EMISIÓN DE BITS

¿QUÉ PASA CON ESA IMAGEN?

Cuando usted mira la televisión, ¿se queja de la resolución de la imagen, la forma de la pantalla o la calidad del movimiento? Quizá no. Si se queja de algo, casi seguro que es de la programación. Como dice Bruce Springsteen, «cincuenta y siete canales y nada dentro». Sin embargo, casi todas las investigaciones sobre el futuro de la televisión apuntan precisamente a la redefinición de la presentación y no a lo artístico del contenido.

En 1972 unos cuantos japoneses analizaron y discutieron el tema, en un intento por averiguar cuál podría ser el próximo paso evolutivo de la televisión, llegaron a la conclusión de que consistiría en una mayor resolución de la imagen, puesto que al cambio de blanco y negro a color seguiría una televisión con calidad cinematográfica, o sea la llamada HDTV (televisión de alta definición). En un mundo analógico era la manera lógica de mejorar la televisión, y a eso se dedicaron los japoneses durante los catorce años siguientes. Lo llamaron Hi-Vision.

En 1986, en Europa sonó la alarma ante la perspectiva del dominio japonés en el futuro mercado televisivo. Peor aún, Estados Unidos había aceptado la Hi-Vision y se había asociado con los japoneses para hacer de ésta una norma mundial. Muchos defensores actuales de la televisión de alta definición y la mayor parte de los neonacionalistas norteamericanos «olvidan» oportunamente que fue una equivocación respaldar un sistema analógico japonés. Pero como medida proteccionista, los europeos rechazaron la Hi-Vision, y nos hicieron un gran favor, aunque por razones equivocadas. A continuación procedieron a desarrollar su propio sistema de televisión de alta definición analógica (HD-MAC), que en mi opinión era un poco peor que la Hi-Vision.

Poco después, Estados Unidos se despertó y atacó el problema de la televisión de alta definición con la misma negligencia analógica que el resto del mundo, convirtiéndose en el tercero en discordia pero coincidiendo con los demás en que el futuro de la televisión debía plantearse como un problema de calidad de imagen y nada más. Peor aún, se abordó este problema con técnicas analógicas obsoletas. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que aumentar la calidad de la imagen era el camino correcto que había que seguir, pero desgraciadamente, ésta no es la cuestión.

No hay constancia de que los consumidores prefieran una mejor calidad de imagen antes que un mejor contenido de la programación. A esto hay que añadir que las soluciones propuestas hasta ahora por la televisión de alta definición no garantizan una mejora perceptible de la imagen si la comparamos con la televisión con calidad de estudio disponible hoy día, aunque usted quizá no la haya visto nunca, ni conozca su alto grado de calidad. Con el nivel actual de definición, la televisión de alta definición es una tontería.

LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS

En 1990, como era de suponer, Japón, Europa y Estados Unidos iban en direcciones completamente diferentes en lo que respecta al futuro de la televisión. Japón había invertido dinero y esfuerzos en la televisión de alta definición durante dieciocho años, exactamente el mismo período de tiempo que tardaron los europeos en ver cómo la industria de los ordenadores escapaba de su control, y estaban decididos a que no ocurriera lo mismo con la televisión. Estados Unidos, que casi no tenía industria televisiva, pensó que la televisión de alta definición era su gran baza para reintroducirse en el mercado de electrodomésticos (que habían abandonado tiempo atrás compañías cortas de miras como Westinghouse, RCA y Ampex).

Cuando Estados Unidos aceptó el reto de mejorar la tecnología de la televisión, la compresión digital aún estaba en pañales. Por otra parte, los protagonistas, es decir los fabricantes de equipos de televisión, eran precisamente los intérpretes equivocados. A diferencia de algunas empresas jóvenes como Apple y Sun Microsystems, las empresas de tecnología de televisión eran asilos del pensamiento analógico donde todo el mundo creía que la televisión consistía en imágenes, no en bits.

