Cuando usted lee esta página, sus ojos y su cerebro convierten el medio impreso en señales que puede procesar y reconocer como letras y palabras con sentido. Si usted quisiera enviar por fax esta página, el escáner del fax generaría un fino mapa línea a línea, con unos y ceros, para representar el negro y blanco de tinta y no tinta. La fidelidad de la imagen digital a la página real variará según el grado de precisión con que se escanee el original. Pero independientemente del grado de precisión de su fax, el resultado final no es ni más ni menos que una copia de la página. No se trata de letras o palabras, sino de píxeles.
Para que el ordenador interprete algo del contenido de esa imagen, debe realizar un proceso de reconocimiento parecido al que realizamos nosotros cuando leemos. Debe convertir pequeñas áreas de píxeles en letras, y éstas en palabras. Este proceso comprende todos los problemas relativos a la distinción entre la letra O y el dígito O, la discriminación entre borrones y texto, la diferenciación entre una mancha de café y una ilustración, y el discernimiento de todo esto respecto del fondo ruidoso producido durante el barrido por el escáner o el proceso de transmisión.
Una vez realizado esto, la representación digital ya no es una imagen, sino información estructurada en forma de letras, codificada normalmente en forma de representación binaria, llamada ASCII, American Standard Codee for Information Interchange (Código Estándar Americano para el Intercambio de Información), además de información adicional sobre el tipo de letra utilizado y su distribución en esta página. Esta diferencia fundamental entre fax y ASCII es válida para otros medios.
Un CD es un «fax de audio», información digital que permite la compresión, corrección de errores y control de la señal acústica, pero no proporciona la estructura musical. En un CD por ejemplo, sería muy difícil quitar el sonido del piano, sustituir la voz de un cantante o cambiar la distribución espacial de los instrumentos en la orquesta. Hace ocho años, Mike Hawley, que entonces era un estudiante y ahora es profesor del MIT a la vez que un excelente pianista, observó la gran diferencia que existe entre el fax de audio y una representación más estructurada de la música.
La tesis doctoral de Hawley consistía en un trabajo realizado con un gran piano Bosendorfer instrumentado de una forma especial que grababa el tiempo de ataque de cada martillo y la velocidad con la cual golpea la cuerda. Además, cada una de las teclas estaba mecanizada de forma que podía reproducir las interpretaciones de manera casi perfecta. Se puede representar como un teclado digitalizador muy preciso combinado con el pianista más caro y de mayor resolución del mundo.
Yamaha introdujo hace poco una versión de bajo coste del mismo modelo.
Hawley trató el problema de cómo almacenar más de una hora de música en un CD. La industria está atacando este problema de dos formas complementarias. Una es cambiar el láser de rojo a azul, y por lo tanto acortar la longitud de onda y aumentar la densidad en un factor de cuatro. Otro es usar técnicas más modernas de codificación, porque nuestro lector de CD en realidad usa algoritmos de los años setenta y ahora ya hemos aprendido a comprimir mejor el sonido al menos en un factor de cuatro (con el mismo grado de disminución de pérdida). Si utilizamos esas dos técnicas conjuntamente, se obtiene un enorme CD con dieciséis horas de audio en una cara.
Hawley me explicó un día que él sabía una manera de introducir muchas más horas de audio en un CD, y cuando le pregunté cuántas, él respondió:
—Unas cinco mil horas.
Si esto fuese cierto, pensé, la Music Publishers Association of the World (Asociación Mundial de Editores de Música) no respondería de la vida de Hawley y éste tendría que vivir con Salman Rushdie el resto de sus días. De todos modos, le pedí que me lo explicara (y le prometí, mientras cruzaba los dedos, que guardaría el secreto).
