EN LA CAVERNA PACIFISTA

La conspiración del miedo

El miedo, ese invento de los gobernantes de la derecha

El ingrediente ideológico que completa la teoría de la guerra progresista y la idea de que todo ataque violento tiene una solución dialogada, al menos siempre que el ataque proceda de fuerzas hacia las que el progresismo tiene algún tipo de simpatía, se completa con la teoría del miedo, que es, más bien, la teoría de la conspiración del miedo. Pues el miedo funciona en dicha teoría como un gran ogro usado por los gobernantes de la derecha para manipular las mentes de los ciudadanos y justificar sus respuestas violentas a terroristas o dictadores. De tal manera que, en realidad, los ataques del terror sufridos por los ciudadanos son, en último extremo, una creación de la derecha para justificar lo que esa derecha desea realmente hacer que es, según la conspiración del miedo, usar el terror.

Lo anterior pudiera parecer una parodia de la teoría del miedo de la izquierda y, sin embargo, es un fiel reflejo de los principales desarrollos de esta teoría. La conspiración del miedo vale para cualquier escenario, sean las dictaduras como la de Iraq o Afganistán o sean las sociedades atacadas por el terrorismo como la española. En unos y otros casos, el problema esencial no es el terrorista que mata o el dictador que reprime. El problema esencial, arguyen los teóricos de la conspiración del miedo, es el miedo fabricado por los gobernantes de la derecha para justificar su defensa frente a al terror.

Un perfecto engarce del diálogo con los terroristas y la teoría del miedo lo ofrecían tres autodenominadas pacifistas, editoras de la revista En Pie de Paz, en tiempos de la negociación socialista con ETA, en la primera legislatura de Zapatero. Anna Bosch, Carmen Oriol y Carmen Magallón defendieron en un artículo la negociación con ETA con la verborrea habitual de las dos partes, los dos sufrimientos y las distintas sensibilidades, la sensibilidad de los asesinos y la sensibilidad de los asesinados. Lo que hay, lo que había, decían Bosh, Oriol y Magallón, es un clima de agresividad provocado por la manipulación del miedo que impide a las distintas «sensibilidades», en particular la de los familiares de los asesinados, tener una mente abierta para la negociación: «La experiencia nos enseña que el miedo es una pulsión legítima y necesaria para la supervivencia que muestra la fragilidad humana y nos permite protegernos. Tal vez por eso se puede manipular hasta convertirlo en un impulso capaz de agredir, bajo la convicción de estar defendiéndose. Eso parece estar ocurriendo en nuestros escenarios públicos en los últimos tiempos»[59].

No son los terroristas quienes provocan el miedo sino que lo haría el ambiente de agresividad, y ahí las responsabilidades están muy repartidas, pues, al final de la conspiración del miedo, el auténtico responsable no es el terrorista sino quienes sufren al terrorista, las víctimas y el Estado que lo combate, todos empeñados en usar la violencia democrática, sin darse cuenta de que la mejor solución es… dialogar y acordar con los terroristas.

Pero las más acabadas teorías de la conspiración del miedo fueron elaboradas en época de George W. Bush. Eso sí, también murieron con el final de su presidencia. Desde entonces, ya no es Obama quien manipula el miedo para tener excusas con las que alimentar la respuesta militar a los terroristas (Iraq, Afganistán) o a los dictadores (Libia). Hasta que llegó Obama, el líder de muchos de los teóricos de la conspiración del miedo, el miedo era aquello de lo que se servía la derecha gobernante para justificar una buena parte de sus acciones.

En el ámbito político, la teoría más conocida de la conspiración del miedo fue la de Al Gore, activista contra el cambio climático y Premio Nobel de la Paz por tal motivo en 2007 y, sobre todo, candidato por el Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos en 2000, elección en la que perdió, precisamente frente a George W. Bush, el objetivo político principal de su libro The Assault on Reason[60], publicado en 2007. La tesis básica del libro es que la derecha representa las ideas y políticas que van contra la razón. Tal «sutil» tesis se apoyaba, a su vez, en una teoría biológico-psicológica sobre la manera en que George Bush estimuló el miedo con fines políticos. La técnica de Bush habría consistido, argumenta Gore, en repetir la misma amenaza una y otra vez, en confundir el foco de atención llevándolo de Al Qaeda a Sadam Hussein y en usar una impactante imaginería como la del hongo nuclear encima de una ciudad americana.