Pero poco después del despertar norteamericano, en 1991, de la noche a la mañana todos se convirtieron en defensores acérrimos de la televisión digital, siguiendo el liderazgo de la General Instrument Corporation. En menos de seis meses, todos los proyectos norteamericanos de televisión de alta definición cambiaron del sistema analógico al digital. Era bastante evidente que la señal digital podía ser procesada con unos costes razonables, aunque esta idea todavía fue rechazada por Europa hasta febrero de 1993.

En septiembre de 1991, me dirigí a varios miembros del equipo del presidente François Mitterrand durante un almuerzo. Tal vez porque yo hablo francés sólo como segunda lengua no pude convencerles de que mi intención no era que abandonaran su «liderazgo», como ellos decían, sino salvarles de estar «con el agua hasta el cuello», pues tal era mi parecer.

En mi entrevista con el primer ministro japonés, Kiichi Miyazawa, en 1992, éste se sorprendió mucho cuando le dije que la Hi-Vision era obsoleta. Margaret Thatcher, sin embargo, me escuchó. Por fin, a finales de 1992, la valiente oposición de John Major invirtió el sentido de la marcha, al vetar una subvención de 600 millones de ecus (800 millones de dólares) para el programa de la televisión de alta definición. La Unión Europea, que entonces se llamaba Comunidad Europea, decidió por fin, a principios de 1993, abandonar la televisión de alta definición analógica a cambio de un futuro digital.

Los japoneses también saben muy bien que la televisión digital es el futuro. Cuando Akimasa Egawa, el desafortunado director general del Departamento de Correos y Telecomunicaciones, sugirió, en febrero de 1994, que Japón se sumara al mundo digital, los líderes de la industria nipona pusieron el grito en el cielo y lo obligaron a retractarse. Japón había gastado demasiado dinero público en la televisión de alta definición, y no era cuestión de hacer pública de manera tan evidente la reducción de las pérdidas.

Recuerdo muy bien un debate televisado en aquella época con los presidentes de las principales empresas de electrónica en el que todos aseguraban que estaban a favor de la vieja y querida televisión de alta definición, lo que implicaba que al ministro diputado le faltaba un tornillo. Yo no tuve otra opción que comerme mi digital lengua porque los conocía personalmente, les había oído decir todo lo contrario y había visto sus respectivos esfuerzos por introducir la televisión digital en su país. No hay nada como saber nadar y guardar la ropa.

TECNOLOGÍA CORRECTA, PROBLEMAS EQUIVOCADOS

La buena noticia es que en Estados Unidos se está aplicando la tecnología correcta, es decir la digital, al futuro de la televisión. La mala noticia es que todavía se abordan de manera irresponsable los problemas equivocados, los de calidad de la imagen como la resolución, velocidad de fotograma, y la forma de la pantalla (la llamada «relación altura-anchura»). Y lo que es peor, se intenta decidir de una vez por todas, con unos números muy específicos para cada una de estas variables y legislarlas como constantes. Sin embargo, el gran regalo del mundo digital es que no hay por qué hacer esto.

Incluso el mundo analógico se está volviendo menos encorsetado. Cualquiera que haya viajado a Europa recuerda el terrible problema que representaban los transformadores que adaptan los aparatos de 220 a 110 voltios. La historia cuenta que Don Estridge, el ejecutivo de IBM a quien se atribuye el IBM PC, estaba en el aparcamiento de la compañía en Boca Ratón, Florida, cuando tuvo la ocurrencia de que el PC funcionara indistintamente con corriente de 110 y 220 voltios. El encargo aparentemente extravagante se realizó enseguida y hoy día casi todos los ordenadores personales pueden conectarse a una gran variedad de tomas de corriente.

Digamos que la petición de Estridge se cumplió, que se puso esa inteligencia en la máquina y el enchufe se encarga de hacer lo que antes tenían que hacer los humanos. Pues bien, ahora es el turno de los fabricantes de televisores.

