26
—Tal como escuchaste, la clave está en «La cuarta carabela» —le respondí a Juliana, acompañando cada una de las nueve palabras con mi mirada fija en la suya. Bayó también buscó mis ojos, mientras Princess seguía en su mundo, teniendo claridad absoluta de cada situación y línea de diálogo que afloraba al interior del privado de la biblioteca.
—La novela de Javier —reaccionó la viuda.
—La novela de Bane y de Javier —fui preciso—, y la misma que yo estoy tratando de escribir. Si el libro de tu difunto esposo y el del jefe de Princess es exactamente idéntico al que yo redacto, su historia gira alrededor de la Logia Lautarina y su propósito de independizar Latinoamérica como parte de un complot luciferino.
—¿Luciferino? —preguntó Bayó, levantando las cejas de un modo burlón.
—Sí, luciferino, de Lucifer, el que porta la luz, el lux foros, Prometeo de los griegos, Adán de los hebreos, Jesucristo de los cristianos —le regresé su burla.
—Lucifer jamás ha sido el diablo, Bayó. —Esta vez fue Juliana quien lo precisó.
—Ni siquiera es un nombre propio —cortó Princess, sin levantar la cabeza.
—Tronco, entonces creo que no entendí nada en mis años de catecismo —respondió el primo de Javier Salvo-Otazo, revisando con la mirada los estantes repletos con libros que nos cercaban.
—Isaías, —expliqué—, Antiguo Testamento, donde se habla de la caída de Satanás, la serpiente antigua, el líder de los ángeles rebeldes. El profeta dice «y caíste como el lucero del alba» y luego hace referencia al deseo del dragón, como también lo llaman, de brillar más que las estrellas del trono de Dios.
»Lucero del alba es Lucifer y aplica aquí como adjetivo, como idea de belleza. Venus es una lucifer, al igual que Prometeo, quien trajo el conocimiento a los hombres. Nunca fue el diablo, error de traducción durante la Edad Media que vio la palabra como sustantivo y la levantó como otro de los nombres para Satanás, ¿se entiende?
Sin esperar respuesta proseguí:
»Las logias lautarinas surgen en Londres, Cádiz y Buenos Aires en 1797, fundadas por Francisco de Miranda, quien usó su formación masónica para estructurar estos grupos iniciáticos que nacieron como una unión de “caballeros racionales”, es decir, “brillantes”, de mente y de luz, portadores de una sabiduría especial, “iluminados”.
—Como los Illuminati —reaccionó Bayó.
Princess levantó su pulgar hacia el exmilitar, burlona.
—Francisco de Miranda fue compañero de logia y amigo personal de George Washington y Thomas Jefferson, fundadores de los Illuminati del Nuevo Mundo y el Nuevo Orden, Estados Unidos —subrayé.
—Washington y Jefferson fueron masones, no Illuminati. —Trató de ser listo Luis Pablo Bayó.
—¿Estás seguro?
—Bastante, los Illuminati surgieron en Europa, años después de la independencia norteamericana, y fueron fundados en Baviera por Adam Wesblutt —respondió.
—Weishaupt —corregí—, Adam Weishaupt y lo que apuntas es cierto, pero falta el dato de que el grupo de Baviera surgió como respuesta al de los padres de la patria norteamericanos. También que Miranda colaboró activamente con Weishaupt y su gente a partir de 1778.
Curvé una mueca de soberbia y continué:
»De ellos tomó la idea de la iluminación, pero no solo intelectual, también política y sobre todo económica. Como Weishaupt, Miranda tenía claro que la única manera de concretar sus fines era controlando el comercio y los negocios, por eso su primer movimiento a la hora de pensar en una unión hispanoamericana a espejo de los Estados Unidos fue ofrecer el control de la economía de esta posible nueva confederación a los británicos.
—A pesar de que confiaba en el odio inglés contra España su idea fracasó —respiré un segundo—, no tuvo eco. Pero ello no acabó con sus ideales, solo los dirigió hacia otras piezas del tablero. Educó a jóvenes criollos de los virreinatos latinoamericanos en las artes del complot y la conspiración, los inició en la masonería y en la iluminación luciferina.
—Vamos acotando, por favor —insistió Juliana, de pie entre el enojo y el nulo aguante.
