EL NEGOCIO DEL BIT

UNA HISTORIA DE DOS BITS

Cuando he de predecir algo e incluso si he de iniciar algún cambio soy bastante radical. Sin embargo, los cambios tecnológicos y reglamentarios, así como la aparición de nuevos servicios, se están sucediendo más deprisa de lo que incluso yo imaginaba; en la autopista electrónica no existen límites de velocidad. Es como estar conduciendo por la autopista a 160 km/h y cuando me doy cuenta de la velocidad que llevo, me adelanta un Mercedes, luego otro y otro, que deben ir, por lo menos, a 180 km/h. Así son las cosas en el carril rápido de la autopista de la información.

Aunque la velocidad del cambio es más rápida que nunca, la innovación la determinan no tanto los avances científicos (el transistor, el microprocesador o la fibra óptica) como las nuevas aplicaciones: la informática móvil, las redes globales y los multimedia. En parte, esto se debe a la magnitud del coste de fabricación de los chips modernos, para los cuales se necesitan nuevas aplicaciones que sean capaces de consumir toda esa velocidad y memoria del ordenador, y también porque se está llegando a los límites físicos en muchas áreas de la fabricación de hardware.

La luz tarda unas diez billonésimas de segundo en recorrer 3 milímetros, y eso es algo que no va a cambiar. Sin embargo, a medida que fabricamos chips de ordenador cada vez más pequeños, su velocidad también puede aumentar un poco. Pero para poder modificar sustancialmente la velocidad de procesamiento será necesario encontrar nuevas soluciones, como por ejemplo conectar muchas unidades que funcionen al mismo tiempo. En la actualidad, los grandes cambios en informática y telecomunicaciones proceden de las aplicaciones, de las necesidades básicas del hombre más que de las ciencias materiales esenciales. Esta observación no ha pasado desapercibida en Wall Street.

Bob Lucky, ingeniero, autor de prestigio y vicepresidente de investigación aplicada de Bellcore (el antiguo y exclusivo Departamento de Investigación de las Siete Baby Bells), se dio cuenta hace poco de que las publicaciones eruditas ya no lo mantienen informado de los avances técnicos; en lugar de eso, lee el Wall Street Journal. Una de las mejores maneras de enfocar el futuro de la industria del «bit» es colocar el trípode de nuestro telescopio en medio del mundo empresarial y legislativo de Estados Unidos y apoyar una de sus patas en las informaciones de la Bolsa de Nueva York, otra en las de Estados Unidos y la tercera en el NASDAQ.

Cuando QVC y Viacom se disputaban la Paramount, los analistas proclamaron perdedor al que había ganado. Los beneficios de la Paramount se redujeron cuando empezaron a cortejarla, pero aún así era una adquisición muy atractiva para Viacom porque con ello sería propietario de una mayor variedad de bits. Tanto Sumner Redstone como Barry Diller saben que si su compañía sólo fabrica un tipo de bit no estarán preparados para enfrentarse al futuro. La disputa de la Paramount tenía que ver con bits, no con egos.

Como dijimos anteriormente, el valor de un bit lo determina en gran parte su capacidad para ser utilizado una y otra vez. En este sentido, un bit de Mickey Mouse tal vez valga más que uno de Forrest Gump; los bits de Mickey salen hasta en los chupa-chups (átomos consumibles). Es más, Disney tiene una audiencia asegurada que se renueva a una velocidad de más de 12 500 nacimientos por hora. En 1994 el valor en bolsa de Disney superaba al de Bell Atlantic en 2000 millones de dólares, a pesar de que Bell Atlantic había aumentado sus ventas en un 50% y había duplicado sus ganancias.

EL TRANSPORTE DE BITS

El negocio del transporte de bits es peor incluso que el de las líneas aéreas y su guerra de tarifas. El tráfico de las telecomunicaciones está reglamentado de tal modo que incluso NYNEX está obligada a instalar cabinas telefónicas en los rincones más oscuros de Brooklyn, en donde no duran más de cuarenta y ocho horas, mientras que sus competidores, que no están regulados por leyes, sólo ponen sus cabinas en la Quinta Avenida, Park Avenue y las salas de espera de primera clase de las compañías aéreas.

Peor aún, el modelo económico de tarifas en las telecomunicaciones está a punto de derrumbarse. Las tarifas actuales se fijan por minuto, por kilómetro o por bits, y todas ellas se están convirtiendo en medidas poco fiables. El sistema se resquebraja debido a la enorme diferencia que existe en relación al tiempo (de un microsegundo a un día), a la distancia (de unos cuantos metros a 80 000 kilómetros) y a la cantidad de bits (de uno a 20 000 millones). En la época en que esas diferencias no eran tan abismales, el viejo modelo de tarifa era útil. Cuando utilizábamos un módem de 9600 bps, pagábamos un 75% menos por tiempo de conexión que con un módem de 2400 bps, y sin embargo a nadie le importaba.