Cada vez más a menudo se fabrican sistemas capaces de adaptarse, no sólo a 110 y 220 voltios o 60 y 50 hertzios, sino al número de líneas de barrido, la velocidad de fotograma y la relación altura-anchura. Lo mismo pasa con los módems, que tienen un gran margen de diálogo previo para ajustarse al mejor protocolo de comunicación y también sucede esto con el correo electrónico, en el que los sistemas usan, con mayor o menor éxito, una amplia variedad de protocolos para transmitir mensajes entre máquinas distintas.

Ser digital es poder crecer. Ya de entrada, no tenemos por qué poner todos los puntos sobre las íes. Podemos construir enlaces para futuras expansiones y desarrollar protocolos de modo que unas cadenas de bits puedan informar a las demás sobre sí mismas. Los sabios de la televisión digital han ignorado esta posibilidad. No sólo están trabajando en el problema equivocado, la alta definición, sino que además están tomando todas las otras variables y tratándolas como si el problema fuera los 110 voltios de un secador de pelo.

Las discusiones sobre «entrelazado» son un ejemplo perfecto. La televisión emite 30 fotogramas por segundo. Cada fotograma se compone de dos campos, y cada uno de ellos cuenta con la mitad de las líneas de barrido, las pares y las impares. Sin embargo, un fotograma de vídeo se compone de dos campos separados en el espacio por una línea de barrido y separados en el tiempo por la sesentava parte de un segundo. Cuando miramos la televisión, estamos viendo 60 campos por segundo «entrelazados» para que el movimiento sea uniforme, pero cada campo tiene sólo la mitad de la imagen. El resultado es que percibimos movimiento con buena calidad y vemos objetos fijos con claridad con sólo la mitad del ancho de banda: una idea genial para la emisión televisiva analógica si se dispone, como así sucede realmente, del ancho de banda necesario.

Pero el dilema se plantea con la presentación de la televisión en el ordenador, en el que el entrelazado es absurdo y perjudicial para mover las imágenes. La presentación en el ordenador ha de ser más precisa (con mayor resolución y más visibilidad desde mucho más cerca), y el movimiento juega un papel muy distinto en las pantallas de ordenador, que miramos desde una distancia mucho más corta. Basta con decir que el entrelazado no tiene futuro en los ordenadores y es un completo anatema para los ingenieros de ordenadores.

De todas formas, el entrelazado morirá de muerte natural, y, por tanto, hacer una ley contra éste sería adoptar una actitud demasiado conservadora. El mundo digital es más flexible que el analógico porque las señales pueden incorporar toda clase de información adicional sobre sí mismas.

Los ordenadores pueden procesar y reprocesar señales, añadir y quitar entrelazado, cambiar la velocidad del fotograma y modificar la relación altura-anchura hasta casar la forma rectangular de una señal concreta con el formato de una pantalla determinada. Por consiguiente, no es necesario apoyar ninguna norma arbitraria, aunque sólo sea porque lo que hoy parece razonable mañana se demostrará que no lo es.

TAN ADAPTABLE COMO LA CONSTITUCIÓN AMERICANA

El mundo digital es en esencia ampliable. Puede crecer y cambiar de una manera más orgánica y continua que los anteriores sistemas analógicos. Cuando decidimos cambiar un aparato de televisión, tiramos uno y compramos otro completamente nuevo. En cambio, si tenemos un ordenador, podemos añadirle características, hardware y software en lugar de cambiarlo todo por el modelo superior. De hecho, la expresión «modelo superior» posee una connotación digital. Cada vez nos resulta más natural adaptar sistemas de ordenador para mejorar la pantalla, instalar una tarjeta de sonido más potente y poder confiar en que nuestro software trabaje mejor. ¿Por qué la televisión no es así?

Pronto lo será. Hoy día estamos casados con tres normas de televisión analógica. En Estados Unidos y Japón se usa NTSC (que responde a Comisión Nacional para los Sistemas de Televisión, aunque los europeos dicen que significa «Nunca el mismo color»). PAL (Línea de Fase Alterna) domina en Europa y equivale en Francia a SECAM (Color Secuencial con Memoria); los norteamericanos dicen que en realidad quiere decir «Sistema Esencialmente Contrario a América». El resto del mundo los adopta de buen grado o a la fuerza y usa alguno de los tres en estado puro o impuro, siguiendo la misma lógica que tendría la elección nacional de una segunda lengua.

