CAPÍTULO XI

Diego Torres suelta más «bombas atómicas». Una vieja amiga llamada Corinna aparece en escena. 2004 o el comienzo de una larga amistad entre Su Alteza Serenísima y el duque de Palma. El rey echa una mano a Corinna en los Juegos Europeos. Cita en la cumbre en Estoril. El juez Castro dice «no» a la imputación de la megabella

Una nueva resolución judicial volvió a variar el curso de los acontecimientos y revolvió a Diego Torres como nunca antes lo había hecho el procedimiento en el que se encontraba inmerso. Convencido de que su goteo de «bombas atómicas» en forma de e-mails sería infalible en su anhelo de que la justicia soltara de una vez su presa, la antigua mano derecha de Iñaki Urdangarin sufrió un revés inesperado.

Había incluido como condición sine qua non para rebajar el diapasón de su chantaje que su mujer Ana María Tejeiro fuese apartada de inmediato del procedimiento. Si la infanta Cristina había sido orillada, su mujer debía correr la misma suerte. O todas o ninguna, se había convertido en su nuevo lema. El dinero y el empleo en Telefónica pasaron a un plano menor. Había que salvar de la quema a Ana María, que lo estaba pasando especialmente mal y le estaba afectando a su salud.

Su mujer era lo primero para que las negociaciones no se rompieran definitivamente. De lo contrario, aseguraba a través de su abogado, recrudecería su ataque, aumentaría el calibre de su munición y sus cañones, que ya estaban teledirigidos a la Casa Real desde hacía meses, dejarían de estar entretenidos con el secretario personal de las infantas y la propia hija del rey para apuntar directamente a la cabeza. De nuevo aquello sonaba a bravuconada, pero lo más inquietante resultaba ser que siempre que su abogado Manuel González Peeters anunciaba un nuevo bombardeo se acababa cumpliendo, coincidiendo milimétricamente con las coordenadas exactas anunciadas de antemano. La Audiencia de Palma, ajena a estos vericuetos, activó involuntariamente el resorte definitivo y desató una suerte de tormenta perfecta.

La esposa de Torres pidió el sobreseimiento, el juez Castro lo rechazó, y la última palabra recayó en la Audiencia palmesana. «Las mismas razones esgrimidas para excluir a la infanta Cristina deben ser utilizadas para excluir a la mujer de Torres», alegaban los letrados de Tejeiro, que sostenían que el Grupo Nóos lo dirigían «Iñaki Urdangarin y el secretario personal de las infantas, Carlos García Revenga», y que el rol de la familia Torres era secundario.

El exsocio del duque de Palma tenía fundadas esperanzas de que si Zarzuela no quería que la guerra fuera a mayores influiría en la sección de la Audiencia que iba a resolver este recurso. De lo contrario, González Peeters ya exhibía con su característica sonrisa pícara y burlona una nueva batería de correos electrónicos en la que aparecía un nombre misterioso y subyugante: el de Corinna Sayn-Wittgenstein. La bella, desconocida y «entrañable» amiga del rey que le acompañaba en la cacería de elefantes de Botsuana organizada por el sirio-saudí Mohamed Eyad Kayali en la que se fracturó la cadera, teniendo que ser evacuado de urgencia a España.

Desde entonces se había especulado con el calado de la relación entre el rey y su amiga Corinna, hasta convertirse la supuesta princesa alemana en una de las figuras más enigmáticas del panorama nacional. La aristócrata no había querido prodigarse en los medios de comunicación y se limitó a hacer unas breves declaraciones a The New York Times que engordaron todavía más su leyenda.

«El rey es un tesoro nacional», aseguraba la acompañante de cacería de don Juan Carlos al mismo tiempo que se presentaba a sí misma como «asistente estratégica del gobierno español» a través de su sociedad Apollonia Associates. «Cuando el rey entra en una habitación irradia calidez y carisma y conecta con todo el mundo. No deja a nadie indiferente», apostillaba para dejar claro el grado de intimidad que mantenía con el jefe de Estado español.

El reportaje del rotativo trajo cola porque sus periodistas llegaron a cifrar la «fortuna» del monarca español en «1800 millones de euros». También criticaban la opacidad que envuelve a la primera institución española y repasaban los últimos escándalos protagonizados por sus miembros. Pero sobre todo porque ponía en cuestión cuál era realmente el papel de Corinna. Máxime cuando el diario alemán Bild acababa de publicar la fotografía del viaje oficial del rey a Stuttgart en 2006 en el que el monarca recorrió la alfombra roja del aeropuerto alemán seguido a escasos metros de su amiga. Bild formulaba a continuación la siguiente pregunta retórica: «¿Cómo soporta doña Sofía a don Juan Carlos? ¡Pobre reina Sofía! ¿Se mantendrá mucho tiempo el matrimonio real?».

