LA HORA PUNTA ES MI MOMENTO

SE ALQUILAN BITS (RAZÓN AQUÍ)

Mucha gente cree que el vídeo a la carta será la aplicación definitiva que financiará la superautopista. Su argumentación es la siguiente: pongamos que una tienda de alquiler de películas de vídeo tiene 4000 cintas. Digamos que el 5% de esas cintas supone el 60% del total de cintas alquiladas. Lo más probable es que una buena parte de ese 5% sean películas nuevas, proporción que aún sería mayor si en la tienda dispusieran de más copias.

Después de estudiar la oferta y la demanda de vídeos de alquiler, la conclusión evidente es que la manera de construir un sistema electrónico de vídeo a la carta sería ofrecer sólo ese 5% de éxitos, casi todos películas nuevas.

No sólo sería conveniente, sino que aportaría evidencias tangibles y convincentes, aunque algunos todavía consideran el sistema electrónico de vídeo a la carta como un experimento.

De otro modo, costaría mucho tiempo y dinero digitalizar todas o casi todas las películas hechas en Estados Unidos en 1990. Costaría aún más tiempo digitalizar el cuarto de millón de películas que existen en la Biblioteca del Congreso, y ni siquiera tengo en cuenta las producciones europeas, las docenas de miles de películas hechas en la India o las doce mil horas anuales de telenovelas que produce Televisa en México. La cuestión sigue siendo la misma: ¿La mayoría de nosotros queremos sólo ese 5% de éxitos, o este fenómeno gregario se debe a la influencia de las viejas tecnologías de distribución de átomos?

Blockbuster abrió 600 tiendas en 1994, que ocupan 140 000 metros cuadrados, impulsada por el empresario Wayne Huizenga, su fundador y anterior presidente, que afirma que 87 millones de hogares norteamericanos tardaron quince años en invertir 30 000 millones de dólares en reproductores de vídeo, y que Hollywood se juega tanto dinero en la venta de cintas a Blockbuster que no se arriesgaría a pactar acuerdos para formar parte del negocio del vídeo a la carta.

No sé ustedes, pero yo tiraría mi reproductor mañana mismo a cambio de una propuesta mejor. Para mí la disyuntiva está entre ir a buscar (y devolver) átomos (por medio de lo que a veces se llama «red pirata»), o recibir bits sin necesidad de devolverlos y sin pagar depósito. Con el debido respeto a Blockbuster y a su nuevo propietario, Viacom, creo que las tiendas de alquiler de vídeos estarán fuera del negocio en menos de diez años.

Huizenga ha argumentado que la televisión de pago no ha funcionado, y que por lo tanto la televisión a la carta no tiene por qué funcionar. Pero es que resulta que los vídeos de alquiler son de pago. De hecho, el gran éxito de Blockbuster prueba que el pago funciona. La única diferencia en los tiempos que corren es que sus tiendas, que alquilan átomos, son más fáciles de recorrer que un menú de bits rentables. Pero esto está cambiando muy deprisa. Cuando el paseo electrónico sea más agradable gracias a los sistemas basados en agentes, entonces, a diferencia de Blockbuster, el vídeo a la carta no se limitará a ofrecer unos cuantos miles de selecciones, sino que su oferta será literalmente ilimitada.

TELEVISIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, EN CUALQUIER MOMENTO EN CUALQUIER LUGAR

Algunos de los ejecutivos de las compañías de telefonía más importantes del mundo recitan: «Cualquier cosa, en cualquier momento y en cualquier lugar» como si se tratara de un poema escrito en homenaje a la movilidad moderna. Pero mi meta, y sospecho que la de ustedes también, es no tener «Nada, nunca, en ninguna parte» a menos que sea oportuno, importante, divertido, pertinente o capaz de enriquecer mi imaginación. La frase del título de este capítulo, ese CCC, apesta como paradigma de las telecomunicaciones, pero es una hermosa manera de pensar sobre la televisión.

