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Ben y Radar me dejaron en casa. Aunque no habían ido a clase, no podían permitirse saltarse el ensayo. Me senté un buen rato con el «Canto de mí mismo», y por enésima vez intenté leer el poema entero, empezando por el principio, pero el problema era que son como ochenta páginas, es raro y repetitivo, y aunque entendía todas las palabras, no entendía lo que quería decir en sí. Pese a que sabía que seguramente lo único importante eran los versos marcados, quería saber si el poema era una especie de nota suicida. Pero no entendía nada.

Había leído ya diez confusas páginas cuando me puse tan histérico que decidí llamar al detective. Saqué su tarjeta de unos pantalones cortos del cesto de la ropa sucia. Contestó al segundo tono.

—Warren.

—Hola, hum, soy Quentin Jacobsen, un amigo de Margo Roth Spiegelman.

—Claro, muchacho, me acuerdo de ti. ¿Qué sucede?

Le conté lo de las pistas, lo del centro comercial y lo de las ciudades de papel, le expliqué que desde lo alto del SunTrust Building me había dicho que Orlando era una ciudad de papel, pero no había hablado de ciudades en plural, que me había contado que no quería que la encontraran y lo de buscarla bajo la suela de nuestros zapatos. El detective ni siquiera me dijo que no debía entrar en edificios abandonados, ni me preguntó qué hacía allí a las diez de la mañana de un día de clase. Esperó a que hubiera terminado de hablar.

—Por Dios, muchacho, eres casi un detective. Lo único que te falta es una pistola, una buena barriga y tres exmujeres. ¿Cuál es tu teoría?

—Me preocupa que se haya… bueno, que se haya suicidado, supongo.

—Jamás se me ha pasado por la cabeza que esta chica hiciera otra cosa que escaparse, muchacho. Entiendo lo que me dices, pero recuerda que lo ha hecho otras veces. Me refiero a las pistas. Así le añade un poco de teatro. Sinceramente, si hubiera querido que la encontraras, viva o muerta, ya la habrías encontrado.

—Pero ¿no le…?

—Muchacho, tenemos la mala suerte de que legalmente es una persona adulta y libre, ¿sabes? Permíteme que te dé un consejo: espera a que vuelva. Bueno, en algún momento dejarás de mirar el cielo, o uno de estos días mirarás hacia abajo y verás que también tú has salido volando.

Colgué con mal sabor de boca. Estaba claro que lo que me llevaría hasta Margo no sería la poesía de Warren. Seguí pensando en los versos del final que Margo había marcado: «Que el lodo sea mi heredero, quiero crecer del pasto que amo; / Si quieres encontrarte conmigo, búscame bajo la suela de tus zapatos». En las primeras páginas, Whitman escribe que ese pasto, esa hierba, es «la cabellera suelta y hermosa de las tumbas». Pero ¿dónde estaban las tumbas? ¿Dónde estaban las ciudades de papel?

Entré en el Omnictionary para ver si se sabía algo más sobre la expresión «ciudades de papel». Encontré una entrada enormemente detallada y útil creada por un usuario llamado culodemofeta: «Una Ciudad de Papel es una ciudad con una fábrica de papel». Era el fallo del Omnictionary: las entradas que escribía Radar eran exhaustivas y tremendamente útiles, pero la de ese tal culodemofeta dejaba mucho que desear. Pero cuando busqué en la red en general, encontré algo interesante escondido entre las entradas de un foro sobre propiedades inmobiliarias en Kansas.

Parece que Madison Estates no va a construirse. Mi marido y yo compramos una casa, pero esta semana nos llamaron para decirnos que van a devolvernos la entrada porque no han vendido suficientes casas para financiar el proyecto. ¡Otra ciudad de papel para Kansas! - Marge, Cawker, Kansas.

¡Una pseudovisión! Irás a las pseudovisiones y no volverás jamás. Respiré hondo y me quedé mirando la pantalla.

