LA POLICÍA DEL BIT

LA LICENCIA PARA EMITIR BITS

Existen cinco vías para introducir información y entretenimiento en los hogares: satélite, emisión terrestre, cable, teléfono y medios empaquetados (todos esos átomos como casetes, CDs y material impreso). La Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), sirve al público a través de la regulación de algunas de estas vías y de una parte del contenido de la información que fluye por ellas. Es una tarea difícil porque la Comisión tiene que decidir entre protección y libertad, entre lo público y lo privado, entre competencia y grandes monopolios.

Uno de los aspectos que más preocupa a la Comisión es el espectro que se utiliza en las comunicaciones inalámbricas. Se supone que el espectro pertenece a todo el mundo y que debe poder utilizarse de manera justa, competitiva, sin interferencias y con todos los incentivos para enriquecer al pueblo norteamericano.

Esto es muy lógico, porque de otro modo las señales de televisión, por ejemplo, podrían chocar con las del teléfono móvil y las de radio podrían interferir con el VHF marítimo. La autopista del aire necesita un control de tráfico.

Recientemente, se han concedido nuevas licencias de explotación del espectro a precios muy altos, tanto para la telefonía móvil como para el vídeo interactivo. Otras partes del espectro han sido otorgadas de manera gratuita, pues se supone que se destinan a uso público. Este es el caso de la televisión patrocinada, que es gratuita para el espectador, aunque de hecho, estamos pagando por ella cuando compramos una caja de detergente o cualquier otro producto que se anuncia.

La Comisión ha ofrecido a las emisoras televisivas un «carril» adicional de 6 MHz (megahertzios) de espectro gratuito para la televisión de alta definición, con la condición de que éstas devuelvan el espectro que están utilizando actualmente, también de 6 MHz, dentro de quince años. Es decir, que durante tres lustros las emisoras actuales contarán con 12 MHz. La idea, susceptible de cambios, es proporcionar un período de transición para que la televisión actual se transforme en la televisión del futuro. El concepto tenía sentido hace seis años, cuando se concibió como el medio para pasar de un mundo analógico a otro. Pero de pronto resulta que la televisión de alta definición es digital. En la actualidad sabemos cómo introducir 20 millones de bps en un canal de 6 MHz, y todas las reglas pueden cambiar de repente, en algunos casos de manera impredecible.

Imagínese que es dueño de una emisora de televisión y que la Comisión le acaba de conceder autorización para transmitir 20 millones de bps. Le acaban de dar permiso para convertirse en el epicentro local del negocio de la emisión de bits. Este permiso es para utilizarlo en televisión, ¿pero qué haría usted realmente con él?

Sea honesto. Lo último que haría sería emitir televisión de alta definición, porque existen pocos programas y todavía menos espectadores. Si es un poco astuto, se dará cuenta de que puede emitir cuatro canales NTSC de televisión digital con calidad de estudio (a 5 millones de bps cada uno) y así aumentar su audiencia potencial y sus ingresos por publicidad. Pero si reflexiona un poco más, en vez de cuatro decidirá transmitir tres canales de televisión, utilizando 15 millones de bps, y dedicará los 5 millones de bps restantes a la emisión de dos señales de radio digitales, un sistema de emisión de almacenamiento de datos y un servicio de busca.

Por la noche, cuando poca gente mira la televisión, podría utilizar gran parte de su cuota y emitir bits para entregar periódicos personalizados que se imprimirían en las casas de los propios abonados. O, el sábado, podría decidir que la resolución es prioritaria (por ejemplo, para un partido de fútbol) y dedicaría 15 de sus 20 millones de bits a la transmisión de alta definición. De hecho, usted sería su propia Comisión para esos 6 MHz o esos 20 millones de bits, y los distribuiría como creyera conveniente.

Esto no es lo que la FCC tenía en mente al principio, cuando recomendó, con el objetivo de favorecer la transición, la asignación de un nuevo espectro para televisión de alta definición a emisoras ya existentes. Los grupos empresariales que están deseando introducirse en el negocio de la emisión de bits pondrán el grito en el cielo cuando se enteren de que a las cadenas actuales de televisión se les ha duplicado el espectro y se les ha incrementado su capacidad de emisión en un 400%, sin coste alguno, durante los próximos quince años.

¿Quiere esto decir que tenemos que mandar a la Policía del Bit para controlar que este nuevo espectro y sus 20 millones de bps sean utilizados sólo para televisión de alta definición? Espero que no.

