Juliana de Pascuali levantó la mano derecha y pidió otro café con leche acompañado de una segunda porción de medialunas. El jefe de garzones de la Confitería Barolo le respondió con una sonrisa y le hizo un gesto al muchacho que atendía la mesa para que acudiera al llamado de la clienta.
—¿Seguro no quieres nada? —le preguntó Juliana a Princess.
—Seguro —respondió ella sin dejar de garabatear en su cuaderno.
Elías Miele las había dejado solas hacía diez minutos. Las probabilidades no eran muchas. O había dado con Andrés Leguizamón o estaba perdido; o quizás Ginebra Leverance había dado con él, si tal como temía Juliana, la del FBI ya estaba en Buenos Aires.
—No como delante de otras personas —le aclaró la inglesa—. Ya lo sabes.
—Tú y tu condición diferente.
—Especial, querida. Tu marido también era de mi clan: excéntrico, alérgico a casi todas las proteínas y cereales, y a relacionarse con la gente; extremadamente deductivo e inteligente. Además de muy activo en lo sexual —subrayó el adverbio—. ¿O me equivoco?
—No.
—Claro que no me equivoco, lo conocí tan bien como tú.
El mozo se acercó a las mujeres y confirmó el pedido de Juliana. También le preguntó a Princess si se le antojaba algo.
—No, mi sobrina no quiere nada —respondió de Pascuali con sorna. Princess la miró y por primera vez desde que se habían reencontrado en Toledo le sonrió.
—Estamos solas —continuó Juliana—, podés dejar ese teatro de la libreta, los dibujos y las notas.
—No es teatro.
—¿Verdad?
Princess volvió a sonreírle, apretando con sus dientes separados y manchados el labio inferior.
—¿Elías? —preguntó la viuda de Javier Salvo-Otazo.
—No sospecha nada y de verdad cree estar resolviendo el enigma de un libro maldito que asesina a quienes se embarcan en su escritura, todo como parte de una conspiración —acentuó— fraguada por continuadores de la obra de la Logia Lautarina. —Antes de bajar la mirada, terminó su línea con una pregunta—: ¿No te preocupa Leguizamón?
—Andrés nos será útil con o sin Elías; por supuesto habría sido más sencillo si hubiera venido, pero confiemos en que nuestro buen amigo —subrayó— lo encuentre. Si algo he aprendido en estos meses es a esperar.
—Quizá la bruja lo encuentre primero.
—Si eso ocurre, veremos qué hacer. Tenemos dos ventajas sobre ella y vos lo sabés. La primera es que no somos hijas de su padre —Juliana de Pascuali sonrió y luego añadió—, y la segunda, que el Hermano Anciano está con nosotras. A propósito, tuve noticias respecto de lo de Chile.
—¿Algún cambio? —Princess la miró a los ojos.
—El Hermano Anciano se hará cargo personalmente de lo que va a ocurrir en Santiago de Chile, ya envió a dos de sus apóstoles y pronto llegará él trayendo la llave…
—¿Y La cuarta carabela…?
—Princess, querida, la prioridad ahora no está en terminar el libro, ni menos en seguir las instrucciones de los Leverance —interrumpió Juliana—, sino en dar con la pista que finalmente nos lleve a la cerradura que abrirá la llave del Hermano Anciano. Hechos concretos —acentuó— como a ti te gustan.
—Entonces no deberíamos haber dejado que Elías fuera solo.
—Piba. —El tono de la escritora argentina se hizo curiosamente tierno—. Es probable que Elías ya no nos sea necesario; veamos qué nos dicen las próximas instrucciones. —Se detuvo—. Espero que no te encariñes demasiado.
—Nunca me encariño, ni demasiado ni poco. No soy emotiva, solo relacional —subrayó Princess Valiant, mientras el garzón traía el pedido de su compañera—. Sabe —le dijo al muchacho—, cambié de opinión. Tráigame un café sin azúcar y un huevo revuelto sin pan.
—¿Te venció el hambre? —preguntó Juliana.
—El ansia, que en inglés es uno de los sinónimos del hambre —contestó la joven de cabello rojo y desordenado que se vestía como muñeca.