EN LA CAVERNA TERRORISTA

Huyendo de Al Qaeda

El vuelco del miedo

El 14 de marzo de 2004 una democracia occidental se enfrentó a una experiencia electoral inédita hasta entonces. La votación tras un atentado terrorista masivo tres días antes de la cita electoral. No se trataba de un atentado contra un líder político, un policía, un empresario, un juez o un periodista, no se trataba de un atentado dirigido contra una persona o personas concretas previamente seleccionadas como objetivo por el grupo terrorista sino de un atentado indiscriminado. Contra unos vagones de tren elegidos al azar. Tan al azar como los vagones de metro y el autobús elegidos un año y medio después en Londres, el 7 de julio de 2005. La única elección en ambos casos era la de las ciudades, las capitales de dos importantes países europeos como lugares de gran impacto mediático y político, objetivo esencial de los atentados junto al amedrentamiento de la población. Pero cualquiera de los muchos millones de habitantes de ambas ciudades, quizá de otras ciudades de España o Gran Bretaña o del resto de Europa, podía ser objetivo del terrorismo de Al Qaeda.

Y si el miedo es el primer objetivo de todo grupo terrorista como instrumento más eficaz para doblegar a los Estados a través de la presión de las opiniones públicas, los atentados indiscriminados tienen la capacidad de lograr el máximo miedo. Cualquier ciudadano, y no solo los policías, los militares, los jueces o los líderes políticos, puede ser el objetivo del grupo terrorista. Lo que en España se materializó a través de un vuelco de las expectativas electorales en los tres días que mediaron entre el día del atentado, 11 de marzo de 2004, y el día de las Elecciones Generales, el 14 de marzo. El vuelco del miedo. Jamás en la historia del comportamiento electoral de la España democrática se había producido un vuelco electoral respecto a lo vaticinado por las encuestas.

En ninguna de las elecciones legislativas celebradas en España desde 1977 se había producido una inversión del resultado respecto de lo pronosticado por las encuestas. Excepto en 2004, cuando las encuestas anunciaban una victoria del Partido Popular sobre el Partido Socialista con una diferencia de entre 4 y 5 puntos, y, sin embargo, el triunfo fue para el Partido Socialista, precisamente con la diferencia anunciada por las encuestas, pero en el sentido contrario. Mucho se escribió sobre ese vuelco tras las elecciones y, como cabía esperar, algunos analistas situados en el ámbito de la izquierda llegaron a asegurar que, en realidad, el vuelco electoral se estaba produciendo en los días inmediatamente anteriores al atentado. O que no era el atentado el que explicaba tal vuelco sino una campaña electoral socialista que había conseguido aumentar significativamente la intención de voto de su partido.

Y, sin embargo, los datos de la realidad nos decían algo bien distinto. Los datos de las propias encuestas preelectorales, los datos del comportamiento electoral de los españoles en todas las legislativas celebradas en democracia, los datos del propio atentado y los datos finales de la elección el 14 de marzo. Hubo una inversión en el voto respecto de la intención manifestada pocos días antes. Y entre una cosa y otra se había producido el mayor atentado terrorista de la historia de nuestro país, con 192 personas asesinadas. Es decir, se había activado el miedo, el pánico. Pues hay otro elemento esencial en este atentado que explicaba tal reacción. La percepción del atentado como un castigo a España por su apoyo a la guerra de Iraq.

No era preciso esperar a los comunicados de los propios terroristas para que muchos españoles hicieran tal interpretación. De hecho, fue la valoración mayoritaria de la izquierda en los días posteriores al atentado. En un libro que escribí después de aquel atentado, recogía algunas de esas reacciones de la izquierda española y también de la izquierda internacional[53]. Merece la pena recuperar alguna de las más significativas. La del director de cine Pedro Almodóvar, por ejemplo, representante privilegiado de los artistas españoles de la izquierda, más tarde apodados «los artistas de la ceja» por su identificación con José Luis Rodríguez Zapatero y su campaña de propaganda con la imagen de sus cejas. Pedro Almodóvar llegó a manifestar en una entrevista realizada poco después del atentado y de las elecciones:

Pero esta terrible semana ha culminado al fin con una noticia liberadora. La lástima es que hayamos tenido que pagar un precio tan alto para conseguir el castigo que ha sufrido el Partido Popular y la vuelta a la democracia. (…) En estos momentos estamos volviendo a ser un país democrático, cosa que habíamos dejado de ser en los últimos años. (…) Con la sangre que le caía al señor Aznar por haber ido por libre a una guerra a la que el 90 por 100 de España dijo no, es normal que el pueblo estuviera airado, frustrado, y que quisiera vengarse; ¿y qué mejor que unas elecciones al día siguiente?

Almodóvar habló de la «venganza electoral» como un medio de expresar el rechazo a la posición del Gobierno de Aznar en apoyo a la guerra contra Iraq. Y, sin embargo, tal venganza no apareció en ninguna de las encuestas preelectorales realizadas antes del atentado del 11-M. Lo que no quiere decir que no hubiera una posición mayoritaria contra la guerra de Iraq en España, pues varias encuestas habían mostrado que tal era la posición de la mayoría de los españoles, muy críticos con el apoyo del Gobierno al ataque de Estados Unidos y los aliados contra Iraq. Pero dicha posición no había tenido como efecto un deterioro del apoyo electoral al PP en beneficio del PSOE, sino que la distancia entre ambos partidos y a favor de la derecha se había mantenido.