Lo que Hawley había notado con el Bosendorfer y después de haberlo usado con personas tan renombradas como John Williams, es que las manos humanas, al tocar con movimientos muy rápidos, no podían generar más de 30 000 bits por minuto de salida del Bosendorfer. Es decir, que la información gestual, la medida del movimiento de los dedos, era muy baja. Comparemos esto con los 1,2 millones de bps que genera el sonido, como en un CD. Es decir, si se almacena la información gestual, no la de sonido, se puede guardar 5000 veces más música. Y no se necesitaría un Bosendorfer de 125 000 dólares sino que se podría usar un instrumento más modesto equipado con MIDI, Musical Instrument Data Interface (Interfaz de Datos de Instrumentos Musicales).
En la industria, todos los que han abordado el problema de la capacidad de audio en CD, lo han hecho muy tímidamente, como si se tratase de un problema que afectara única y exclusivamente al audio, de igual manera que el fax pertenece al dominio de la imagen. En cambio, la intuición de Hawley es que los gestos son como MIDI, y ambos están próximos al ASCII. De hecho, la misma partitura musical es una representación todavía más compacta (aunque he de reconocer que es de baja resolución y carece del matiz expresivo que le otorga la interpretación humana).
Al observar la estructura de las señales, y cómo fueron generadas, vamos más allá de la apariencia superficial de bits y descubrimos las bases de donde provienen la imagen, el sonido o el texto. Éste es uno de los hechos más importantes de la vida digital.
Si hace veinticinco años la comunidad científica hubiera hecho una predicción del porcentaje de texto legible por ordenador hoy día, lo habrían estimado en un 80 o 90%. Y así fue hasta 1980, pero entonces entró en escena el fax.
Esta máquina es una gran mancha en el paisaje de la información, un paso atrás cuyas consecuencias padeceremos durante mucho tiempo. Esta condena parece irrelevante comparada con un medio de comunicaciones que se diría que ha revolucionado la manera en que llevamos nuestros negocios y, cada vez más, nuestras vidas personales. Pero hay que tener en cuenta el coste a largo plazo, los fallos a corto plazo y las alternativas.
El fax es un legado japonés, pero no sólo porque fueron lo bastante inteligentes para normalizarlo y fabricarlo mejor que los demás, como hicieron con los reproductores de vídeo, sino porque sus hábitos culturales, lingüísticos y comerciales están muy orientados a la imagen.
Hace sólo diez años, los negocios japoneses no se hacían con documentos, sino de viva voz, casi siempre cara a cara. Pocos hombres de negocios tenían secretaria y muchas veces escribían la correspondencia a mano y a duras penas. El equivalente de una máquina de escribir japonesa parecía más bien una máquina de imprenta, con un brazo electromecánico colocado sobre una densa plantilla de selecciones para producir cada uno de los 60 000 símbolos kanji, su alfabeto.
La naturaleza pictográfica del kanji se ajustaba de forma natural al fax. Dado que entonces había poco japonés legible por ordenador, las desventajas eran mínimas. Pero por otro lado, para una lengua tan simbólica como el inglés, el fax es poco menos que un desastre en cuanto a legibilidad informática.
Con las 26 letras del alfabeto latino, 10 dígitos y un puñado de caracteres especiales, para nosotros resulta mucho más natural pensar en términos de ASCII de 8 bits. Pero el fax nos ha hecho olvidar esto. Por ejemplo, la mayoría de cartas de negocios se preparan hoy día en un procesador de textos, se imprimen y se mandan por fax. Recapacitemos. Preparamos nuestro documento en forma totalmente legible por ordenador, tan legible que la comprobación informática de ortografía nos parece un hecho muy natural.
¿Qué hacemos entonces? Lo imprimimos en papel con membrete y el documento pierde todas las propiedades que tenía al ser digital.
A continuación ponemos esta pieza de papel sobre una máquina de fax, donde se (re)digitaliza en una imagen, desechando las pequeñas cualidades de tacto, color y encabezamiento que pueda llevar el papel, y entonces lo enviamos a su destino, quizás una papelera próxima a las fotocopiadoras. Si usted es uno de los receptores menos afortunados, entonces no tiene otro remedio que leer el mensaje escrito en un papel de textura cancerosa y viscosa, a veces sin cortar y que recuerda a los antiguos pergaminos. Concédanme un respiro. ¡Esto es tan sensato como enviarse mensajes de hojas de té!