Pero ahora la diferencia es enorme y sí que nos importa. El tiempo es un ejemplo. Aunque no tengamos en cuenta la velocidad de transmisión y el número de bits, ¿debemos pagar lo mismo por ver una película de dos horas que por treinta conversaciones telefónicas de cuatro minutos cada una? Si puedo enviar un fax a una velocidad de 1,2 millones de bps, ¿debo pagar el 1/125 de lo que pago ahora? Si puedo introducir una voz de 16 000 bps en un canal de cine ADSL, ¿realmente tendré que pagar 50 céntimos por una conversación de dos horas? Si mi suegra vuelve a casa del hospital con una unidad de control remoto que necesita una línea directa con el centro asistencial para supervisar media docena de bits cada hora, ¿es correcto que esos bits tengan el mismo precio que los 12 000 millones de bits de Lo que el viento se llevó? Resulta complicado imaginar un modelo económico que funcione.

Tenemos que desarrollar un sistema más inteligente que quizá no utilice el tiempo, la distancia o los bits como variables para determinar las tarifas. Tal vez el ancho de banda tendría que ser gratuito y deberíamos pagar por lo que las películas, la salud asistida por control remoto y los documentos valen en sí mismos y no por el valor del canal a través del cual nos llegan. Sería absurdo pagar por los juguetes según el número de átomos que contuvieran y va siendo hora de que entendamos lo que bits y átomos significan.

Si la dirección de una empresa de telecomunicaciones limita su estrategia a largo plazo a transportar bits, no estará actuando en beneficio de los intereses de sus accionistas. Debe incorporar a su estrategia la propiedad o los derechos sobre los bits y añadir valor significativo a esos bits. De otro modo, no incrementará sus ingresos y las compañías de teléfonos acabarán quedándose con un servicio que se está convirtiendo en un artículo de consumo, cuyo precio irá bajando debido a la competencia y al aumento del ancho de banda. No obstante, es difícil resistirse.

Cuando yo era niño, todo el mundo odiaba a la compañía de teléfonos; ya de adulto diría que el «odiado» primer lugar lo ocupan ahora las compañías de seguros. En los años cincuenta, cualquier niño un poco espabilado se sabía algún truco para estafar a la compañía de teléfonos, y a todos les parecía divertido. Hoy día, las empresas de cable se merecen esto y más pues la mayoría proporcionan un servicio deficiente a unos precios cada vez más altos. Peor aún, no se limitan a «transportar», sino que controlan el contenido de sus líneas.

La industria del cable ha disfrutado de muchos de los beneficios de un monopolio no reglamentado, que en un principio sólo pretendía cubrir algunos huecos que habían dejado los servicios comunitarios. Pero a medida que las franquicias de cable empezaron a fusionarse entre sí hasta convertirse en redes de cobertura nacional, la gente se dio cuenta de que estas empresas no sólo controlaban el canal de las telecomunicaciones, sino también el contenido de las mismas. Y a diferencia de la compañía de teléfonos, no estaban obligadas a proporcionar un derecho de paso más allá de los límites locales o comunitarios.

La reglamentación telefónica se basa en un simple principio: todo el mundo tiene derecho a utilizarlo. Pero no queda claro qué sucede en un sistema de banda ancha que se parece más al de las actuales empresas de cable que al de las compañías telefónicas. El Congreso norteamericano está preocupado por la falta de legislación respecto a la fusión entre propietarios de canales y propietarios de contenidos. Es decir, si se controla el canal y el contenido, ¿se puede ser neutral?

Por poner un ejemplo, si AT&T y Disney se fusionan, ¿resultará más barato que los niños accedan a Mickey Mouse que a Bugs Bunny?

BITS MÁS VERDES

En el otoño de 1993, cuando Bell Atlantic accedió a comprar el gigante de cable TeleCommunications Inc. por 21 400 millones de dólares, los expertos en la superautopista de la información lo interpretaron como una señal de que, por fin, la era digital había comenzado. Habían cortado el cordón digital.

Sin embargo, la lógica reglamentaria y el sentido común obstaculizaron la fusión. Las compañías de cable y las de teléfonos se volvieron rivales, y la reglamentación prohibía la mayoría de asociaciones de copropiedad: algunos habían creído que las estrellas y los bucles, como el agua y el aceite, se podían mezclar. Pero el nivel de inversión que se hubiera necesitado era astronómico.