González Peeters, aprovechando siempre el descanso de una declaración coyuntural del proceso, entre viandas, gin-tonics de Bombay y confidencias, asomó su nuevo proyectil ante un reducido grupo de abogados y quiso dejar caer intencionadamente al fiscal Pedro Horrach y al juez José Castro lo que se traía entre manos. Si no había manipulado el contenido de los correos electrónicos, aparecía efectivamente la ya célebre Corinna vinculada a las actividades de Urdangarin en Nóos. Aquello suponía la cuadratura del círculo y un elemento que, si bien no aportaba nada sustancioso al procedimiento judicial, sí que elevaba el listón de la extorsión a cotas desconocidas al involucrar de lleno al rey, con su amiga personal mediante, en la trama investigada por el Juzgado de Instrucción 3 de Palma.

La Audiencia de Palma analizó el rol de la infanta y el de Ana María Tejeiro y desoyó los cantos de sirena de Torres. En un auto clarividente rechazaba establecer un «paralelismo» entre las dos porque consideraba que las funciones que desempeñaban una y otra eran distintas. «Hay indicios que apuntan a que la participación de Ana Tejeiro era más activa», subrayaba el tribunal, que atribuía a la esposa del controvertido exsocio una intervención efectiva en el diseño de la estrategia para cobrar de los gobiernos de Baleares y Valencia y desviarse a renglón seguido los fondos a sus cuentas personales.

Asimismo, la consideraba responsable de la constitución de una de las grandes sociedades instrumentales creadas para vaciar las arcas del instituto, Nóos Consultoría Estratégica, y ponía como ejemplo la declaración de algunos de los más estrechos colaboradores del duque de Palma, como Mario Sorribas, que afirmó que Tejeiro «conocía» las actividades delictivas desarrolladas por Nóos.

Esta decisión provocó la ira de todos los infiernos, que se caldearon todavía más por el hallazgo judicial casi simultáneo de que el dúo Urdangarin-Torres había ocultado en plena investigación un millón de euros en una cuenta del Credit Suisse de Luxemburgo en la que, por cierto, tenía firma y poderes la ingenua Ana Tejeiro.

El dinero era originariamente de los dos máximos cabecillas de Nóos, ya que provenía indiscutiblemente de las arcas del instituto y era difícil, por lo tanto, establecer distingos entre sus propietarios. Sin embargo el descubrimiento constituía un varapalo sin precedentes para el matrimonio Torres-Tejeiro, que a diferencia del duque de Palma había sido pillado in fraganti por las autoridades luxemburguesas ingresando en esa misma cuenta los 400 000 euros que se habían llevado hacía no mucho tiempo, también en plenas pesquisas, de otra cuenta andorrana y que estaban siendo buscados con ahínco por la Policía Judicial.

Torres y su esposa estaban literalmente acorralados. Cazados con las manos en la masa llevándose el dinero del Instituto Nóos a sus sociedades patrimoniales y poniendo a continuación a buen recaudo el botín en paraísos fiscales en pleno proceso judicial para garantizarse un buen colchón por lo que pudiera pasar en el futuro.

El juez Castro ordenó a la misma Policía Judicial encargada de la búsqueda del botín de Nóos que rastreara de forma exhaustiva los discos duros intervenidos a Diego Torres en los registros de su domicilio y sus oficinas en noviembre de 2011. Concretamente pedía que se centrara en un dispositivo Samsung de 1000 gigas que empleaba Torres habitualmente para volcar las copias de seguridad de sus documentos. No fuera a ser que las «bombas atómicas» que tanto temían estuvieran en su poder y a estas alturas no se hubieran dado cuenta.

El encargo corrió a cargo de la Brigada de Policía Científica de Madrid, que confeccionó una lista de «palabras clave» con la que llevó a cabo una búsqueda para calibrar el material que contenía aquel soporte. Los agentes empezaron por introducir en el buscador las iniciales «S. M.» con las que los trabajadores de Nóos se referían al rey; los apellidos de la infanta, «Borbón y Grecia»; y también los de su secretario, «García Revenga». Tras hallar 41 referencias al monarca, el grueso se encontraba en las continuas alusiones a paraísos fiscales.

