Fueron meses de zozobra, desconcierto y profunda soledad salpicados por horas interminables meditando cómo podían rehacer su vida en España. Cristina insistía en que lo mejor, pese a las continuas advertencias de su entorno de que debían seguir poniendo tierra de por medio y prolongar su estancia en el extranjero, era que sus hijos se educaran en Barcelona. A la infanta le incomodaba la condición de exiliada forzosa y en su particular estrategia de demostrar su inocencia a toda costa no quería que un nuevo traslado fuera de España se interpretara como una huida en toda regla. Ella quería volver a casa, en la Ciudad Condal se sentía a gusto y no tenía la más mínima intención de volver a hacer las maletas.
Debían ir con la cabeza muy alta, plantar cara al miedo, y continuar hacia adelante. Pero para eso lo prioritario era buscarle un trabajo a Iñaki, que es lo que más le preocupaba en ese momento. Anímicamente estaba destrozado, ni siquiera el deporte aplacaba ya la tensión que le estaba devorando por dentro y por fuera y le había echado encima diez años. Tenía que hacer algo para dejar de estar con los brazos cruzados mirando el móvil y el ordenador a la espera de cuál era la última nueva novedad del procedimiento judicial que le complicaba la vida todavía más que la anterior.
Pensaron en que se matriculara en un máster en Barcelona, así se lo aconsejaron desde Telefónica, y que continuara con su formación en la rama de la economía y de la empresa. Eso sí, mientras necesitaba encontrar una ocupación que no le ocasionara problemas, le proporcionara una retribución y, sobre todo, le mantuviera con la mente distraída y le permitiera sentirse realizado.
En esa aventura se empleó al máximo el presidente de La Caixa, Isidre Fainé, que se mostró dispuesto a echar una mano al duque de Palma para que recondujera cuanto antes su carrera profesional. Le había tratado bastante, le tenía aprecio personal y consideraba que era el momento de no dejarle en la estacada.
Una de las ideas que barajaron inicialmente Fainé y otros empresarios que le echaron una mano en la tarea es que Urdangarin volviera al mundo del deporte, donde fue una leyenda y donde se encontraría más a gusto. Cuanto más alejado estuviera de cualquier tipo de negocio que pudiera interferir con su condición de integrante de la familia real, mejor. Se sondeó a su club de toda la vida, el FC Barcelona, para que le hiciera un hueco como fuera y en eso se empleó con especial determinación el presidente de la entidad financiera. Un lugar idóneo podía ser la fundación del club blaugrana o algún tipo de cometido relacionado con la división de balonmano. Lo que fuera con tal de sacar al duque de Palma del hoyo en el que estaba y en el que solo encontraba a Cristina de Borbón como asidero.
Entretanto, el duque de Palma continuaba quejándose amargamente de que la familia real le había dejado solo en este trance y que no solventaba su situación de desamparo. La infanta secundaba a su marido en esa queja y consideraba que su esposo no se merecía tampoco el trato que estaba recibiendo por parte de su padre y de su hermano. En este trance recibieron más ayuda de parte de la burguesía catalana que de la familia real.
La directiva de Sandro Rosell comenzó a recibir llamadas desde La Caixa en las que se solicitaba comprensión y ayuda. El mensaje fue trasladado al propio presidente, al que se le llegaron a plantear las diferentes alternativas, pero este fue tajante. Rosell consideró que el FC Barcelona no se podía permitir, después del gran escándalo de su paso por Telefónica, estar en el ojo de la tormenta por dar cobijo al duque de Palma. La respuesta fue, finalmente, que lo sentía mucho pero que era imposible. «No podemos fichar a Urdangarin, sería una locura», razonó el máximo mandatario azulgrana a sus consejeros. «Ni sería bueno para él ni para el club. Queda descartado por completo».
Cerrada a cal y canto la puerta del Barça, se empezaron a barajar otras posibilidades. El matrimonio, que mientras tanto seguía viviendo en el palacete de Pedralbes en venta, decidió limitar al máximo sus apariciones públicas y se desprendió de golpe de cualquier rescoldo de su vida de lujo anterior. Al menos de cara a la galería. De ahí que comenzara a moverse por la Ciudad Condal con un Volkswagen Golf de color verde oliva con casi veinte años de antigüedad, habitualmente a cargo del servicio, y al que seguía el flamante vehículo de la escolta. O que las salidas de Iñaki se limitaran a dar un paseo con el perro por el parque con ropa deportiva o a machacarse en el gimnasio del Real Club de Tenis Barcelona.