Sin embargo, ser digitales nos permite independizarnos de normas restrictivas. Si nuestra televisión no habla un dialecto en particular, siempre podemos ir a la tienda de informática y comprar un decodificador digital, de la misma manera que hoy compramos programas para un PC.

Si la resolución es una variable importante, la solución consistirá en construir un sistema adaptable, no uno que esté fijado al número de líneas de barrido que hoy vemos habitualmente. Se oye hablar de 1125 o 1250 líneas de barrido y no hay ninguna magia en esas cifras. Sólo se acercan al máximo que podemos ver hoy con un tubo de rayos catódicos (CRT). En realidad, la forma en que los ingenieros de televisión consideraron las líneas de barrido en el pasado ya no es operativa en la actualidad.

En los tiempos antiguos, a medida que los aparatos de televisión se hacían más grandes, los espectadores se iban alejando de ellos, hasta llegar al proverbial sofá. En proporción, el número de líneas de barrido por milímetro que llegaban a la pupila del espectador siempre era más o menos constante.

Luego, alrededor de 1980, hubo un cambio repentino y la gente dejó el sofá para ir al escritorio y desde allí tener una experiencia de visión en 18 pulgadas. Esto supuso un cambio total, porque ya no se podía seguir pensando en líneas de barrido por imagen (como siempre se ha hecho con los equipos de televisión), sino en líneas de barrido por pulgada, tal como hacemos con el papel o con las pantallas de los ordenadores modernos. En cuanto a estos últimos, el Centro de Investigación de Palo Alto de la Xerox Corporation, PARC, tuvo el mérito de ser el primero en pensar en términos de líneas por pulgada. Una pantalla más grande necesita más líneas, así que el día que podamos ensamblar juntas pantallas de superficie plana, tendremos la capacidad de mostrar imágenes con diez mil líneas de resolución. Por tanto, limitar ahora nuestro pensamiento a mil sería tener poca visión de futuro.

Pero para que el día de mañana sea posible hacer llegar de forma masiva la alta resolución, se debe hacer el sistema adaptable ahora, y esto es exactamente lo que ninguno de los actuales defensores de sistemas de televisión digital proponen por el momento. Es realmente increíble.

LA TELEVISIÓN COMO PUESTO DE PEAJE

Todos los fabricantes de hardware y software para ordenadores cortejan a la industria del cable, lo que no es sorprendente si consideramos que la cadena de televisión por cable ESPN tiene más de 60 millones de abonados. Microsoft, Silicon Graphics, Intel, IBM, Apple, DEC, y Hewlett-Packard han firmado importantes contratos con la industria del cable.

La causa de esta conmoción es el adaptador, que hasta ahora ha sido poco más que un sintonizador, pero está destinado a ser mucho más. A la velocidad en que suceden las cosas, pronto tendremos tantos tipos de adaptadores como ahora mandos a distancia (uno para cable, otro para satélite, otro para el par trenzado, otro para cada transmisión de UFV, etc.). Esta combinación de adaptadores incompatibles resulta una pesadilla.

Por ello, el interés de este adaptador reside en su potencial función como puerta de acceso a través de la cual el «proveedor» del adaptador y su interfaz pueden convertirse en guardabarreras de ordenación y hacernos pagar elevadas sumas de dinero por la información que pasa a través de este peaje y llega a nuestras casas. Aunque parece un negocio redondo para las empresas implicadas, no está nada claro que esto sea de interés público. Es más, un adaptador en sí mismo es torpe técnicamente y supone un enfoque equivocado de la cuestión. En vez de esto, deberíamos ampliar nuestras miras, proyectar el diseño de ordenadores de uso general y limitar los diseños patentados.

