Ángel María González Villanueva

Departamento de Veterinaria

Universidad de Barcelona.

14 de enero de 1996

Andrés Miguel Esteve Puig

Facultad de Filología Clásica

Universidad de Barcelona.

Querido Andrés:

Tu secretaria me ha dicho que estarás tres semanas de viaje y que intentará enviarte esta carta —que yo mismo le he entregado en mano— por fax. Verás, el pasado 14 de diciembre te envié un paquete abierto que contenía unas páginas que, como te decía en otra carta adjunta, parecían una novela. Movido por la curiosidad, te confieso ahora que cometí la indiscreción de leerlas. También te confieso que esta curiosidad se desató en mí al leer en la prensa que el argumento de la novela que ganó el pasado premio Gracián correspondía a las partes que, dentro de la novela que te envié, escribe supuestamente Antonio López en forma de diario personal. Pero esta curiosidad de la que te hablo, se convirtió en estupefacción cuando leí, también en la prensa, que López no es un personaje sino la persona real que murió en la noche del premio (ya sabes, este pobre chico, filólogo como tú, que no pudo resistir la emoción que le causó saberse ganador). Al leer con ansiedad la novela de este pobre chico, comprobé que, efectivamente, algunas partes de ella estaban en las páginas que te envié. Es decir, que fragmentos del diario que ganó el premio forman parte de «nuestra» novela, la que tú tienes o deberías tener ahora. Allí aparecen intercaladas entre unas conversaciones que mantiene el personaje Gilabert con el personaje de su directora literaria. Lo raro es que, en estas conversaciones, Gilabert parece estar creando al personaje de López, como si éste hubiera sido tanteado y corregido hasta dar con la persona real, con la que murió en la ceremonia del premio. Para aclarar este dilema, pensé en volver a leer «nuestras» páginas, pero como te las envié sin hacer copia, no pude hacerlo. Aquí, en el laboratorio, la vida parece fluir con una desesperante lentitud; el silencio y la rutina rigen la investigación de las nuevas generaciones —tan ajenas a las efusiones de antes—, por lo que estas cosas que se salen de lo cotidiano, por un lado me estimulan y por otro me inquietan. Tal vez deberíamos dar cuenta a la prensa o a la policía de la existencia de «nuestra» novela (ya sabes la confusión que reinó aquella noche sobre la verdadera autoría del ganador, al decir éste que no se había presentado al certamen). He llegado a pensar que todo podría tratarse de un montaje —con crimen incluido— y que ese hombre que murió podría haber sido víctima de un complot. No intuyo ahora el sentido de ese incierto complot, pero es posible que las páginas que te envié alberguen alguna pista que nos lleve al verdadero autor de la novela. He hecho algunas investigaciones y he averiguado, por ejemplo, que no existe un editor en Barcelona que se llame Gustavo Horacio Gilabert, lo que me hace pensar que lo que te envié, sí era una novela con personajes imaginarios, en la que alguien habría intercalado fragmentos del diario real de López. Como ves, es todo un lío…

Andrés, creo que algo muy serio se podría estar cociendo detrás de todo esto. Esperando que me digas algo lo antes posible, me despido con un saludo cordial,

Ángel María