EN LA CAVERNA TERRORISTA
Hamás es el grupo terrorista que goza del apoyo más explícito del progresismo mundial, un apoyo que procede tanto de la izquierda radical como de la moderada. A lo que se suman las simpatías de una parte de la extrema derecha. Como la del Frente Nacional francés cuyo anterior líder, Jean Marie Le Pen, declaró en 2009 que «Gaza es un campo de concentración», llamativa declaración de uno de los más conocidos negacionistas del Holocausto. De hecho, Le Pen ha sido condenado varias veces por tal motivo. Lo fue a fines de los ochenta por negar la existencia de las cámaras de gas nazis. Volvió a ser condenado a fines de los noventa por decir que las cámaras de gas fueron un «detalle de la historia», Y nuevamente en 2008 por apología de crímenes de guerra y negación de un crimen contra la humanidad, en concreto, una declaración en una entrevista de 2005: «la ocupación nazi de Francia no fue particularmente inhumana».
El antisemitismo explica las simpatías hacia el terrorismo palestino de una parte de la extrema derecha, como queda claro en la trayectoria de Jean Marie Le Pen. Y, probablemente, las explica también respecto de la izquierda y la coincidencia en los sentimientos antiisraelíes tanto desde la izquierda como desde sectores de la extrema derecha. ¿En qué consiste ese antisemitismo? Lo explicó bien Enrique Krauze cuando escribió que, a raíz de la guerra de Gaza, afloraron dos actitudes preocupantes, una que roza el antisemitismo y otra que lo asume abiertamente. La primera, la parcialidad de informaciones y editoriales sobre el tema, como si la ofensiva de Israel se hubiera dado en el vacío, sin la provocación previa de los proyectiles de Hamás. Y la segunda, la equiparación en diversas manifestaciones de la Esvástica con la Estrella de David o de la tragedia de Gaza con el Holocausto[30].
Ahora bien, sin introducir el elemento del antisemitismo cuyo papel como componente de las simpatías hacia Hamás resulta en todo caso discutible, son los elementos tradicionales de la actitud del progresismo hacia cierto tipo de terrorismos los que encontramos con más claridad en sus posiciones respecto de Hamás.
La idea de la culpabilidad de la derecha, en primer término, sea la dictadura franquista en el caso de ETA, o sea un país «aliado del imperialismo» en el caso de Israel. Y el terrorismo de Estado, pues el uso de la fuerza física por el Estado contra el terrorismo es convertido inmediatamente en terrorismo de Estado por una buena parte de la izquierda. En la mayoría de esas posiciones de la izquierda hacia Hamás, la responsabilidad de Israel se identifica con la de Estados Unidos o, como en la posición de uno de los líderes más señalados del progresismo, Noam Chomsky, Israel se convierte, simplemente, en «un apéndice de Estados Unidos». Así lo declaraba, por ejemplo, en marzo de 2002: «Israel es una base militar estadounidense. Y una base importante. Es uno de los Estados que, como Turquía, controlan militarmente la región de Oriente Próximo en interés de Estados Unidos. Y los palestinos no tienen nada que ofrecer. No tienen ningún poder, no tienen ninguna riqueza, de modo que no tienen derecho alguno. (…) Israel es un puesto de avanzada militar de Estados Unidos. Y las acciones que emprende son acciones que Estados Unidos autoriza o alienta. Si van un milímetro más allá de lo que Estados Unidos quiere, una voz sorda de Washington dice: ‘ya está bien’, y se retiran»[31].
Entre los intelectuales de la izquierda española más conocidos por la conversión del terrorismo de Hamás en una responsabilidad de Israel, se ha destacado tradicionalmente la arabista Gema Martín Muñoz. El mismo día en que Hamás ganaba las elecciones palestinas, el 25 de enero de 2006, Martín Muñoz responsabilizaba de su éxito a… Ariel Sharon: «Despreciando cualquier nivel de negociación con Mahmud Abbas, Sharon no ha hecho absolutamente nada para que ganase un mínimo crédito ante su población; por el contrario, ha invertido en la radicalización y la violencia. (…) Y no hay que ignorar que el uso del terrorismo de Hamás es la otra cara de la moneda del terrorismo de Estado que practica Israel»[32].