Cuatro meses después, cuando fracasaron las negociaciones entre Bell Atlantic y TCI y las aguas volvieron a su cauce, surgió una nueva terminología para referirse a los «retrasos en la construcción» y el «bloqueo» en la superautopista de la información. La era digital se había vuelto a posponer. Las acciones de TCI bajaron más de un 30% y otras empresas asociadas también se fueron a pique. El champán tuvo que volver a la botella.

Pero desde mi punto de vista, ésta no fue una pérdida importante. De hecho, el acuerdo entre Bell Atlantic y TCI hubiera sido una de las fusiones empresariales menos interesantes.

Era como si dos proveedores de fontanería que manejaran tamaños diferentes de tubería hubieran decidido unir sus existencias. La cuestión principal no era la combinación de canal y contenido, o sea la mezcla entre la fabricación de bits y su distribución. En cambio, que en 1994, Disney y el magnate de Hollywood, Michael Ovitz se hayan asociado, cada uno de ellos por separado, con tres compañías telefónicas regionales sí que resulta interesante.

También los fabricantes de electrodomésticos han tratado de fusionarse con las empresas de entretenimiento. En principio, la idea es buena, pero hasta ahora ha tenido poca sinergia debido a discrepancias de todo tipo. Cuando Sony compró CBS Records, y luego Columbia Pictures, los norteamericanos protestaron, así como cuando se vendió el Centro Rockefeller. Estas adquisiciones plantearon el problema del control extranjero, real o simbólico, de un bien cultural de la nación. Cuando poco después Matsushita compró MCA, la gente se sorprendió aún más porque muchos consideraban que el presidente de MCA, Lew Wasserman, era el más norteamericano de todos los altos ejecutivos de Estados Unidos. Recuerdo que cuando visité las instalaciones de MCA después de la primera crisis del petróleo había pegatinas en la botonera del ascensor (un mensaje de Lew) que decían: «Sube a pie uno o dos pisos, por tu salud y por tu país». Estas adquisiciones plantean profundas divisiones culturales, no sólo entre el pensamiento japonés y el estadounidense, sino entre la ingeniería y el arte. Ciertamente, hasta ahora no han funcionado, pero sospecho que algún día lo harán.

CONVERGENCIA CULTURAL

Se percibe una cierta divergencia, aunque sea artificial, entre la tecnología y las humanidades, la ciencia y el arte, entre el hemisferio derecho del cerebro y el izquierdo, pero creo que el mundo emergente de los multimedia será una de las disciplinas que, como la arquitectura, hará de puente.

La televisión se inventó por imperativos puramente tecnológicos. En 1929, cuando pioneros de la televisión como Philo Farnsworth y Vladimir Zworykin vieron las imágenes electrónicas del tamaño de un sello postal, decidieron perfeccionar el sistema movidos por su curiosidad tecnológica. Al principio, Zworykin tenía algunas ideas ingenuas sobre el uso de la televisión, y por ello sufrió una gran desilusión durante los últimos años de su vida.

El antiguo presidente del MIT, Jerome Wiesner, cuenta que Zworykin lo visitó un sábado en la Casa Blanca cuando Wiesner era asesor científico y amigo íntimo de John F. Kennedy. Le preguntó a Zworykin si conocía al presidente y como contestó que no, lo llevó a su presencia. Wiesner lo presentó al presidente con estas palabras:

—Éste es el hombre que hizo posible su elección.

—¿Cómo es eso? —preguntó sorprendido JFK.

—Este hombre inventó la televisión —le explicó Wiesner. JFK comentó que su invento era extraordinario.

Pero Zworykin respondió con ironía:

—¿Ha visto televisión últimamente?

Los imperativos tecnológicos fueron lo único que influyó en el desarrollo de la televisión. Después pasó a manos de gente con talento creativo y valores muy diferentes, que pertenecían a otra subcultura intelectual.

Por el contrario, la fotografía, a diferencia de la televisión, la inventaron los fotógrafos. Las personas que perfeccionaron la tecnología fotográfica lo hicieron con propósitos específicos, afinaron sus técnicas para poder desarrollar su arte, así como los escritores inventaron el romance, la novela, el ensayo y el tebeo para expresar mejor sus ideas.

Los ordenadores personales han hecho que la informática se aleje del imperativo técnico y en la actualidad su evolución se parece más a la de la fotografía. La informática ya no es del dominio exclusivo del Ejército, el Gobierno y las grandes empresas. Se está extendiendo a individuos muy creativos de todos los estratos de la sociedad y se está convirtiendo en un medio de expresión creativa, tanto en su utilización como en su desarrollo. Los medios y los mensajes de los multimedia serán una mezcla de logros técnicos y artísticos, y la fuerza impulsora la ejercerá el consumidor.