La situación resultaba tan incómoda como que cada vez se repetían con más frecuencia los episodios en los que los viandantes se giraban contra él para increparle y llegó a un punto asfixiante cuando, en una ocasión, varios socios del club de tenis barcelonés se negaron a compartir mesa a la hora del almuerzo con el imputado. O en otra en que su hija Irene fue abucheada cuando jugaba un partido de tenis. Las imágenes que se captaban del duque de Palma reflejaban a un hombre siempre a la carrera. Huía de los periodistas, de los cámaras, de la justicia y hasta de sí mismo. Una de ellas fue tomada a una hora intempestiva, a las siete menos cuarto de la mañana, cuando el duque de Palma, ataviado con un chándal y cara de pocos amigos, todavía de noche cerrada, con las farolas de Pedralbes emitiendo una luz mortecina y amarillenta, se disponía a sacar a pasear a su golden retriever blanco. Su rostro, y también el de su mascota, se desencajaron al advertir que el foco de una cámara se encendía, iluminando de golpe la calle.
Urdangarin no podía creer que hubiera un dispositivo de prensa de guardia toda la madrugada para pillarle in fraganti en cuanto saliera. Su reacción fue muy similar a la que adoptó cuando en Washington se topó con un equipo de Telecinco encabezado por la periodista Paloma García-Pelayo que le seguía hasta el cine en busca de unas declaraciones con las que valorara su situación. Comenzó un sprint que secundaba a duras penas el golden, que acabó dejándose arrastrar a toda velocidad por una correa que casi le ahoga y que le llevaba volando. Cómo sería la fuerza con la que tiraba de él su dueño que en una de las instantáneas tomadas esa mañana el animal aparecía con el hocico girado hacia la cadena, intentando aflojarla a mordiscos, mientras su cabeza abotargada se había deformado con la presión hasta parecer la de un pitbull.
Consciente de lo angustioso de la situación que atravesaba, su abogado, Mario Pascual Vives, que continuaba con su muy particular costumbre de hacer declaraciones a los periodistas que le aguardaban cada mañana a las puertas de su despacho, subrayó que más que el procedimiento judicial en sí, lo que verdaderamente le preocupaba de su cliente era la «condena social» a la que se estaba viendo sometido. Y es que el problema de Urdangarin había rebasado ya el ámbito judicial para convertirse en un cisma personal que solo podía paliarse con la reinserción social del afectado.
Iñaki trasladó a Cristina que no podía seguir así y que el mero hecho de salir a la calle le suponía un trauma. No había ocasión en la que fuera a dar una vuelta a la manzana en la que algún ciudadano no se volviera contra él. Habían dejado de ser invitados a los actos sociales del establishment catalán y se habían convertido en una suerte de apestados en su propia tierra.
La situación se tornó tan incómoda, con los reporteros de televisión apostados día y noche a las puertas de la vivienda de Elisenda de Pinós, que no tardaron en replantearse por enésima vez su futuro fuera de nuestro país. No era la opción que más les apetecía desde un principio, pero debían retomar la alternativa de volver a instalar su residencia en el extranjero. Si en pleno cénit del escándalo, cuando creían que todo estaba ya perdido, con la opinión pública y su propia familia en contra, apareció la mano salvadora de Telefónica, ahora, en medio de las tinieblas, surgió de la nada la de su amigo Valero Rivera, el que fuera su seleccionador nacional y entrenador en el FC Barcelona.
Rivera tenía encima de la mesa una oferta económicamente irresistible para dirigir al combinado de balonmano del emirato de Qatar a cambio de 800 000 euros anuales. Le apetecía el reto, necesitaba acompañarse en esa singladura de gente de su más estricta confianza y pensó en el duque de Palma como la persona idónea. Esta iniciativa le serviría a su amigo Iñaki para quitarse de en medio durante un tiempo, centrarse en una etapa profesional ilusionante y evadirse de sus problemas judiciales a miles de kilómetros de distancia.
