Arlington, EE. UU.

7

Frederick, un obeso gato persa color humo, fue el primero que despertó cuando el teléfono móvil comenzó a vibrar con insistencia en una de las mesas de noche del dormitorio principal de Cedars Manor, una barroca casona de estilo georgiano emplazada en el corazón de unos de los barrios más elegantes de Arlington, Virginia, al noreste del centro de Washington D. C. El felino abrió los ojos, giró las orejas y se quedó esperando a que su amo, a quien llevaba siete años acompañando, reaccionara. Estiró las patas, movió la cabeza y por un segundo su atención se quedó en los ladridos de un perro que venían desde dos cuadras hacia el poniente. Si el gato tuviese memoria recordaría que se trataba de Cane, un viejo pastor alemán que hace años lo persiguió a lo largo de toda la calle y de cuyas mandíbulas solo sobrevivió trepándose a los arces que formaban un arco a la entrada de la mansión. Dejó los ladridos y se concentró en su amo. El único ser humano que había a esa hora en el dormitorio, prendió la luz de la mesa de noche. Regañó al ser despertado y luego se calzó los anteojos. Tomó el teléfono y revisó: las tres con diez de la mañana. No era horario para cristianos, habría dicho su padre, y antes de él, el padre de su padre. Verificó el número y al descubrir que era una señal encriptada, echó a correr el programa de barreras de hielo ZRTP, enviando su señal a cuatro servidores distintos, para confundir a cualquiera que tratara de interceptar la conversación. En seguida se sentó sobre la cama, acomodó su espalda en uno de los cojines y con la mano izquierda acarició la cabeza del gato.

—Nos despertaron, Frederick —dijo.

El animal respondió con un ronroneo y luego con un maullido mudo, abriendo la boca para enseñar la lengua y los dientes, pero sin emitir sonido.

Del otro lado de la señal, alguien lo saludó y le pidió disculpas por despertarlo, pero la diferencia horaria iba a ser siempre un tema en las comunicaciones de uno a otro lado del mundo. El amo del gato color humo le respondió que no se preocupara.

—Espero que su llamado no tenga que ver con «la tercera carta».

—No, «la tercera carta» ya está en movimiento y en esta oportunidad hemos duplicado la seguridad a su alrededor.

—Entiendo que ella se encargará en persona de protegerlo.

—Lo han informado bien.

—Me alegro, la señorita es un buen soldado.

—El mejor, hemos cuidado de no repetir errores.

—No podemos repetirlos, que es distinto. ¿Entonces, por qué me llama?

—He estado revisando cada antecedente respecto de «la primera y la segunda carta» y cada vez estoy más convencido de que no fueron «los romanos». Es alguien que conoce todo respecto de La cuarta carabela y lo que queremos lograr, alguien dentro…

—Es probable, un hombre en mi posición lo que más suma es enemigos; los más son sus propios aliados, así ha sido desde que existimos, así fue con mi antecesor y el antecesor de mi antecesor.

—Hay un rumor bastante…

—Lo del «hermano anciano», también lo he escuchado, tengo mis propios oídos.

—¿Y qué piensa?

—Lo que siempre he pensado desde que acepté esta misión. He de cuidarme la espalda, pero también aceptar la voluntad del Señor.

—Su hija podría ayudarnos a descubrir su identidad.

—No, no quiero que mi hija se involucre en este caso, ya tiene demasiado con la carga que le hemos puesto encima.

—Tengo tres nombres.

—Le agradecería me los enviara por mensaje cifrado.

—Acabo de hacerlo.

—Gracias.

—Me perturba que se escuche tan tranquilo.

—Lo estoy, soy un soldado de Dios, confío en su amor, su voluntad y su justicia. No me importan los fariseos, ellos serán castigados. Mi mente y mi corazón están en un solo foco: la victoria sobre nuestros verdaderos adversarios.

—¿La cuarta carabela?

—Y usted también debería concentrarse en ello. Para ello estamos, para ello vivimos, para ello oramos.

—Lo sé, solo me preocupo por su bienestar. Hay asuntos que si salen a la luz podrían dañarlo mucho…

—Y no sería el primero ni el último. Somos hombres de Dios, eso no significa que seamos infalibles. Si esa es la voluntad de quien nos guía y ama, debe acatarse. Insisto, no se preocupe de asuntos mundanos. Nuestra obra es divina.

—En cierto sentido me tranquiliza. De todas maneras, por favor revise los nombres que le envié.

—Eso haré.

—Buenas noches, que Dios lo bendiga.

—A usted también, amén.

Apenas cortó la llamada, el amo de Frederick se dirigió a la bandeja de entrada de su móvil, marcó el último mensaje recibido y lo borró. No necesitaba saber la identidad de los tres hermanos sospechosos de estar detrás del boicot contra «La cuarta carabela». Él sabía perfectamente quién era el enemigo y ya estaba preparado.