Por eso es preciso volver al atentado y a sus efectos en el voto. Y, además, a lo ocurrido en España entre el 11 de marzo, día del atentado, y el 14, día de las elecciones. Pues el otro debate planteado por la izquierda española sobre esos días fue el de la supuesta manipulación de la información por parte del Gobierno al haber mantenido la hipótesis de la autoría de ETA durante unos días. Lo más increíble de la anterior teoría es que la hipótesis sobre la autoría de ETA fue mantenida por el propio diario de referencia del progresismo español, El País, en su primera edición tras el atentado, de la misma manera que por la gran mayoría de analistas. Ese mismo periódico, sin embargo, no tuvo el más mínimo reparo en encabezar desde los medios la campaña contra el Gobierno de Aznar por haber mantenido una primera hipótesis igual que la de El País.

La posibilidad de un atentado islamista en España no había sido anticipada, prevista o sugerida por nadie, ni siquiera por los propios servicios de inteligencia. De tal manera que, cuando el atentado tuvo lugar, y a falta de una reivindicación sobre el mismo, todos los ojos apuntaron hacia el terrorismo activo y conocido en España, el de ETA, sobre el que, por otra parte, se manejaba desde hacía tiempo la hipótesis de un posible atentado masivo.

Y, sin embargo, el hecho de que el Gobierno mantuviera también esa hipótesis durante las primeras horas fue interpretado como manipulación informativa por parte del progresismo. Y sobre tal supuesta manipulación informativa la izquierda organizó la furiosa campaña contra el Gobierno que tuvo lugar entre el 11 y el 14 de marzo. Y en la que aquella frase del portavoz socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, «merecemos un Gobierno que no nos mienta», lideró la agitación socialista. Tal agitación tuvo un gran éxito, no porque los ciudadanos estuvieran enfadados con la supuesta manipulación, sino porque los ciudadanos necesitaban una razón moral presentable para el voto del miedo el 14 de marzo. Una excusa para expresar electoralmente el pánico a Al Qaeda, el miedo a ser objetivo de un nuevo atentado si España no atendía a las exigencias de los fundamentalistas, es decir, a la expulsión del poder, en primer término, de quienes habían apoyado la guerra contra el terrorismo liderada por George Bush. Y el Partido Socialista fabricó esa excusa en forma de perfecta campaña sobre la manipulación informativa que el 14 de marzo le dio el triunfo electoral, el primer triunfo electoral pergeñado por el miedo al terrorismo y por la agitación política de ese miedo desde el progresismo.

Cabe preguntarse en este punto en qué medida el miedo al terrorismo etarra explica el comportamiento electoral en el País Vasco. O en qué medida el voto nacionalista se fundamenta en parte en su condición de voto más protector frente a la amenaza terrorista. Las conclusiones son complicadas si tenemos en cuenta que tal voto también produce la integración en el grupo dominante de la misma forma que lo hace en Cataluña. El voto nacionalista es el voto del grupo social dominante, el voto que procura la integración social, por lo que cabría esperar que, en una hipótesis de ausencia de amenaza terrorista, la fortaleza del voto nacionalista fuera semejante. Lo anterior no es incompatible con el hecho de que muchos de los comportamientos políticos del País Vasco se explican en clave de amenaza terrorista y miedo al terrorismo.

Ahora bien, lo cierto que es que la amenaza terrorista en el País Vasco, a diferencia de la islamista, siempre ha estado dirigida hacia partes específicas de la población, hacia los grupos de personas identificadas por ETA como objetivos posibles y siempre señaladas en sus comunicados. Nunca hubo un atentado masivo e indiscriminado e incluso la hipótesis de ese atentado masivo se ubicaba en Madrid, fuera del País Vasco. Lo que no elimina el miedo como componente del comportamiento electoral, pero sí lo acota sustancialmente. Y, además, la inexistencia de un atentado masivo a las puertas de unas elecciones complica el análisis de los efectos del miedo en el comportamiento electoral en España antes del 11-M.

Lo que sí produjo el 14-M fue la habitual confluencia ideológica de la izquierda española con el nacionalismo en un contexto de reacción frente al terrorismo. Pocos días después del atentado, Juan José Ibarretxe, lehendakari, entonces, del Gobierno Vasco, escribía un artículo en el diario de referencia del progresismo español, saludando el triunfo socialista. No se trataba de condenar el atentado islamista sino de reivindicar el buen nombre de los vascos: «que nadie vuelva a criminalizar a los vascos y que nadie tenga la tentación de hablar de terrorismo vasco», escribía Ibarretxe, como si el terrorismo etarra fuera propio de algún otro país o como si no existiera: «Euskadi es un país pacífico, plural y democrático, que abomina la violencia y que anhela, como nadie, la paz y la convivencia». Pero, sobre todo, el líder nacionalista celebraba el triunfo socialista en las elecciones y su cercanía a las tesis de la izquierda en lo que a concepto de España y a terrorismo se refiere: «José Luis Rodríguez Zapatero se ha adelantado a decir que el terrorismo no se soluciona con guerras sino profundizando en sus causas. Nada me parece más oportuno en estos momentos que coincidir con el que va a ser nuevo presidente español»[54].

