Cuando hace más de cinco años se me ocurrió escribir este libro, enseguida tuve una idea clara de lo que mencionaría en el epílogo, sobre todo de con qué palabras me referiría a la situación de Sudán. No podía imaginar entonces que Grace, Jeremy y Leonard, Ada y Simon, Stephen, Royston, Becky y Cecily todavía tendrían que aguardar un tiempo a que contara su historia debido a que, un año más tarde, surgió en mi mente la idea de otra novela y no tuve más remedio que seguir el impulso y escribir antes Sterne über Sansibar [«Estrellas sobre Zanzíbar»]. Mucho menos todavía podía imaginarme que la situación política, tanto en Egipto como en Sudán, se desarrollaría en la forma en que lo ha hecho últimamente.
Durante la «primavera árabe» me produjo una peculiar sensación ser testigo a través de los medios de comunicación de una revolución en Egipto que, en parte, mostraba asombrosos paralelismos con el alzamiento de 1882, sobre el que yo estaba escribiendo. Y fue emocionante seguir los últimos pasos de Sudán en su camino a la independencia del norte, proceso al que todavía falta mucho para dar por concluido pero que, aun así, es motivo de esperanza para Egipto, un país al que quiero mucho, y para Sudán, que cuenta con un pasado agitado por las guerras, una de las cuales este libro solo recrea en parte.
Debido a los hechos geográficos, políticos y militares, la primera expedición británica a Sudán para intervenir en una guerra en las postrimerías del siglo XIX se encuentra pasmosamente mal documentada: al elaborar este libro, o faltaban hechos o estos se contradecían sin cesar. Entre todas las fuentes utilizadas, me han sido de una ayuda incalculable Blood-red Desert Sand de Michael Barthorp (Londres, 2002) y Khartoum de Michael Asher (Londres, 2006), así como las observaciones personales del mayor Lionel James Trafford, del regimiento Royal Sussex, bajo cuyo mando he situado a Jeremy, Leonard, Stephen, Royston y Simon en la novela. The First Jihad de Daniel Allen Butler (Filadelfia, 2007) y The Sword of the Prophet de Fergus Nicolls (Stroud, 2004) constituyen una espléndida base para entender las causas y circunstancias del levantamiento del Mahdi y también para establecer los vínculos con la actual evolución política.
En este punto desearía poder decir que la descripción de las condiciones de vida en Omdurmán son de mi invención o, al menos, que están muy retocadas; sin embargo, todo lo que aparece en la novela al respecto sucedió así o de forma similar. Las fuentes en que me he basado son los informes de testigos oculares como sir Rudolf Carl Freiherr von Slatin, Pater Joseph Ohrwalder y Charles Karl Neufeld.
La muerte de Gordon y la caída de Jartum no quedaron impunes: entre 1896 y 1898, ejércitos egipcios y británicos emprendieron varios ataques a las órdenes de lord Kitchener para reconquistar Sudán y acabar de una vez con la mahdiya. Junto con el que después sería primer ministro, Winston S. Churchill, participó también en esa campaña Slatin, quien había logrado huir de Omdurmán en 1895. Slatin fue nombrado después inspector general británico en Sudán, un cargo que conservaría hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. En 1932 murió en Viena cuando lo operaban de un cáncer. En 1899 fue encontrado y ejecutado el califa. Osman Digna fue encarcelado un año más tarde y se lo dejó en libertad tras ocho años de cautiverio; murió en Wadi Halfa en 1926.
Sudán permaneció bajo control británico hasta su independencia en 1956.
Quien disponga de un mapa de Surrey encontrará efectivamente nombres como Shamley Green, Givons Grove o Cranleigh Waters. No obstante, aunque me he inspirado en nombres reales para los lugares y también en parte para los apellidos familiares, y pese a que cada una de las mansiones descritas tiene un modelo que existe en realidad y en general me he ceñido a las características del paisaje y de la historia, desearía que el Surrey de esta novela se interpretase como un lugar ficticio.
Cuando he tenido a disposición transcripciones distintas de nombres propios de lugares o personas en Egipto y en Sudán —como no suele ser extraño al transcribir la escritura árabe—, he optado por la más corriente en cada caso o bien por la habitual en el momento de la acción.
Me tradujeron del original al alemán los pasajes de Rimbaud y Baudelaire incluidos en la novela, al igual que las citas que preceden la novela y cada una de sus partes, con lo que puse mucho interés en guardar la mayor fidelidad posible al texto original. Pese a que Julian Grenfell (1888-1915) y Rupert Brooke (1887-1915) forman parte de la generación que siguió a la de mis personajes, elegí fragmentos escritos por ellos debido a que plasman sobre la vida, la muerte, el amor y la guerra, exactamente lo que yo deseaba como marco de esta novela.
Si bien una novela se elabora sobre todo a lo largo de incontables horas de soledad, nunca se hace en total aislamiento. Deseo expresar mi agradecimiento a Carina, quien recorrió conmigo el camino desde la idea inicial hasta la última página del manuscrito y me ha ayudado una vez más con sus conocimientos médicos, y a Anke por haber acompañado a los nueve jóvenes de este libro en todos sus altibajos, en sus días felices y en sus horas más negras. Jörg, ¡nunca te estaré lo suficientemente agradecida por compartir la vida conmigo y hacérmela más plena!
Debo dar las gracias a Laila porque en esta historia se hayan encontrado dos que de otro modo nunca se hubiesen reunido, y a Mariam y Thomas M. Montasser les agradezco de corazón no solo su trabajo, sin el cual el mío no existiría, sino su confianza inquebrantable cuando yo misma todavía me siento tan insegura. Mi agradecimiento también a la doctora Stefanie Heinen por su asesoramiento.
Gracias a AK, E. L., Marion y Sanne por las llamadas telefónicas, las conversaciones y los mensajes electrónicos. Y gracias a las muchas y amables personas que en los meses pasados, de una forma u otra, me han animado diciendo: «¡Estoy esperando tu nuevo libro!». Eso me ha ayudado mucho cada día que pasaba.
No he de olvidar a un ovillo de pelo de cuatro patas a quien debo un sabroso hueso: fue una rica fuente de inspiración para Gladdy y sobre todo Henry…
NICOLE C. VOSSELER
Constanza, julio de 2011