En teoría, se malinterpreta el significado de la palabra «adaptador». En la actualidad, el apetito insaciable de ancho de banda hace que la televisión por cable ocupe en Estados Unidos el primer lugar como banda de emisión proveedora de servicios de información y entretenimiento. Los servicios por cable incluyen hoy día el suministro de adaptadores, porque no todos los televisores están preparados para recibir señales por cable. Debido a la enorme profusión y aceptación que este adaptador ha tenido, la idea es sencillamente ampliarlo dotándolo de funciones adicionales.

¿Qué hay de malo en este plan? La respuesta es muy sencilla. Incluso los ingenieros de emisión más conservadores están de acuerdo en que pronto la diferencia entre un televisor y un ordenador se reducirá a una cuestión de periféricos y a la habitación de la casa en que se encuentren. Sin embargo, la cuestión es que por un lado están los impulsos monopolizadores de la industria del cable y por el otro un incremento en la capacidad del adaptador para controlar hasta mil programas, cuando realmente 999 de los cuales no se están viendo, por definición, en un momento dado. El lucrativo deporte de la industria de la televisión digital ha eliminado al ordenador en el primer asalto.

Pero el ordenador se rehará y ganará el combate.

LA TELEVISIÓN COMO ORDENADOR

Me encanta preguntar a distintas personas si se acuerdan del libro de Tracy Kidder El alma de una nueva máquina. Si me responden afirmativamente, entonces les pregunto si recuerdan el nombre de la empresa de ordenadores en cuestión, y es curioso, pero todavía no he conocido a nadie que se acuerde. Data General (era ésta), Wang y Prime, que una vez fueron empresas importantes y de altos vuelos, despreciaban los sistemas abiertos. Recuerdo que asistí a reuniones con personas que defendían que los sistemas patentados por un propietario serían mucho más competitivos. Su argumentación se basaba en que sise pudiera crear un sistema que fuese a la vez popular y exclusivo, se eliminaría la competencia. A simple vista parece lógico, pero es totalmente falso y, por eso mismo, Prime ya no existe y las otras dos empresas, como tantas otras, son la sombra de lo que fueron. Y por los mismos motivos, también Apple está cambiando ahora su estrategia.

«Sistemas abiertos» es un concepto vital, que ejerce el papel dominante en nuestra economía y desafía a la vez a los sistemas de propietario y a los grandes monopolios. Y está ganando la batalla. En un sistema abierto, se compite con la imaginación, no con una llave y una cerradura. Como resultado de esto, se crean un gran número de empresas competitivas y el consumidor puede elegir entre una mayor variedad. Además, el sector comercial se muestra más ágil todavía, y es capaz de provocar cambios y de crecer rápidamente. Un sistema abierto de verdad es de dominio público y asequible a la mayoría, como unos sólidos cimientos sobre los que todos podemos construir.

El desarrollo y aumento de los ordenadores personales ocurre tan deprisa que la futura televisión de arquitectura abierta es el PC, y no hay vuelta de hoja. El aparato receptor será como una tarjeta de crédito que al introducirla en nuestro PC lo convertirá en una puerta electrónica para la recepción de información y entretenimiento por cable, teléfono o satélite. En otras palabras, no existirá una industria de aparatos de televisión en el futuro, sino sólo fábricas de ordenadores, es decir, pantallas alimentadas con toneladas de memoria y un enorme poder de procesamiento. Algunos de esos productos informáticos serán más adecuados para proporcionar una experiencia visual de tres metros de pantalla que de 18 pulgadas, más grupal que individual. Pero aun así, seguirá siendo un ordenador.

La cuestión radica en que los ordenadores son cada vez más aptos para tratar la señal de vídeo, poseen más equipamiento para procesar y mostrar imágenes, como si se tratara de un tipo estándar de información. Y esto ocurre a una velocidad tal que el ordenador personal eclipsará el lentísimo desarrollo de la televisión, aunque ésta sea digital.