Cuando oímos hablar de un millar de canales de televisión, olvidamos que, incluso sin satélite, ya llegan a muchas casas cada día más de un millar de programas. De acuerdo que llegan a todas horas, incluso en las más intempestivas. Y si añadimos los más de ciento cincuenta canales de televisión que se ven en Satellite TV Week, el resultado es de más de dos mil setecientos programas disponibles en un solo día.

Si una televisión pudiera grabarlos todos, tendríamos ya cinco veces mayor capacidad de selección de la que ofrece el estilo de pensamiento globalizador de la superautopista. Pero digamos que, en lugar de guardarlos todos, nuestro agente de televisión graba uno o dos que pueden interesarnos, para que podamos verlos en cualquier momento.

Ahora imaginemos que la Televisión CCC se amplía con una infraestructura global de 15 000 canales de televisión y que los cambios cuantitativos y cualitativos son muy interesantes: algunos norteamericanos pueden ver la televisión española para perfeccionar el idioma, otros pueden optar por Channel 11 en el cable suizo para ver desnudos germánicos inéditos (a las cinco de la tarde en horario de Nueva York) y los dos millones de americanos de origen griego pueden interesarse por uno de los tres canales nacionales de Grecia o por siete de los canales regionales de su país.

Más interesante quizás es el hecho de que los ingleses dedican setenta y cinco horas al año a seguir los campeonatos de ajedrez y los franceses invierten ochenta horas cada año en ver el Tour. Seguro que los entusiastas norteamericanos del ajedrez y el ciclismo también disfrutarán de tener acceso a estos acontecimientos, en cualquier momento, en cualquier lugar.

LA TELEVISIÓN LOCAL

Si estuviese pensando en hacer una visita a la costa suroeste de Turquía, quizá sería difícil para mí encontrar un documental sobre Bodrum, pero sí podría hallar partes de películas que trataran sobre la construcción de barcos de madera, la pesca nocturna, las antigüedades submarinas, baba ghanouj y las alfombras orientales en el National Geographic, PBS, la BBC y cientos de fuentes similares. Esos fragmentos podrían entrelazarse para formar un reportaje que satisfaría mis necesidades concretas. Lo más seguro es que el resultado no se llevase un Oscar al mejor documental, pero ésa no es la cuestión.

El vídeo a la carta puede dar un nuevo impulso a los documentales, incluso a los aterradores publirreportajes. Los agentes de televisión digital montarán películas al vuelo, de la misma forma que un profesor reúne una antología usando capítulos de distintos libros y artículos de diferentes revistas. Atención legisladores de la propiedad intelectual: abróchense los cinturones.

En la Red cada persona puede ser una emisora de televisión sin licencia. En Estados Unidos se vendieron 3,5 millones de cámaras de vídeo en 1993. No todas las películas caseras se destinarán a la emisión en horas punta, gracias a Dios, pero los media ya abarcan mucho más que la televisión profesional, y con altos costes de producción.

Los ejecutivos de telecomunicaciones comprenden la necesidad de disponer en los hogares de ancho de banda, para emitir, pero, en cambio, no pueden imaginar un canal de capacidad semejante que funcione a la inversa. Esta asimetría se justifica por la experiencia adquirida con servicios de ordenadores interactivos que a veces se ofrecen con mayor ancho de banda cuando emiten para el usuario y menor ancho de banda cuando es el usuario quien emite. Esto es así porque, por ejemplo, la mayoría de nosotros tardamos mucho más en escribir que en leer y reconocemos imágenes mucho más deprisa de lo que tardamos en producirlas.

Sin embargo, esta asimetría no existe con los servicios de imagen. El canal tiene que ser de dos vías, y en las dos direcciones. Un ejemplo evidente es la teleconferencia, que se convertirá en un medio particularmente valioso para abuelos, o para la parte que no tenga la custodia de los niños, en los casos de familias divorciadas, claro está. Así es el vídeo en directo. Pensemos ahora en el vídeo «muerto». En un futuro inmediato, los individuos podrán poner en marcha servicios de vídeo electrónico del mismo modo que 57 000 norteamericanos gestionan hoy BBS (boletines de anuncios) por ordenador. La panorámica de la televisión del futuro empieza a parecerse a Internet, poblada por pequeños productores de información. Dentro de pocos años aprenderemos a hacer cuscús gracias a Julia Child o a un ama de casa marroquí, y descubriremos vinos de la mano de Robert Parker o de un vinatero de Borgoña.