Desde la izquierda intelectual, el principal líder de El País, Juan Luis Cebrián, escribía el epitafio del liderazgo de Aznar en el que, sin demasiadas sutilezas, ponía sobre sus hombros, sobre su política internacional, la responsabilidad por los asesinatos de los terroristas islamistas, de la misma manera que el progresismo lo hacía en las calles:

Había mimado de tal forma su imagen de gobernante incorruptible y capaz, el milagro económico español que sus decisiones propiciaban, su abanderamiento en la idea de una España trascendente y profunda, universal y única, como corresponde a uno de los países más importantes de la Tierra, que comprendo su decepción y su amargura, rodeado como está hoy de imágenes de cuerpos destrozados, víctimas del odio y la sinrazón, abucheado por quienes él mismo convocó a manifestarse, criticado por sus colegas extranjeros y por la prensa internacional, derrotados sus compañeros en las urnas cuando nadie daba un ápice por la victoria de la oposición[55].

De esta forma, el referente periodístico del progresismo español convertía un atentado islamista y la posterior manipulación del miedo de los españoles por parte del Partido Socialista en la responsabilidad de Aznar. Y la victoria socialista provocada por dicho atentado quedaba en su análisis libre de la sombra de los crímenes y del pánico que provocaron.

Toda la política posterior del PSOE sobre el terrorismo, tanto el interno, el de ETA, como el externo, el de Al Qaeda, estaba prefigurada en esta explotación del miedo ciudadano y en su respuesta. El diálogo o, en el caso de Al Qaeda, la huida. En forma de voto al partido que iba a conducir esa huida hacia el refugio de la seguridad, es decir, de la no provocación a los terroristas. Y posteriormente, en forma de varias decisiones sobre política internacional, la retirada de tropas de Iraq, en primer término, la crítica a Estados Unidos y la Alianza de Civilizaciones.

La provocación occidental

La misma sustancia ideológica de la llamada Alianza de Civilizaciones, liderada por el progresismo español, y a la que me referiré en el apartado siguiente, parte de la asunción de la responsabilidad occidental en el surgimiento del terrorismo islamista. Salvando las distancias de los diferentes contextos político-históricos, la teoría de la responsabilidad o provocación occidental aplicada al terrorismo islamista es equivalente a la teoría de la responsabilidad franquista respecto del terrorismo de ETA. ETA existe, era la idea mayoritaria aún en la izquierda española de los años setenta y ochenta, porque su nacimiento y desarrollo fueron producto del franquismo. En otras palabras, miremos hacia el franquismo y no hacia los propios etarras para explicar sus crímenes, también en los años de la democracia.

En el libro citado más arriba, Terrorismo y democracia tras el 11-M se analizan las reacciones españolas al atentado islamista del 11-M y, en particular, las reacciones de la izquierda apuntando a las supuestas responsabilidades del Gobierno de Aznar por su apoyo a la guerra de Iraq. Pero, antes, tras el 11-S, se habían producido reacciones muy parecidas en el progresismo español y occidental. Si tras el 11-M, el principal «culpable» era Aznar, tras el 11-S, los principales «culpables» habían sido Bush y la política exterior americana. El 12 de septiembre de 2001, unas horas después de los atentados del 11-S, un titular periodístico de la prensa progresista hizo méritos para la historia, negra, del periodismo. El País titulaba como sigue: «El mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush». El mundo no estaba en vilo o impactado o aterrorizado por el mayor ataque terrorista de la historia de Estados Unidos y a la espera de la confirmación de su autoría, sino que, según el progresismo periodístico, lo que al mundo le atemorizaba eran las «represalias de Bush».

Lo anterior constituía el arranque inevitable para un despliegue de la teoría de las causas y de las culpas de Occidente que se prolongó hasta la llegada de Obama al poder y su asunción de todas las líneas sustanciales de Bush en política antiterrorista. El 11-M constituyó la aplicación a España de una teoría de las causas ya ampliamente desarrollada tras el 11-S. En ella confluían la izquierda radical, representada por intelectuales como Noam Chomsky, y la izquierda moderada. Desde la izquierda moderada, en España, desde El País, en los días posteriores al 11-S, fueron desplegados todos los argumentos de las responsabilidades occidentales en la existencia del terrorismo islamista y los atentados del 11-S.

Solo cinco días después del 11-S, un editorial de El País exigía ir a las causas del terrorismo: «Lo ocurrido obliga aún más a reconocer lo fundado de algunas críticas a la actual globalización. La respuesta no puede ser solo policial o militar, sino que debe dirigirse a corregir las causas de las causas. Este mundo no puede seguir acumulando las injusticias y que sigan creciendo las diferencias, ya abismales, entre los ricos y los pobres. Ese es el caldo de cultivo para una violencia global»[56].

A continuación llegarían las inculpaciones de Estados Unidos como responsable de los muchos males del universo que estarían en el origen de la furia terrorista. Estados Unidos era, sigue siendo, en el universo progresista, el responsable del antiamericanismo de los países árabes y musulmanes. Según Edward W. Said, ocho días después del atentado:

(…) para la mayor parte de la gente en los mundos islámico y árabe, el Estados Unidos oficial es sinónimo de poder arrogante, conocido principalmente por su apoyo santurrón y munificente no solo a Israel, sino también a muchos regímenes árabes represivos, y por su falta de atención incluso a la posibilidad de diálogo con movimientos seculares y con gente que tiene quejas auténticas. El antiamericanismo en este contexto no está basado en un odio a la modernidad o en una envidia de la tecnología (…) está basado en una sucesión de intervenciones concretas, de depredaciones específicas y, en los casos de sufrimiento del pueblo iraquí bajo las sanciones impuestas por Estados Unidos y el apoyo estadounidense a los 34 años de ocupación israelí de los territorios palestinos, en una política cruel e inhumana administrada con una pétrea frialdad[57].