También en trabajos con pretensión de analíticos de la ciencia progresista se defiende la misma responsabilidad de Israel. Lo hacía Stuart Reigeluth, investigador sobre Oriente Medio, en un artículo en el que en ningún momento aplicaba el calificativo de terrorismo ni a Hamás ni a sus atentados, pero sí afirmaba, sin embargo, que el culpable del conflicto de Gaza es, en buena medida, Israel, debido a que los israelíes se retiraron de forma unilateral, sin coordinación con la Autoridad Palestina. Y, además, añadía Reigeluth, «el Gobierno israelí está librando una guerra en Gaza que no puede ganarse por medios militares convencionales»[33].
Israel ha sido culpado hasta del secuestro de sus propios soldados, que es exactamente lo que hacía John Le Carré sobre la guerra de Israel con Hezbolá: «Escribo estas líneas 28 días después de que Hezbolá capturara a dos soldados israelíes, una práctica militar bastante corriente y a la que no es ajeno el propio Israel». A lo que se añadía la habitual descalificación de Israel, en este caso, frente a Hezbolá, pues, nuevamente, el problema no está en los ataques de Hezbolá sino en los «fanáticos ilusos» de Israel: «Y los ciudadanos de Líbano son las víctimas más recientes de una catástrofe mundial que es obra de fanáticos ilusos y cuyo final no está a la vista»[34].
Hamás es presentado, además, como la reacción del débil y aplastado frente al fuerte y opresor. «La consecuencia de treinta años de errores cometidos por Israel y Arafat», escribía Miguel Ángel Bastenier. A lo que añadía: «El terrorismo se asume en Palestina como la lucha del verdadero David, el del cinturón suicida de explosivos contra los helicópteros artillados de Goliat. El grueso del pueblo no condena un terror que siente como su sola posible revancha»[35].
En realidad, Bastenier no solo describía las actitudes mayoritarias en Palestina, también en la izquierda del resto del mundo. Con matices que van desde la inculpación de Israel por el surgimiento de Hamás hasta la abierta justificación de ese terrorismo como respuesta al «terrorismo de Estado» de Israel y pasando por las variantes sociales de las causas, siempre a medio camino entre la explicación puramente sociológica y la comprensión de esas causas. A esas causas se refería, por ejemplo, el escritor israelí David Grossman, quien, unos días después del triunfo de Hamás en las elecciones, se preguntaba por qué, por qué precisamente entonces, después de que Israel pusiera fin a la ocupación de Gaza, el pueblo palestino había elegido un movimiento extremista, fundamentalista. Y explicaba las causas: la identificación de Hamás como el artífice de la expulsión de los colonos israelíes de Gaza a través del lanzamiento de miles de cohetes Kassam y los atentados suicidas, la labor de Hamás en la creación de una red de asistencia social para pobres y desempleados y, sobre todo, la capacidad de Hamás para dar entre los palestinos «importancia a esas personas con el orgullo herido cuya vida parecía carecer de valor. Le ha brindado un sentimiento de autoestima a una generación entera de jóvenes que había visto cómo la ocupación y la pobreza denigraban a sus padres y los convertían prácticamente en desechos humanos»[36].
La izquierda ha ignorado tradicionalmente el hecho de que la teoría de las causas no ha sido confirmada por la historia o que situaciones semejantes no han dado lugar a respuestas terroristas en todos los casos. Lo demostraba Walter Laqueur en su análisis de la historia del terrorismo[37] en el que ponía de relieve que las tres causas más alegadas del terrorismo, la pobreza, la represión y el imperialismo han dado lugar a respuestas violentas en un número muy pequeño de casos. Aún más, que el terrorismo nació y se desarrolló en bastantes de sus casos en contextos donde esas supuestas causas no existían.
