Justo después de entrar en Carolina del Sur, pillo a Radar bostezando e insisto en conducir yo. De todas formas, me gusta conducir. Vale que estamos hablando de un monovolumen, pero es mi monovolumen. Radar se desplaza a un lado del asiento y se mete en la primera habitación mientras yo sujeto el volante con fuerza, salto por encima de la cocina y me coloco en el asiento del conductor.
Estoy descubriendo que viajando aprendes muchas cosas de ti mismo. Por ejemplo, nunca había pensado que fuera una de esas personas que mean en una botella casi vacía de la bebida energética Bluefin mientras conducen por Carolina del Sur a ciento quince kilómetros por hora, pero resulta que sí lo soy. Además, no sabía que si mezclas un montón de meados con un poco de Bluefin, el resultado es un sorprendente color turquesa brillante. Es tan bonito que me dan ganas de poner el tapón a la botella y dejarla en el salpicadero para que Lacey y Ben la vean cuando se despierten.
Pero Radar no opina lo mismo.
—Si no lanzas esa mierda por la ventana ahora mismo, acabaré con nuestros once años de amistad —me dice.
—No es mierda —le contesto—. Es pipi.
—Fuera —me dice.
Así que la tiro. La veo por el retrovisor lateral aterrizando en el asfalto y explotando como un globo lleno de agua. Radar también la ve.
—Joder —dice Radar—. Espero que sea uno de esos episodios traumáticos que hieren tanto mi sensibilidad que directamente olvido que han sucedido.