El ritmo de evolución de la televisión de alta definición se ha sincronizado con la celebración de los Juegos Olímpicos, en parte para conseguir resonancia internacional y también para que se vea bajo uno de sus focos más favorables: los espectáculos deportivos, aunque, por ejemplo, el disco del hockey sobre hielo casi no puede apreciarse en una televisión normal. Japón aprovechó los Juegos Olímpicos de Seúl, en 1988, para lanzar la Hi-Vision, y los europeos presentaron el HD-MAC en los Juegos Olímpicos de Invierno de Albertville, en 1992 (y lo abandonaron en menos de un año).

Los representantes norteamericanos de la televisión de alta definición han propuesto concretamente introducir su nuevo sistema digital, de arquitectura cerrada, de televisión de alta definición durante los Juegos Olímpicos de Atlanta, que se celebrarán en el verano de 1996. Para entonces será muy tarde y la televisión de alta definición se habrá malogrado. En 1996, a nadie le importará, y no menos de 20 millones de norteamericanos podrán ver la NBC en una ventana de la esquina superior derecha de la pantalla de su ordenador personal. Intel y CNN anunciaron que comercializarían conjuntamente este servicio en octubre de 1994.

EL NEGOCIO DE LA EMISIÓN DE BITS

La clave del futuro de la televisión es dejar de pensar en ella como tal, y concebirla en términos de bits. Las películas no son más que un caso particular de emisión de cierto tipo de información. Los bits son bits.

En el futuro, las noticias de las seis no sólo se emitirán cuando así lo decidamos, sino que también se editarán para nosotros y podremos acceder a ellas de manera aleatoria. Cuando queramos ver una película antigua de Humphrey Bogart a las ocho de la tarde, la compañía telefónica nos la suministrará sin ningún problema. A la larga, podremos ver por televisión un partido de béisbol desde la perspectiva de cualquier asiento del estadio o, ya puestos, desde la perspectiva de la pelota. Estos ejemplos son el tipo de cambios que se producirán cuando seamos digitales, y no ver Seinfeld con el doble de resolución que ahora.

Cuando la televisión sea digital, habrá muchos bits nuevos, como los que nos informarán de los demás bits. Habrá bits que serán simples cabeceras que informarán de la resolución, velocidad de barrido y relación altura-anchura, de modo que nuestros televisores puedan procesar y mostrar la señal con su máxima capacidad. Otros serán el algoritmo decodificador que nos permita ver alguna señal extraña o críptica cuando, por ejemplo, los combinemos con el código de barras de una bolsa de palomitas de maíz. Dispondremos de bits con una o una docena de pistas de sonido que nos permitirán escuchar una película extranjera en nuestra propia lengua. Otros nos proporcionarán los datos de control de una operación que nos permitirá cambiar productos clasificados X por otros R o PG (y a la inversa). Hoy día controlamos el brillo, volumen y canal de un aparato de televisión; mañana podremos variar el sexo, la violencia y la tendencia política.

La mayoría de los programas de televisión, excepto los acontecimientos deportivos y los resultados electorales, no tienen por qué ser en tiempo real. Este aspecto es importante para la televisión digital y aun así se ignora. Esto quiere decir que prácticamente toda la programación de televisión es en realidad como volcar información en un ordenador. Los bits se transfieren a una velocidad que no tiene nada que ver con la manera en que serán vistos. Y lo que es más importante, una vez dentro de la máquina, no hace falta verlos en el orden en que se enviaron. De repente, la televisión se convertirá en un medio de acceso aleatorio, más como un libro o un periódico, que se podrá hojear y cambiar, y será independiente del día, la hora o del tiempo que se necesite para su distribución.

Desde el momento en que dejemos de pensar en el futuro de la televisión como alta definición sin más y empecemos a trabajar en su concepto más general, como emisión de bits, la televisión se convertirá en un medio completamente diferente. Empezaremos a ver nuevas y creativas aplicaciones en la superautopista de la información. Y esto será así, si no nos lo impide la Policía del Bit.