Ahora bien, las causas, básicamente, las citadas más arriba, son siempre alegadas por los propios grupos terroristas como justificación de su existencia, de sus crímenes y de su perduración. Y encuentran en la izquierda la explicación sociológica oportuna o la más abierta de las solidaridades. Como en la escritora Almudena Grandes para quien la causa del odio de los palestinos se reparte particularmente entre los líderes de la derecha española, Rajoy y Aznar, pasando por la AVT. Escribía Grandes sobre la desesperación de una madre palestina que buscaba insulina para su hija diabética y localizaba los culpables… en la derecha española:
Las pequeñas tragedias se estrellan contra las grandes palabras. Ahora que el liderazgo de Rajoy en el PP ya no es una simple crisis, sino toda una rebaja de enero, que se precipita sin remedio desde el cincuenta por ciento de descuento hacia el gran remate final, Aznar ha vuelto a pasear su melena por los escenarios. Debutó en Israel, pidiendo más caña con un lenguaje de hace medio siglo. No queremos ser rusos ni chinos, dijo, a estas alturas. Estoy segura de que le aplaudieron mucho, tanto como en el congreso de la AVT, donde se habló sin parar de justicia, de sufrimiento y de derechos humanos, pero nadie se acordó de los palestinos de Gaza. ¿Para qué, si les da lo mismo que el próximo presidente norteamericano sea un negro o una mujer? Gane quien gane, ellos seguirán perdiendo y nosotros, antes o después, volveremos a comprar más coches. Y cuando alguno estalle por los aires, todavía sobrarán cínicos para preguntarse de dónde ha salido tanto odio al mundo civilizado[38].
Identificado el culpable, Israel, bien a solas, bien en dependencia de Estados Unidos, la segunda parte del discurso del progresismo sobre Hamás, se centra en el diálogo. Pues todo terrorismo legitimado desde el progresismo debe ser objeto de diálogo o de negociación sobre sus reivindicaciones, en España, en Colombia o en Israel. El diálogo adquiere las formas habituales. Integrar a los extremistas es una de ellas. Gema Martín Muñoz escribía el día del triunfo electoral de Hamás:
La integración de Hamás en el sistema político palestino es un factor positivo y la mejor manera de garantizar el mantenimiento del cese el fuego, que ha respetado a pesar de las provocaciones constantes israelíes. (…) Cortar la interlocución con ellos y no aceptar los resultados democráticos de las elecciones, les llevaría (a EE. UU. y la UE) a perder la ocasión de condicionar y alentar una refundación de Hamás que fuese gradualmente dimitiendo de su estrategia militar y aceptando la negociación con Israel. Claro está que eso significaría también presionar con firmeza a Israel para que negocie. Quizá sea ese el verdadero problema que no quieren afrontar[39].
Integrar a Hamás para solucionar el conflicto ha sido también la línea defendida por Henry Siegman. Desde la premisa de la responsabilidad de Israel y Estados Unidos en el asedio de Gaza con la «pretensión de anular los resultados de la victoria electoral de Hamás en 2006», el director del U.S./Middle East Project e investigador de FRIDE planteaba de la siguiente manera el necesario diálogo entre las partes: «Como es inevitable que haya un debate a cuatro bandas entre Israel, Egipto, la Autoridad Palestina y Hamás, Estados Unidos tiene la oportunidad de cambiar la trayectoria y de alentar a Israel a iniciar con los islamistas conversaciones conducentes a un alto el fuego, única manera de que cesen los ataques con cohetes Kassam contra Israel»[40].
No es fácil establecer la divisoria entre el apoyo abierto a la negociación y la vía pragmática o la defensa de la negociación como única forma de lograr el fin de la violencia. Pero lo cierto es que la segunda forma habitual que adquiere la exigencia del diálogo con los terroristas es la pragmática. La de la negociación como única manera de acabar con el terrorismo y el cuestionamiento del uso de la fuerza como el método equivocado para luchar contra el terrorismo. Nosotros no apoyamos el terrorismo, por supuesto, pero no acabaremos jamás con él si no negociamos, reiterada reflexión de la izquierda aplicada en exclusiva a determinado tipo de crímenes, los del terrorismo izquierdista, nacionalista o antiimperialista, sea ETA, Hamás o las FARC.