Después de una respuesta adecuada al 11-S, afirma Gore, la Administración Bush empezó a elevar y a distorsionar el miedo ciudadano al terrorismo con el fin de crear una justificación política para atacar Iraq. Además, Gore vincula las «maldades» de Bush y el propio terrorismo cuando escribe que el terrorismo se basa en la estimulación del miedo con fines políticos y que, de hecho, el fin específico del terrorismo es distorsionar la realidad política de una nación creando en el conjunto de la población un miedo que es completamente desproporcionado en relación con el peligro real que los terroristas son capaces de plantear[61].

En palabras de Gore, por lo tanto, lo que hacía Bush, lo que hacía la derecha, se parece enormemente a lo que hace el propio terrorismo. En la misma línea de la extrema izquierda, un representante político de la izquierda moderada como es Gore, equipara el 11-S con la respuesta militar de Estados Unidos, el terrorismo, por un lado, y quienes actúan como terroristas, por otro. Aún más, y en la misma línea también de la extrema izquierda, el problema ya no es tanto el ataque del terrorismo fundamentalista a Estados Unidos sino el de la respuesta de Estados Unidos a ese ataque.

En la teoría de la conspiración del miedo, no obstante, hay un elemento que se impone a su acusado radicalismo y es el de su endeble consistencia intelectual, el marchamo grotesco de una lectura de la realidad en la que el miedo al terrorismo no existe o es irrelevante y lo que existe, en su lugar, es una manipulación de los gobernantes para que los ciudadanos sientan ese miedo. No es el 11-S el causante del temor de los americanos, no son los crímenes de ETA, sus amenazas, su vigilancia social, los que atemorizan a los ciudadanos españoles. Según la teoría de la conspiración del miedo, son los gobernantes quienes están realmente en el origen de ese miedo. O, en una traslación de la teoría de la conspiración del miedo a la medicina, no es el cáncer lo que provoca el miedo del paciente a la enfermedad sino que es el médico con su diagnóstico del cáncer y con su insistencia en aplicar unas medidas agresivas para atajar la enfermedad el verdadero causante del miedo del paciente.

La conspiración del miedo es aplicada por Gore y por los líderes del progresismo a todos los ámbitos sociales, como cabía esperar. Bush no solo sería el responsable real del miedo. Además, escribe Gore, la Administración Bush ha usado el lenguaje y la política del miedo para cortocircuitar el debate y dirigir la agenda pública de manera que no se preste atención a la evidencia, a los hechos, al interés público. Lo que tiene, como colofón, que, en esa atmósfera de miedo constante, los ciudadanos son más proclives a dejar a un lado la razón y fiarse de los líderes caracterizados por la fe dogmática y los puntos de vista ideológicos. En definitiva, según Gore y sus muchos seguidores, el auténtico miedo es el construido por los líderes de la derecha, no por el terrorismo o el fundamentalismo violento, y es de tal grado que los ciudadanos pierden la razón y se dejan guiar por los líderes de la derecha, caracterizados por una fe dogmática y por unos puntos de vista ideológicos, muy a diferencia de la izquierda que se caracteriza por su uso de la razón.

Lástima que Al Gore no haya publicado una nueva edición corregida y ampliada de The Assault on Reason, pues ello nos permitiría conocer su opinión sobre en qué medida cabe aplicar al líder demócrata Barack Obama los rasgos de «fe dogmática y puntos de vista ideológicos». Con discursos, por ejemplo, como el pronunciado por el presidente americano tras la operación militar para capturar y matar a Bin Laden, en la noche del 1 de mayo de 2011, cuando Obama se dirigió a la nación americana y dijo aquello de que «se ha hecho justicia» y «podemos conseguir todo esto, no por la riqueza y el poder, sino por lo que somos: una nación, bajo Dios, indivisible y con libertad y justicia para todos».

