Estoy sentado en la primera habitación con Lacey. Ben conduce. Radar navega. La última vez que pararon estaba dormido, pero compraron un mapa de Nueva York. No aparece Agloe, pero al norte de Roscoe solo hay cinco o seis cruces. Siempre había pensado que Nueva York era una metrópolis que se extendía infinitamente, pero aquí solo se ven colinas por las que el monovolumen asciende heroicamente. La conversación se interrumpe un momento y Ben se inclina a encender la radio.
—Veo veo metafísico —digo.
Empieza Ben.
—Veo veo algo que me gusta mucho.
—Ya sé —dice Radar—. El sabor de las pelotas.
—No.
—¿El sabor de las pollas? —pregunto.
—No, gilipollas —me contesta Ben.
—Hum —dice Radar—. ¿El olor de las pelotas?
—¿La textura de las pelotas? —pregunto.
—Venga ya, capullos, no tiene nada que ver con los genitales. ¿Lace?
—Hummm, ¿la sensación de saber que has salvado tres vidas?
—No, y creo que a vosotros dos ya no os quedan turnos para adivinar.
—Vale, ¿qué es?
—Lacey —contesta.
Lo veo mirándola por el retrovisor.
—Gilipollas —le digo—, se supone que es un veo veo metafísico. Tienen que ser cosas que no se ven.
—Y lo es —me contesta—. Y es lo que más me gusta… Lacey, pero no la Lacey que se ve.
—Voy a vomitar —dice Radar.
Pero Lacey se desabrocha el cinturón de seguridad y se inclina por encima de la cocina para susurrarle algo a Ben al oído. Ben se pone rojo.
—Vale, prometo no ser cursi —dice Radar—. Veo veo algo que todos estamos sintiendo.
—¿Un enorme cansancio? —pregunto.
—No, aunque excelente respuesta.
—¿Esa extraña sensación de que el corazón no late tan deprisa como todo tu cuerpo por el exceso de cafeína? —dice Lacey.
—No. ¿Ben?
—Hum, ¿sentimos ganas de mear, o soy yo solo?
—Solo tú, como siempre. ¿Alguna más? —Nos quedamos callados—. La respuesta correcta es que todos sentimos que seríamos más felices después de una interpretación a capela del «Blister in the Sun».
Y así es. Aunque tengo menos oído para la música que un sordo, canto tan alto como los demás. Y cuando hemos acabado digo:
—Veo veo una gran historia.
Por un momento nadie dice nada. Solo se oye el ruido del Dreidel devorando el asfalto y acelerando para subir la colina.
—Esta, ¿no? —dice al rato Ben.
Asiento.
—Sí —dice Radar—. Si conseguimos no matarnos, será una historia de puta madre.
«No iría mal que la encontráramos», pienso, pero no lo digo. Al final Ben enciende la radio y busca una emisora de baladas de rock para que cantemos todos juntos.