Gary Younge, analista de The Guardian, lo explicaba de la siguiente manera: «Al liquidar cualquier posibilidad de negociación, la violencia no ha echado atrás a los extremistas, sino que los ha envalentonado. Es posible que Israel quiera favorecer a la facción moderada de Fatah que gobierna Cisjordania en la actualidad. Sin embargo, la subida electoral de Hamás fue consecuencia directa del desprecio con que los israelíes los habían tratado en el pasado». De lo anterior se pasa habitualmente al cuestionamiento global de la llamada guerra contra el terrorismo. Y Younge lo hace de la siguiente manera:
Entretanto, Israel ha dedicado todos sus esfuerzos a poner en práctica los mismos principios de la guerra contra el terrorismo que de tan poco le han servido a Estados Unidos, siendo el principal de ellos la errónea creencia de que los problemas insolubles en el terreno político pueden resolverse exclusivamente por medios militares, con el objetivo no solo de bombardear a los enemigos hasta que se sometan sino con el de eliminarlos por completo y luego inventarse a partir de los escombros una solución en las condiciones que más convengan[41].
No hay una solución militar, es una sentencia habitual que justifica la apuesta por la negociación desde la izquierda. La fuerza no logrará el final del terrorismo, de este tipo de terrorismo. José Luis Rodríguez Zapatero ha apelado frecuentemente a ella, a la fuerza, también para referirse a Hamás. Es decir, para referirse a Israel. Sobre la respuesta militar de Israel al lanzamiento de misiles contra su territorio desde Gaza, declaró que, aunque Hamás había tenido una actitud «irresponsable» provocando la ruptura de la tregua con Israel, este país ha reaccionado de una manera «absolutamente desproporcionada y contraria al Derecho Internacional humanitario» y que «no hay una solución militar a la crisis», a lo que Zapatero añadía el también habitual discurso de las dos partes: «la conducta de Hamás y la respuesta israelí lo único que consiguen es sumir a la región y a los pueblos que la habitan en la desesperanza y en la frustración»[42].
La ministra de Defensa de su Gobierno, Carme Chacón, insistió en la misma línea de argumentación sobre las dos partes haciendo un «llamamiento a todas las partes para que cesen las hostilidades de inmediato» y aprovechando la presentación de las nuevas Reales Ordenanzas, anunció que se incluirían en ellas «dos principios de máxima actualidad»: «El de la distinción, que obliga a diferenciar entre combatientes y no combatientes, entre objetivos militares e instalaciones civiles» y «el de la limitación que supone la exclusión del uso de ciertas armas y tácticas que repugnan la conciencia moderna»[43]. Poco después vinieron los bombardeos sobre Libia de las fuerzas aliadas con apoyo cerrado de Zapatero y Chacón, pero a eso me referiré más adelante.
La crítica a los métodos militares ha ido acompañada tanto en el caso de Hamás y de Al Qaeda de un constante cuestiónamiento de la fuerza utilizada por Israel, en este caso, como por Estados Unidos. En el caso de Israel, además, la fuerza utilizada, las circunstancias de esa utilización y el número de víctimas han sido siempre presentadas por el progresismo desde la versión de los propios terroristas. Algunos, como Tariq Ali, han llegado a utilizar el término de «genocidio» para calificar el uso de la fuerza por parte de Israel: «A lo que me refiero es que parece como si se llevara a cabo un intento de genocidio. Cuando los niños se convierten en objetivos militares, básicamente se está intentando destruir a la próxima generación. No es un genocidio en cuanto a los números, puesto que las cifras no permiten esa calificación, pero se intenta castigar, intimidar y matar y eso me parece espeluznante». Sin embargo, en el mismo libro-entrevista del que procede la anterior valoración, Tariq Ali no tiene problemas para «entender» el terrorismo suicida:
No es una táctica que yo particularmente apruebe, pero tomemos en consideración lo que algunos veteranos líderes sionistas han llegado a decir. (…) Debemos comprender que la realidad de la ocupación de Palestina, todas las cosas que constituyen la realidad diaria de sus habitantes —obligar a la gente a permanecer de pie durante horas en controles en los que son registrados y humillados; o negarse a permitir que mujeres embarazadas sean llevadas al hospital, lo que ha llegado a causar que se produzcan abortos— sirven para nutrir la desesperación. Así pues, los palestinos han recurrido a los atentados suicidas. No me gusta esa táctica, pero es una práctica indisociable de la realidad de la ocupación[44]
Bernard-Henri Lévy, uno de los escasos intelectuales europeos que ha defendido a Israel se «empotraba» en enero de 2009 en una unidad de élite del Ejército israelí para asistir a sus incursiones en Gaza y no solo afirmaba que «Gaza, una vez evacuada, se convierte no en embrión del Estado palestino tan esperado, sino en la vanguardia de una guerra contra el Estado judío», sino que recogía los testimonios de pilotos que abortaban ataques cuando identificaban a civiles y las explicaciones del ministro de Defensa de Israel Ehud Barak:
Describe los cálculos de Hamás, que —precisamente porque sabe cuál es la forma de funcionar de los israelíes— instala depósitos de armas en un patio de una escuela, en una sala de un hospital o en una mezquita. «Una de dos», me explica en un tono en el que juraría vislumbrar la curiosidad del estratega ante una táctica inédita, «o bien estamos informados y no disparamos y, entonces, ellos ganan. O bien lo ignoramos y disparamos y, entonces, ellos filman a las víctimas, envían las imágenes a las televisiones y ganan también»[45].
