CAPÍTULO X

«Nóos forramos». Una indignada llamada Letizia. Felipe VI apuesta por la teoría fernandina o almansiana: «Hay que amputar el miembro gangrenado». Los herederos no quieren que les vinculen con los Urdanga: «Que se note». El cuñado da la espalda al cuñado en el Palau Sant Jordi

Martín Lutero rompió con Roma el 31 de octubre de 1517. Y lo hizo clavando de la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg sus noventa y cinco tesis. Un desafío en toda regla al Papa y, en resumidas cuentas, a la corrupción que infestaba desde el primer hasta el último rincón de la cúpula de la Iglesia en los Estados Pontificios. La reacción de León X fue declarar hereje al alemán y lanzar la Contrarreforma. Pero, casi sin querer, el agustino sentó las bases del protestantismo que hoy día impera en Alemania, en parte de los Países Bajos y en Escandinavia.

Sofía de Grecia, nuestra reina, es de alguna manera heredera de esa ética protestante, de esa forma de ver la vida. Entre otras razones, porque aunque nació en el palacio ateniense de Tatoi no deja de ser una Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg. Lo cual la vincula más a Dinamarca, Noruega, Islandia y por supuesto Alemania (por línea materna es una Hannover) que al país de Aristóteles, Platón, Homero, Onassis, María Callas o Papandreu. La primogénita del rey Pablo I es germano-escandinava por tres de los cuatro costados. Su madre, la reina Federica, que murió en Madrid en 1981, era directamente alemana, nació en un pueblo de Sajonia. Su progenitor tenía orígenes germanos pero por sus venas también corría sangre rusa, ya que su abuela, es decir, la bisabuela de doña Sofía, era una Romanov.

Los genes de doña Sofía están, por tanto, más vinculados a esas austeras tierras del norte que a ese sur de Europa que peca sin parar porque sabe que al día siguiente se le otorgará la absolución previa confesión. Pese a que recibió el bautismo ortodoxo, genéticamente es una protestante. Y así la educaron: en la moral calvinista y luterana que tan bien reflejó Max Weber en su obra magna, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Una forma de ver la vida en la que el trabajo santifica, la austeridad es uno de los mandamientos esenciales y la corrupción es sinónimo de pasaporte al averno.

A doña Sofía se le pueden negar, como a todos, muchas virtudes. Pero no la de la honradez y la austeridad. Y así lo ha transmitido a su hijo, el príncipe de Asturias. Ella se arrogó el monopolio de la educación del futuro Felipe VI y, consecuentemente, Felipe VI es una extensión de su personalidad austera, éticamente impecable y diametralmente opuesta a la ostentación.

Quizá por eso y seguramente porque es la mayor china que han puesto en su camino al trono, una china de toneladas de peso más bien, Felipe de Borbón estableció un antes y un después del Caso Urdangarin. En las jornadas que sucedieron a la publicación por parte de El Mundo de las escandalosas facturas del dúo Urdangarin-Torres en el Fórum balear y en el Summit valenciano en septiembre de 2011, el heredero se interesó por las dimensiones del escándalo. Quería saber a toda costa hasta dónde podía llegar la sangría. Cuando a mediados de octubre alguien le informó de que era un asunto de consecuencias impredecibles, que esto solo era la punta del iceberg, se puso manos a la obra, tomó personalmente el timón del gabinete de crisis y comenzó a poner tierra de por medio con el matrimonio ducal por convicción y para evitar ser el receptor de los daños colaterales de unas mangancias en las que no había tenido ni arte ni parte. Es más, los Asturias habían hecho constar repetidamente en palacio su extrañeza por «lo fuerte» que iban hermana y cuñadísimo. Muy especialmente, a raíz de la adquisición del palacete de mil metros cuadrados por 9 millones de euros o, lo que es lo mismo, 1500 millones de pesetas. Un lujo al alcance de muy pocos en Barcelona: futbolistas tipo Ronaldinho —la estrella culé de la época de la adquisición de la vivienda—, Messi —que estuvo a punto de quedársela ocho años después—, Neymar o el padre de Neymar, empresarios modelo Isak Andic o Sol Daurella y pocos privilegiados más.

«El ritmo de vida de mi hermana y mi cuñado no es normal», solía comentar con rostro de preocupación el príncipe, un hombre que jamás habla de más, a sus leales. Con más apasionamiento pero igual contundencia se expresaba doña Letizia.