En el ámbito económico, el más ilustre representante de la conspiración del miedo ha sido el millonario George Soros. Nuevamente, es preciso utilizar el verbo en pasado para recordar sus teorías pues tales teorías fueron aplicadas a Bush y a su guerra contra el terrorismo y las dictaduras, pero tampoco en su caso han sido aplicadas a la guerra contra el terrorismo y las dictaduras de Barack Obama. El punto de vista de Soros era exactamente el mismo que el de Al Gore, si bien es cierto que él se adelantó a Gore y ya en 2004 hizo una fuerte y millonaria campaña por el candidato demócrata a la presidencia americana, John Kerry, y en contra de Bush con las ideas de la conspiración del miedo, más las demás habituales asociadas a la conspiración del miedo, a saber, el gusto por la guerra de Bush, o el ataque a la democracia por parte de la derecha, o su alianza con los más ricos, como lo probaría la misma posición del millonario Soros a favor de Kerry.

En España, y como es habitual, el punto de vista anterior fue recogido por el diario El País, primero, en una larga entrevista cuyo titular principal destacaba lo que Gore llamaría años después «reflexiones de los representantes de la Razón»: «Cheney es el diablo detrás del presidente». Además de referirse al diablo, Soros explicó en esa entrevista la misma teoría del miedo según la cual la principal fuente del miedo y de la propia inseguridad es George Bush y no el terrorismo fundamentalista o cualquier otro posible enemigo de Estados Unidos: «George Bush nos ha hecho menos seguros de lo que éramos. La gente tiene más miedo y la Administración lo alimenta. El problema es que el miedo es mal consejero y la guerra contra el terror, tal como se está utilizando, está provocando que hoy estemos menos seguros». A lo que añadió otro argumento habitual de la izquierda como es el de que la respuesta militar al terrorismo refuerza «la causa» de los terroristas; «Se ha mandado a las tropas a Iraq como papel atrapamoscas, para atraer a los terroristas. Lo que se está consiguiendo es que cada vez más gente odie a los estadounidenses. Y al haber víctimas inocentes, reforzamos la causa de los terroristas»[62].

Poco tiempo después, y en el mismo periódico, Soros expuso la teoría de la conspiración del miedo en un artículo en el que sistematizaba sus ideas básicas y, además, añadía una variación sobre lo que consideraba la «fragilidad mental de los americanos»: 1) «Bush está poniendo en peligro la seguridad de los Estados Unidos y del mundo y al mismo tiempo está socavando los valores estadounidenses». 2) «Bush cayó completamente en el juego de Osama Bin Laden». 3) «Bush convenció a la gente de que él era bueno para la seguridad de Estados Unidos manipulando los temores que generaron los ataques del 11 de septiembre». Y 4) «En tiempos de riesgo, la gente cae en el fervor patriótico y Bush explotó eso, promoviendo una sensación de peligro. Su campaña asume que a la gente no le importa en realidad la verdad y que creerá casi cualquier cosa si se la repiten suficientes veces. Algo debe andar mal entre los estadounidenses si nos dejamos engañar». Como colofón, Soros finalizaba con otro impactante argumento para no votar a Bush, «los pavoneos texanos»; «¿Los pavoneos texanos de Bush lo cualifican para seguir siendo el comandante en jefe de Estados Unidos?»[63].

