HORA CINCO

De acuerdo, pensándolo bien, quizá no estamos tan bien abastecidos. Con las prisas, resulta que Ben y yo hemos cometido varios errores leves (aunque no fatales). Radar va solo delante, y Ben y yo nos sentamos en la primera fila de asientos, sacamos las cosas de las bolsas y se las pasamos a Lacey, que va detrás. Por su parte, Lacey coloca las cosas en montones siguiendo un criterio de organización que solo ella entiende.

—¿Por qué el antihistamínico no va en el mismo montón que las pastillas de cafeína? —le pregunto—. ¿No deberían ir juntos todos los medicamentos?

—Q, cariño, eres un crío. No sabes cómo van estas cosas. La cafeína va con el chocolate y el Mountain Dew, que también tienen cafeína, que sirve para mantenerte despierto. El antihistamínico, que da sueño, va con la cecina porque comer carne hace que te canses.

—Fascinante —le contesto.

Le paso a Lacey la comida que queda en la última bolsa.

—Q —me dice—, ¿dónde está la comida que… ya sabes… la comida?

—¿Cómo?

Lacey saca una copia de la lista que hizo para mí y la lee.

—Plátanos, manzanas, arándanos secos y uvas pasas.

—Ah —digo—. Ah, vale. El cuarto grupo no eran galletas saladas.

—¡Q! —exclama furiosa—. ¡Yo no puedo comer nada de esto!

Ben la coge por el codo.

—Bueno, pero puedes comer las galletas de la abuela. No te sentarán mal. Las ha hecho la abuela. Y la abuela nunca te haría daño.

Lacey se aparta un mechón de la cara de un soplido. Parece muy mosqueada.

—Además —le digo—, hay barritas energéticas. ¡Están reforzadas con vitaminas!

—Sí, vitaminas y como treinta gramos de grasa —me contesta.

—No sigáis hablando mal de las barritas energéticas —interviene Radar—. ¿Queréis que pare el coche?

—Cada vez que me como una barrita —dice Ben— pienso que así sabe la sangre para los mosquitos.

Desenvuelvo hasta la mitad una barrita de bizcocho de chocolate y dulce de leche y se la acerco a la boca a Lacey.

—Huélela —le digo—. Huele el manjar vitaminado.

—Vas a hacerme engordar.

—Y a llenarte de granos —dijo Ben—. No olvides los granos.

Lacey coge la barrita y le da un mordisco de mala gana. Tiene que cerrar los ojos para ocultar el placer orgásmico inherente a comerse una barrita energética.

—¡Madre mía! Un sabor esperanzador.

Al final abrimos la última bolsa. Contiene dos camisetas grandes, que entusiasman a Radar y a Ben, porque les permitirán ser tipos con camiseta gigante encima de una absurda toga en lugar de solo tipos con una absurda toga.

Pero cuando Ben desdobla las camisetas, se encuentra con dos pequeños problemas. El primero, que resulta que una camiseta de talla grande de una gasolinera de Georgia no es del mismo tamaño que una camiseta de talla grande de, pongamos, unos grandes almacenes. La camiseta de la gasolinera es inmensa. Parece más una bolsa de basura que una camiseta. Es más pequeña que las togas, pero no mucho más. Pero este problema casi se queda en nada comparado con el otro, que es que las dos camisetas llevan estampada la bandera de la Confederación. Encima de la bandera se lee PATRIMONIO CULTURAL NO ODIO.

—Oh, no —dice Radar cuando le muestro por qué nos reímos—. Ben Starling, no deberías haber comprado una camiseta racista a la persona que cubre tu cuota de amigos negros.

—He cogido las primeras que he visto, colega.

—No me vengas ahora con colega —dice Radar, aunque mueve la cabeza y se ríe. Le paso su camiseta. Sujeta el volante con las rodillas y se la pone—. Ojalá me pare la poli. Me gustaría ver qué cara ponen al ver a un negro con una camiseta de la Confederación encima de una toga negra.