Los signos externos son los que acaban por matar civil y penalmente a los corruptos. E Iñaki Urdangarin no incumplió esta regla no escrita. «Comprarte una casa de 9 kilos cuando entre tu mujer y tú ganáis alrededor de 150 000 euros al año canta un montón, más que nada, porque estamos hablando de una hipoteca de unos 20 000 euros mensuales. Aquí, en Barcelona, fue un escándalo que no pasaba de ser la comidilla de la zona alta hasta que el reportaje de Crónica [el suplemento dominical de El Mundo] convirtió en vox pópuli el secreto a voces», razona un miembro de la alta sociedad barcelonesa conocido de los duques e íntimo del príncipe, con el que solía coincidir en sus años mozos en ese paraíso del esquí y la naturaleza que es Baqueira Beret.

Claro que en honor a la verdad hay que resaltar que los duques de Palma disfrutaron de su mansión gratis total durante los primeros cuatro años. La Caixa les otorgó una cuenta de crédito con garantía hipotecaria por treinta años con un tipo de interés del Euribor +0,50 por ciento y exenta de comisiones de apertura, estudio o cancelación. Lo más llamativo es que había una carencia entre 2004 y 2008, periodo en el que la pareja Urdangarin-Borbón no tuvo que amortizar un solo euro. El banco que preside Isidre Fainé, un hombre de Harvard y del IESE con bien ganada fama de serio y profesional, ha mantenido sistemáticamente que las condiciones son las habituales para los empleados de la casa.

Don Felipe comenzó a capitanear la crisis como delegado de su regio padre en noviembre, después de haberse pasado semanas preguntando: «¿Pero esto es verdad?» sin encontrar una respuesta que le satisficiera. A pesar del aluvión de pruebas en forma de facturas publicado por El Mundo el último domingo de septiembre, entre ellas una que tenía un epígrafe revelador, «pago de comisiones futuras», continuaba aferrado a la cada vez más remota posibilidad de que todo fuera un malentendido o una cosa «única y estrictamente» de Diego Torres. No podía creer que su cuñado fuera tan licencioso en sus prácticas empresariales y tan torpe a la hora de esconder las huellas de sus trapacerías, entre las cuales se incluía también el cobro de 300 000 euros a esa casa del saqueo que era la SGAE por «ayudarles a mejorar su imagen». Pero las aguas, mal que bien porque era un lance de esos imposibles de lidiar, se reencauzaron. El príncipe de Asturias hizo suya la idea puesta encima de la mesa por Fernando Almansa y parcialmente por Rafael Spottorno de romper lazos con la séptima en la línea de su sucesión y su inconveniente marido. La teoría de la amputación del miembro gangrenado, en palabras del vizconde de Almansa.

El futuro Felipe VI se reunió con el entonces presidenciable Rajoy, con la secretaria general del PP y con el líder de un PSOE en caída libre a dos meses de las generales, Alfredo Pérez Rubalcaba. El perogrullesco fin de estos discretos encuentros fue recabar el respaldo de las formaciones que representan a tres cuartas partes del electorado, en definitiva, de tres cuartas partes de la opinión pública. «Tened sentido de Estado», reclamaba, tanto a los líderes políticos como a conocidos periodistas y opinadores con los que también se entrevistó. Doña Letizia estaba al tanto de estos y otros movimientos que momentáneamente lograron frenar la hemorragia. En aquellas zozobrantes jornadas, don Felipe expresó en voz alta su pensamiento en un acto de la Fundación Príncipe de Girona. Fue un recadito en toda regla en dirección a Washington DC: «Somos una fundación joven, pero movida por la ambición honesta y transparente», afirmó en una más explícita que implícita andanada a un Urdangarin cuya peor cara se vio al certificar que había empleado una ONG de niños discapacitados, enfermos de cáncer y marginados para evadir dinero saqueado de Valencia y Baleares a paraísos fiscales.

El punto de no retorno tuvo lugar el fin de semana en que el rey y su hijo convocaron al protagonista del Caso Urdangarin en Zarzuela para pedirle explicaciones. Lejos de pedir perdón, de mostrar propósito de enmienda, Iñaki eligió la estrategia del Brasil de Pelé. La de que la mejor defensa es un buen ataque.