En el ámbito intelectual, son muchos los representantes de la conspiración del miedo. En Europa, y entre quienes creen en dicha conspiración con la misma fe que quienes creen en la teoría de que Elvis no ha muerto, Timothy Garton Ash lo llevó al proceso electoral mismo de 2008 en Estados Unidos. De hecho, y como he comentado más arriba, el triunfo de Obama eliminó del lenguaje del progresismo toda referencia a la conspiración del miedo, aunque Obama siguiera en las mismas guerras, interviniera en otra, Libia, y acabara con el mismísimo Bin Laden por métodos expeditivos. Timothy Garton Ash también creía en la fragilidad mental del votante americano y temía lo que pudiera pasar en las elecciones, pues Obama ganaría:

Si la gente vota con la cabeza, claro está. Pero la gente, muchas veces, vota con otras partes de su anatomía (el corazón, las tripas… escojan lo que quieran) y existe una política más profunda del miedo que desfavorece a Obama. (…) Obama, hijo del mundo tal como es, ofrece el sueño de un mundo que podría ser. John McCain, héroe de Vietnam, y Sarah Palin, una hockey mom, una madre típica, ofrecen el sueño de un Estados Unidos que fue. (…) Por el momento, la gente tiene miedo. Y la temeridad del miedo puede derrotar la audacia de la esperanza[64].

Es evidente que, siguiendo la terminología de Ash, la derecha fracasó porque no se impuso el voto del terror sino el de la esperanza ya que los americanos votaron con la cabeza y no con el corazón o con las tripas que es como votan a la derecha.

En Estados Unidos, el inevitable Paul Krugman, defendió la misma conspiración del miedo en su libro sobre Bush. ¿Cómo había ganado la derecha las elecciones? Utilizando el miedo, claro está: «Los conservadores obtuvieron en las elecciones al Congreso de 2002 una victoria desconcertante explotando sin ningún tipo de reservas el fantasma del terrorismo»[65].

También en Estados Unidos, no podía faltar la habitual aportación de Hollywood a la denuncia de Bush. Robert Redford llegó a explicar de la siguiente manera las características de un personaje de su película Leones por Corderos, interpretado por Tom Cruise, sobre un senador que quiere ganar unas elecciones utilizando la guerra de Afganistán: «Se trata de un ignorante manipulador, que utiliza lo mismo que Bush: El miedo como arma para mantener la opinión pública paralizada».

La conspiración del miedo ha contado incluso con la aportación intelectual neozelandesa, la de la historiadora Joanna Bourke[66], autora de una obra sobre el miedo, que, con motivo de una visita a España en 2006, explicó de la siguiente manera la conspiración del miedo urdida por Estados Unidos y Gran Bretaña:

Está claro cómo los Gobiernos, principalmente de Estados Unidos y Gran Bretaña, han usado el miedo difuso generado por el 11-S para recortar las libertades civiles. Han podido hacer cosas que eran inconcebibles antes: leyes antiterroristas, medidas de urgencia, la propia guerra… o el revival de la tortura, una práctica abandonada formalmente desde el siglo XIX. El miedo es la emoción más fácil de estimular. Es un juego de niños hacerlo, al contrario que el amor. Incluso es más fácil hacer a la gente sentir miedo que odio.

En España, Antoni Segura desplegó también la conspiración del miedo al hilo del Informe 2007 de un organismo como Amnistía Internacional bien representativo de esa corriente ideológica. Segura llamó «política del miedo» a una situación política en la que la agenda mundial sería dictada por el miedo, lo que generaría inseguridad, intolerancia y el menoscabo de los derechos humanos en nombre de la seguridad. Se trataría del miedo al otro, al terrorismo, a las armas de destrucción masiva, fomentado por dirigentes sin escrúpulos y que nos llevaría a la conculcación del Estado de Derecho y de los derechos humanos. Unos y otros, zanjó, se retroalimentan y el miedo paraliza las mentes y otorga el poder a quienes lo saben manipular «La política del miedo»[67]. Unos y otros, entiéndase, los gobernantes sin escrúpulos, es decir, los de la derecha y los terroristas, equiparados ambos nuevamente como los dos grandes malvados detrás de la conspiración del miedo en la que tienen atrapados a los pobres ciudadanos.

