplegado a la habitación de Margo. Lo sujeté contra la pared mientras Radar intentaba meter las chinchetas por los agujeros, pero tres de las cuatro esquinas se habían roto, y también tres de las cinco localizaciones, seguramente al retirar el mapa de la pared.

—Más arriba y a la izquierda —me dijo Radar—. No, baja. Sí. No te muevas.

Clavamos por fin el mapa y empezamos a cuadrar los agujeros del mapa con los de la pared. No nos costó demasiado ensamblar los cinco puntos. Pero, como algunos agujeros estaban rasgados, era imposible determinar la localización EXACTA. Y la localización exacta era importante en un mapa en el que aparecían los nombres de cinco mil poblaciones. La letra era tan pequeña que tuve que subirme a la moqueta y acercar los ojos a unos centímetros del mapa para intentar descubrir cada población. Empecé a decir nombres, y Radar sacó su ordenador de bolsillo y los buscó en el Omnictionary.

Había dos agujeros sin rasgaduras. Uno parecía ser Los Ángeles, aunque en el sur de California había tantas ciudades juntas que los nombres se solapaban. El otro agujero intacto estaba en Chicago. Había uno rasgado en Nueva York, que, a juzgar por su posición en la pared, correspondía a uno de los cinco distritos de la ciudad.

—Encaja con lo que sabemos.

—Sí —le dije—. Pero, joder, ¿en qué parte de Nueva York? Esa es la cuestión.

—Nos dejamos algo —repuso—. Alguna pista. ¿Dónde están los otros puntos?

—Hay otro en el estado de Nueva York, pero no está cerca de la ciudad. Bueno, mira, todas las ciudades son diminutas. Podría ser Poughkeepsie, Woodstock o el parque de Catskill.

—Woodstock —dijo Radar—. Sería interesante. Margo no es muy hippy, pero lleva ese rollo de espíritu libre.

—No sé —le contesté—. El último está en la ciudad de Washington o quizá en Annapolis o la bahía de Chesapeake. En realidad puede estar en un montón de sitios.

—Ayudaría un poco que solo hubiera un punto en el mapa —dijo Radar con tono sombrío.

—Pero seguramente va de un sitio a otro —le dije.

Emprendiendo su viaje eterno.

Me senté un rato en la moqueta mientras Radar me leía información sobre Nueva York, sobre las montañas de Catskill, sobre la capital del país y sobre el concierto de 1969 en Woodstock. Nada parecía servir. Me sentí como si hubiéramos tirado del hilo y no hubiéramos encontrado nada.

Aquella tarde, después de haber dejado a Radar en su casa, me senté a leer el «Canto de mí mismo» y a estudiar sin demasiado entusiasmo para los exámenes finales. El lunes tenía cálculo y latín, probablemente las dos asignaturas más duras, así que no podía permitirme pasarlas del todo por alto. Estudié casi todo el sábado por la noche y el domingo, pero justo después de cenar se me ocurrió una idea. Dejé un momento de lado las traducciones de Ovidio y encendí el ordenador. Vi a Lacey conectada. Acababa de enterarme de su nick por Ben, pero supuse que la conocía lo suficiente para escribirle un mensaje.

QTHERESURRECTION: Hola, soy Q.

HABITODEPENITENCIA: ¡Hola!

QTHERESURRECTION: ¿Has pensado alguna vez cuánto tiempo tuvo que dedicar Margo a planearlo todo?

HABITODEPENITENCIA: Sí, ¿te refieres a dejar letras en el plato de sopa antes de ir a Mississippi y orientarte hacia el centro comercial?

QTHERESURRECTION: Sí, no son cosas que se te ocurren en diez minutos.

HABITODEPENITENCIA: Quizá la libreta…

QTHERESURRECTION: Exacto.

HABITODEPENITENCIA: Sí. Lo he pensado hoy porque he recordado que una vez, estando de compras, se dedicó a acercar la libreta a los bolsos que le gustaban para asegurarse de que cabía.

QTHERESURRECTION: Ojalá tuviera esa libreta.

HABITODEPENITENCIA: Seguramente la lleve encima.

QTHERESURRECTION: Sí. ¿No estaba en su taquilla?

HABITODEPENITENCIA: No, solo libros de texto perfectamente apilados, como siempre.

Seguí estudiando en mi mesa y esperé a que se conectara alguien más. Al rato entró Ben, y lo invité a una sala de chat conmigo y con Lacey. Hablaron ellos dos casi todo el tiempo —yo seguía traduciendo—, hasta que se conectó Radar y lo invité a la sala. Entonces dejé el estudio por aquella noche.

OMNICTIONARIAN96: Alguien de Nueva York ha buscado hoy a Margo Roth Spiegelman en el Omnictionary.

FUEUNAINFECCIONRENAL: ¿Sabes exactamente de dónde?

OMNICTIONARIAN96: Desgraciadamente, no.

HABITODEPENITENCIA: Todavía hay carteles en varias tiendas de discos. Seguramente ha sido alguien que quería saber quién era.

OMNICTIONARIAN96: Ah, claro. Lo había olvidado. Mierda.

QTHERESURRECTION: Eh, entro y salgo porque estoy con la página que me mostró Radar para trazar rutas entre los lugares que marcó con una chincheta.

FUEUNAINFECCIONRENAL: Link?

QTHERESURRECTION: thelongwayround.com

OMNICTIONARIAN96: Tengo una nueva teoría. Va a aparecer en la graduación, sentada entre el público.

FUEUNAINFECCIONRENAL: Yo tengo una vieja teoría: está en algún lugar de Orlando, manipulándonos y asegurándose de que es el centro de nuestro universo.

HABITODEPENITENCIA: ¡Ben!

FUEUNAINFECCIONRENAL: Lo siento, pero tengo toda la razón.

Siguieron así, charlando de sus Margos, mientras yo intentaba trazar su ruta. Si no pretendía que el mapa fuera una pista —y los agujeros desgarrados parecían indicar que no lo pretendía—, suponía que teníamos todas las pistas que había previsto y mucho más. Sin duda, tenía lo que necesitaba. Pero seguía sintiéndome muy lejos de ella.