Aunque nuestro ordenador esté conectado a un módem de fax, que nos ahorra el paso intermedio del papel, o incluso si nuestro fax es de papel plano y a todo color, no podemos considerarlo un medio inteligente. El fax ha eliminado la legibilidad del ordenador, que es el medio por el cual el destinatario puede almacenar, recuperar y manipular automáticamente nuestro mensaje.
¿Cuántas veces recordamos haber recibido un fax hace unos seis meses de alguien… de algún sitio… en relación a tal y tal? Si lo tuviésemos en forma ASCII, sólo necesitaríamos buscar en la base de datos de un ordenador la ocurrencia «tal y tal».
Una hoja de papel enviada por fax sólo es una imagen. Por correo electrónico se puede enviar una página para que el destinatario la imprima o la manipule si no está conforme o decida en qué forma la desea.
El fax ni siquiera es económico. Uno normal de 9600 baudios tarda unos veinte segundos en enviar esta página, lo que representa unos 200 000 bits de información. Por otro lado, si se usa el correo electrónico, se necesitan menos de un tercio de esos bits: los ASCII del texto y algunos caracteres de control. En otras palabras, incluso si a usted no le preocupa la legibilidad informática, el coste del correo electrónico representa el 10% del coste del fax, medido en bits o en segundos de funcionamiento a los mismos 9600 baudios (a 38 400 baudios es el 2,5% del coste de un fax actual).
La idea del fax y del correo electrónico se remonta unos cien años atrás. En un manuscrito de 1863, «París en el siglo XX», encontrado y publicado por vez primera en 1994, Julio Verne escribía: «La fototelegrafía permitirá enviar escritos, firmas o ilustraciones y firmar contratos a una distancia de [20 000 km]. Todas las casas estarán conectadas».
El telégrafo automático de la Western Union era correo electrónico por cable, de lugar a lugar. Por tanto, el uso generalizado del correo electrónico tal como lo conocemos hoy, de todos los lugares a todos los lugares, precedió al uso generalizado del fax. Cuando comenzó el correo electrónico en la segunda mitad de la década de los años sesenta, había muy poca gente con suficientes conocimientos de informática. Por lo tanto, no es sorprendente que el fax superara dramáticamente al correo electrónico en los años ochenta. Las razones fueron la facilidad de uso, que comprende la simple entrega de imágenes y gráficos, y la entrada de originales, incluyendo su forma. Además, bajo ciertas circunstancias y desde hace poco tiempo, los faxes firmados tienen valor legal.
Pero ahora, con la omnipresencia de los ordenadores, las ventajas del correo electrónico son aplastantes, como lo demuestra su ascenso vertiginoso. Además de su utilidad digital, el correo electrónico es un medio más conversacional. Aunque no es diálogo hablado, se parece mucho más a hablar que a escribir.
Lo primero que hago cada mañana es mirar mi correo electrónico y al final del día me digo: «He hablado con fulano y mengano esta mañana», aunque sólo haya sido por correo electrónico. Los mensajes van y vienen. Estos intercambios contienen a veces errores tipográficos. Recuerdo que una vez me disculpé con un colega japonés por mis errores ortográficos, a lo cual él replicó que no debía preocuparme porque él era mucho mejor corrector que cualquier diccionario ortográfico en software que yo pudiera comprar. Auténtico.
Este nuevo medio cuasiconversacional es muy diferente de la escritura de cartas. Es mucho más que una oficina de correos rápida. Con el tiempo, los usuarios encontrarán distintas formas de utilización. Ya casi existe un lenguaje completo de matices en el correo electrónico, con signos como :)- (una cara sonriente). Según todos los indicios, el correo electrónico (no limitado al ASCII) será el medio de telecomunicación interpersonal dominante en el próximo milenio, y durante los próximos quince años será el que más se acerque o a veces incluso puede que eclipse a la voz. Todos podemos usar el correo electrónico, siempre que aprendamos cierto decoro digital.
