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El fuego crepitaba en la chimenea propagando una agradable calidez y sensación de bienestar. Grace bostezó con ganas y cerró, uno tras otro, los libros, reunió las hojas con sus apuntes y lo apiló todo sobre el secreter.

Luego se acercó a la mesita que había debajo de una de las ventanas y se sirvió una taza de té, que se mantenía caliente gracias al hornillo donde descansaba la tetera. Sopló el vapor y bebió un prudente sorbito. Habría disfrutado de más espacio en las grandes mesas de la biblioteca del primer piso, pero le gustaba trabajar sin que nada la importunara en su habitación. Además, disfrutaba en ese espacio que, justo por sus reducidas dimensiones, le resultaba íntimo. Una cama estrecha estaba situada junto a la pared, al lado de la puerta, y la otra bajo la ventana izquierda. Entre las dos se alzaba un armario demasiado pequeño para dos personas y una estantería llena hasta los topes de libros y pilas de apuntes. Bajo la ventana central se hallaba apoyada la mesa de dibujo de Ada, que rebosaba de tubos de colores, pinceles, lápices y trozos de creta; sobre el cuaderno de esbozos se distinguía una naturaleza muerta todavía inconclusa: un cuenco de porcelana con un ramo de exóticas flores de invernadero. Un biombo de cañas de bambú con un motivo al estilo de una aguada, sobre el que todavía colgaba el vestido de Ada, ocultaba la jofaina, en un rincón, y delante de la chimenea había un sillón de orejas junto a un escabel. Grace y Ada se turnaban para sentarse en el sillón o la banqueta cuando las dos leían o conversaban hasta entrada la noche.

Entre las paredes, las tuberías vibraban y zumbaban. Y los murmullos y chapoteos simultáneos delataban que una de las chicas estaba dándose un baño caliente en el cuarto de baño que había junto al pasillo. Un piso más arriba, la diáfana voz de soprano de Katherine Haversham practicaba escalas y por delante de la puerta pasaban dos jóvenes charlando, y la risa sonora y poco femenina de una de ellas delataba que era Maud Denbrough.

Grace depositó la taza de té medio vacía sobre el tablero del secreter, redujo la intensidad de la luz y volvió a sentarse. Cogió la carta abierta que descansaba desde entrada la tarde junto a la hilera de libros del secreter y la apretó contra su mejilla. A lo mejor solo se lo estaba imaginando, a lo mejor el papel olía igual que todos tras un viaje tan largo, pero para Grace olía a sol y arena. Sus dedos acariciaron el sobre con la caligrafía inclinada, antes de abrir el cajón debajo del tablero y sacar la carpeta y desplegarla. Entre las flores y hojas secas que conservaba allí por su perfume, sacó un papel y cogió la pluma.

York Place, 8 de enero de 1883

Queridísimo Jeremy:

¡Me alegra tanto saber que estás bien! Y también que hayáis llegado a El Cairo sin necesidad de combatir y que la situación se tranquilice ahí. He de hacer un esfuerzo para recordar que donde estás hace calor y brilla el sol, mientras que aquí todavía hay mucha nieve. Y de que tú disfrutas de la paz nocturna contemplando el Nilo, mientras que yo solo veo Baker Street cuando miro por la ventana. Si no te encontraras en un campo de batalla, creo que ahora mismo haría una maleta y tomaría el próximo vapor rumbo a Egipto. Así podrías enseñarme las pirámides, la esfinge y las callejuelas de El Cairo. Y así, sobre todo, podría volver a verte…

¿Cómo habéis celebrado la Navidad en El Cairo? ¿Y San Silvestre?

Para nosotros, en Shamley Green, ha sido un cambio de año triste. Mamá nos había escrito que Gladdy ya llevaba tiempo sin encontrarse bien. Creo que esperó a que Ada y yo pasáramos los días de vacaciones en casa para tenernos una vez más alrededor. La mañana del 2 de enero, papá se la encontró en la cesta del pasillo, abajo. Debió de dormirse dulcemente y no volvió a despertar.

Grace se secó la lágrima que resbalaba por su mejilla.