BITS DE CAMBIO

En la época analógica, el trabajo de asignación del espectro de la FCC era mucho más fácil. Podía señalar diferentes partes del espectro y decir: éste es para televisión, aquél para radio, éste para telefonía celular, etc. Cada pedazo del espectro era utilizado por un medio específico de comunicaciones o de emisión con sus propias características y anomalías de transmisión y con un propósito muy definido. Pero en un mundo digital estas diferencias se desdibujan o, en algunos casos, desaparecen: todo son bits. Pueden ser bits de radio, bits de televisión o bits de comunicación marítima, pero siguen siendo bits que se pueden mezclar y susceptibles de ser utilizados de forma múltiple como multimedia.

Lo que pasará con la emisión televisiva durante los siguientes cinco años es tan increíble que resulta difícil de asimilar. No es fácil imaginar que la FCC sea capaz de controlar la utilización de bits; por ejemplo, pidiendo que se utilicen cuotas determinadas de bits para la televisión de alta definición, la televisión normal, la radio y demás. Seguramente el mercado ejercerá su función reguladora de forma mucho más eficiente. No utilizaríamos nuestros 20 millones de bits en la radio si hubiera un mayor negocio en la televisión o en la información. Cambiaríamos nuestro enfoque según el día de la semana, la hora del día, las vacaciones o los acontecimientos especiales. La flexibilidad es crucial y los que respondan antes y sean más imaginativos en el uso de sus bits, servirán mejor al público.

En un futuro próximo, las emisoras asignarán bits a un medio específico, como la televisión o la radio, en el momento de la transmisión. Por lo general, es esto lo que queremos decir cuando hablamos de convergencia digital o emisión de bits. El transmisor avisa al receptor cuando le envía bits de televisión, de radio, o bits que representan al Wall Street Journal.

Pero en un futuro más lejano, los bits no se asignarán a un medio específico cuando salgan del transmisor.

Tomemos la información meteorológica como ejemplo. En lugar de emitir al hombre del tiempo y sus típicos mapas y gráficos, imaginemos que es posible mandar un modelo de información meteorológica por ordenador. Estos bits llegan a nuestra televisión-ordenador y luego, en el extremo receptor, utilizamos de manera implícita o explícita la inteligencia de nuestro ordenador para transformarlos en un informe hablado, un mapa impreso, o un dibujo animado con nuestro personaje favorito de Disney. La inteligencia del aparato de televisión lo hará tal como se lo pidamos, quizás incluso según nuestra disposición y estado de ánimo del momento. En este ejemplo, el emisor ni siquiera sabe en qué se convertirán los bits, si en imágenes, sonido o letra impresa. Somos nosotros quienes lo decidimos. Los bits salen de la emisora como elementos para ser utilizados y transformados en una gran variedad de medios, para que podamos personalizarlos a través de varios programas de ordenador y archivarlos si así lo queremos.

En este contexto, se emitirían bits e información más allá del control regulador de hoy día, que asume que el transmisor sabe si una señal es de televisión, radio o información.

Tal vez muchos lectores supongan que mi mención de la Policía del Bit es sinónimo de censura del contenido, pero no es así. El consumidor será su propio censor cuando le ordene al receptor qué bits deberá seleccionar. La obsoleta Policía del Bit querrá controlar el medio en sí mismo, lo cual no tiene sentido. El problema, de índole política, es que la asignación que ha recibido la televisión de alta definición parece un regalo. Aunque la FCC no quería crear una polémica, algunos grupos de presión protestarán porque los ricos en ancho de banda se están haciendo más ricos aún.

Creo que la Comisión es demasiado inteligente para querer asumir el papel de Policía del Bit. Su tarea debe centrarse en hacer que proliferen, en beneficio del público, los servicios de información avanzada y entretenimiento. En mi opinión, la cuestión radica, simplemente, en que no hay forma de limitar la libertad de emisión de bits, así como los romanos no pudieron impedir que el cristianismo se propagase, aunque durante el proceso me temo que algunos valientes emisores de información serán arrojados a los leones de Washington.

LA LEY DE INCOMPATIBILIDADES EN LA PROPIEDAD DE LOS MEDIA

Tomemos como ejemplo el periódico actual. El texto se escribe en el ordenador; los reporteros envían los reportajes por correo electrónico; las fotos se digitalizan y también se transmiten por cable; y la paginación de un periódico moderno se realiza mediante sistemas de diseño asistido por ordenador, que preparan la información para transferirla a una película o para grabarla directamente en planchas. Es decir, que toda la concepción y elaboración del periódico es digital, desde el principio hasta el final, en que la tinta se vierte sobre árboles muertos. Es aquí, al final del proceso, donde los bits se convierten en átomos.