La conclusión parecía irrefutable. Aunque todo se había roto en su interior y había tomado su decisión, no se permitió desaparecer para siempre, así que había decidido dejar su cuerpo —dejármelo a mí— en una sombría versión de nuestra urbanización, donde se le rompieron los primeros hilos. Había dicho que no quería que cualquier niño encontrara su cuerpo, y parecía lógico que, de todas las personas a las que conocía, me eligiera a mí para encontrarlo. No me haría tanto daño porque para mí no sería nuevo. Ya me había sucedido antes. Tenía experiencia en la materia.

Vi que Radar estaba conectado, y estaba pinchando para hablar con él cuando en la pantalla me apareció un mensaje suyo.

OMNICTIONARIAN96: Hola.

QTHERESURRECTION: Ciudades de papel = pseudovisiones. Creo que quiere que encuentre su cuerpo. Porque piensa que podré soportarlo. Porque encontramos a un tipo muerto cuando éramos niños.

Le mandé el link.

OMNICTIONARIAN96: Cálmate. Espera a que vea el link.

QTHERESURRECTION: OK.

OMNICTIONARIAN96: Vale, no seas tan macabro. No sabes nada seguro. Creo que seguramente está bien.

QTHERESURRECTION: No, no lo crees.

OMNICTIONARIAN96: Vale, no lo creo. Pero puede estar viva a pesar de los indicios…

QTHERESURRECTION: Sí, supongo. Me voy a la cama. Mis padres no tardarán en llegar.

Pero no conseguía calmarme, así que llamé a Ben desde la cama y le conté mi teoría.

—Qué mierda macabra, colega. Margo está bien. Solo está jugando.

—No parece preocuparte demasiado.

Suspiró.

—Bueno, es un mal rollo por su parte hacerte perder las tres últimas semanas de clase, ¿sabes? Te tiene muy preocupado, y tiene a Lacey muy preocupada, y faltan tres días para el baile, ¿sabes? ¿No podemos tener un baile tranquilo y divertirnos?

—¿Lo dices en serio? Ben, podría estar muerta.

—No está muerta. Es la reina del teatro. Quiere llamar la atención. Mira, ya sé que sus padres son unos gilipollas, pero la conocen mejor que nosotros, ¿verdad? Y sus padres piensan lo mismo.

—Cuando quieres eres un perfecto capullo.

—Lo que tú digas, colega. El día ha sido largo para los dos. Demasiado melodrama. TTYS.

Quise reírme de él por utilizar siglas de chat IRL, pero no tuve fuerzas.

Colgué y volví a la red en busca de un listado de pseudovisiones de Florida. No lo encontraba por ningún sitio, pero, después de teclear «urbanizaciones abandonadas», «Grovepoint Acres» y cosas por el estilo un buen rato, conseguí una lista de cinco lugares a menos de tres horas de Jefferson Park. Imprimí un mapa de Florida central, lo clavé con chinchetas en la pared, por encima del ordenador, y puse una chincheta en cada una de las cinco localizaciones. A simple vista no detecté la menor relación entre ellas. Estaban repartidas al azar entre las urbanizaciones más lejanas, así que necesitaría al menos una semana para ir a todas. ¿Por qué no me había dejado un lugar concreto? Varias pistas jodidamente siniestras, varios indicios de tragedia, pero ni un lugar. Nada a lo que agarrarse. Como intentar subir una montaña de gravilla.

Ben me dio permiso para llevarme el Chuco al día siguiente, porque iba a ir de compras con Lacey en su todoterreno. Así que por una vez no tenía que esperar a la puerta de la sala de ensayo. Sonó el timbre y corrí a su coche. Como no tenía el talento de Ben para arrancar el Chuco, fui uno de los primeros en llegar al aparcamiento de los alumnos de último curso y uno de los últimos en salir, pero al final el motor hizo contacto y me puse en camino hacia Grovepoint Acres.

Conduje despacio por la Colonial, buscando otras pseudovisiones que pudieran habérseme escapado en la red. Llevaba detrás una larga fila de coches y me angustiaba pensar que estaba creando un embotellamiento. Me sorprendía que todavía pudiera preocuparme de gilipolleces insignificantes y ridículas como si el tipo del coche que iba detrás de mí pensaba que conducía con excesiva precaución. Me habría gustado que la desaparición de Margo me hubiera cambiado, pero la verdad era que no.