—¡Aquí todo el mundo hace lo que le da la gana, pues yo también! —alzó la voz el denunciado, que, por unos segundos, se transformó en denunciante.

Otras versiones sostienen que la frase exacta no fue «lo que le da la gana» sino lo que le sale de salve sea la parte. Un matiz que no altera el significado ni el fondo de la aseveración. Aquel fue un punto de no retorno, el «nunca más» de las relaciones entre el príncipe y los duques de Palma, antaño inmejorables.

Inobjetable fue también su respuesta cuando el regatista Pepote Ballester, medalla de oro en Atlanta 96, le telefoneó para pedirle que intercediera por él en el Caso Palma Arena y en el Caso Urdangarin. Quería le apañase su suerte procesal. El deportista está imputado por cobrar comisiones en el primer escándalo y en el segundo por haber firmado los 2,3 millones que el Govern balear dio a Nóos por un par de foros cuyo coste real fue la décima parte. «No», fue la lacónica respuesta principesca. Acto seguido, hizo ver a su compañero de equipo olímpico en Barcelona 92 que la separación de poderes es sagrada para él. Y punto.

Las semanas pasaron y poco a poco se fue apartando al príncipe de la conducción de la mayor crisis de la institución en treinta y siete años de juancarlismo. Hasta que el heredero se desentendió y el barco quedó a merced de las olas más grandes que vieron los tiempos. El timón había quedado huérfano y unas veces la nave viraba a babor, otras a estribor, pero nunca enfilaba en línea recta. Y todo ello en medio de un maremoto. La roca que podía hundir el portaaviones estaba cada vez más cerca.

El cara a cara en Zarzuela fue definitivo para el hombre que en estos momentos está acusado de seis delitos por una Fiscalía Anticorrupción que si de algo es sospechosa es de haber remado a favor de palacio. El príncipe dijo: «Nunca más». Y nunca más. Desde entonces no ha intercambiado siquiera un saludo de cortesía con su cuñado. De hablar, ni hablamos. No le perdona sus corruptelas y no olvida el macarrismo con el que se desenvolvió ante él y, sobre todo, ante su padre, que confió en Urdangarin y lo trató como a un hijo pese a los recelos iniciales y las voces que le advertían de que el personaje era «un piernas». Le habían dado el pie, se había cogido la mano y encima se les ponía gallito en una descomunal falta de respeto personal e institucional.

En la primavera de 2012 don Felipe se sorprendió en una cena íntima cuando alguien planteó el tema del que todos querían hablar pero que nadie se atrevía a sacar a colación.

—¿Qué opina, señor, del Caso Urdangarin?

El hijo de don Juan Carlos, harto ya del tema, no entró cual elefante en cacharrería ni respondió desairado. Se limitó a tirar de esa fina ironía que tan pocos conocen. Y lo hizo parafraseando a su mujer.

—Como dice Letizia, lo de Urdangarin no es el Instituto Nóos, lo de Urdangarin es «Nóos forramos».

Todos los presentes estallaron en una carcajada. Unos disimularon y otros no, porque, las cosas como son, el futuro jefe del Estado tiene un carro de gracia. Tras esa apariencia aparentemente encorsetada se esconde un cuarentañero socarrón, un personaje dotado de un finísimo sentido del humor, muy british, muy Battenberg.

Si el príncipe fue la gran víctima colateral del lío montado por el cuñado con ínfulas de multimillonario, doña Cristina fue la víctima colateral de la víctima colateral. Ella y Felipe se adoraban mutuamente. Dormían en palacio enfrente el uno del otro, en habitaciones distantes no más de cinco metros. Compartían amistades. Se confiaban los secretillos del amor. Y les unía también su hobby marinero. Y él era plenamente consciente, además, de que es ni más ni menos que la séptima en la línea de sucesión tras él mismo, la infanta Leonor, su hermana Sofía, la infanta doña Elena y los hijos que ella tuvo con Jaime de Marichalar, Felipe y Victoria. La séptima… de momento.

