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Cap. J. Danvers, 1.er Bat. R. Sussex, 4.º Inf. Brig. Com. Gral. Sir Evelyn Wood, Qasr al Nil

El Cairo, 8 de mayo de 1884

Querida Grace:

Muchas gracias por felicitarnos por el ascenso, que transmitiré a los tenientes Norbury, Ashcombe y Digby-Jones, así como al capitán Hainsworth. Y además hemos obtenido una nueva condecoración: la estrella del Jedive, una fíbula con la inscripción «At Teb» para la cinta de nuestra primera condecoración.

Claro que no había creído realmente que te darías por satisfecha con mi somera información acerca de que hemos salido ilesos de las dos batallas. Eso probablemente no encajaría con la Grace que yo recuerdo. Sé indulgente conmigo, por favor.

Seguro que las cartas que te envío deben parecerte muy lacónicas e insulsas, sobre todo ahora que sé lo mucho que os cuenta Stephen a ti y Ada cada vez que os escribe. Prescindiendo de mi limitada capacidad para poner en palabras las impresiones y acontecimientos, me molesta demorarme más de lo necesario en At Teb y en Tamai. Incluso sabiendo que tu curiosidad es ávida, hay cosas con las que no quiero aburrirte.

Pero me temo que con esto espoleo tu espíritu de contradicción, ¿no es así? (¿Ya es tu alemán lo suficientemente bueno para leer a Goethe en su lengua original? «Soy el espíritu que todo lo niega»[2]. Se le ven las intenciones, miss Norbury. No solo el viejo Goethe).

Que la guerra es un oficio sangriento lo sabemos los dos, Grace. Y tanto At Teb como Tamai, dos semanas después, fueron combates sumamente sangrientos. Apenas lograría describirte lo que representa ver a diez mil guerreros ciegos de furia abalanzarse sobre ti y calcular que por cada uno de nosotros hay más de dos de ellos. Y tampoco sé describir con exactitud lo que se siente al pensar que solo hay un camino: o sobreviven ellos o sobrevivimos nosotros. Con cada enemigo que muere aumenta la posibilidad de que sobrevivan más de los nuestros. El soldado al que se imparten órdenes y que confía en sus superiores, los otros camaradas, el viejo amigo y, también, uno mismo. Esto es lo último en lo que se piensa, luego únicamente se actúa.

Jeremy se detuvo y miró a Stephen, que inclinado sobre la mesa llenaba con su diminuta letra las páginas de su cuaderno de apuntes. Stephen había luchado valientemente en Tamai, más valientemente que en At Teb, y se había ganado el ascenso a teniente. Sin embargo, desde entonces estaba más hermético que antes, como si siguiera aferrado con el pensamiento a las dos batallas recientes a causa de un motivo demasiado escondido en su interior como para salir a la superficie y poder comentarlo a sus amigos.

En realidad no es que hayamos dado saltos de alegría por las dos victorias. Hemos perdido demasiados hombres, incluso si parecen pocos comparados con las miles de bajas que sufrió el enemigo. Fueron demasiados, sobre todo teniendo en cuenta que ambas batallas carecían en el fondo de sentido. Aunque Osman Digna haya retrocedido un poco y podamos conservar Suakin con un pequeño número de efectivos, esto para Digna no ha sido más que un pequeño golpe, y para el Mahdi apenas un leve rasguño. Su avance es imparable y Sudán ya está perdido para Egipto.

Tu pregunta acerca del destino de Jartum está más que justificada. Para los hombres que están en la ciudad la situación no se presenta halagüeña. El general Gordon todavía logró sacar por barco dos mil civiles y soldados enfermos de malaria y disentería, antes de que la línea de telégrafos a El Cairo fuera cortada por los mahdistas. Pero la mayoría de la población se encuentra recluida entre los muros de la ciudad y es blanco de un violento fuego. Parece increíble que Gladstone aún dude en prestar ayuda a Jartum, cuando todos le urgen a que lo haga. Aquí, en el cuartel, todo el mundo está seguro de que el primer ministro al final accederá. Solo que lo decisivo es cómo y, sobre todo, cuándo. Con cada día que pasa, la situación en la ciudad es más catastrófica. En especial porque cada vez se vuelve más difícil cruzar las posiciones del Mahdi. Por lo visto, el general Wood cree que nuestro regimiento estará entre las tropas de relevo, visto que nos somete a una severa disciplina. Escasean las horas como esta en que puedo escribirte, y me denegaron la nueva solicitud de permiso. Había esperado estar contigo en la fiesta de los exámenes de finales de julio, pues no me cabe la menor duda de que vas a aprobar. De todos modos, escríbeme la fecha exacta y la hora de vuestros exámenes para que pueda cruzar los dedos por ti y por Ada. Incluso si justo a esa hora tengo que hacer en el patio docenas de flexiones.