Todos la queríamos mucho, nos había acompañado la mitad de la infancia y toda la juventud. Ads, sobre todo, ha estado muy triste, solo tenía seis años cuando trajeron a Gladdy a casa. Incluso Tabby anda dando vueltas por la casa buscándola, y eso que siempre la ha considerado una rival a la hora de llevarse los mejores bocados y la arañó un par de veces cuando Gladdy era un cachorro y quería jugar con él a su modo torpón. La hemos enterrado bajo uno de los robles. El suelo estaba terriblemente congelado y Ben, con su espalda cansada, se ha matado trabajando, al igual que papá con todas sus viejas heridas. A pesar de todo, no querían que nosotras, las mujeres, les ayudásemos… Mamá plantará algo bonito allí en primavera, algo que siempre nos recuerde a Gladdy. ¿Puedo pedirte que consueles a tu manera un poco a Stevie?

Esta noche Ads ha ido a la ópera con lord y lady Alford, que están ahora en Londres y con quienes ayer tomamos el té. Lamentablemente, yo he tenido que renunciar a ese placer y ocuparme en su lugar de hacer los deberes de francés. En un principio quería escribir sobre Baudelaire, pero…

Alzó la cabeza y sus dedos, como por propia iniciativa, se posaron sobre el lomo del poemario, que ocupaba en el secreter un puesto de honor entre sus libros preferidos, y acariciaron las muescas. Una sonrisa se dibujó en su semblante, nostálgica a medias, a medias insolente.

Pero cuando le propuse ese tema a monsieur Esclangon pareció que iba a darle un patatús. (Lo ves: ¡ejerces una influencia muy mala sobre mí!). Así que quedó en Dumas… Esclangon es muy exigente. Creo que nunca había trabajado tanto como en los últimos meses. Y el alemán… ¡El alemán es tan espantosamente difícil! Tengo que luchar un montón con la gramática. ¿Te pasaba a ti igual en Sandhurst? Pero al menos eso me mantiene ocupada y me distrae. Y pese a todo… pese a todo, pienso constantemente en ti, no dejo de preguntarme cómo te va, qué haces. Mi pensamiento siempre te acompaña. Y también mi corazón.

Te deseo todo lo mejor para este año, Jeremy. Sobre todo que vuelvas sano y salvo a Inglaterra y que sea pronto. Contéstame lo antes posible, pues tus cartas… tus cartas son al menos algo tuyo, ahora que tú estás tan lejos.

Tuya,

GRACE

Grace cerró el sobre, escribió las señas de Jeremy en el regimiento y puso un sello. Cuando al día siguiente fuera a desayunar la echaría en el buzón del vestíbulo. Su mirada se posó en la piedra, un guijarro pulido por el mar que Jeremy le había enviado desde Malta y que utilizaba como pisapapeles, y luego se deslizó hacia la postal de Cecily. Era una fotografía coloreada de la Riviera francesa, con palmeras que parecían artificiales y un mar demasiado azul, donde Cecily permanecía con su madre desde diciembre. Al igual que Grace, su amiga sufría a causa de la ausencia de su enamorado una inquietud irrefrenable, con lo que saltaba de distracción en distracción. Grace sentía remordimientos porque no echaba de menos especialmente a Cecily y sí mucho más a Becky. Pero antes de que pudiera coger otra hoja para escribir a esta última, oyó el sordo percutir de unos cascos y el rechinar de unas ruedas que se detuvieron justo bajo las ventanas.

Se puso en pie y miró a la calle, cubierta por una gruesa capa de nieve pisoteada. En la oscuridad azulada del cielo flotaban nuevos copos y brillaban a la luz de las farolas y las ventanas iluminadas. El cochero saltó del pescante, abrió la portezuela y ayudó a bajar a Ada, que dijo algo hacia el interior del vehículo, levantó la mano a modo de despedida y, con el abrigo y la falda recogidos, se precipitó hacia la casa.

Grace no tardó en escuchar delante de la puerta los pasos ligeros y rápidos de Ada, y su voz: «Ah, sí, una velada maravillosa… ¡Lo haré! ¡Que descanses, Hetty!».

La puerta se abrió de golpe y volvió a cerrarse de inmediato tras Ada, que corrió hacia su hermana y la abrazó.

—¡Hola, Gracie!

—¡Uy, Ads, tienes la nariz como un carámbano! —se quejó riendo.

—Tengo un frío tremendo —respondió Ada, brincando por la habitación para desprenderse del abrigo, los guantes y el sombrero y guardarlos.

—¿Una taza de té?

—¡Sí!… ¿Me desabrochas el vestido? ¡Me muero de frío con estas prendas!