Quince días después del 11-S, Sami Naïr urgía a Estados Unidos a comprender las razones del antiamericanismo en el mundo islámico. ¿Cuáles? Las mismas que las señaladas por Said. El apoyo a Israel, «la crueldad del embargo a Iraq» y el apoyo a regímenes corrompidos y despóticos[58]. Dieciséis días después del 11-S, «el mayor peligro» era, para Mary Kaldor, que Estados Unidos no comprendiera el mensaje. ¿Qué mensaje? El siguiente: «(…) hay que cooperar para resolver problemas que tienen hondas raíces y que dan lugar a esa clase de rabia, desesperación y de fanatismo que se utilizan para justificar estos horrores»[59].

Diecisiete días después del 11-S, Rossana Rossanda elevaba el tono de las culpas de Estados Unidos y, a la pregunta de por qué se había producido el 11-S entonces y no diez años antes, se respondía a sí misma: «las acciones y reacciones de Estados Unidos han abonado el terreno de cultivo, igual que lo aumentará la insensata reacción de Bush que hará pedazos a muchos en Afganistán, pero no a Bin Laden, y no se atreverá a invadirlo: los rusos le han explicado que no lo conseguirá». Y, para acabar, la principal conclusión de Rossanda sobre el 11-S: «Bush es un loco peligroso. No atacará a la yihad, sino a mucha gente sin culpa, y empujará a Estados Unidos a vivir asediando al mundo y a ser asediado»[60].

Menos mal que un mes después del 11-S, una voz disidente afirmaba que «no todo era culpa de Estados Unidos». Hazem Saghiyeh, columnista del periódico árabe editado en Londres al Hayat escribía que «ningún esfuerzo de rectificación de Occidente servirá de nada si el mundo islámico en su conjunto no revisa su propia relación con la modernidad». Y finalizaba con una reflexión sobre el papel de los intelectuales árabes, completamente minoritaria entonces y en los años que siguieron:

En gran parte, los intelectuales árabes, que deberían fomentar el cambio, han fracasado en su tarea. En general, no se han despegado de su tradición tribal de defender «nuestras» causas frente al «enemigo». Su prioridad no ha sido criticar las terribles deficiencias con las que viven, sino destacar constantemente su «unidad». Y de esa forma están contribuyendo a su propio estereotipo antes de que lo haga cualquier adversario. Es en esta historia concreta y en esta cultura concreta, y no en un supuesto choque de civilizaciones, donde se encuentran las raíces de nuestro desdichado presente[61].

Desde entonces, todas las reivindicaciones y comunicados de Al Qaeda han insistido en la misma idea que el progresismo occidental, en la culpabilidad esencial de Estados Unidos y, en segundo término, de Israel. Las continuadas masacres, sobre todo en los países musulmanes, han afectado significativamente al importante apoyo de los árabes y musulmanes hacía Al Qaeda en la última década, como lo demuestran las encuestas de la Pew Research Center. Sin embargo, la teoría de la comprensión de las causas y de las responsabilidades occidentales en tales masacres se ha mantenido firme en el progresismo mundial.

El fracaso de la Alianza de Civilizaciones

Apenas había nacido y la Alianza de Civilizaciones ya ha fenecido. Casi nadie se acuerda de ella, y así seguirá siendo mientras Obama siga en la Casa Blanca o mientras la intervención militar en Libia permanezca viva en las mentes de los ciudadanos occidentales. Pero no hay que descartar que futuros acontecimientos pudieran revitalizarla pues su sustancia ideológica sigue teniendo el mismo peso de siempre en el progresismo. La llamada Alianza de Civilizaciones pretende ser una alternativa a lo que el progresismo considera la respuesta de la derecha, la respuesta militar, agresiva, de fuerza, al terrorismo. A partir de la lectura manipuladora de que esa respuesta militar al terrorismo es, en realidad, una manifestación de una confrontación con los musulmanes en general. O de un deseo de la derecha occidental de buscar el conflicto con los musulmanes para preservar su cultura occidental.

La grosera tergiversación anterior de la respuesta de los Estados a Al Qaeda se basa, a su vez, en otra manipulación más descarada aún como es la que los impulsores y defensores de la Alianza hicieron y siguen haciendo con el libro que les inspiró, El choque de civilizaciones[62], de Samuel P. Huntington. Una manipulación enormemente sorprendente por su éxito, además, pues el libro está disponible para todo aquel que desee leerlo, pero tal evidencia no ha hecho mella alguna en quienes lo han esgrimido como guía ideológica de una supuesta derecha impulsora del choque de civilizaciones. En buena medida, por la timidez o debilidad de la derecha española y europea en general a la hora de clarificar y reivindicar sus ideas. En este caso, a la hora de hacer una tarea bien sencilla como la de recordar el contenido real del libro de Huntington.

El libro no es un panfleto ideológico, por supuesto, tal como se ha querido presentar, sino una obra destacada de uno de los más brillantes politólogos de las últimas décadas. Su objetivo es académico, analítico, y se sostiene, como todas las obras de este autor, en una ingente cantidad de datos. El objetivo de Huntington es el liderazgo de determinada línea de interpretación de la realidad social y política y ni mucho menos un frente político del estilo del que sus detractores han hecho con la Alianza de Civilizaciones.