Saluda de mi parte a Ada y Becky, y también a lady Norbury y el coronel Norbury.

JEREMY

Escribió la dirección en el sobre y metió la carta doblada.

—¿Tú también tienes algo para correos?

—¿Mmm? —Stephen levantó la cabeza y lo miró con expresión ausente y ojos vidriosos, luego sacudió la cabeza—. No, ya escribí a casa ayer.

—¿También a Becky? —no pudo menos que bromear Jeremy mientras se levantaba, se bajaba las mangas y cogía la chaqueta que colgaba de la silla.

Un fino rubor subió por el cuello de Stephen.

—Muy gracioso. —Y volvió a inclinarse sobre el cuadernillo.

—Voy a llevarla abajo —anunció Jeremy, que se puso la chaqueta y arrimó la silla a la mesa.

—Está bien —susurró Stephen, de nuevo inmerso en sus pensamientos.

Sea lo que sea lo que suceda en los próximos meses —escribía—, una cosa sé seguro: en cuanto volvamos a Inglaterra, me despido del ejército, aunque no sepa con qué voy a ganarme la vida. Incluso si eso significa que mi padre rompe conmigo y obliga a mi madre, Ads y Grace a volverme la espalda. Solo tengo una vida y no quiero vivirla así. De lo contrario perderé el juicio. No puedo olvidar lo que he visto, sobre todo en la falda de la montaña junto al mar Rojo, en Tamai. No puedo olvidar a los niños que el enemigo ha enviado a primera línea. Niños pequeños, no mayores de doce años, a veces ni siquiera de diez años, que teníamos que matar a tiros porque si no nos hubieran matado a nosotros, con un odio en los ojos que parecía arder en ellos desde el principio de los tiempos. Sobre todo soy incapaz de olvidarme de un niño, negro y seco como una rama chamuscada, que los sanitarios recogieron y cuidaron y que después intentó coger la bayoneta de un soldado. Lo ataron a la camilla y cuando el capellán le dio agua para beber, se la escupió a la cara. Más tarde, ese mismo día, consiguió librarse de sus ataduras y coger una lanza. En el último momento uno de los nuestros lo derribó de un puñetazo antes de que lograra clavarle el arma a un compañero. El niño murió por la noche a causa de una hemorragia, y hasta el final expresó con gritos y voces el odio que nos profesaba. Ese odio, ese odio inhumano es lo que más me perturba, más todavía que el acto de matar en sí. Tal vez sea un desagradecido, tal vez sea simplemente un miserable cobarde, pero cualquier cosa ha de ser mejor que esto…

Jeremy salió a la galería, a la sombra de la pared del edificio pero con la barandilla ya cubierta por una franja de caliente luz solar. El patio reflejaba con dolorosa claridad la tardía luz vespertina que chisporroteaba sobre el Nilo y se derramaba suavemente sobre los árboles de Al Gesira. Desde el otro lado llegaban al cuartel la efervescencia y el zumbido de El Cairo. Jeremy esbozó una media sonrisa. Era bueno estar de vuelta en Qasr al Nil en El Cairo. No era del todo como estar en casa, pero casi. Recorrió la galería, giró en la estrecha y oscura escalera y bajó. En ese momento subían los peldaños tres oficiales, aproximadamente de su edad y con el color rojo amapola ennegrecido y adornado con los botones de latón de los Coldstream Guards. Los Coldstream, un viejo y respetado regimiento de infantería, había ganado reconocimiento en la batalla de Tel al Kebir y estaban desde el comienzo en Alejandría y luego Suakin, pero no había establecido una estrecha camaradería con el Royal Sussex. Por eso Jeremy los saludó escuetamente y prosiguió su camino, aunque con el rabillo del ojo se percató de que los oficiales se detenían en mitad de la escalera murmurando.

—Vaya, vaya. —Oyó a su espalda una voz cuya mordacidad no le resultó desconocida—. ¿A quién tenemos aquí?

Jeremy se detuvo. Estuvo a punto de reanudar su camino, pero se lo pensó mejor y se volvió.

—Si eres Freddie Highmore… —se asombró.

Los ojos azules y acuosos de aquella cara pecosa se entornaron.

—«Teniente». Highmore, si puedo señalar.

Jeremy puso una mueca y apoyó un pie en el escalón superior.