El negocio de los juegos electrónicos, que mueve 15 000 millones de dólares en todo el mundo, es un ejemplo. Ha crecido más que la industria cinematográfica, y sigue creciendo. Los fabricantes de juegos están dándole un impulso tan fuerte a la tecnología de la presentación que la «realidad virtual» se convertirá en una «realidad» de muy bajo coste, mientras que la NASA sólo fue capaz de usarla con relativo éxito a un coste de más de 200 000 dólares. El 15 de noviembre de 1994, Nintendo anunció la comercialización de un juego de realidad virtual llamado «Virtual Boy» (El niño virtual) por 199 dólares.

Por otra parte, tomemos el procesador de Intel más rápido que hay y que trabaja a una velocidad de 100 millones de instrucciones por segundo (MIPS). Comparémoslo con Sony, que acaba de introducir en el mercado una «Playstation» (estación de juego) de 1000 MIPS por 200 dólares. ¿Qué está pasando? La respuesta es simple: tenemos un deseo insaciable de nuevos tipos de entretenimiento y el nuevo contenido en tres dimensiones y en tiempo real del que ahora depende la industria de los juegos necesita ese tipo de procesamiento y esas nuevas presentaciones. La aplicación manda.

TIRAR O EMPUJAR

Muchas de las grandes compañías de medios como Viacom, News Corporation y el editor de este libro dependen de la distribución para transmitir sus contenidos de información y entretenimiento. Como he dicho antes, la distribución de átomos es mucho más compleja que la de bits y requiere el respaldo de una gran empresa. En cambio, mover bits es mucho más sencillo y, en principio, no necesita de estas enormes empresas.

A través del The New York Times llegué a conocer y a disfrutar los artículos sobre el mundo de la informática y las comunicaciones del periodista John Markoff. De no ser por The New York Times nunca hubiera conocido su trabajo. Sin embargo, ahora que lo conozco, sería mucho más sencillo para mí disponer de un sistema automático de acceso a los artículos recientes de Markoff y guardarlo en mi periódico personalizado o en mi archivo de lecturas pendientes. Estaría dispuesto a pagarle a Markoff los clásicos «dos centavos» por cada uno de sus artículos.

Veamos. Si una de cada 200 personas abonadas a Internet en 1995 hiciera lo mismo que yo y Markoff escribiese 100 artículos al año (de hecho escribe entre ciento veinte y ciento cuarenta), ganaría un millón de dólares al año, que me atrevería a decir que es más de lo que le paga The New York Times. La proporción de uno por cada 200 puede parecer una exageración, pero no lo es si lo analizamos detenidamente. Cuando alguien ya tiene un nombre puede trabajar de esta manera porque los gastos de distribución en el mundo digital son muy reducidos.

La distribución y el movimiento de bits incluyen los procesos de filtrado y selección. La empresa de media es, entre otras cosas, un hábil explorador, y su canal de distribución un banco de pruebas de la opinión pública.

Pero llegado un punto, el autor podrá prescindir de este espacio. Seguro que en la era digital, Michael Crichton podría ganar más dinero vendiendo sus próximos libros directamente. Lo siento por mi editor.

Ser digital cambiará la naturaleza de los media. Se invertirá el proceso de envío de bits a la gente por un proceso en el que las personas o sus ordenadores serán los que elijan esos bits. Éste es un cambio radical, porque nuestra idea de los media es la de una sucesión de capas que filtran y reducen la información y el entretenimiento a una serie de best-sellers o «noticias de portada» que son «enviadas» a diversas audiencias. A medida que las empresas de media se introducen cada vez más en el terreno de la transmisión selectiva, como el negocio de la publicación de revistas, siguen enviando bits a diversos grupos de interés, como fanáticos de los coches, esquiadores entusiastas o amantes del vino. Hace poco me enteré de un proyecto para editar una revista dedicada a gente que padece insomnio y los publicistas habían tenido la brillante idea de anunciarla en televisión por la noche, cuando además las tarifas son más baratas.

La industria de la información pasará a manos de la pequeña empresa, y su mercado residirá en la autopista de la información global. Los clientes serán las personas y sus ordenadores. ¿Y existe un mercado digital real? Sí, pero sólo si la interfaz entre las personas y sus ordenadores mejora hasta un punto en que hablar con nuestro ordenador sea tan sencillo como hacerlo con un ser humano.