Se trata de la línea interpretativa que considera central la cultura como fuente de explicación social, una constante de las obras de Huntington. En el mundo de la posguerra fría, afirma Huntington en esa obra, las distinciones más importantes entre los pueblos no son ideológicas, políticas ni económicas; son culturales. Eso significa que la gente se define desde el punto de vista de la genealogía, de la religión, le lengua, la historia, los valores, costumbres e instituciones. Se identifica con grupos culturales y usa la política, no solo para defender sus intereses, sino también para definir su identidad.

Y el elemento cultural, cree Huntington, puede ser una fuerza unificadora, pero también divisiva, y ocurre que las sociedades separadas por la ideología pero unidas por la cultura, se reúnen, como lo hicieron las dos Alemanias, mientras que las sociedades unidas por la ideología o por circunstancias históricas, pero divididas por la civilización, como la Unión Soviética, Yugoslavia y Bosnia, se deshacen o están sometidas a una gran tensión.

Entre otros muchos casos, Huntington utilizaba como dato sostenedor de su teoría la guerra de Bosnia. La guerra de Bosnia fue una guerra de civilizaciones, escribió:

Los tres contendientes primarios procedían de tres civilizaciones diferentes. Con una excepción parcial, la participación de los actores secundarios y terciarios seguía exactamente el modelo basado en las civilizaciones. Los Estados y organizaciones musulmanas en su totalidad acudieron en apoyo de los musulmanes bosnios y se opusieron a los croatas y a los serbios. Los países y organizaciones ortodoxos en su totalidad respaldaron a los serbios y, por lo general, se mostraron indiferentes y temerosos respecto a los musulmanes. Conforme la guerra se prolongaba, los odios y divisiones entre los grupos se ahondaron, y se intensificaron sus identidades religiosas y de civilización, sobre todo entre los musulmanes[63].

La anterior es la teoría que alumbra el análisis de las civilizaciones distinguidas por Huntington, occidental, africana, sínica, hindú, islámica, japonesa, latinoamericana y ortodoxa, y la que dirige también las reflexiones del autor sobre las potencialidades del conflicto entre la civilización islámica y la occidental. Y todo eso, ese libro, esa teoría, se producía en 1996, cinco años antes de que los países occidentales empezaran a mostrar algún interés por ese posible conflicto. Algo que ocurrió únicamente tras los atentados del 11-S, a pesar de que el islamismo radical existía desde hacía décadas, siendo el mérito de Huntington su capacidad de vislumbrar la importancia de ese conflicto mucho antes de que el resto de los medios intelectuales occidentales fueran capaces de hacerlo.

Huntington, por otra parte, no se ocupaba en dicho libro del terrorismo o de las respuestas que los Estados tuvieran que dar a dicho terrorismo. Y, tras el 11-S, y cuando se le formuló desde diversos medios la pregunta inevitable, es decir, si el 11-S confirmaba su teoría del choque de civilizaciones, su respuesta fue la propia del académico que escribió el libro:

Osama Bin Laden ha declarado la guerra a la civilización occidental y, en concreto, a Estados Unidos. Si la comunidad musulmana a la que Bin Laden intenta atraer se agrupa con él, se convertirá en un choque de civilizaciones. Hasta el momento parecen estar profundamente divididos. Bin Laden es un proscrito expulsado de su propio país, y posteriormente de Sudán. Los talibanes que le apoyan solo han sido reconocidos por tres de los 53 países musulmanes del mundo. Todos los Gobiernos musulmanes excepto Iraq, aunque incluyendo Sudán e Irán, han condenado su ataque terrorista. (…) Al mismo tiempo, Bin Laden parece estar ganando popularidad en la calle, especialmente en el mundo árabe donde puede estar sacando provecho del resentimiento contra los regímenes gobernantes, Israel y los ricos, el poder y la cultura de EE. UU. Como corresponde, EE. UU. no considera su respuesta como una guerra contra el islam, sino como una guerra entre una extensa red terrorista transnacional y el mundo civilizado[64].

La respuesta de Huntington no solo era básicamente académica sino que los hechos demostraron que la disyuntiva planteada tan poco tiempo después del 11-S en torno a la evolución del apoyo a Bin Laden en los países musulmanes iba en el buen camino. Las encuestas de la Pew Research Center han demostrado que, en efecto, Bin Laden consiguió un significativo apoyo entre los musulmanes tras el 11-S, pero también que dicho apoyo ha ido en descenso a lo largo de toda esta última década.

Otra cosa bien distinta es si caben las divergencias y qué divergencias respecto de las teorías interpretativas de Huntington. Y, si bien es cierto que sus análisis culturales son de una enorme brillantez, podemos ponerles algunos peros. Por ejemplo, el hecho de que la propia guerra de Libia —y cito uno de los últimos ejemplos relevantes— haya desmentido en buena medida la idea de que las sociedades se unen de acuerdo más a sus rasgos culturales que a sus ideologías, pues la coalición internacional que acudió en ayuda de los rebeldes libios fue una coalición formada en su mayor parte por sociedades cristianas y pertenecientes a la cultura occidental. Pero apostaron por una parte de una sociedad musulmana a partir de unas ideas o de una ideología, las ideas de la democracia y de la libertad.