También en el plano intelectual, el desaparecido sociólogo José Vidal-Beneyto, aportó el pilar intelectual español de la conspiración del miedo. Junto a los gobernantes de la derecha y los terroristas, Vidal-Beneyto nos recordó el importante papel de algunos intelectuales en la conspiración del miedo. Muy significativamente, Samuel Huntington, referencia imprescindible, decía el sociólogo español, de lo que llamaba los «think thank teoconservadores». ¿Qué papel tendría Huntington en la conspiración del miedo? En palabras de Vidal-Beneyto: «Su función es la de fundar y difundir el miedo, apoyado en su condición de intelectual relevante del stablishment neoconservador norteamericano y, en consecuencia, uno de los grandes agentes legitimadores de la política norteamericana de defensa». Aún más, el «choque de civilizaciones», la teoría sobre la fuerza del fundamentalismo islámico que Huntington escribiera muchos años antes del 11-S, no sería una muestra de la capacidad de anticipación sociológica de Huntington, sino que su función es, en realidad, «preparar la opinión pública mundial para la guerra permanente y universal que Bush va a declarar después»[68]. En 1993, George W. Bush no era siquiera gobernador de Texas, pero, al parecer de Vidal-Beneyto, Huntington, milagroso visionario, ya le estaba preparando el terreno ideológico para que pudiera declarar la guerra una vez que llegara a gobernador de Texas y, de ahí, pasara a la presidencia de Estados Unidos.

Lo anterior es extraordinario, pero no hay que olvidar que las conspiraciones son en sí mismas historias extraordinarias y no por ello tienen menos seguidores. La teoría de la autoría judía del 11-S ha sido ampliamente seguida lo mismo que la de la mentira de la llegada del hombre a la luna, asuntos que siguen levantando oleadas de fe entusiasta, mientras Huntington, ya desde la tumba, prepara quizá a la opinión pública para la guerra que declarará el presidente americano en 2050.

La violencia democrática como terror

Una vez establecida la teoría de que el miedo sentido por los ciudadanos de las democracias se debe, no a la amenaza terrorista, sino a la manipulación llevada a cabo por sus propios Gobiernos, queda claro para el progresismo que el problema principal no reside en el terrorismo o en la amenaza de las dictaduras más peligrosas, sino que está en la propia respuesta de los Gobiernos democráticos a esas amenazas. Si es Bush y no Al Qaeda el causante del miedo, tal como los políticos e intelectuales del progresismo han establecido, parece obvio que la conspiración del miedo apuntará necesariamente a los cuerpos policiales y militares de los Gobiernos democráticos como auténtica fuente del terror.

La conspiración del miedo tiene así como complemento imprescindible la idea de que el terror que nos debe preocupar es el terror ejercido desde los Gobiernos democráticos. ¿Y la violencia legítima o la violencia democrática? ¿Y el derecho a la defensa con la utilización de medios militares y el uso de la violencia? Todo convertido en mero terror, abuso, impunidad, represión, explotación.

Este es uno de los terrenos en los que confluyen de forma más acabada la izquierda moderada y la izquierda radical. De ahí que un partido socialdemócrata como el PSOE español se niegue, por ejemplo, a utilizar palabras como guerra o a reconocer las acciones de guerra del Ejército aunque sea el propio Gobierno del PSOE quien haya enviado ese Ejército a una guerra. Incapaces realmente de aceptar la diferencia entre terror y violencia legítima del Estado, los socialistas se hallan atrapados por la terminología e ideas de la izquierda radical. Lo que les ha llevado a situaciones ideológicamente imposibles en debates como el de la guerra de Libia.

La construcción más acabada de la conspiración del miedo en el campo intelectual es probablemente la de Benjamín R. Barber, quien realiza la conjunción más precisa entre la idea de la creación del miedo por parte de los gobernantes poderosos y la idea de que toda respuesta violenta que den esos gobernantes es una respuesta de terror comparable a la de los terroristas. «Pero el enemigo no es el terrorismo, sino el terror, y, a fin de cuentas, el terror no derrotará nunca al terror. El imperio del miedo no deja espacio para la democracia, y esta, por su parte, se niega a ceder espacio al terror. (…) La guerra preventiva no impedirá el terrorismo; solo la democracia puede alcanzar tal fin»[69].