—¿Cómo es que estás aquí? ¿Y con ese uniforme? ¿No te habían asignado a un regimiento de campesinos armados con azadas y horcas?

Las finas cejas de Highmore se arquearon con indiferencia.

—A cada uno lo que se merece, ¿no, Danvers? Y yo merecí cambiar a los Coldstream. Recién salido de Inglaterra y ya estoy aquí. —Inspiró hondo y con gesto fanfarrón se dio una palmada en la chaqueta del uniforme.

Jeremy resopló.

—Tu padre habrá tenido que rascarse el bolsillo… —Y con suficiencia apoyó el brazo en la rodilla doblada.

Highmore reparó en las dos bandas de capitán y apretó los labios.

—Nunca habría imaginado que Norbury, el viejo tirano, tuviese tan buenos contactos. Si hubiera sabido que era tan generoso con quien se lo monta con su hijita, yo también hubiera hecho caso a esa chica. Daba la impresión de ser bastante fácil.

La mirada de Jeremy se ensombreció y despidió un fulgor peligroso. Musitó con voz ronca:

—No tenses demasiado el arco, Highmore. —Volvió a enderezarse y bajó el pie del escalón—. Aquí en el cuartel, a la gente le encantaría saber que probablemente no se te levanta.

Highmore tomó aliento para abalanzarse sobre Jeremy, pero los otros dos lo sujetaron por los hombros y los brazos.

—¡Me debes una, rata de cloaca! —le espetó Highmore mientras Jeremy descendía la escalera tranquilamente—. ¡Y me la pagarás con intereses! ¿Has entendido?

Cuando Jeremy llegó al patio, entornó los ojos al resplandeciente sol y sonrió con satisfacción.

York Place, 29 de julio de 1884

Simon, amor mío:

Tengo que decírtelo ahora mismo, me muer reviento de alegría: ¡he aprobado! ¡Me he graduado en Bedford! ¡Y con un «muy bien»! ¡No sé ni cómo lo he conseguido, pero los exámenes escritos me han resultado facilísimos! Tal vez habría obtenido un «excelente» si en el examen oral de arte no me hubiese bloqueado y por un momento horrible —muy, muy horrible— no me hubiese quedado callada. Estaba muy nerviosa la mañana del examen oral, casi vomit me sentía realmente mal a causa del miedo. Ahora estoy orgullosísima y muy feliz.

Casi… porque me entristece que no puedas estar aquí. ¡Me encantaría enseñarte el diploma! Grace te envía saludos a ti y a los demás. Está haciendo aplicadamente el equipaje, y yo también tendré que hacerlo, pues pasado mañana volvemos a casa. Grace también ha aprobado, con matrícula, y ahora está pensando en si presentarse al examen para la especialidad. Cree que no la perjudicará. Estas últimas semanas he estado tan concentrada en los exámenes que no he pensado en qué ocurriría después. Es ahora cuando lo pienso, pues la excitación inicial ha remitido. Podría hacer el posgrado como Grace, también lo hay en arte y música. Aunque también… ¡Oh, Simon, tengo otra fantástica noticia! ¡Miss Sidgwick me ha ofrecido un puesto como ayudante de profesora! A miss Martineau le gustaría tenerme en su clase como asistente… ¡A mí, Simon! Lo que no sé es cómo decírselo a papá… Aunque en marzo ya seré mayor de edad, necesito su aprobación.

¡En agosto, Grace y yo pasaremos dos semanas en Somerset! Tus generosos y cariñosos padres nos han invitado a Bellingham Court. ¡Me emociono al pensar que conoceré la casa en que creciste, los lugares de tu infancia! Lo único que desearía es que pudieras mostrármelos tú, pero ya lo haremos, ¿verdad? En cuanto vuelvas a casa.

Desearía también poder contar los días que faltan para verte de nuevo. Apenas consigo soportar que esto sea tan incierto e indefinido. Y a veces creo que una parte de mí se ha evadido del tiempo y todavía permanece en Estreham, contigo, mientras fuera truena la tormenta… Como si fuera un juego de niños, siempre elijo una fecha hasta la que vivo despreocupadamente, porque estoy convencida de que volveré a verte. La Navidad del año pasado, la Pascua de este año, mis exámenes de julio. ¿Tal vez esta Navidad? Pero seguro que vienes para mi cumpleaños, ¿verdad? Es el 14 de marzo, ¡no lo olvides!

Sé prudente, amor mío, y vuelve pronto. Te envío un montón de besos para cada día que todavía tengas que estar ahí, y lo mismo para cada una de las noches.

Siempre tuya,

ADA