Y sobre el uso «desproporcionado» de la fuerza por parte de Israel, otro intelectual europeo perteneciente a la minoría cercana a las razones de Israel, André Glucksmann, desvelaba los engaños contenidos en la exigencia de proporción a Israel en su respuesta a los ataques de Hamás. Lo hacía en forma de pregunta sobre la proporción justa que hay que respetar para que Israel cuente con unas opiniones favorables:
¿Que el Ejército israelí no utilice su superioridad técnica y se limite a emplear las mismas armas que Hamás, es decir, la guerra de los imprecisos misiles Grad, las piedras, la estrategia de los atentados suicidas a discreción, las bombas humanas y la selección deliberada de las poblaciones civiles como objetivos? O, mejor aún, ¿convendría que Israel espere pacientemente a que Hamás, gracias a Irán y Siria «equilibre» su potencia de fuego? A no ser que se trate de equilibrar no solo los medios militares, sino los fines que se persiguen. Ya que Hamás, en contra de la Autoridad Palestina, se obstina en no reconocer el derecho a existir del Estado judío y sueña con la aniquilación de sus ciudadanos, ¿querríamos que Israel imite ese radicalismo y proceda a una gigantesca limpieza étnica? ¿De verdad queremos que Israel refleje «de forma proporcional» los deseos exterminadores de Hamás?[46].
El supuesto uso desproporcionado de la fuerza fue nuevamente el argumento de la izquierda occidental simpatizante de la llamada «flotilla de la libertad» que el 31 de mayo de 2010 fue asaltada por la Marina israelí con el resultado de 9 activistas muertos y varios heridos. Varios Gobiernos occidentales condenaron inmediatamente a Israel, muy en especial el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, a pesar de que el asalto se produjo tras varias advertencias para no seguir con su acercamiento a la costa de Gaza de la Marina israelí que no fueron atendidas desde el barco, y a pesar también de que los activistas de la flotilla atacaron a los soldados israelíes que abordaron el barco.
Pero, sobre todo, lo más significativo de lo ocurrido con la flotilla fue el importante apoyo que consiguió en los círculos del progresismo occidental. En otro de tantos episodios de islamo-izquierdismo disfrazado de pacifismo y de humanitarismo. Y es que la flotilla se presentó como una expedición humanitaria para llevar ayuda a la bloqueada Gaza. No solo no importaba el papel de Hamás en ese bloqueo, es decir, su responsabilidad a partir de los ataques a Israel, sino que tampoco importaba el esencial carácter propagandístico de tal flotilla y su abierto apoyo a Hamás.
De hecho, el principal organizador de la flotilla fue la organización turca Insani Yardim Vakfi (IHH en sus siglas en inglés), un grupo simpatizante de Hamás y con conocidas redes con el fundamentalismo islámico[47]. Lo que obviamente no impidió el apoyo y las simpatías de una izquierda cercana a Hamás, aunque esa cercanía se vista de humanitarismo y se intente minimizar la actividad terrorista o la ideología fundamentalista del grupo. El problema no es el terrorismo ni el fundamentalismo de Hamás, sino Israel y sus acciones, dicta el universo progresista, por lo que Hamás es la víctima o la consecuencia de los abusos y la violencia de Israel y, consecuentemente, sus responsabilidades serían secundarias o irrelevantes.