LA TOPOLOGÍA DE UN PLANETA EN CONTRACCIÓN

En la actualidad existen cuatro vías electrónicas que llegan al interior de las casas: teléfono, cable, satélite y radiotransmisión terrestre. Sus diferencias tienen que ver más con la topología que con modelos económicos alternativos. Si quiero distribuir el mismo bit a la misma hora a cada familia de los Estados Unidos continentales, evidentemente usaré un solo satélite cuya cobertura alcance de costa a costa. Ésta sería la topología más lógica y no al contrario, como por ejemplo enviar el bit a cada una de las 22 000 centrales telefónicas del país.

Por el contrario, si quiero emitir noticias o publicidad regionales, la radiotransmisión terrestre funciona bien, y el cable todavía mejor. El teléfono es más adecuado para las comunicaciones bidireccionales. Si decidiéramos qué medio usar basándonos tan sólo en la topología, emitiríamos la Super Bowl por satélite y una versión interactiva y personalizada de «Wall Street Week» por la red telefónica. Se puede decidir la vía de distribución (satélite, radiotransmisión terrestre, cable o teléfono) en función de lo que es más indicado para cada clase de bit.

Pero en el «mundo real», como algunos me dicen (como si yo viviera en un mundo irreal), cada canal intenta aumentar su carga para, la mayoría de las veces, emplearla en lo que peor hace.

Por ejemplo, algunos operadores de satélites estacionarios están considerando la posibilidad de implantar servicios de red punto a punto con base en tierra. Esto en realidad no tiene mucho sentido, en comparación con la red telefónica por cable, a menos que se esté en un lugar al que le afecte algún obstáculo geográfico o político, como un archipiélago o la censura. De forma similar, enviar la Super Bowl a través de todos los sistemas terrestres, de cable o de teléfono es una manera difícil de hacer llegar esos bits a todo el mundo a la vez.

De manera lenta pero segura, los bits emigrarán al canal adecuado en el momento adecuado. Si quiero ver la Super Bowl de hace un año, la manera lógica de conseguirlo es pedirla por teléfono, en vez de esperar a que alguna emisora la reponga. Terminado el juego, la Super Bowl se convierte en información de archivo y el canal de emisión apropiado es muy diferente que cuando el acontecimiento se emitía en directo.

Cada canal de distribución tiene sus propias incongruencias. Cuando se transmite un mensaje vía satélite desde Nueva York a Londres, la distancia que recorre la señal sólo es 8 kilómetros más larga que cuando viaja de Nueva York a Newark por el mismo método. Esto sugiere que tal vez una llamada telefónica realizada dentro del radio de alcance de un determinado satélite debería costar lo mismo, independientemente de si llamamos de Madison a Park Avenue o de Times Square a Picadilly Circus.

La fibra obligará a reconsiderar las tarifas de la transmisión de bits. Cuando una sola línea lleva bits de Nueva York a Los Ángeles, no está claro si el recorrido de esta larga distancia cuesta más o menos que enviarlos por el sistema capilar, lleno de conmutadores, de una red telefónica suburbana.

La distancia es cada vez menos importante en el mundo digital. De hecho, un usuario de Internet es del todo inconsciente de ella. En Internet, la distancia a menudo parece funcionar a la inversa.

Muchas veces obtengo respuestas más rápidas de lugares lejanos que de cercanos, entre otros motivos porque el cambio horario permite a la gente contestarme mientras duermo, de modo que las respuestas se perciben como más próximas.

Cuando se usa un sistema de distribución como Internet para el entretenimiento en general, el planeta se convierte en una sola máquina mediática. En las casas que ahora están equipadas con antenas móviles para satélite ya se tiene una idea de la amplia variedad de programación sin fronteras geopolíticas que existe. El problema es cómo enfrentarse a ella.