Al introducir en la búsqueda palabras como «Andorra», «Suiza», «Belice» o «Luxemburgo», el resultado resultaba espectacular. Así, por citar algunos ejemplos, aparecieron de golpe 411 alusiones a Andorra, 371 a Suiza, 123 a Luxemburgo y 19 a Belice, lo cual agravaba todavía más la situación de la pareja, propietaria y custodia de aquel disco duro, pero seguía sin esclarecer el enigma del ilocalizable arsenal nuclear.

La situación de ambos se tornó desesperada porque se acababan de quedar sin el dinero con el que contaban para seguir viviendo con holgura durante los años venideros. Se acabaron entonces las excusas, las amenazas y las negociaciones, que por otra parte seguían sin proporcionarles la cantidad exigida ni una mejora del trato por parte de los investigadores.

Sería entonces, pensaron, que el grado del chantaje no había sido suficiente y que había que demostrar, ahora sí, que no jugaban de farol y que en este envite iban a por todas. El jueves 10 de enero de 2013 fue la fecha escogida por el antiguo profesor de ESADE para activar la primera gran detonación. Puso en marcha el mismo protocolo de otras ocasiones. Presentó un escrito ante el Juzgado de Instrucción número 3 de Palma a última hora de la mañana para garantizarse que ya no sería notificado hasta el día siguiente al resto de las partes personadas y lo filtró a conveniencia para gestionar personalmente la deflagración. Le interesaba que la munición no se malgastara en las páginas web durante esa misma tarde y que aguantase intacta hasta las portadas de los periódicos del día siguiente.

Mientras tanto, allí estaban, en la mesa del instructor, los nuevos correos electrónicos en los que Torres demostraba que la aristócrata germana había participado en las conferencias organizadas por Urdangarin en Valencia. Corinna había recibido con agrado la invitación y pensó que sería un buen momento para analizar si Valencia se podía convertir en eventual sede de la gala de entrega de los Oscar del deporte que otorga la Fundación Laureus, a la que asesoraba.

Se trataba de conversaciones mantenidas entre Corinna Larsen, más conocida como Corinna Sayn-Wittgenstein al adoptar el apellido que tuvo cuando fue consorte del príncipe alemán Casimir Sayn-Wittgenstein, y un empleado del Instituto Nóos, Francisco Larrey. En ellos Corinna comenzaba dándole las gracias por la invitación a la primera edición del Valencia Summit, en 2004: «Solo unas pocas líneas para agradecerle la fantástica organización en Valencia y toda su ayuda con nuestro viaje, etc. Pasamos un tiempo maravilloso. Bien hecho!!! Con mis mejores deseos, Corinna».

Larrey contestó de inmediato. «Querida Corinna, es usted una mujer encantadora. Gracias por asistir al Valencia Summit 2004 y me gustaría exhibirle [sic] el año que viene en el próximo Valencia Summit 2005 […]. Si necesita algo en Barcelona o en Valencia o puedo ayudarle en algo, solo dígamelo». Larrey, que se defendía en un atropellado spanglish, se despedía con un poco ortodoxo much love. El contacto con la aristócrata se convirtió pronto en el principal motivo de chismorreo entre los colaboradores de Urdangarin, que se intercambiaban todo tipo de comentarios en relación a la espectacular belleza de la alemana.

«Mario, ¿crees que me podré casar con la señorita Corinna?», le escribía solo un día después Larrey a Sorribas, el secretario personal del duque de Palma en Nóos, sin lugar a dudas la persona de mayor confianza del matrimonio Urdangarin-Borbón en el plano laboral. Prueba de ello es que la infanta e Iñaki llegaron a nombrarle apoderado de su sociedad patrimonial Aizoon y le otorgaron autorización para que realizase todo tipo de trámites administrativos en su nombre. «¡Ahí has estao torero, Francisco!», le contestó al instante Sorribas. «Yo creo que este es el camino para llegar a cualquier parte del mundo».

Sin aportar nada sustancial al sumario, los correos albergaban una considerable dosis de morbo que situaba de golpe al rey en el foco de la maniobra de Torres. La ecuación que pretendía establecer el antiguo profesor universitario era sencilla: si Corinna era la amiga íntima de don Juan Carlos y acudió a los Valencia Summit, eso significaba que el rey estaba al corriente de todo. Por lo tanto, o se implicaba al mismísimo monarca en el procedimiento judicial para que aclarase todo este embrollo y se demostraba que «la ley es igual para todos», como dijo en su discurso de Nochebuena de 2011, o se debía exonerar al resto de imputados. Empezando, claro está, por su mujer y él mismo. A ver cuánto aguantaba la Casa Real este nuevo y comentado revés.