No en vano, Rivera ya había lanzado poco antes un mensaje de aliento a Urdangarin tras haberse proclamado campeón del mundo de balonmano en enero de 2013 en Barcelona con el duque de Palma y sus hijos animando jubilosos desde las gradas. «Iñaki es un amigo y lo está pasando muy mal. Siempre me tendrá a su lado. Pase lo que pase lo considero un amigo y todo el mundo tiene derecho a equivocarse», afirmó, aparcando por un instante la inmensa felicidad por la victoria contra Dinamarca en la final del Mundial por 35 a 18.
Faltaba comprobar si a Iñaki le apetecía la aventura, pero deportivamente encajaba a la perfección como segundo entrenador del combinado catarí. Además, la propuesta se antojaba mucho más ambiciosa teniendo en cuenta que Qatar había sido elegida para celebrar el Mundial de Balonmano de 2015 y acogería en 2022 el Mundial de Fútbol, por lo que se disponía a realizar una inimaginable inversión para mejorar todas sus infraestructuras. A Rivera le motivaba tanto la idea que confesaba no tener ningún inconveniente en retirarse como técnico en el emirato.
El duque de Palma encajó la propuesta con euforia y llegaba en el momento preciso. De nuevo, hasta en los momentos más complicados había un resquicio para la esperanza. Por fortuna una conjunción de fuerzas divina, a la que siempre recurría en los momentos de desesperación, se aliaba a su favor cuando parecía que todo estaba perdido. Solo quedaba por solventar una cuestión: que el juez José Castro y la Fiscalía Anticorrupción no le pusieran pegas y no advirtieran en ese movimiento un intento por eludir la acción de la justicia. A Cristina le pareció bien el plan y estaba dispuesta a hacer las maletas con los niños cuando acabaran el curso escolar. Todo por ver de nuevo a Iñaki sonreír y ser el que había sido antes de todo este asunto.
El sindicato Manos Limpias volvió a la carga y se interpuso de nuevo en el camino del matrimonio Urdangarin-Borbón solicitando la retirada del pasaporte del duque de Palma para evitar cualquier tentación de que se negase a volver. La letrada Virginia López-Negrete argumentaba que no es que mediara «riesgo de fuga» en esta operación, sino que se trataba de «una fuga en sí misma» a un país que, por si fuera poco, «no tiene tratado de extradición con España».
Pese a la impulsividad de la abogada, que proponía alternativamente, en el caso de que su petición fuera rechazada, que Urdangarin se personara periódicamente en el consulado español de Doha, tanto José Castro como Pedro Horrach tuvieron perfectamente claro desde el primer momento que no existía el más mínimo riesgo de que no volviera y que no iban a complicarle la vida más de la cuenta al yerno del rey. Consensuaron no oponerse a que Urdangarin entrenase al equipo del pequeño emirato del Golfo Pérsico de la mano de su antiguo compañero Rivera y por una vez coincidieron con Pascual Vives, que tildó de «desatino» la reclamación del sindicato.
El magistrado dictó la consiguiente resolución, en la que denegaba la retirada del pasaporte del duque de Palma, y dejaba vía libre a que el imputado rehiciera su trayectoria profesional como buenamente pudiera siempre y cuando atendiera a sus requerimientos y se personase en Palma cuando fuera necesario.
Bien, pues cuando todo parecía encarrilado y el margen de sorpresa se reducía a la mínima expresión por primera vez en todo este incontrolable proceso, una noticia inesperada hizo que la bóveda del firmamento volviera a derrumbarse sobre el duque de Palma y la infanta Cristina, hundiéndolos en la miseria más absoluta y llevándoles a pensar si había sido tan grave el pecado cometido como para soportar la más cruel de las penitencias.
Parecía una inocentada, una especie de broma macabra, otro cruel revés del destino, pero a medida que pasaban las horas, la pesadilla cobraba forma. La Federación de Balonmano Catarí rompía su silencio y anunciaba que «por ahora, no existe ningún plan para que Urdangarin se incorpore al equipo de Valero Rivera». El encargado de relaciones internacionales de la Federación, Ibrahim al Shahud, consideraba «innecesaria» la contratación del duque de Palma toda vez que Rivera ya contaba con «dos ayudantes» y ponía cuesta arriba la operación. Urdangarin tenía previsto firmar un contrato de dos años que llevaría aparejada, además de su labor de colaborador del seleccionador, la promoción del balonmano en ese país.