SEÑALES CON SENTIDO DE SÍ MISMAS

La mejor manera de abordar la ingente cantidad de programación de televisión disponible es no abordarla en absoluto, sino dejar que lo haga un agente.

Aunque los ordenadores del futuro serán tan capaces de comprender la narrativa de vídeo como usted y como yo, durante los próximos treinta años, más o menos, esta comprensión estará limitada a áreas muy específicas, como el reconocimiento de caras en máquinas con modo de transmisión asíncrono. Esto tiene poco que ver con que el ordenador comprenda a partir del vídeo que Seinfeld acaba de perder otra novia. Pero necesitamos esos bits que describen la narrativa con palabras clave, información sobre el contenido y referencias a lo que sucede más adelante y lo que pasó anteriormente.

En unas pocas décadas, en la emisión digital proliferarán los bits que describen otros bits, los bits-acerca de-bits, listas de contenidos, índices y sumarios. Todos serán introducidos por hombres ayudados por máquinas, en el momento de la publicación, como las cabeceras de hoy o, después, incluso lo podrán hacer los espectadores y comentaristas. El resultado será una corriente de bits que llevará tanta información que nuestro ordenador podrá abordar una gran cantidad de contenidos.

Cuando llegue a casa, mi reproductor de vídeo del futuro me dirá: «Nicholas, he visto cinco mil horas de televisión mientras tú no estabas y he grabado seis fragmentos para ti, un total de cuarenta minutos. Tu compañera de clase de la universidad salía en el programa Today, había un documental sobre las islas Dodecanesas, etc». El ordenador habrá hecho todo esto con sólo mirar las cabeceras.

Estos mismos bits de cabecera también serán válidos para la publicidad. Si se busca un coche nuevo, durante esa semana se podrán pasar sólo anuncios de coches en la pantalla. Además, los fabricantes de automóviles pueden insertar información local, regional y nacional en las cabeceras de forma que se incluyan también las ofertas del concesionario de nuestra zona. Esto se puede ampliar hasta ofrecer un canal dedicado por entero a anunciar tiendas que, a diferencia de la teletienda, vendan sólo cosas que nos interesen, en lugar de anillos de zirconio.

Los bits que describen otros bits cambian la emisión de forma radical. Son un instrumento para tomar lo que interesa y proporcionan a la red un medio para transportarlos a todos los rincones. Las redes aprenderán al final lo que significa trabajar en red.

REDES Y REDES

Las redes de televisión y las informáticas son totalmente diferentes. Una red de televisión es una jerarquía de distribución con una fuente, de donde procede la señal, y muchos destinos homogéneos, adonde la señal se dirige.

Por otro lado, las redes de ordenador son una trama de procesadores heterogéneos, cada uno de los cuales puede actuar a la vez como fuente y destino. Las dos son tan distintas en todo que sus diseñadores ni siquiera hablan la misma lengua. Lo racional de uno tiene para el otro la misma lógica que el fundamentalismo islámico para un católico italiano.

Por ejemplo, cuando se envía correo electrónico por Internet el mensaje se descompone en paquetes, cada uno con una cabecera y una dirección, y se envían por caminos diversos, a través de distintos procesadores intermedios que quitan y añaden otra información de cabecera. Al llegar a destino, y de forma bastante mágica, el mensaje se reordena y recompone. La razón de que este sistema llegue a funcionar es que cada paquete contiene aquellos bits que informan acerca de otros bits y cada procesador cuenta con los medios necesarios para extraer información sobre el mensaje a partir del mensaje mismo.

Cuando los ingenieros de vídeo abordaron la televisión digital no se informaron acerca del diseño de las redes informáticas. Ignoraron la flexibilidad de los sistemas heterogéneos y de las cabeceras de información empaquetada. Discutieron entre ellos sobre otros problemas, como resolución, velocidad de fotogramas, relación altura-anchura y entrelazado en vez de permitir que todos ellos fueran variables. La doctrina de la emisión televisiva tiene todos los dogmas del mundo analógico y carece de los principios digitales, como la arquitectura abierta, la adaptabilidad y la interoperabilidad. Esto cambiará, pero hasta ahora el cambio ha sido muy lento.