Larrey se vio superado por todo aquello y salió al paso del ataque de Torres aclarando que él solo era un «simple becario» en el Instituto Nóos, donde entró gracias al exprofesor de ESADE. «Yo era entonces el chico de los recados, nada más, y me limité a hacer de chófer de la señora Corinna», explicó a El Mundo al borde del ataque de nervios. «Lo único que puedo decir es que era una persona amabilísima, a la que se le veía muy interesada en el Summit y que no paraba de repetir lo bonito que era Valencia. Yo he hecho bien todas las cosas en mi vida y ahora me incluyen en este lío y me meten en el ajo de Nóos sin comerlo ni beberlo. ¡Es increíble!», se lamentaba amargamente.

La periodista Victoria Prego volvía a analizar con aguda inteligencia la jugada en su columna de El Mundo, que tituló con un elocuente «Estafa y extorsión». «La cuestión —señalaba— es que este Torres no saca a la señora porque haya dado las gracias a alguien por el buen trato recibido. La saca porque piensa que detrás de esa cortina se esconde una bomba de gigantesco calibre que, dado su potencial destructivo, podría obrar el milagro —imposible, hay que ir adelantándolo ya por si acaso— de que la ley se retuerza lo bastante como para que él y toda la panda que le acompaña salgan heridos pero no muertos». Y añadía: «La cuestión gravísima no es que este sinvergüenza esté intentando chantajear a la monarquía. Lo dramático del asunto es que pueda hacerlo, que le sea posible siquiera intentarlo. Eso es lo tremendo».

Esta nueva ofensiva a la desesperada no tenía marcha atrás y solo formaba parte de la primera fase de una ambiciosa estrategia coercitiva. La gran traca se la iba a reservar Torres para su nueva declaración ante el juez Castro, fijada el sábado 16 de febrero de 2013, donde debía contestar a las innumerables novedades aparecidas en el procedimiento contra él. Y es que en el ámbito penal rige la máxima de que un justiciable no puede ser acusado si previamente no se le otorga el derecho de que conteste a todos y cada uno de los hechos que se le imputan. Por eso volvieron a ser llamados el duque de Palma y su antiguo correligionario.

En medio de un frío helador en Palma, Diego Torres descendió la rampa trasera de los juzgados ataviado con un abrigo largo de color negro y una bufanda gris anudada al cuello. Le acompañaba su mujer, Ana Tejeiro, que también acudió a la cita de riguroso luto, como si formaran parte de la comitiva de un entierro. El gesto de ambos era especialmente sombrío. Evitaron cruzar su mirada con los medios de comunicación que aguardaban su llegada, esquivaron al puñado de curiosos que había madrugado para verles en vivo y en directo y enfilaron a buen ritmo la puerta de acceso a las instalaciones.

Torres acarreaba consigo un maletín en el que custodiaba sus nuevos secretos al mismo tiempo que la policía se esmeraba en buscar en las alcantarillas algún artefacto explosivo, obviando que el material inflamable lo llevaba consigo el imputado e iba sortear sin problemas el arco de metales.

Con una frialdad apabullante Torres desplegó durante ocho horas su estudiado guión. Dijo que tanto Urdangarin como él siempre estuvieron «supervisados, controlados y tutelados por la Casa Real» al frente del Instituto Nóos. Eso, para empezar. Volvió a enfatizar irónicamente que «cómo iban a pensar que estaban haciendo algo malo si la Jefatura del Estado daba el visto bueno a todo». «La Casa Real lo sabía todo», reiteró por si todavía quedaba algún resquicio de duda en los presentes. «Que la Casa Real estaba en todo lo demuestra que nos decía hasta la impresora que debíamos comprar: la misma que la de la reina […]. Y García Revenga —agregó señalando al secretario personal de las infantas— no cobraba pero lo controlaba todo».

No se anduvo con rodeos. Plasmó su idea desde la primera frase. Su objetivo consistía en implicar a La Zarzuela en todo para, de esta forma, intentar que la acción judicial contra él se extendiera a la primera institución del Estado. «Si caemos, caemos todos», mascullaba convencido.