El heredero cortó por lo sano. Radicalmente. Sin la más mínima concesión al perdón. Y aunque parezca mentira culpa del Caso Urdangarin tanto al protagonista como a esa actriz teóricamente secundaria que es su hermana. Esa es la verdad por mucho que algún@s cortesan@s intenten despistar o disimular la realidad parcheándola o relativizándola. A él no le van a contar lo lista que es ella, lo consciente que es del papel de la monarquía y lo asentada que tiene en su cabeza esa ley no escrita que advierte que los privilegios de los royals son consustanciales a la ejemplaridad. Dicho de otra manera más facilita: que sin ejemplaridad no hay privilegios. Considera que su antaño hermana del alma debería haber parado los pies a unos tipos sin escrúpulos y sin límites como son el antiguo pivote del Fútbol Club Barcelona de balonmano y Diego Torres. Y que si no lo hizo es tan responsable como su marido.

Felipe de Borbón y Grecia le puso la cruz a Cristina, obviamente a Iñaki, pero también a los hijos de ambos: Juan, Pablo, Miguel e Irene. Les castigó con el silencio, la más borbónica de las maneras de vengarse de un agravio, una afrenta o, como en el episodio que nos ocupa, de un daño de difícil reparación. Y se ocupó y preocupó de hacer patente ese desprecio a los que habían sobrepasado todas las líneas rojas. El interesado sabe mejor que nadie que para ganar las grandes guerras de poder hay que haber vencido previamente en todas y cada una de las batallas de la opinión pública. Y más en la era de las redes sociales, en la que hay que adelantarse a los acontecimientos situándose a la cabeza de la manifestación en cuestión de minutos u horas porque todo va a una velocidad supersónica. No bastaba con que los despreciara, era imprescindible además que se supiera.

No obstante, las relaciones Felipe-Cristina habían bajado de rating hacía tiempo. Antes y durante el fugaz noviazgo con la presentadora del Telediario de TVE Letizia Ortiz Rocasolano la nota era AAA, el máximo de los máximos. El anuncio del enlace no gustó nada al padre y provocó los primeros celos de las hermanas, que consideraban una arribista a la futura reina consorte. El día de la petición de mano en el palacio de El Pardo se podían ver tres rostros más propios de un mal día o un funeral que de la alegría consustancial al anuncio de un matrimonio: don Juan Carlos, que siempre se opuso a los planes de su hijo, doña Elena, tan circunspecta como su marido, Jaime de Marichalar, y una doña Cristina que disimuló mejor que su padre y su hermana su malestar ante un enlace «desigual».

Don Juan Carlos lo pudo expresar más alto pero no más claro en presencia de los Albertos: «Es lo peor que ha entrado en la Casa en muchos años». El desafecto regio le llegó pronto a Letizia, que hizo de tripas corazón y tiró adelante como si la hubieran educado desde pequeñita para superar semejantes embates del destino. La ruptura definitiva con el rey se produjo en una cena oficial cuando don Juan Carlos tuvo un gesto de desprecio hacia doña Sofía, todo el mundo miró al techo silbando y Letizia le sostuvo la mirada en un gesto de indiscutible desaprobación. Con doña Elena y doña Cristina el proceso de desafección fue algo más gradual. Y por consiguiente el afecto de don Felipe hacia ellas fue derivando poco a poco hasta instalarse en BBB, donde permaneció durante años hasta que el Caso Urdangarin situó el cariño principesco hacia la pequeña de las Borbón-Grecia en el rango de bono basura.

Las hermanas hacían causa común contra doña Letizia por su extracción social y por un estilo directo que no contribuye precisamente a limar asperezas. Les sacaba de sus casillas que una novata les arrebatase de la noche a la mañana el protagonismo del que habían gozado desde que vinieran al mundo en la clínica Nuestra Señora del Loreto de Reina Victoria. Letizia por aquí, Letizia por allá, Juan Español solo tenía ojos para ella. Una cara nueva, con un pico de oro, lista, muy lista, y bella encima. Lo que les faltaba a las hijas del monarca. La ovetense monopolizó el debate público de tal manera que parecía como si las cuñadísimas nunca hubiera existido.

Los modos y maneras de doña Letizia en el cuidado de sus hijas Leonor y Sofía acrecentaron la tirria de Elena y muy especialmente de Cristina. La princesa siempre ha querido dotar de la más absoluta normalidad la educación y el crecimiento de las infantas. «Tonterías en esta materia, las justas», es su leitmotiv. Está volcada en ellas. Y no ha dudado en relacionarlas tanto o más con las amigas del cole, Santa María de los Rosales, el mismo en el que estudió don Felipe, que con sus primos. Y por si fuera poco ha levantado un muro ante sus cuñadas, que se las ven y se las desean para ver a sus sobrinas.