La opción de la respuesta pacífica frente a Israel no se plantea. Son minoritarias las posiciones pacifistas como la del filósofo palestino Sari Nusseibeh, rector de la Universidad Al Quds de Jerusalén y que afirmó: «los palestinos seríamos más fuertes frente a la violencia israelí si solo recurriésemos a la protesta pacífica». Y lo son tanto entre los palestinos como entre los occidentales que toman posición frente al conflicto palestino.
Y es que el terrorismo de Hamás es para la izquierda «lucha armada» y el concepto se cuela una y otra vez en el lenguaje del progresismo occidental, en los titulares periodísticos, por ejemplo. Le ocurría a El País en el titular de su crónica sobre la sesión inaugural del Parlamento palestino tras el triunfo electoral de Hamás.
«Hamás reivindica la lucha armada»[48] era el titular y no «Hamás reivindica el terrorismo». Bajo ese titular se recogían las declaraciones del portavoz de Hamás Sami Abu Zuhri, «rechazamos el llamamiento para una lucha pacífica contra Israel» o «enfatizamos otra vez nuestro derecho a la resistencia armada como un derecho de los palestinos a luchar contra la ocupación».
Unos días antes, otro líder de Hamás, Mahmud Al-Zahar, explicaba a Juan Cierco en entrevista para ABC el significado de la lucha armada en oposición al terrorismo. Y lo hacía en respuesta a la pregunta del periodista sobre un posible desarme de Hamás:
¿Por qué iba a hacerlo? ¿Porque Estados Unidos y Europa nos consideran terroristas? Pregúntele usted primero a sus Gobiernos, a Zapatero, a Moratinos, qué es terrorismo. ¿Era acaso terrorismo la resistencia francesa contra la ocupación nazi? Hay que desarmar a los grupos próximos a Al Fatah que han secuestrado en Gaza a extranjeros, que se han tiroteado unos a otros en sus propias elecciones primarias, que han matado a tres soldados egipcios. Nosotros usamos nuestras armas contra Israel, no contra nuestros hermanos palestinos.
Pero el periodista insistió en la posibilidad del desarme, ante lo que el líder de Hamás replicó con más dureza:
Ya está bien. ¿Quiénes se creen ustedes que son? Usted pertenece a una sociedad que está enferma. No son nuestros dioses. Les consideramos gente enferma, un sistema enfermo. Están profundamente corrompidos por la homosexualidad, por el sida y por matar gente inocente en Iraq y en Afganistán. ¿Cómo se atreven a darnos lecciones cuando fueron ustedes, su anterior Gobierno, quienes enviaron a sus soldados en busca de armas de destrucción masiva que luego se han demostrado que no existían? Son ustedes los que deben recibir tratamiento. No son nuestros amos ni nosotros sus sirvientes[49].
Cuando otros argumentos se debilitan, el apoyo progresista a Hamás se fundamenta precisamente en esa concepción del terrorismo expuesta por el líder de Hamás. La que relativiza el terrorismo y compara resistencias violentas a regímenes dictatoriales con las actividades de grupos terroristas. «La definición como terrorismo depende de quién arroje las bombas», escribió Robert Baer[50], un antiguo miembro de la CIA, arrepentido de su pasado, en su introducción a un libro de Reese Erlich que pretendía precisamente eso, cuestionar que grupos como Hamás fueran terroristas o, en otras palabras, justificar sus métodos.
En ese proceso de relativización, el método más eficaz es el que utiliza precisamente Erlich en su capítulo referente a Hamás, al comparar la violencia de Hamás con la utilizada por los judíos antes de la independencia en 1948:
Para muchos palestinos, Hamás es un grupo de resistencia que lucha contra la ocupación israelí. Para los israelíes, para los americanos y para otros occidentales, Hamás es sinónimo de terrorismo. En muchos aspectos, Hamás se parece a los grupos nacionalistas y fundamentalistas judíos que combatieron la ocupación británica antes de la independencia de Israel en 1948, si bien ninguna de las partes apreciaría la comparación. En esa época, derechistas fanáticos judíos utilizaron tácticas terroristas contra los británicos y los árabes, siempre citando el nacionalismo judío y la Biblia como justificación. Hamás usa una estricta —y falsa— lectura del Corán para no hacer distinciones entre los soldados y los civiles israelíes. Después del dominio británico, los terroristas judíos se convirtieron en una parte legítima del sistema político de Israel. ¿Será Hamás algo diferente?[51].