La misma sociedad norteamericana podría constituir un ejemplo complicado para las teorías de Huntington en la medida en que varias de las civilizaciones diferenciadas por Huntington, en particular la latinoamericana en los últimos años, confluyen con la llamada occidental sobre la base de unas ideas y no de una cultura, las ideas de la igualdad de oportunidades, de la libertad y de la democracia.

Pero, al margen del contenido real del famoso y manipulado libro de Huntington o de lo discutibles que puedan ser algunas de sus apreciaciones sobre los efectos de las culturas, lo cierto es que el progresismo ha construido esta pasada década una supuesta alternativa al choque de civilizaciones o a la guerra de civilizaciones a partir de la asunción de que Bush lideró, con el apoyo de presidentes como José María Aznar o Tony Blair, una guerra contra los musulmanes o contra la civilización islámica. «Se abre una encrucijada», escribió la ministra italiana para Políticas Juveniles y Actividades Deportivas, Giovanna Melandri, en enero de 2008, cuando Obama aún no había sido elegido y la Alianza de Civilizaciones estaba en su máximo esplendor, la encrucijada de «coger la vía del enfrentamiento de civilizaciones teorizada por Huntington… o gestionar juntos el espacio del compartir»[65]. Lo escribió con motivo del Foro de la Alianza de Civilizaciones organizado por Zapatero en Madrid en enero de 2008 y desconozco si, después de aquello, fue cesada en su país por deficiencias educativas en Ciencias Sociales y peligrosa ignorancia.

Claro que políticos más importantes que ella, un presidente como Zapatero especialmente, habían exhibido esa ignorancia desde mucho antes e incluso habían comprometido la atención de Naciones Unidas y muchos millones de euros para sostener la falsedad de una Alianza de Civilizaciones opuesta a un supuesto choque de civilizaciones. Justamente unos días después de ser elegido, el 24 de marzo de 2004, Zapatero ponía en marcha la propaganda sobre la Alianza: «Diálogo intenso de civilizaciones y no choque entre civilizaciones»[66]. Y lo concretaba a bombo y platillo en septiembre de ese mismo año en la 59a Asamblea General de Naciones Unidas. El diario El País recogía al día siguiente con plena fidelidad y no menor entusiasmo propagandístico el mensaje de Zapatero. En su página dos, izquierda, el titular rezaba: «Bush defiende la guerra de Iraq». Y en la página tres, derecha, en contraste con lo anterior: «Zapatero propone una Alianza de Civilizaciones con el mundo islámico»[67].

Establecido el mensaje progresista esencial, la izquierda pacifista y dialogante frente a la derecha militarista y violenta, el resto del amplio despliegue sobre Zapatero incluía los mensajes básicos de la propaganda de la Alianza de Civilizaciones lanzados por Zapatero en su discurso en Naciones Unidas. Primero, la Alianza es defendida por los pacifistas porque «la paz es una tarea que exige más valentía, más determinación y más heroísmo que la guerra», pues, obviamente, postula el universo progresista, sentarse a buscar un acuerdo con un terrorista es infinitamente más arriesgado que intentar detenerlo. Segundo, el terrorismo no tiene justificación, pero tiene causas, y por eso «la corrección de las grandes injusticias políticas y económicas que asolan el planeta privaría a los terroristas del sustento popular». A lo que hay que añadir el conflicto de Oriente Próximo, es decir, el Estado palestino y las culpas de Israel, «Israel podrá contar con la comunidad internacional en la medida en que respete la legalidad internacional; y el trazado del muro de separación no lo hace». Y, cuarto, la Alianza es un proyecto de legalidad, frente a la ilegalidad de la derecha con la guerra de Iraq, pues «la paz y la seguridad en el mundo exigen el respeto a la legalidad», es decir, a las resoluciones de Naciones Unidas y a la Corte Penal Internacional.

Unas páginas más adelante, el editorial del propio diario recalcaba las diferencias de la propuesta de Zapatero respeto a la derecha, la de Bush: «Horas antes, George Bush había hablado en esa misma tribuna, sin propósito alguno de enmienda sobre el tremendo lío que ha generado con su invasión de Iraq»; y la de Aznar: «Es espectacular el contraste entre un gobernante que se presentó como ‘de un país antiguo y diverso, con diversas lenguas, con distintas tradiciones’, y la imagen arrogante de una España monolítica que ofrecía Aznar»[68].

Poco tiempo después, un representante de la dictadura egipcia, el secretario general de la Liga Árabe, Amer Musa, reiteraba en una visita a Madrid, en octubre de 2005, el mensaje de la Alianza sobre los «extremistas de los dos lados», es decir, Bush, Aznar y otros dirigentes democráticos por un lado, y los terroristas, por otro: «Son los extremistas de uno y otro lado los que están generando un choque de civilizaciones», palabras de Musa que constituían el gran titular de la entrevista que el diario El País publicaba[69]. Nuevamente, el progresismo occidental se entusiasmaba en su acuerdo con los dictadores árabes en la equiparación de los terroristas islámicos y los «otros extremistas», es decir, los líderes de la derecha.