Hasta el rey había conversado en diversas ocasiones con el emir de Qatar, Hamad bin Jalifa al Thani, durante las últimas semanas y el embajador del emirato en España no tuvo ningún reparo en admitirlo. «Si en España hubiera alguna objeción oficial a que Urdangarin trabajase en Qatar, nosotros también nos opondríamos, pero no es el caso», abundó el diplomático árabe, Hamad Bin Hamad Al-Attiya. Disipaba así cualquier tipo de duda, confirmaba las conversaciones entre el monarca español y el emir catarí aunque evitaba entrar en su contenido y certificaba que la contratación era un hecho. No parecía, por otra parte, nada descabellado teniendo en cuenta la estrecha relación entre la familia real española y la del país árabe. Prueba de ello es que en la última visita a España del emir don Juan Carlos y doña Sofía quisieron tener la deferencia de acudir a recibirle a pie de pista en el aeropuerto de Barajas.
Pero el problema radicaba en un fleco que permanecía suelto y parecía volverse en contra de Urdangarin de forma virulenta. El duque de Palma no tenía carné profesional de entrenador por lo que, por mucho interés que pusiera Qatar en el empeño, no podía desempeñar oficialmente las labores para las cuales iba a ser contratado. Si bien la idea de Rivera pasaba por acompañarse por sus ayudantes Veroljub Kosovac y Ricard Franch y quería ampliar el cometido de Urdangarin a la promoción del balonmano, no tenía ningún sentido que fuera a Qatar sin licencia para entrenar. La federación catarí se percató de este extremo y dejó claro que no necesitaba para nada a un relaciones públicas en el equipo.
Las negociaciones se enrocaron por completo, la Casa Real desmintió haber intervenido para cerrar su fichaje y avanzó que, por lo tanto, no iba a hacerlo para desbloquearlo. La situación languideció hasta morir y se convirtió en otro episodio desafortunado de este proceso.
Ahora sí que la oscuridad se ciñó sobre la pareja, atrapada en su laberinto, sin capacidad de maniobra y con la sociedad española atónita al comprobar el último contratiempo. Se especulaba ya con que no podía ser posible tanta fatalidad junta y que aquel embrollo solo tenía sentido si era deliberado. Pero seguía pareciendo todo demasiado sofisticado para ser verdad. El destino se había conjurado para que todo le saliera mal al matrimonio y Cristina e Iñaki no daban una a derechas.
De nuevo surgieron las voces que aconsejaban la mudanza fuera de España, con trabajo de Iñaki o sin él. Se puso encima de la mesa la posibilidad de París, valorándose que se trata de una ciudad grande y cosmopolita en la que la colonia española no es excesivamente importante. Se retomó la idea de los países escandinavos (con Noruega o Dinamarca, cuyas realezas son familia directa de doña Sofía, como principal opción) y se reparó con interés en la alternativa de Londres, pero finalmente al deshojar la margarita salió Suiza.
«Urdangarin lo que quiere es trabajar. Donde fuere, donde pueda. No está en condiciones de elegir», declaró el letrado Pascual Vives, que reflejaba el grado de desesperación de su cliente. Cristina había cambiado al fin de parecer y era partidaria de que sus hijos fueran escolarizados en otro país porque las consecuencias del proceso judicial estaban ya afectando a sus hijos, concretamente al mayor, Juan Valentín, que no paraba de pedir explicaciones a sus padres y al que en el colegio no paraban de hacerle continuas referencias al affaire Nóos sus compañeros. El vástago de Iñaki y Cristina se había convertido en el eslabón más débil y en las excursiones que realizaba la familia los fines de semana su madre no se separaba de él, consciente de que necesitaba un apoyo extra, sin soltarle de la mano en todo momento.
La Caixa volvió a socorrer al matrimonio y, de común acuerdo con la hija del rey, acordó su traslado a Suiza. De entrada resultaba llamativo el destino en tanto en cuanto era uno de los lugares que había escogido Iñaki para esconder una parte de sus suculentos réditos al frente del conglomerado del Instituto Nóos, concretamente una comisión que cobró por intentar conseguir que la familia real jordana adjudicase a la empresa Aguas de Valencia una de las mayores obras de ingeniería del mundo: el trasvase entre el Mar Rojo y el Mar Muerto.