De esta forma, el terrorismo de Hamás, no solo se reafirma ante la identificación del terrible enemigo, Israel, sino que se diluye en una relativización histórica. Y la izquierda se sitúa frente al «imperio» en la misma línea del discurso fundamentalista en la que Hamás recibe el apoyo de Al Qaeda. Entre los múltiples llamamientos de Al Qaeda en favor de Hamás, el número dos de la organización, Ayman al Zawahiri, hacía una convocatoria a los musulmanes de todo el mundo el 25 de junio de 2007 para que apoyaran a Hamás con todos sus medios a su alcance, con dinero, con armas o atacando los intereses de Estados Unidos e Israel. Decía al Zawahiri: «Hoy hemos de apoyar a los muyahidin en Palestina, incluyendo a los muyahidin de Hamás, a pesar de los errores que sus líderes han cometido en el pasado». También añadía al Zahawiri que «tomar el poder —como ha hecho Hamás— no es un fin en sí mismo sino un medio para aplicar la palabra de Dios en la Tierra» para, a continuación, instar a todos los milicianos musulmanes a unirse y prepararse ante el próximo ataque de Occidente, una «cruzada» en la que, según Al Qaeda, también participarían Egipto y Arabia Saudí.
En noviembre de 2008, y tras el triunfo de Barack Obama, el número dos de Al Qaeda volvía a reaparecer para llamar a Obama «esclavo negro de los blancos» y traicionar sus «raíces islámicas» por declararse aliado de Israel. En octubre de ese mismo año, el Athena Intelligence hacía un recuento del número de veces en que los diferentes países habían sido mencionados en los comunicados de Al Qaeda entre 1994 y 2008, con el resultado de que los Estados Unidos lo habían sido en el 67 por ciento de los comunicados e Israel era el segundo país más mencionado, en el 14 por ciento de ellos, a bastante distancia del tercer país más mencionado, Reino Unido, en un 4,9 por ciento. Lo que confirmaba con números la identificación de los dos principales enemigos según Al Qaeda, Estados Unidos e Israel.
En enero de 2009 y tras la operación militar de Israel en Gaza, iniciada el 27 de diciembre de 2008, Al Qaeda volvía a lanzar mensajes de defensa de Hamás. Fernando Reinares recogía esos mensajes de defensa de Hamás. El de Osama Bin Laden, el 14 de enero de 2009: «Los sentimientos de los muyahidin por los que estáis atravesando son enormes. Los muyahidin, como vosotros, también están siendo bombardeados por los mismos aviones, y pierden sus más queridos familiares del mismo modo que vosotros. Os apoyamos y no os vamos a abandonar, si Alá quiere. Compartimos el mismo destino de lucha». O la de Ayman al Zawahiri, una semana antes: «Mis hermanos musulmanes y muyahidin en Gaza y el resto de Palestina, lo que afrontáis hoy no es una ocupación de asentamientos, limitada a cierta área o cierta región, sino un eslabón en la cadena de la campaña sionista-cristiana contra el islam y los musulmanes». Y también el comunicado el 2 de enero de Abu Musab Abdelwadoud, líder de Al Qaeda en el Magreb Islámico: «gente de la yihad, musulmanes, los judíos están ante vosotros, atacadles en cualquier parte y levantaos a apoyar a vuestros hermanos en Gaza, su Estado está condenado a desaparecer»[52].
Pero tampoco esta unión con el terrorismo de Al Qaeda ha rebajado en lo más mínimo las simpatías del progresismo mundial hacia Hamás, un grupo terrorista que, junto con Hezbolá, ha recibido los máximos honores de la legitimidad en el progresismo mundial y ostenta, sin duda alguna, el primer lugar de sus comprensiones y apoyos.