—Los «racionales» o «brillantes», se llamaron así hasta que Bernardo O’Higgins, futuro padre de la patria de Chile, le relató a Miranda las hazañas de un caudillo mapuche llamado Lautaro. Durante el siglo XVI este personaje usó su inteligencia y astucia para ganarse la confianza de los conquistadores españoles. A través de una cuidada actuación fingió ser dócil y humilde, así aprendió las artes de la guerra de los invasores, su lengua, planes y estrategias, que luego enseñó a los suyos iniciando una resistencia que se alargó por más de trescientos años, mucho más que la que sostuvo cualquier otro pueblo originario de América del Sur.
»Miranda comprendió que sus pupilos, como modernos Lautaros, debían infiltrarse en el corazón de los gobiernos de la colonia española, crecer como un enemigo interno, conspirar en las sombras y coordinar en secreto la independencia de estos territorios, lo que consiguieron con la liberación de Argentina, Chile, Perú y todo lo que llaman la gran Colombia, desde 1817 en adelante.
—¿En adelante? —cuestionó Juliana.
—Debiste leer el libro de tu marido. —Princess sonrió, era tan obvia su nula empatía con la viuda del autor de Los reyes satánicos.
Busqué mi billetera y revisé el efectivo que llevaba. Sabía que entre los dólares y euros estaba mi «amuleto de buena suerte». Tras encontrarlo, lo desenrollé y lo puse sobre la mesa.
—Dos mil pesos chilenos, el billete equivalente al dólar en mi país natal. Él es —mostré el rostro dibujado en la cara principal del papel moneda— Manuel Rodríguez, patriota y supuesto líder guerrillero vinculado a José Miguel Carrera, enemigos de O’Higgins y la Logia Lautarina en Chile. Sobre todo Carrera que en un inicio fue lautarista pero que luego los traicionó por diferencias políticas y religiosas. Pero esa es otra historia… Rodríguez, este personaje —volví a indicar—, fue asesinado por uno de los integrantes más siniestros de la logia, el argentino Bernardo de Monteagudo, un matón aristócrata al servicio de José de San Martín.
—Vean esta figura, junto al rostro de Rodríguez —enseñé un logo similar a una estrella—. Se supone que es Antú, el sol mapuche; sin embargo, las representaciones de Antú solo tienen cuatro brazos o rayos y esta tiene siete. Y la estrella de siete y ocho brazos es para los mapuches el rostro del Wünelfe, Venus, la estrella del alba, Lucifer. Sumando y restando, la marca de los grupos iluminados y su control en la economía, el equivalente chileno —busqué un billete de dólar y apunté a la pirámide y el ojo que todo lo ve— al udjat del nuevo orden, de los Illuminati del hemisferio norte.
»Las manos de Perón, el mensaje recibido, la idea del rito egipcio en aquello de “Hermes Lai y los trece”. Las pistas son claras, vean lo que nos están mostrando: número trece; trece son los escalones en la pirámide del dólar; el ritual de la amputación del cuerpo del caudillo argentino; la presencia de la Logia Lautarina; el eje de la trama de La cuarta carabela, nuestra inesperada novela colectiva.
»Con la marca en el cuerpo de Bane Barrow tuve la idea de que se trataba de una guía, una invitación, ahora no me queda duda. Ellos, quienes sean que están detrás de esto, los herederos de la Logia Lautarina o alguien que los conoce muy bien, han estado señalando una ruta de viaje en los asesinatos de tu jefe —miré a Princess— y tu marido. —Hice lo propio con Juliana.
La escritora argentina me clavó sus ojos verdes.
—A Bane Barrow le marcaron Bernardo O’Higgins Riquelme en su espalda y lo asesinaron en Londres, ciudad donde O’Higgins conoció a Francisco de Miranda y fue fundada la primera Reunión de Caballeros Racionales, el génesis de las logias lautarinas. A Javier lo mataron en Toledo, donde se fundó el grupo Illuminati de López Rega. —Respiré—. Cuando Princess vino conmigo con lo de Barrow y traduje el cifrado, me resultó obvio que el segundo paso iba a ocurrir en Europa, en algún lugar de la llamada ruta lautarina. Con Londres fuera solo quedaban Cádiz y Madrid como puntos nodales, pero en el entreacto pasó lo de Javier y aunque vine por lo del libro, la verdad no me sorprendió que me hubieses confirmado que en él también grabaran un criptograma —enfaticé a Juliana—, el que Princess decodificó. El resto es bastante obvio: las manos de Perón nos están indicando Buenos Aires.