Mientras la fila de coches se arrastraba detrás de mí como un reticente cortejo fúnebre, me descubrí a mí mismo hablando con Margo en voz alta. «Seguiré el hilo. No traicionaré tu confianza. Te encontraré».

Por raro que parezca, dirigirme a ella en voz alta me tranquilizaba. Evitaba que imaginara las diversas posibilidades. Llegué al letrero de madera roída de Grovepoint Acres. Casi oí los suspiros de alivio de los que me seguían cuando giré a la izquierda hacia la carretera asfaltada sin salida. Parecía un camino de acceso a una casa pero sin casa. Dejé el Chuco en marcha y salí. Al acercarme, vi que Grovepoint Acres estaba más acabado de lo que en un primer momento parecía. Habían abierto en el suelo dos caminos de tierra sin salida, aunque se habían erosionado tanto que apenas se veían los contornos. Recorrí las dos calles arriba y abajo sintiendo el calor en la nariz cada vez que respiraba. El sol abrasador dificultaba el movimiento, pero sabía la bonita, aunque macabra, verdad: el calor hace que los muertos apesten, y Grovepoint Acres solo olía a aire caliente y tubos de escape. La humedad hacía que la acumulación de exhalaciones se mantuviera en el aire a mi alrededor.

Busqué pruebas de que Margo hubiera estado allí: huellas, algo escrito en la tierra o cualquier cosa que hubiera dejado, pero parecía que yo era la primera persona que andaba por aquellas calles sin nombre en años. El suelo era plano y todavía no había crecido mucha hierba, así que tenía la vista despejada en todas las direcciones. No vi tiendas de campaña, ni rastros de hogueras, ni a Margo.

Volví al Chuco, me dirigí a la I-4 y giré al nordeste de la ciudad, hacia un lugar llamado Holly Meadows. Lo pasé de largo tres veces antes de encontrarlo por fin, porque toda la zona estaba rodeada de robles y ranchos, y como no había un cartel que indicara la entrada, Holly Meadows no se veía. Pero en cuanto avancé unos metros por una carretera sin asfaltar entre los robles y los pinos, apareció todo tan desolado como en Grovepoint Acres. El camino principal se diluía lentamente en un terreno de tierra. No vi otros caminos, pero andando descubrí en el suelo varios postes de madera pintados con espray. Supuse que los habían utilizado para delimitar el terreno. No olía ni veía nada sospechoso, pero aun así sentí que el miedo se apoderaba de mí, y al principio no entendía por qué, pero luego lo vi: al limpiar la zona para construir, habían dejado un roble solitario en la parte de atrás del campo. Y el árbol retorcido, con sus ramas cubiertas de gruesa corteza, se parecía tanto al árbol en el que habíamos encontrado a Robert Joyner, en Jefferson Park, que estuve seguro de que Margo estaba allí, al otro lado del árbol.

Y por primera vez tuve que imaginarlo: Margo Roth Spiegelman desplomada sobre el árbol, los ojos mudos, la sangre oscura saliéndole de la boca, toda hinchada y deformada porque había tardado mucho en encontrarla. Ella había confiado en que la encontraría antes. Me había confiado su última noche. Y le había fallado. Y aunque el olor del aire solo permitía deducir que se avecinaba lluvia, estaba seguro de que la había encontrado.

Pero no. Solo era un árbol solitario en la tierra gris. Me senté, me apoyé en el tronco y esperé a recuperar el aliento. Odiaba estar solo en aquellos momentos. Lo odiaba. Si Margo pensaba que Robert Joyner me había preparado para aquello, se equivocaba. Yo no conocía a Robert Joyner. Yo no amaba a Robert Joyner.

Golpeé el suelo con los nudillos y volví a golpearlo una y otra vez. La arena cedía alrededor de mis manos hasta que llegué a las raíces del árbol, y seguí golpeando. El dolor me subía por las palmas y las muñecas. Hasta aquel momento no había llorado por Margo, pero por fin lo hice, di golpes en el suelo y grité porque nadie podía oírme. La echaba de menos la echaba de menos la echaba de menos la echo de menos.

Me quedé allí, aunque se me habían agotado los brazos y se me habían secado los ojos. Me quedé sentado pensando en ella hasta que la luz se volvió gris.