El órdago era contundente pero faltaba por comprobar hasta qué punto el despechado Torres podía acreditar sus acusaciones en su huida hacia adelante por involucrar al rey como gran padrino de la trama de saqueo de fondos públicos. En este sentido, se reservó un gran golpe de efecto al confirmar lo desvelado meses antes por el libro Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (La Esfera de los Libros, Madrid, 2012) en el sentido de que Francisco Camps y Rita Barberá dieron su visto bueno a financiar los Valencia Summit de Urdangarin en una reunión celebrada en La Zarzuela. Si hasta los contratos se gestaron en palacio, razonaba, cómo iba a ser todo aquello un invento exclusivamente suyo y del duque.

A lo largo de la intensa jornada hubo para todos. Situó a la infanta Cristina «al mismo nivel decisorio» que el resto de integrantes de la junta directiva del Instituto Nóos. Explicó que cada uno de los ejecutivos «tenía diferente nivel de responsabilidad pero que las decisiones se tomaban conjuntamente» y recalcó que Urdangarin le contaba cada dos por tres que «había consultado con Cristina tal o cual cosa y que estaba al tanto de todo». De nuevo, la misma consigna. Si caemos, caemos todos juntos.

Pero todavía quedaba el broche final. Torres rebuscó en su maletín de cuero negro y sacó de su particular chistera una nueva selección de correos electrónicos. En ellos volvía a brillar con letras de molde el nombre de Corinna, contra la que se pensaba que Torres había vaciado ya todo su arsenal. El vicepresidente de Nóos puso sobre la mesa un e-mail enviado por Urdangarin a la amiga personal de su suegro en el que le pedía que le colocara en la Fundación Laureus, una entidad con la que colaboraba la aristócrata alemana y que se dedica a promover el deporte como «motor de cambios sociales». No pudo contener una mueca de satisfacción tras desenfundar su arma y aguardó a comprobar la reacción del instructor.

El problema de aquellos documentos, a nivel institucional, surgía al apuntar el duque de Palma que se dirigía a Corinna por indicaciones del rey. Al mismo tiempo le facilitaba un número de cuenta compartido con la infanta Cristina en el que pretendía percibir unos honorarios cercanos a los 200 000 euros anuales. Otra vez surgía el enésimo problema de que la versión oficial de la Casa Real de que solo intervino en los negocios de Urdangarin para abortarlos se desvanecía.

La refriega no terminó ahí y concluyó con la revelación de Torres de que había estado manteniendo una negociación económica con su exsocio. Un proceso que había sido desvelado por El Mundo y negado con vehemencia por el abogado González Peeters, que ahora lo admitía casi con orgullo, sabedor del daño que le infligía a quienes no habían querido aceptar sus condiciones.

Pese a que fueron él y su cliente quienes trasladaron sus exigencias pecuniarias al duque de Palma, Torres le dio la vuelta. Señaló que Mario Pascual Vives fue el primero en tirar la piedra acusándole de haberle comunicado que si asumía la responsabilidad de este proceso le facilitarían un puesto de trabajo, le pagarían todas las costas del procedimiento y, además, le harían entrega de una importante cantidad de dinero.

Había estallado la guerra. El juez Castro y el fiscal anticorrupción se vieron obligados a analizar el contenido de la declaración de Torres y a actuar en consecuencia. Si lo que había dicho Torres era verdad, el rey no tendría ningún problema por su condición de inimputable pero pondría en un grave aprieto a su hija, a la que sí que dejaba al borde de la citación en aquella gélida velada.

Una calma tensa sucedió a aquella triste jornada, presidida por el silencio que suelen dejar las explosiones sordas y contundentes. La quietud se dilató hasta que otra explosión todavía más importante acabó con ella. Una noticia convulsionó la actualidad el domingo 24 de febrero. La portada de El Mundo mostraba a una Corinna que decidía romper su silencio y salir, desafiante, al paso de las acusaciones de Torres. «Yo solo traté de encontrarle un trabajo digno a Iñaki», era el titular que presidía la primera plana del periódico junto a una fotografía de estudio de la aristócrata en la que posaba en su residencia de Mónaco con un gesto amable pero firme. «Un empleo compatible con su posición», aclaraba. «El background olímpico de Iñaki me pareció que casaba perfectamente con el trabajo que desarrolla Laureus», añadió al tiempo que reconoció que actuó a favor del duque de Palma porque su amigo don Juan Carlos se lo había pedido.