—Si es que las manos de Perón siguen en Buenos Aires —dudó Juliana.
—Las manos de Perón jamás salieron de Buenos Aires. El ritual que diseñaron al amputarlas impide que estas fueran separadas del cuerpo a más de doscientos kilómetros, así lo estipuló Monteagudo en los preceptos de la logia respecto de asesinatos por venganza.
—Eso si es que la logia fue la que cortó las manos de Perón y quien está tras esta maraña.
—Es la mejor pista que tenemos.
—La única pista —corrigió Juliana.
Princess, que había permanecido toda la conversación sentada sobre la alfombra que cubría de pared a pared el privado de la biblioteca garabateando en una de sus libretas, se levantó, caminó hasta mi posición y se ubicó a mi espalda, afirmando su pierna derecha contra la puerta como si quisiera evitar que cualquiera de los presentes abandonara el lugar.
—Tiene sentido, hay lógica dentro de lo ilógico de tus deducciones —dijo—. Y en esta línea, al no darse más variables, creo que la razón apunta a que debemos viajar a Buenos Aires.
—No solo la razón —le respondí—; sé de alguien en Buenos Aires que puede ayudarnos.
Las miradas de mis contertulios hicieron al unísono la misma pregunta.
—Andrés Leguizamón —contestó Juliana, como si pudiera leer mi mente.
—Exacto —sonreí.
—¿Quién es ese tío? —preguntó Bayó.
—Un colega escritor —contestó la viuda de Salvo-Otazo.
—El Bane Barrow argentino, también era amigo de Javier —expliqué—. Es autor de El código Perón, tal vez la persona que más sabe de este tema; fue mi fuente principal para el piloto televisivo del que les hablé hace un rato.
—Es un buen sujeto y una enciclopedia ambulante, pero el dilema aquí es si confiamos en él —cortó otra vez Juliana.
—No se trata de confianza, sino de utilidad. —La miré—. Además, dado el mensaje tatuado en Javier, es probable que Leguizamón también esté escribiendo su propia versión de La cuarta carabela, es decir, él y yo podemos ser las próximas víctimas.
Fue Princess Valiant quien continuó el diálogo.
—¿Entonces cuándo partimos? —preguntó.
Levanté los hombros.
—Yo voy con ustedes —se apresuró Juliana.
—No te adelantes —traté de pararla—, tienes una hija aquí, no creo que sea…
—Cerrá tu boca Elías, voy con vos y tu amiga sí o sí. Mataron a mi marido, le grabaron algo en la espalda y según lo que acabás de rezar, algo pasará en Buenos Aires, ciudad que conozco mejor que tú. Agregá además que por mi editorial puedo contactar a Leguizamón en el acto. Además, si todo sigue según lo que pontificás, es probable que debamos viajar a Chile. Tú no podés entrar a tu país de manera oficial; la señorita Valiant, aquí presente, no conoce a nadie en nuestras naciones y, así mismo, llama demasiado la atención…
—Podría responderte pero no lo haré. —Princess sonrió.
—En fin —siguió Juliana—, la cosa es que voy con vos, te guste o no.
Miré a los presentes y soplé profundo.
—No es tan sencillo, el FBI me pidió que no saliera de Estados Unidos. Lo hice sin permiso en un avión privado de la editorial que me llevó a París; eso significa que tanto Princess como yo estamos fichados por la Interpol. Si tomas un vuelo comercial con uno de nosotros, una manga de sabuesos te caerán encima, no por delito pero sí por desacato. Además estoy bastante seguro de que la policía española no quiere que salgas del país. Raya para la suma, no creo que puedas dejar España.
—A menos que yo —nos interrumpió Bayó— pueda hacer algo.
—¿Algo como qué? —Intenté ser sarcástico—. ¿Nos vas a decir que tienes un avión privado capaz de cruzar el Atlántico sin escalas?
—No exactamente —devolvió él—. Tengo un avión privado capaz de dar la vuelta al mundo sin escalas.