Con la reina las cosas son diferentes. Se llevan de maravilla o cuando menos razonablemente bien dentro de lo que son los siempre tirantes vínculos suegr@s-yernos o suegr@s-nueras. Doña Letizia se ve permanentemente reflejada en la mujer del jefe del Estado. La considera una buenísima persona, permanentemente preocupada de la unidad familiar, la única que ha hecho lo humano y lo divino por acabar con los diversos universos existentes en La Zarzuela, que están carcomiendo desde dentro la dinastía Borbón. Es la única incondicional que tiene en palacio, excepción hecha, obviamente, de su marido.

Desde el minuto uno, don Felipe ha transmitido a doña Letizia la necesidad de aplicarse a rajatabla el refranero castellano, que defiende aquello de que «no hay mejor desprecio que no hacer aprecio». Y aunque ha habido veces que lo hubiera mandado todo y a todos a esparragar, ha sabido sortear los mil y un obstáculos que le han puesto en una carrera de fondo que en ocasiones se ha asemejado más a una película de terror que a una de princesas.

El tiempo habría de darle la razón en su particular guerra con doña Cristina. Nunca le gustó. E Iñaki Urdangarin menos, lo consideraba un hombre sin sustancia. El estallido en el diario El Mundo de la historia moderna del caso, en septiembre de 2011, le causó un mix de satisfacción y temor. Satisfacción porque ella podía jactarse de haber anticipado lo que habría de venir. La periodista fue la primera en percatarse del tren de vida de nuevo rico de los Urdangarin. A ella, que hasta hacía no tanto había pisado tierra, no se le escapaba que con una semifundación como es un instituto «sin ánimo de lucro» y una nómina de La Caixa no da para tanto como destacaban. Y temor porque veía que la «copa de vino» en forma de trono se les podía escapar por circunstancias ajenas a su voluntad.

De la guerra fría con la infanta Cristina pasó a tratarla como si no existiera. Cuando coincidían, ni la miraba, la trataba como si fuera un poste, un elemento decorativo, un ser inanimado. Y eso que siempre que pudo, la esquivó. Por ejemplo: el día (23 de noviembre de 2012) en que el doctor Ángel Villamor intervino quirúrgicamente al monarca por segunda vez de la cadera en la clínica San José de la madrileña calle de Cartagena. El príncipe montó en cólera cuando le previnieron de que Cristina iba a visitar al convaleciente con su marido, que para entonces acumulaba cuatro imputaciones delictivas. Y obviamente puso como condición sine qua non para visitar a su regio padre que los Urdangarin-Borbón entraran y salieran antes que ellos. No quería fotos con una pareja que era sinónimo de corrupción. Ídem de ídem ocurrió en septiembre de 2013 cuando el mecánico Cabanela hizo pasar por el taller a don Juan Carlos en la clínica Quirón para reparar la cada vez más maltrecha cadera. Esta vez no había iñakis de por medio pero tampoco quería instantáneas para la historia con una Cristina de Borbón que ya había sido imputada por el juez Castro y sobre la que pesaba la larguísima sombra de la sospecha. De nuevo la consigna era «que se note, y cuanto más mejor».

Letizia Ortiz tampoco podía esconder su malestar en el posado obligado al que tuvo que prestarse tras salir de la representación del musical Sonrisas y lágrimas en el teatro Coliseum de la Gran Vía con su suegra, sus dos cuñadas y los hijos respectivos. La insistencia de la reina en atender a los fotógrafos desplazados hizo que su nuera tuviera que hacer una forzosa excepción a esa regla que se autoimpusieron ella y su marido de ignorar, y hacer que se note, a los duques de Palma. De no inmortalizarse nunca con ellos. Su rictus contenía mosqueo y resignación a partes iguales.