Las acciones militares contra el terrorismo son puro terror, según esta teoría, al menos cuando tales acciones las dirigía George Bush y eran defendidas por los neoconservadores. Afirmó Benjamin Barber, refiriéndose al intelectual neoconservador Robert Kagan, que «Kagan y las águilas para las que habla desean responder al terror con terror, recurriendo a la fuerza y al engaño para dominar la anarquía de la naturaleza. Pero el terror es, por definición, el principal aliado del terrorismo; su objetivo es precisamente arrastrar a los enemigos hacia lo que Mark Juergensmeyer ha denominado un ‘escenario de terror’ que puede llegar a hacerles, literalmente, morir de miedo»[70].

El uso de la violencia por parte de los Estados, por lo tanto, no solo los equipararía con los terroristas, sino que sería, además, del género estúpido pues con ello harían exactamente lo que el terrorista busca, la respuesta de la fuerza. Es decir, el objetivo del terrorismo no sería tanto el logro de sus fines políticos sino el logro de una respuesta policial o militar de los Estados. El objetivo no sería ganar sino enfrentarse, de lo que se deduce lógicamente que la respuesta del Estado no debe ser ganar al terrorismo sino evitar el enfrentamiento. De ello se derivará, obviamente, el triunfo del terrorismo, pero en la teoría de la conspiración del miedo, ese «pequeño» detalle final es insignificante. Lo que cuenta es que no se use lo que esta teoría considera el terror del Estado. ¿Que los terroristas siguen asesinando? ¿Que la población está aterrorizada? ¿Que no se puede expresar en libertad? Son asuntos que no importan. Lo relevante es que el Estado evite las medidas de fuerza y recurra exclusivamente al diálogo y al convencimiento pacífico de los asesinos.

Y es que la pobre y virtuosa sociedad civil es víctima de la dos partes, terroristas y Estado, tal como sostiene otra defensora de la conspiración del miedo como es Mary Kaldor quien busca una respuesta a la guerra, no una respuesta al terrorismo o a la represión de las dictaduras, en su teoría sobre lo que llama «la sociedad civil global»:

En realidad, los atentados del 11 de septiembre pueden considerarse un ataque a las presunciones básicas del civismo global. Al mismo tiempo, puede decirse que el unilateralismo global de Estados Unidos, expresado no solo a través del terror, sino también del rechazo, por ejemplo de acuerdos sobre el cambio climático global o el Tribunal Penal Internacional, así como la interferencia en las instituciones internacionales, socava tanto los logros concretos de la sociedad civil global como sus normas y valores, e indica un retorno a la geopolítica y al lenguaje del realismo y el interés nacional. Ante todo, la polarización global resultante del terror y de la lucha antiterrorista reduce el espacio para la sociedad civil global[71].

En las versiones más delirantes de la conspiración del miedo y el uso del terror por los gobernantes de la derecha, se introduce habitualmente el capitalismo como ingrediente básico. La obra más emblemática del sector más delirante es, sin duda alguna, La doctrina del shock, ese supuesto ensayo de Naomi Klein que es realmente una novela fantástica construida por la autora a través de su personaje, imaginario, del capitalismo aterrador. Véase una pequeña muestra de la «lunatic fringe» de la conspiración del miedo:

En retrospectiva, lo que ocurrió en los días de desorientación posteriores a los ataques fue una forma doméstica de terapia de shock económico. El equipo de Bush, friedmanita hasta la médula, actuó con rapidez para explotar el shock que se apoderó de la nación y conseguir imponer su visión radical de un Gobierno hueco en el que todo, desde la guerra hasta la respuesta al desastre fuese un negocio rentable. Fue una audaz evolución de la terapia de shock. En lugar del enfoque de los años noventa (vender las empresas públicas), el equipo de Bush creó toda una estructura nueva —la guerra contra el terror— pensada para ser privativa desde el principio[72].

La ciencia ficción progresista, pero publicada en una colección de ensayo y colocada en las librerías dentro de las Ciencias Sociales y no en la sección de literatura fantástica que es donde debería estar.