Y es que para los dirigentes de la Alianza, desde Zapatero al líder turco Recep Tayip Erdogan, no había por aquel entonces problema alguno con la existencia de dictaduras en todos los países árabes y una buena parte de los musulmanes, de ahí que fuera perfectamente pertinente que el representante de una dictadura como el secretario general de la Liga Árabe diera lecciones de tolerancia y moderación a los dirigentes democráticos. Ese no era el problema para el progresismo, sino más bien lo era la respuesta policial y militar al terrorismo islamista o combatir con el empleo de la fuerza a los grupos terroristas, las «tentaciones de la guerra», en palabras de Zapatero. Así lo explicaba el propio Zapatero, en compañía de Erdogan, con motivo de una reunión en Turquía con el primer ministro turco, el 13 de noviembre de 2006: «Ya hay una Alianza de Civilizaciones, ya hay Gobiernos e intelectuales dispuestos a combatir el fanatismo con el diálogo. Somos un gran espacio que reducirá las tentaciones de quienes recurren fácilmente a la guerra, demasiado fácilmente». Y, aún más, para recalcar la diferencia entre la pacifista Alianza y los violentos que hacían la guerra contra Al Qaeda, añadía: «Frente a los que quieren sacrificar la paz para defender nuestros valores debemos alzar nuestra voz para decirles que la paz es el último de nuestros valores que estaríamos dispuestos a sacrificar. Porque sin paz no hay libertad, no hay justicia, no hay dignidad, no hay prosperidad».

Con motivo de la citada reunión en Turquía, Zapatero y Erdogan publicaron un artículo en la prensa española en el que explicaban una vez más su receta para el fin de la violencia y los problemas del mundo islámico. Y el problema era, como ya lo estaban aclarando desde 2004 y desde la presentación del programa de la Alianza de Civilizaciones en Naciones Unidas, la confrontación de Occidente con los países musulmanes: «Uno de los mayores retos que afrontamos actualmente es revertir la actual interacción negativa y desconexión entre Occidente y el mundo islámico, ruptura que está favoreciendo la involución hacia políticas basadas en la identidad en las que florece el extremismo»[70]. Ni una sola palabra contenía el artículo sobre las dictaduras y la represión en el mundo islámico y, sobre todo, en torno a la responsabilidad de los propios fanáticos en desarrollar y expandir su fanatismo.

Un día después, el embajador Máximo Cajal exponía las diferencias entre la ideología de la Alianza de Civilizaciones y la del Gobierno anterior de José María Aznar: «Es la ideología, ciertamente, lo que marca la diferencia. La que está en las antípodas de aquel otro pensamiento que fue tomando cuerpo en la política exterior española a lo largo de los ocho años anteriores. Se resumía este en el unilateralismo, en el atlantismo exacerbado, en los desastres de la guerra y en un mal disimulado desprecio por las Naciones Unidas herencia del pensamiento neoconservador, fuente de la que con tanta fruición sigue bebiendo entre nosotros»[71].

La Cumbre de la Alianza en Estambul en abril de 2009 constituyó su última gran presencia mediática internacional. Obama acudió a Estambul, pero no a la reunión de la Cumbre, tal como se esperaba desde la Alianza. Su continuidad con las políticas de Bush en materia antiterrorista comenzaba a ser evidente, como ya lo confirmaría él mismo con el discurso que haría unos meses después con motivo de la entrega del Premio Nobel de la Paz. Las revueltas contra las dictaduras árabes que empezarían un año y medio más tarde constituirían la puntilla de un ocaso que comenzó su andadura en Estambul en abril de 2009.

Y para tal ocaso, nada más significativo que las palabras de Mehmet Aydin, copresidente del grupo de Expertos de la Alianza y ministro de Estado de Turquía que ofrecía una entrevista al diario El Mundo. A la pregunta de la periodista Carla de la Vega sobre las iniciativas concretas llevadas a cabo por la Alianza, Aydin destacaba la siguiente:

Primero, el apoyo financiero está aumentando. Nadie invierte dinero en algo que no tiene futuro. Segundo, hemos creado un mecanismo rápido de respuesta para los medios de comunicación, formado por expertos. Un ejemplo muy claro de acción fue cómo conseguimos que la película Fitna del parlamentario holandés Geert Wilders no causase las mismas dificultades que la crisis de las caricaturas. Lo logramos trabajando juntos. Nos pusimos en contacto rápidamente con los políticos y líderes del país para advertirles de que deberían negar toda conexión con la película y censurarla[72].

El problema que la Alianza resolvía, por tanto, era la crítica de una película europea al islam y no el fanatismo de los fundamentalistas, pues, como ya habían clarificado una y otra vez los líderes de la Alianza, el problema estaba en primer término en las actitudes occidentales. En las películas europeas antes que en los asesinatos terroristas de los fundamentalistas, he ahí un perfecto resumen del espíritu progresista de la Alianza de Civilizaciones.

La muerte de Bin Laden a manos del Ejército americano en mayo de 2011 constituyó el punto final de la capacidad propagandística y política de la Alianza. Pues Obama, el líder esperado y anhelado del progresismo, hizo lo que Bush habría hecho y, además, lo justificó con las palabras que Bush habría utilizado. La misma noche de la muerte de Bin Laden, Obama se dirigió a los americanos y les explicó sus cinco ideas: 1) Al Qaeda nos declaró la guerra, por lo que fuimos a la guerra contra Al Qaeda; 2) Di la orden de capturar a los terroristas, a Bin Laden, vivos o muertos; 3) Estados Unidos está en guerra contra Al Qaeda; 4) Se ha hecho justicia contra Al Qaeda; y 5) Es el patriotismo el que ha hecho posible la defensa y resistencia de Estados Unidos: «Hemos podido hacerlo, no por la riqueza y el poder sino por quienes somos: una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos».