El más evidente de ese máximo desprecio que consiste en no hacer aprecio tuvo lugar en el Palau Sant Jordi durante la final del Mundial que España ganó a Dinamarca por 35 a 18. Don Felipe bajó a la pista para departir con los jugadores españoles tras una paliza que confirmaba a nuestro país como la primera potencia en balonmano. La enésima alegría de la edad de oro del deporte español. El príncipe saludó afectuosamente uno a uno a los vencedores a escasos diez metros del lugar donde se sentaba Urdangarin con sus vástagos, a los que no hizo el más mínimo caso ni dirigió la palabra.

Doña Letizia, que ejerce de consejera de comunicación del que algún día será jefe del Estado, es la principal ideóloga de la ruptura total. Detesta la corrupción urdangarina tanto como esos viajes de Estado en los que se mezclan actos oficiales con negocios privados. No le gusta que los mismos de hace treinta años sigan haciendo lo mismo treinta años después. Lo suyo es cero tolerancia con la corrupción. En honor a la verdad hay que reconocer que su familia jamás ha incurrido en un escándalo de dinero. Su padre, Jesús Ortiz, continúa trabajando en la misma empresa en la que desempeñaba sus funciones antes de la boda de Estado en La Almudena: Estudio de Comunicación, propiedad del también asturiano Lalo Azcona. La vida sigue igual para el padrísimo, que lleva veintisiete años de consultor sénior con el muso de la Transición.

La madre, Paloma Rocasolano, ha brillado igualmente por su discreción. Lo mismo que Telma Ortiz, casada con el empresario navarro Jaime del Burgo, hijo del dirigente popular del mismo nombre y expresidente de la Comunidad Foral. La vida de la cabeza de familia no ha cambiado ni a mejor ni a peor. Es la misma de siempre. Reside en un estudio de treinta y siete metros cuadrados en el Madrid de los Austrias, continúa ejerciendo de delegada del sindicato de enfermeros SATSE y, camino de la jubilación, se ha matriculado en Historia en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). La única nota discordante la ha puesto Henar Ortiz, la hermana de Jesús, que ha montado más de un sonado follón. Dicen que la tía Henar intentó colocar por 600 000 euros las imágenes del primer enlace matrimonial con el profesor Alonso Guerrero. Este es uno de esos rumores que suelen ser la antesala de la noticia, pero en eso, un rumor, ha quedado. Lo que no debe de tener tan claro Henar Ortiz es ese aserto que Franco repetía hasta la saciedad a sus lenguaraces ministros: «Uno es dueño de sus silencios pero esclavo de sus palabras». La retahíla de inconveniencias verbales es una historia interminable. Y divertida. La hija de Menchu se recrea declarándose en Twitter «laica, roja y republicana». En las redes sociales también ha censurado en términos muy duros las cacerías de elefantes del suegro de su sobrina, ha vaticinado que «Letizia no llegará a reinar» y se ha jactado hasta la saciedad de votar a Izquierda Unida. Más recientemente se atrevió a poner negro sobre blanco lo que los españoles opinan mayoritariamente sobre el trato dispensado por el Ministerio de Justicia a la infanta Cristina: «El fiscal defensor de la infanta habla de “conspiración” y es verdad, es la Fiscalía la que conspira contra la sociedad». Y para que nada falte, se autoproclama heredera de la Revolución de 1934, que precisamente desde su tierra mantuvo en jaque al gobierno de Lerroux durante dos semanas.

Pero por mucho que quieran buscarle tres pies al gato, lo de Henar no deja de ser la respetable opinión de un alma libérrima e indomable. A los Ortiz-Rocasolano los han investigado por los cuatro costados y jamás les han podido encontrar el más mínimo trato de favor o la más inocente de las corruptelas. Y en ese currículum inmaculado ha tenido mucho que ver la jefa del clan, doña Letizia, que ató a los suyos en corto desde que el príncipe la eligió para garantizar la continuidad de la dinastía. Bromas, con la princesa, ni una. Ella predica con el ejemplo empleando para sus gastos el sueldo que le asignó la Casa del Rey, 59 451 euros, el mismo que el de un subsecretario.