Pero imaginemos que este último paso no se realiza en una imprenta, sino que nos entregan los bits tal cual. Tenemos la opción de imprimirlos en casa, con todas las ventajas del borrador (para el cual se recomienda papel ya usado, de forma que no necesitemos grandes cantidades de papel), o bien los podemos introducir en el ordenador portátil, el ordenador de bolsillo o, algún día, en nuestra pantalla de alta resolución, completamente flexible, de un cuarto de milímetro de espesor, a todo color, de gran formato y sumergible, pero como si fuera una hoja de papel y también con olor a papel, si eso nos hace felices. La emisión es un sistema, entre muchos otros, de hacernos llegar los bits. Y el emisor de televisión es capaz de enviarnos bits periodísticos.

A grandes rasgos, la ley de incompatibilidades en la propiedad de los media dice que no se puede ser dueño de un periódico y de una cadena de televisión en el mismo lugar. En la época analógica, el mecanismo más sencillo para evitar el monopolio y garantizar la pluralidad de opinión era restringir la propiedad a un solo medio en un mismo pueblo o ciudad. La diversidad de medios implicaba multiplicidad de contenido. Es decir, que el dueño de un periódico no podía ser propietario de una cadena de televisión y a la inversa.

En 1987, los senadores Ted Kennedy y Ernest Hollings añadieron una cláusula final a la ley de presupuestos ya existente para impedir que la FCC extendiera licencias temporales que fueran contra la ley de incompatibilidades en la propiedad de los media. Esta cláusula iba dirigida a Rupert Murdoch, que había comprado un periódico en Boston cuando ya era dueño de una cadena de UHF. Pocos meses más tarde, el tribunal rechazó la llamada «ley rayo láser» que se usó en contra de Murdoch, pero todavía sigue vigente la prohibición del Congreso que impide a la FCC cambiar o revocar la ley de incompatibilidades en la propiedad de los media.

La cuestión que se plantea es si tiene que considerarse ilegal ser dueño de un bit periodístico y de un bit televisivo en el mismo lugar. Supongamos que el bit periodístico sea una elaboración del bit televisivo por medio de un sofisticado sistema multimedia de información personalizada. El consumidor se beneficia de la interacción de bits pues el reportaje se le entrega con distintos niveles de profundidad y calidad de presentación. Si las leyes actuales de incompatibilidades continúan vigentes, ¿no se está privando al ciudadano de todas las ventajas de la información? Por tanto, la prohibición de que unos bits se mezclen con otros es una forma grotesca de autoengaño.

Para garantizar la pluralidad se necesita menos legislación, pues los imperios monolíticos de los media se están disolviendo en una serie de empresas locales. A medida que avancemos y entreguemos más bits y menos átomos, desaparecerán las ventajas de disponer de una imprenta. Incluso el trabajo de reportero en el extranjero dejará de tener sentido a medida que escritores independientes y con talento descubran una entrada electrónica que vaya directa a nuestras casas.

A los magnates de los media de hoy día no les será fácil mantener sus imperios en el futuro. Estoy convencido de que hacia el año 2005 los norteamericanos pasarán más horas en Internet (o como se llame entonces) que viendo programas frente al televisor. La combinación de tecnología y naturaleza humana contribuirá de manera más contundente a mantener la pluralidad que cualquier ley que el Congreso pueda inventar. Pero en el caso de que me equivoque con respecto al futuro lejano y al período de transición que se avecina, la FCC tendría que encontrar un sistema imaginativo para reemplazar la ley de incompatibilidades en la propiedad de los media de la era industrial incentivando y ofreciendo pautas para definir el ser digital.

¿PROTECCIÓN DEL BIT?

La ley de propiedad intelectual es completamente obsoleta. Se trata de un producto Gutenberg. Y puesto que se trata de un proceso reactivo, probablemente desaparecerá antes de que se modifique.

La mayoría de la gente se preocupa de la propiedad intelectual en cuanto se refiere a la facilidad de hacer copias. Sin embargo, en el mundo digital no sólo está en juego la facilidad, sino también el hecho de que la copia digital es tan perfecta como el original, y con algo de sofisticación informática, incluso mejor. De la misma manera que a una columna de bits se le pueden corregir los errores, una copia se puede limpiar, realzar y eliminar su ruido. La copia es perfecta. Esto es bien sabido en la industria musical y ha sido la causa de que muchos productos electrónicos salgan al mercado con retraso, como en el caso del DAT (Cinta de Audio Digital).

Se diría que esto no tiene sentido, ya que la duplicación ilegal va en aumento aun cuando las copias no sean del todo perfectas. En algunos países, hasta el 95% de los vídeos que se venden son copias ilegales.