Imaginemos la siguiente escena: el salón de baile de un castillo en la Austria del siglo XVIII, con todo su esplendor, decorados, dorados y relucientes y luces de miles de velas que se reflejan en espejos venecianos. Cuatrocientas bellezas de la buena sociedad bailan con gracia los valses al son de una orquesta de 10 músicos, como en las escenas de baile de La emperatriz escarlata, de la Paramount, o La viuda alegre, de Universal Pictures. Ahora imaginemos la misma escena, pero en la que 390 de los invitados han aprendido a bailar la noche anterior; la mayoría son demasiado patosos. Pues así es Internet hoy día: muchos usuarios son unos manazas.
La inmensa mayoría de usuarios de Internet son recién llegados. Muchos llevan conectados menos de un año. Sus primeros mensajes tienden a inundar a un pequeño grupo de destinatarios selectos, no sólo con páginas y páginas de mensaje sino también con un sentido de la urgencia que sugiere que el destinatario no tiene nada mejor que hacer que responderles.
Peor aún, es tan sencillo y parece tan barato enviar copias de documentos que una sola entrega puede dejar en tu buzón de correos quince o cincuenta mil palabras no deseadas. Este sencillo acto convierte el correo electrónico en un vertedero, lo que es aún más penoso si se está conectado a un canal de bajo ancho de banda.
Un periodista que tenía que escribir sobre los recién llegados y su desconsiderado uso de Internet realizó su investigación a través del envío de un cuestionario de cuatro páginas a algunas personas, incluido yo, sin siquiera preguntar ni dejar aviso previo. Su artículo tendría que haber consistido en un autorretrato de sí mismo.
El correo electrónico puede ser un medio fantástico para los periodistas. Las entrevistas por correo electrónico son menos invasivas y a la vez permiten reflexionar más. Estoy convencido de que, si los periodistas logran adquirir cierto decoro digital, las entrevistas electrónicas serán un medio fabuloso y una herramienta de trabajo de uso habitual para una buena parte de periodistas de todo el mundo. La mejor forma de ser educado con el correo electrónico en Internet es suponer que el destinatario tiene sólo 1200 bps y unos pocos momentos de atención. Un ejemplo de lo contrario, que para alarma mía es la práctica habitual de demasiados usuarios habituales que conozco, es devolver una copia completa de mi mensaje con su respuesta. Tal vez sea ésa la manera más perezosa de dar sentido al correo electrónico y es mortal si el mensaje es largo (y el canal estrecho).
El extremo opuesto es aún peor, como por ejemplo contestar: «Seguro». ¿Seguro, qué?
La peor de las costumbres digitales, en mi opinión, es la copia gratuita, la «cc» (¿quién se acuerda de qué significaba la «copia carbón»?). Montañas de estas copias han ahuyentado de la conexión a muchos altos ejecutivos. El gran problema de las cc electrónicas es que se pueden multiplicar por sí mismas, porque demasiado a menudo se mandan respuestas a toda la lista de cc. Nunca se puede decir si alguien respondió a «todos» accidentalmente, tal vez no quería o no sabía cómo hacerlo de otra manera. Si una persona organiza un encuentro internacional improvisado y me invita a mí y a otras 50 personas, lo último que quiero ver son 50 preparativos detallados de viaje y la discusión de los mismos.
Como diría el poeta, la brevedad es el alma del correo electrónico.
El correo electrónico es un estilo de vida que cambia nuestras formas de vivir y de trabajar. Una consecuencia muy concreta es que el ritmo de trabajo y ocio cambian. De nueve a cinco, cinco días por semana y dos semanas de vacaciones al año como ritmo dominante del mundo de los negocios es un esquema que empieza a desaparecer. Los mensajes profesionales y personales están empezando a mezclarse; el domingo no es distinto del lunes.