En cuanto Grace hubo soltado el último corchete del vestido de seda lila, Ada ya se estaba quitando las joyas y poniéndolas sobre la mesilla de noche para luego desaparecer tras el biombo y seguir parloteando.

—¡Qué función tan bonita! La mezzosoprano tenía una voz maravillosa… y el barítono no solo era fantástico, sino que tenía una presencia… El escenario y el vestuario, perfectos… ¡Y la música por encima de todo! Tengo que intentar conseguir la partitura en algún sitio.

Grace sonrió mientras servía té para las dos. Desde que habían vuelto a Bedford y Ada se había lanzado a estudiar con fervor y un coraje pasmoso, la hermana pequeña parecía cambiada, más viva, más segura y madura. Como si algo en ella, tras permanecer años encapsulado como en un capullo, se hubiera revelado en pocas semanas en plena floración. Una evolución que tampoco les había pasado por alto a los padres cuando las dos hijas llegaron a casa por vacaciones, y la expresiva y triunfal mirada de Grace se vio respondida incluso por el coronel con un significativo beso en la sien.

—¡Y tengo que darte recuerdos de parte de los Digby-Jones! —Ada salió del biombo y la elegante señorita se había convertido en una muchacha con un camisón que le iba largo de mangas, gruesos calcetines de lana y el cabello recogido en una trenza. Arrastró la banqueta hasta el secreter, se sentó y cogió el té que Grace le tendía—. Gracias, eres un tesoro. ¡Lástima que esta noche no estuvieras con nosotros!

—Sí, lamento no haber ido —dijo Grace.

—¿Has adelantado el trabajo?

Grace puso una mueca y entre el pulgar y el índice marcó una distancia.

—Más o menos así. Por suerte todavía cuento con un par de días.

Ada asintió comprensiva. La rebosante locuacidad y la alegre excitación que había llevado consigo se fue sosegando. En un silencio armónico y placentero, las hermanas bebieron el té, cuando de repente Ada sonrió y miró a Grace por encima de la taza.

—Oye, Grace… ¿sabes lo que me ha contado hoy lady Alford? —Una breve risita—. Que soy la primera chica que Simon presenta a sus padres. —Y le guiñó el ojo.

—Pues es buena señal.

«¿Te parece?», iba a preguntar Ada como la hermana menor pidiendo consejo a la mayor, pero en su lugar dijo con seguridad:

—Sí, claro, yo también lo creo.

Dejó el plato sobre las rodillas juntas y rodeó la taza con ambas manos. Habría sido un buen momento para confiarle a Grace lo que habían vivido Simon y ella en la casa del jardinero de Estreham. Casi tan bueno como el de aquella noche de noviembre, cuando Grace le confió allí, delante de la chimenea de esa misma habitación, que se había prometido en matrimonio con Jeremy. Pero de nuevo no lo consiguió. Era un secreto que les pertenecía solo a Simon y ella. Un secreto que hacía sentir a Ada, la pequeña, más próxima a Grace, como si con un único gran paso hubiera casi cubierto los cuatro años que las separaban.

Tras los párpados caídos, lanzó una mirada fugaz a su hermana. «A lo mejor Grace y Jeremy también…». Ada ahuyentó de inmediato ese incómodo pensamiento. Grace era demasiado sensata para prestarse a ese juego, y tal vez también demasiado poco romántica. Ada tenía la impresión de que su hermana solo emprendía aventuras que podía calibrar. Y sin duda, ella había sido una imprudente. Solo después y de forma paulatina había tomado conciencia de que esas horas en la casa del jardinero podrían haber tenido graves consecuencias y había pasado unos días angustiosos con un trémulo malestar hasta que, para su inmenso alivio, le había llegado el período. Sin embargo, esos días llenos de temor la habían hecho madurar. De haberse atrevido a hacer algo prohibido tan maravilloso e inaudito y no sufrir castigo, Ada extrajo un valor hasta ese momento desconocido.

Esas horas habían establecido un vínculo tan estrecho entre ella y Simon que a este lo sentía siempre a su lado, incluso cuando sabía que estaba a miles de kilómetros de distancia. No necesitaba esforzarse demasiado para ver a Simon ante ella, para que sus sentidos volvieran a experimentar sus caricias, su sabor, su olor a madera recién cortada y piedra calentada al sol. Su acto de amor y lo que significaba fundirse con él en una sola persona.

—¿Crees que volverán pronto? —susurró mirando la taza.

—No lo sé —respondió Grace igual de bajo—. Eso espero.