Por tanto, la gestión de la propiedad intelectual y la actitud que se toma frente a ella varían de manera drástica según el medio. La música recibe una atención internacional considerable, y los compositores, letristas y arreglistas cobran sus derechos de autor durante años. La melodía «Cumpleaños feliz» es del dominio público, pero si alguien quiere utilizar la letra para una escena de una película tiene que pagar derechos de propiedad a la Warner/Chappell. No es muy lógico, pero forma parte de un complejo sistema ideado para proteger a los compositores e intérpretes.

En cambio, un pintor se despide para siempre de su cuadro en cuanto lo vende. Sería impensable pagar-por-ver. Por otro lado, en algunos lugares es legal cortar la pintura en trocitos y venderlos, o reproducirla en una alfombra o una toalla de playa sin el permiso del artista. En Estados Unidos esto fue legal hasta 1990, cuando se promulgó la Visual Artists Rights Act para evitar esa clase de mutilación. O sea que, incluso en el mundo analógico, el sistema actual no es imperecedero ni totalmente imparcial.

En el mundo digital la cuestión no es sólo si copiar es más fácil y si las copias tienen más fidelidad. En el futuro inmediato seremos testigos de un nuevo tipo de fraude, que tal vez no pueda considerarse como tal en realidad. Particularmente, creo que es inofensivo leer algo en Internet y, de la misma forma que recorto un periódico, enviarle una copia a alguien o a unas cuantas personas. Pero con sólo una docena de toques de teclado podría enviar ese mismo material a miles de personas de todo el planeta, lo que no sucede con un recorte de periódico. Resulta evidente que el recorte de bits es muy distinto al recorte de átomos.

Hoy día, en la economía irracional de Internet hacer este multienvío no cuesta absolutamente nada. Nadie tiene una clara idea de quién hace qué en Internet, pero de momento es gratis para casi todos los usuarios. Incluso si esto cambia en un futuro y se le adapta un modelo económico racional, distribuir un millón de bits a un millón de personas sólo costaría cuatro chavos.

Es más, los programas de ordenador, no sólo las personas, podrán leer material, como por ejemplo este libro, y hacer resúmenes automáticos. La ley de propiedad intelectual dice que el material que resumimos pasa a ser propiedad intelectual nuestra. Y dudo que los legisladores hayan pensado en la posibilidad de que una entidad inanimada, como un robot pirata, llegara a desempeñar esta función.

A diferencia de las patentes, que pertenecen al Departamento de Comercio, o sea al poder ejecutivo, los derechos de propiedad intelectual, que pertenecen a la Biblioteca del Congreso, es decir, al poder legislativo, protegen la expresión y la forma de la idea, y no la idea en sí misma. Estupendo.

No obstante, ¿qué sucede cuando transmitimos bits que en términos reales no tienen forma, como en el caso de la información meteorológica a la que nos referimos antes? Entonces surge la pregunta de si un modelo de ordenador de la meteorología es una expresión de la propia meteorología. De hecho, la mejor descripción que podemos ofrecer de un modelo preciso y completo del tiempo es que consiste en una simulación de éste y es tan parecido a la «realidad» como pueda serlo. Seguramente, la «realidad» no es una expresión de sí misma, sino que es ella misma.

Las expresiones de la información meteorológica son: una voz que «informa» con entonación, un diagrama animado que la «muestra» con color y movimiento o una simple imagen que la «representa» como un mapa ilustrado y comentado. Estas expresiones no están en la información, pero son personificaciones de la información que hace un aparato receptor dotado con inteligencia. Aún más, estas diversas personificaciones se pueden hacer según sea el receptor y su manera de expresarse, a diferencia del hombre del tiempo local, nacional o internacional. Por tanto, la ley de propiedad intelectual no es aplicable al transmisor.

Tomemos como ejemplo la Bolsa. Las fluctuaciones de minuto a minuto en el precio de las acciones pueden agruparse de diferentes maneras. La cantidad de información, como los contenidos de las páginas de la guía de teléfonos, no es susceptible de reservarse derechos de propiedad intelectual. En cambio, una ilustración del movimiento de las acciones en la Bolsa o de un grupo de acciones sí lo es. Será cada vez más el receptor, y no el transmisor, el que determine la forma de recibir la información, lo cual complica la regulación de los derechos de propiedad intelectual.

Entonces habrá que preguntarse hasta qué punto la noción de información sin forma puede extenderse a materiales menos prosaicos, como un avance informativo o, aunque es más difícil, a una novela. Cuando los bits son bits, surgen una serie de nuevos interrogantes, no sólo los ya conocidos, como la piratería.

Definitivamente, el medio ha dejado de ser el mensaje.