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Grace saltó descalza por las piedras hasta donde había puesto a secar al sol la camisa de Jeremy y su bata, ropa interior y una blusa recién lavadas. Abbas estaba con los camellos, de espaldas. Ella se agachó, se quitó la blusa usada y la cambió deprisa por la limpia. Se enderezó y se apartó hacia atrás el cabello húmedo, cogió luego la otra blusa y se encaminó hacia el río para lavarla también.

Tras el fatigoso camino desde el valle de Abu Klea por el desfiladero, a través de una tierra yerma y pedregosa de la que se elevaban dos cumbres en forma de cono, como dos piezas de un juego de mesa que unos gigantes hubiesen colocado allí y luego olvidado, los pozos de Jakdul constituían un respiro para el cuerpo y el alma. El aire era fresco y el agua clara invitaba a bañarse. Grace no quería ni pensar cuánto les quedaba todavía por recorrer. No obstante, en Korti cabía la posibilidad de subir por el Nilo, aunque Abbas había rechazado esta sugerencia de Jeremy. No confiaba en los barqueros, que solían desvalijar a los extranjeros en cuanto subían a bordo o los entregaban a los derviches. Abbas prefería seguir cabalgando por las verdes riberas del Nilo rumbo al norte, de modo que siempre tuviesen agua fresca y quizá la oportunidad de comer otra cosa que no fuera sopa de cebada y papilla de mijo. Ahí en Jakdul, con sus grutas misteriosas, sus lagunas de un verde turquesa y azul pálido, cuyo nivel de agua ese año era alto, y sobre las cuales revoloteaban las libélulas de un rojo amapola, en ese lugar paradisíaco tan escondido y protegido en medio de oscuras rocas, a Grace le costaba creer que todavía se encontraban en ese país funesto, en el que no reinaba otra ley que la arbitrariedad y la crueldad del califa.

Apoyó ambas manos en las rocas para ascender con cuidado el angosto paso cuyo suelo pedregoso era resbaladizo a causa de la humedad. Jeremy ya debería de estar listo. Él había bajado hacía un buen rato también para bañarse, y era de esperar que no le molestara que ella apareciese para lavar cuanto antes su blusa a fin de que se secara antes de la partida. Sonrió cuando alzó la vista y distinguió a Jeremy de pie en un saledizo de piedra; ya se había puesto los pantalones, pero en su piel todavía brillaba el agua y su cabello largo hasta los hombros y la barba estaban mojados. Sin embargo, la sonrisa se desvaneció para dejar paso al horror cuando miró con mayor atención. Buscando apoyo, se agarró a las rocas.

Jeremy se dio media vuelta y se llevó la mano al pelo mojado, repitiendo casi el mismo gesto que había hecho tantos años antes en Cranleigh Waters. Pero no era el mismo cuerpo que en aquel entonces la había seducido y fascinado. Aquellos fuertes músculos ya no existían; había enflaquecido y su cuerpo era de una delgadez fibrosa. El pecho, antes ancho y firme, era huesudo y se veía hundido; las costillas se marcaban bajo la pálida piel y los huesos de la cadera sobresalían sobre la cintura del pantalón. El pecho y la espalda estaban llenos de cicatrices, mellas y cortes que se extendían por doquier y tejían una malla blancuzca de cicatrices.

—No mires, Grace —pidió al verla—. No me mires.

Grace quiso disculparse e irse, pero no lo consiguió. Sin apartar la vista de él, fue palpando las piedras húmedas acercándose hacia él. Extendió el brazo y las puntas de sus dedos oscilaron unos segundos sobre el pecho de Jeremy, luego se llevó la mano a la boca.

—¿Qué te han hecho? —murmuró con voz horrorizada.

Él reflexionó un momento antes de contestar.

—Grace… yo… yo no te he sido fiel en Omdurmán. Había… había una chica… —Entre sus cejas se marcaron dos arrugas verticales y Grace observó que sus costillas se expandían y se contraían cuando él respiraba hondo—. Me prometió la libertad. Yo no quería, pero tampoco me opuse a ello. Lo… —levantó ligeramente la mano— lo pagué caro. Y ella… ella todavía más, con su vida.

Y miró a Grace esperando ver su reacción tras esa confesión. Le dolió escucharla, pero aún más que le recordase su propia falta. Lo miró a través de las lágrimas que anegaban su rostro.

—Y yo casi te fui infiel, Jeremy. En El Cairo. Y… —su boca se contrajo en un rictus amargo y la barbilla empezó a temblarle— y yo no tenía ni la mitad de los motivos que tú.

Jeremy calló unos segundos.

—¿Len? —preguntó.

Grace asintió y otra lágrima resbaló por su mejilla.

—Lo siento —musitó.

Él tendió la mano, le cogió la barbilla y le acarició con el pulgar la mejilla mientras más lágrimas resbalaban por sus dedos. Dulcemente tiró de ella hacia él, la abrazó y posó los labios en su frente y su sien mientras le acariciaba el cabello. Grace cerró los ojos y apoyó el rostro sobre el pecho de él, oyó los latidos de su corazón y le abrazó la espalda. Deseaba borrar todas esas cicatrices con sus caricias, y sobre todo el recuerdo de lo que las había causado. Pero nada, nada en esa vida haría desaparecer lo que a Jeremy le había ocurrido. Ni siquiera todo el amor que Grace tenía para darle.