La periodista Ana Romero consiguió la entrevista más buscada de los últimos tiempos, en la que Corinna aseguraba sentirse «sorprendida» al comprobar que el duque de Palma no aceptó el «empleo» que le procuró en la fundación y quiso aclarar que se consideraba una «amiga entrañable» del rey Juan Carlos. Puso en antecedentes a los lectores rememorando que entabló amistad con el rey a partir de que ambos fueran presentados en 2004. Que le conoció en La Garganta, la finca del duque de Westminster en Castilla-La Mancha que, con sus 15 000 hectáreas es la mayor de España. Pero avisaba que, pese a la confianza que la unía al rey, ella era una persona «discreta y leal».

La bella germanodanesa se dejó fotografiar precisamente en la ceremonia de los Laureus celebrada en Barcelona en 2006 junto al rey, Urdangarin y la infanta Cristina, a los que acompañaba en la instantánea, entre otros, el doctor Dieter Zetsche, presidente de Daimler y máximo responsable de Mercedes-Benz, que es el gran patrocinador de los premios. La fotografía, tal y como relataba Romero en su información, fue tomada poco después de que fuera nombrado como presidente del capítulo español de Laureus Juan Antonio Samaranch junior tras la negativa del duque de Palma.

«La Fundación Laureus es un proyecto encomiable que ayuda a mejorar la vida de casi dos millones de niños a través del deporte», precisaba Corinna, que entró a formar parte del consejo de esta entidad en 2005, se mantuvo en ella hasta 2008 y llegó a tener un papel predominante, gracias a sus contactos con Vladimir Putin, al lograr que la gala de entrega de premios de esta organización se celebrase el 18 de febrero de 2008 en el teatro Mariinsky de San Petersburgo.

El Mundo anunciaba ese mismo domingo que al día siguiente se publicaría la segunda entrega de la entrevista, en la que Corinna exhibiría los correos electrónicos que se intercambió con el yerno del rey para demostrar en qué consistió exactamente su intervención. En esa segunda entrega la aristócrata detallaba que fue «el rey» quien le pidió textualmente que buscara a Iñaki «un empleo apropiado en una organización internacional y reconocida».

Ella respondió al encargo real ofreciéndole una propuesta inmejorable: un salario de 50 000 euros al año de Laureus más otros 50 000 euros por cada patrocinio de 500 000 euros que encontrara. Lo cual conformaba unos ingresos prácticamente seguros para el duque de Palma, a juicio de Corinna, de 200 000 euros. «Esto es lo normal en el mercado, un 10 por ciento», añadía, a la vez que explicaba que el duque de Palma se había limitado a cobrar los primeros 50 000 euros sin llevar a cabo gestión alguna. El concepto por el que percibió esta cantidad inicial fue la «conceptualización de su trabajo», lo que Corinna denominaba un start up-fee, que resultó estar vacío de contenido.

Urdangarin desestimó la propuesta de su antaño muy buena amiga Corinna en un correo fechado el 2 de febrero de 2005 y que, leído con la perspectiva que da el paso del tiempo, resulta tremendamente llamativo: «En mi situación personal, mi relación con una fundación que tiene el objetivo de, entre otros, pedir dinero a empresas para patrocinio, estaría mal visto […]. Sin duda, la publicación de mi nombre en la Fundación Laureus causaría una mala interpretación que provocaría un impacto negativo en nuestra familia y en la Casa Real, que es donde está nuestro deber».

Así se expresaba quien se había dedicado hasta ese momento a lucrarse a costa de una entidad que, como aclaraba Corinna en la entrevista, le fue presentada también a ella como una «fundación de caridad».

El goteo de datos y e-mails de enero y febrero de 2013 puso el foco sobre el glamuroso rostro de Corinna Larsen. Pero contenían tanto morbo como nulo valor incriminatorio, la verdad. A pesar de todo, el sindicato Manos Limpias, siempre dispuesto a agitar el árbol consciente de que a cada empujón caían nuevos frutos, pidió la urgente declaración de la amiga de don Juan Carlos ante el juez Castro. De nuevo, magistrado y fiscal coincidieron en que la citación de la aristócrata como testigo no iba a aportar ningún elemento esclarecedor, más allá de fomentar el espectáculo. Casi al unísono, exclamaron una frase con la que resumían su dictamen posterior: «Solo falta ya que convirtamos el sumario del Caso Urdangarin en el plató de Sálvame».