Algunas personas, sobre todo en Europa y Japón, dirán que esto es un desastre porque quieren dejarse el trabajo en la oficina. De verdad que no envidio el derecho de la gente a distanciarse de su trabajo. Pero al otro lado del océano, a algunos de nosotros nos gusta estar conectados todo el tiempo. Es sólo un intercambio. Personalmente, prefiero contestar el correo electrónico los domingos y estar en pijama más tiempo los lunes.
Hay un chiste muy bueno, ahora bastante famoso, de dos perros que usan Internet. Uno escribe al otro: «En Internet nadie sabe que eres un perro». El apéndice tendría que decir: «Y nadie sabe dónde estás».
Cuando viajo de Nueva York a Tokio, unas catorce horas de avión, escribo durante casi todo el viaje y, entre otras cosas, redacto cuarenta o cincuenta mensajes electrónicos. Imagínense que al llegar a mi hotel se los entregara al conserje para que los enviara por fax. Un hecho así se entendería como correo de masas. Sin embargo, enviarlos por correo electrónico es fácil y rápido, y para hacerlo sólo tengo que marcar un número de teléfono local. Los envío a personas, no a lugares. La gente me envía mensajes a mí, no a Tokio.
El correo electrónico proporciona una movilidad extraordinaria sin que nadie tenga que saber mi paradero. Aunque esto pueda ser más importante para un viajante de comercio, el proceso de seguir conectado suscita algunas cuestiones de interés general sobre la diferencia entre bits y átomos en la vida digital.
Cuando viajo, establezco que al menos dos números de teléfono locales puedan conectarme a Internet. Al contrario de lo que es habitual, ambos son puertos comerciales caros, que me conectan a la vez al sistema de la red local del país (eso hago en Grecia, Francia, Suiza o Japón) y al servicio de red global de Sprint o MCI. Sprint, por ejemplo, tiene números de teléfono locales en 38 ciudades rusas. Cualquiera de ellos me puede conectar a mi sistema de tiempo-compartido de usuario único (el cuartito) o, como recurso, al ordenador principal del Media Lab del MIT. Desde allí, ya estoy en Internet.
Conectarse por el mundo es como trabajar a oscuras. El problema no es ser digital, sino enchufarse. ¡Europa tiene 20 enchufes de corriente distintos! (Cuéntelos usted mismo). Y, aunque uno puede haberse acostumbrado a usar esa pequeña clavija telefónica de plástico llamada enchufe RJ-11, hay otros 175 en el mundo. Estoy orgulloso de ser propietario de por lo menos una de cada y, en un viaje largo y tortuoso, el 25% del volumen de mi equipaje es una mezcla de clavijas telefónicas y enchufes.
Incluso con el equipo adecuado, muchos hoteles y la mayoría de las cabinas telefónicas no tienen ningún tipo de conexión directa para módem. En estas ocasiones, opto por acoplar con velero un pequeño dispositivo acústico, pero la dificultad de esta tarea es proporcional al grado de «exceso de diseño» del teléfono.
Una vez conectado, los bits no tienen ningún problema para volver a casa, incluso a través del teléfono más anticuado y analógico, aunque a veces la transmisión tiene poca velocidad y requiere mucha corrección de error.
Europa ha iniciado un programa para fabricar un único tipo de enchufe de corriente que presenta tres ventajas: 1) no tiene el aspecto de ninguno de los enchufes actuales, 2) ofrece las prestaciones de seguridad de todos los enchufes existentes y 3) no prima a ningún país (esto último es un rasgo del ideario de la Unión Europea). Pero la cuestión no son sólo los enchufes puesto que a medida que desarrollamos nuestra vida digital, las barreras parecen ser físicas, no electrónicas.
Un ejemplo de sabotaje digital deliberado es cuando los hoteles separan la pequeña pinza de plástico que libera la clavija RJ-11, de forma que no puedes enchufar el ordenador portátil a la red. Esto es peor que cobrar los faxes recibidos. Tim y Nina Zagat han prometido incluir en su futura guía de hoteles una nota que comente este aspecto, de forma que los digerati puedan boicotear estos establecimientos e irse con la música a otra parte.