Unos meses después, y con motivo del décimo aniversario del 11-S, Obama se dirigió nuevamente a los americanos a través de un artículo publicado en USA Today el 8 de septiembre de 2011, para reiterar las ideas expuestas tras la muerte de Bin Laden:

Este es el verdadero espíritu de América que debemos reivindicar en este aniversario, la bondad y patriotismo del pueblo americano y la unidad que necesitamos para avanzar juntos, como una nación. (…) Los autores de aquellos ataques querían aterrorizarnos, pero no han podido con nuestra fuerza y resistencia. Hoy, nuestro país es más fuerte y nuestros enemigos más débiles. Y aunque hemos hecho justicia con Bin Laden y colocado a Al Qaeda en el camino de la derrota, nunca vacilaremos en la tarea de proteger nuestra nación[73].

El 10 de septiembre, Obama reiteraba el mensaje a través de la radio: «Hemos combatido a Al Qaeda como nunca antes. A lo largo de los últimos dos años y medio, han sido eliminados más líderes de Al Qaeda que en todo el periodo transcurrido desde el 11-S. Y gracias al extraordinario coraje y precisión de nuestro Ejército, finalmente, hemos hecho justicia con Bin Laden».

El círculo del debate iniciado tras los atentados del 11-S y plasmado más adelante con la oposición entre la Alianza de Civilizaciones y la respuesta militar al terrorismo se había cerrado. Obama, el líder esperado del progresismo europeo y americano, el que iba a encarnar los valores de la Alianza de Civilizaciones, como lo creyó la propia Academia sueca que le otorgó el Nobel de la Paz, acabó haciendo, diciendo y defendiendo lo mismo que George Bush.

Diez años antes, el 20 de septiembre de 2001, Bush había afirmado ante una sesión conjunta del Congreso:

Nuestra guerra contra el terror comienza con Al Qaeda, pero no acaba ahí. No acabará hasta que todos los grupos terroristas de alcance global hayan sido encontrados, detenidos y derrotados. (…) Esta lucha no solo es de Estados Unidos. Lo que está en juego no es solo la libertad de Estados Unidos. Esta es la lucha del mundo. Esta es la lucha de la civilización. Esta es la lucha de todos los que creen en el progreso y el pluralismo, la tolerancia y la libertad. (…) Compatriotas, combatiremos la violencia con justicia y paciencia, seguros de la rectitud de nuestra causa y confiados en las victorias que llegarán.

Con la nueva perspectiva de una política antiterrorista al final continuada por quien supuestamente tenía una alternativa, se entiende que la opinión pública americana cambiara significativamente su punto de vista sobre la gestión del 11-S por parte de Bush desde enero de 2009, nada más ser elegido Obama, y agosto de 2011. Según los datos de las encuestas de la Pew Research Center, si la aprobación de la gestión del 11-S por parte de Bush era en enero de 2009 de un 24% (60% entre los republicanos, 9% entre los demócratas y 20% entre los independientes), dicha aprobación había subido al 56% en agosto de 2011 (84% entre los republicanos, 39% entre los demócratas y 55% entre los independientes)[74].

En este contexto, el propio periódico de referencia de los demócratas americanos, The New York Times, reconocía el propio 11 de septiembre de 2011 que el 11 de septiembre se había convertido en una de las grandes paradojas de la presidencia de Obama. Los periodistas Mark Landler y Eric Schmitt escribían que Obama

es el líder demócrata que se opuso a la guerra de Iraq y que está retirando las tropas de Iraq y Afganistán pero que se ha significado al mismo tiempo como un letal e incansable cazador de terroristas. Es el presidente que prohibió la tortura en los interrogatorios de los sospechosos de terrorismo y que abogó —sin éxito, hasta ahora— por el cierre de la prisión militar de Guantánamo, pero es también quien ha llevado a cabo más ataques de aviones no tripulados en Pakistán en su primer año de presidencia que los llevados a cabo por Bush en toda su presidencia. En ese proceso, ha dicho la Casa Blanca, ha matado a más líderes de Al Qaeda en los dos años y medio últimos que todos los que eliminó Bush[75].

Toda esta realidad de la asunción de algunos postulados neoconservadores por parte de Obama explica sobre todo que el décimo aniversario del 11-S registrara una reacción mucho menor del progresismo sobre la Alianza de Civilizaciones. De hecho, nadie habló ya de ella. Y las reflexiones sobre las responsabilidades de Occidente, el «odio que engendró odio», como escribió Ahmed Rashid en The New York Times apuntando a la culpa de Occidente en el terrorismo fundamentalista[76] fueron minoritarias.

Solo la izquierda radical apuntó nuevamente hacia ese discurso. Noam Chomsky y sus émulos de los diferentes países hicieron las intervenciones esperadas sobre los males del militarismo y la necesidad de dialogar con los terroristas. Pero quedaron aislados en un momento político en que la socialdemocracia, en plena guerra de Libia en ese momento y con su líder americano, Obama, haciendo de Bush, poco podía decir o reivindicar. Y no lo hizo. Simplemente, dejó fenecer la Alianza de Civilizaciones. Hasta nuevo aviso, es decir, hasta la llegada de la derecha al poder en Estados Unidos.