Lo mismo puede decirse de las personas más cercanas al príncipe. Ni una sola ha hecho negocios al amparo del Boletín Oficial del Estado (BOE). Es más, cuando quieren ganar dinero optan por poner tierra de por medio e irse a Turquía y otros destinos para no poner en aprietos a su amigo. Que en esto, como en lo de la mujer del César, no solo hay que ser honrado sino también parecerlo. Y en España no puede decirse que les vayan requetebién las cosas. Las empresas de los mejores amigos del colegio Santa María de Rosales, Álvaro y Ricky Fuster, no viven su mejor época precisamente. La Compañía Aeronáutica Española, heredada de su padre, el que fuera embajador en la península de McDonnell Douglas, factura menos de un millón de euros anuales y gana 35 000, la séptima u octava parte que hace una década. Mucho más ruinosa les ha salido la millonaria inversión que realizaron en energías renovables a través de Spanish Power, que en el último ejercicio perdió 1,4 millones. Otras víctimas del engaño del gobierno de España, que de la noche a la mañana recortó las subvenciones dejando en la estacada a cientos de miles de familias que habían confiado todos sus ahorros a una inversión «segura». Ricky Fuster, casado con la espectacular mexicana Mónica Sánchez Navarro, heredera del imperio cervecero Modelo, el de las coronitas, continúa compartiendo fines de semana y escapadas con los príncipes de Asturias. Al igual que su hermano Álvaro, casado con Beatriz Mira, exnovia del cantante venezolano Carlos Baute, son los más apreciados amigos de la persona que reinará España. Gente de ley, que nunca se ha aprovechado del hecho de ser los pata negra entre los íntimos y que ni siendo víctimas de la peor de las torturas le traicionarían.

El tercer incondicional, que además ha congeniado a las mil maravillas con Letizia, es Javier López Madrid. Este empresario de éxito, ex de Goldman Sachs, es hijo de un gallego que desde muy abajo se hizo muy rico al adjudicarse la concesión de Volvo en España. El hermano mayor de Javier, Germán, es en estos momentos el presidente peninsular de la firma automovilística sueca. El pequeño de los López Madrid se casó con Silvia Villar-Mir, hija del presidente del gigante OHL, grupo en el que trabaja. Durante años optó a la sucesión en la cúspide de un grupo que ha crecido exponencialmente, pero ahora parece haber quedado relegado a un segundo plano por la irrupción del exministro Josep Piqué como vicepresidente y consejero delegado y la confirmación de que Juan Villar-Mir sucederá a su padre al frente del imperio de Torre Espacio. Y eso que Juan Miguel Villar-Mir continúa a sus ochenta y dos años en plena forma, con OHL doblando el valor de las acciones en los dos peores años de la historia económica de España, captando negocio sin parar y asentando un gigante creado de la nada años después de dejar la vicepresidencia del Gobierno en 1976. Un Juan Miguel Villar-Mir que pasó de los grandes titulares de los diarios de información económica a los deportivos cuando concurrió a las elecciones a la presidencia del Real Madrid en 2006, que Ramón Calderón le robó con maquiavélicas artes.

Javier López Madrid es a día de hoy, sin ninguna discusión, el más próximo a Felipe de Borbón. Su confidente, su amigo y su consejero. De la fortaleza del vínculo da fe su condición de patrono de la Fundación Príncipe de Asturias. Su único lunar es que está imputado en el Caso Bankia. Nunca lamentará lo suficiente haber aceptado convertirse en consejero de Caja Madrid en 2008, cuando presidía la entidad Miguel Blesa. Esta circunstancia ha ralentizado notablemente una carrera fulgurante.

El cuarto en discordia es Perico López-Quesada, marido de una prima del príncipe, Cristina de Borbón dos Sicilias, hija mayor del infante don Carlos. El director general de Citigroup en España fue precisamente el escudero en la escapada principesca a Formigal a mediados de enero de 2014. Fin de semana en el Valle del Tena sin Letizia y sin hijas y con la sola compañía de un primo político, que tampoco ha dado nunca que hablar.

Y mientras tanto Felipe de Borbón y Grecia continúa observando el devenir de las cosas desde la barrera. A sabiendas de que su futuro como rey constitucional pasa por la condena de su todavía cuñado. La sanción penal de los delitos presuntamente cometidos por el marido de la infanta Cristina permitiría a Zarzuela recuperar el prestigio perdido a los ojos de una opinión pública cada vez menos tolerante con los abusos de poder. Un nuevo trato de favor, como el otorgado a doña Cristina, sería el peor escenario a futuro para alguien que ve cómo la mayor parte de sus coetáneos en Europa ha subido ya al trono mientras él continúa esperando. Paradojas de la vida.