El agente del cambio será Internet, en sentido literal y metafórico. Internet es interesante no sólo en tanto que red global masiva y omnipresente, sino también como algo que parece haber evolucionado sin un diseño previo y que presenta un aspecto parecido a la formación de una bandada de patos. No existe ningún jefe, pero todas las piezas encajan admirablemente.

Nadie sabe cuánta gente usa Internet, porque, en primer lugar, se trata de una red de redes. En octubre de 1994, formaban parte de Internet más de cuarenta y cinco mil redes. Había más de cuatro millones de procesadores conectados (una cifra que crecía más del 20% por trimestre), pero aún así, es imposible calcular el número de usuarios. Sólo con que uno de esos procesadores sirva de acceso público a, digamos, el sistema Minitel francés, tendremos ocho millones más de usuarios potenciales de Internet.

El estado de Maryland ofrece el acceso a Internet a todos sus residentes, así como la ciudad italiana de Bolonia. Es evidente que no todas esas personas lo usan, pero parece que en 1994 lo utilizaron entre 20 y 30 millones de personas. Mi pronóstico es que en el año 2000 estarán conectados mil millones de usuarios. Esta apreciación se basa en parte en el hecho de que, en cuanto a porcentaje, el aumento más importante de conexiones a Internet en el tercer trimestre de 1994 correspondió a Argentina, Irán, Perú, Egipto, Filipinas, la Federación Rusa, Eslovenia e Indonesia (en este orden). Todos estos países tuvieron un crecimiento de más del 100% en ese tercer trimestre. Internet, apodado cariñosamente la Red, ya no es norteamericana. El 35% de los usuarios están en el resto del mundo y es ahí donde las conexiones aumentan más deprisa.

Aunque uso Internet cada día del año, a las personas como yo se nos considera usuarios ocasionales de la Red. Yo la utilizo sólo para correo electrónico, pero los usuarios más desenvueltos y los que tienen tiempo «navegan» por la Red como si entraran y salieran de las tiendas de un centro comercial. Se puede saltar de máquina a máquina y hacer compras en las tiendas-ventana usando programas como Mosaic o montando a pelo (más cerca del suelo). Incluso es posible unirse a grupos de discusión en tiempo real, llamados MUD, un término acuñado en 1979 que significa multiuser dungeons (mazmorras multiusuario); algunas personas sienten reparos por el nombre y pretenden denominarlos multiuser domains (dominios multiusuario). Una forma más reciente de MUD es un MOO o MUD object-oriented (MUD orientados a objeto). En un sentido muy real, los MUD y los MOO son un «tercer» lugar, ni el hogar ni el trabajo, pero donde algunas personas pasan ocho horas allí cada día.

En el año 2000 habrá más personas que dedicarán su tiempo libre a Internet que a ver lo que hoy llamamos «cadenas de televisión». Internet evolucionará más allá de los MUD y los MOO (que suenan bastante como el Woodstock de los años sesenta pero en los noventa y en formato digital) y empezará a ofrecer más amplia variedad de entretenimientos.

Internet Radio es un anticipo del futuro. Pero incluso Internet Radio es la punta del iceberg, porque no va mucho más allá de la transmisión selectiva a una clase especial de hackers informáticos, como demuestra uno de sus principales programas, llamado Geek of the Week (Colega de la semana). La comunidad de usuarios de Internet estará en el centro de la vida cotidiana. Su demografía se parecerá cada vez más a la del propio mundo. Como han mostrado Minitel en Francia y Prodigy en Estados Unidos, la aplicación más sencilla de las redes es el correo electrónico. El valor real de una red tiene menos que ver con la información que con la comunidad. La autopista de la información es más que un extracto de cada libro de la Biblioteca del Congreso. Se trata de crear una estructura social global, totalmente nueva.