Salvada esta coincidencia, y con las preceptivas comisiones rogatorias libradas a Suiza para determinar si el duque de Palma tenía alguna cuenta más de las tres descubiertas en manos de personas de su más estricta confianza, Cristina de Borbón viviría en Ginebra con sus hijos. La decisión estaba tomada.
Su marido estaría a caballo entre España y el país helvético para poder centrarse en su defensa en el procedimiento judicial. El planteamiento de la entidad financiera pasaba porque Cristina de Borbón se incorporase a los programas que mantiene la Fundación La Caixa con las agencias de la ONU con sede en Ginebra. Asimismo, se comunicaba por parte de la Casa Real que la infanta colaboraría estrechamente en su nueva etapa con las fundaciones sociales y culturales del Aga Khan, lo que le permitiría tener otra retribución. El Aga Khan Development Network se encontraba a cargo de la hija mayor del multimillonario príncipe Karim Aga Khan. Zahra es la responsable de una plataforma que cuenta con más de ochenta mil empleados en treinta países y que ha llegado a ser bautizada como la segunda ONU. Administra un presupuesto de casi 300 millones de euros con los que financia trescientas escuelas, doscientos centros de salud, programas de agua y saneamiento así como construcciones contra terremotos. La amistad entre el rey don Juan Carlos y Karim Aga Khan siempre ha sido muy estrecha y acudió en 1997, en compañía de doña Sofía, al enlace de Zahra con el exmodelo inglés Mark Boyden.
Los Urdangarin-Borbón se decantaron por la opción suiza debido a la privacidad que les garantizaba el país, donde la intimidad es sagrada. Se acabaron las cámaras y los reporteros a la puerta de su casa y los paparazzi a la carrera buscando la última fotografía de los duques de Palma tras la enésima novedad judicial. Escogieron un ático en pleno centro de Ginebra y matricularon a sus hijos Juan Valentín, Pablo Nicolás, Miguel e Irene en la École Internationale de Ginebra, Ecolint, considerada como uno de los veinte mejores colegios del mundo, según el ranking que elabora cada año el periódico británico The Guardian. El curso cuesta una media de 25 000 euros anuales por alumno, más las tasas de inscripción y ayuda del mantenimiento de las instalaciones. Entre los alumnos más insignes de cuantos han pasado por el Ecolint se encuentran Michael Douglas, Indira Gandhi, Yasmin Aga Khan, Rita Hayworth, la reina Sirikit de Tailandia o Tatiana Santo Domingo, la esposa colombiana de Andrea Casiraghi, hijo de Carolina de Mónaco.
Iñaki empezó a evadirse en Ginebra perdiéndose en bicicleta por las calles del casco histórico de una ciudad que, como comentaba el matrimonio con sus amistades cuando llegaron, «tiene un tamaño como el de Vitoria». El ejercicio físico siempre le ha ayudado a pensar y a recordar. Cuán lejanos quedaban ya los tiempos en los que departía con sus amigos del alma en España, presumiendo de que «solo los tontos no se llevan dinero fuera». Aquellas veladas en las que, junto a su íntimo Álex Sánchez Mollinger, coincidían en lo beneficioso que resultaba tener cuentas en Suiza y se deslizaban comentarios sobre los problemas que habían tenido en alguna ocasión con el trasiego de dinero.
Entre gin-tonic y gin-tonic el duque de Palma contaba que le había pedido a su íntimo José María Treviño Zunzunegui, con quien se asoció en el fallido negocio del trasvase jordano, de los Zunzunegui de toda la vida, de los que habían tenido la concesión de Armani en España, que le trajera dinero de Londres en billetes y que en alguna ocasión había tenido algún problema en la aduana. De ahí que la Fiscalía Anticorrupción preguntase abiertamente a Treviño delante de la policía si se había dedicado a hacer de correo de los Urdangarin, a lo que respondió que la única explicación de sus continuos viajes a Londres se basa en que sus hijos estudian allí. «Claro que tenemos cuentas fuera», presumía hablando ya en plural del matrimonio. «Y las tenemos porque en nuestra familia siempre las han tenido», apostillaba sin reparar en la trascendencia de lo que estaba diciendo y olvidando que, al final, y sobre todo cuando vienen mal dadas, todo se acaba sabiendo.