Querido amigo: Todas las peripecias de mi vida me han hecho comprender que en la lucha social y política los nombres no significan nada; los hechos lo son todo.
Hace años, en un mitin celebrado en el Cine Pardiñas, en el que hablamos Saborit, Besteiro y yo y cuyos discursos se publicaron en un folleto, decía yo que si me preguntasen qué quería mi respuesta sería ésta: ¡República! ¡República! ¡República! Si hoy me hicieran la misma pregunta contestaría: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Luego que le ponga cada cual el nombre que quiera.
Aparte de los que dedicaba a mi familia, mis pensamientos estaban siempre en España. ¿Qué ocurrirá en España? ¿Qué porvenir le está reservado a España? Una vez terminada la guerra en la que han muerto millones de hombres con la ilusión de acabar con el fascismo y lo que él significa, ¿podrá subsistir un país con régimen político antidemocrático? Y empezaba a soñar con posibles soluciones para impedirlo.
Me traducían artículos y noticias sobre España publicados en periódicos alemanes y consideraba inverosímil lo que decían, pues creía que eran medios de propaganda fascistas para engañar y atemorizar a las gentes. Por ejemplo: decían que cuatrocientos mil «rojos» españoles estaban en la frontera franco-española; que se habían apoderado de diez ciudades y que habían constituido un Gobierno presidido por don Diego Martínez Barrios, y otras cosas que me parecían novelas inventadas para desorientar al pueblo alemán.
Desechando todo lo que hubiera de novelesco e imaginativo creía, no obstante, que debía hacerse algo.
Consideré indispensable que, circunstancialmente, se depusieran todas las rivalidades y querellas para constituir una fuerte unión de todos y trabajar conjuntamente para reivindicar el buen nombre de la República española del 14 de abril, desmintiendo las falsedades que contra ella se han propagado. Que era necesario y urgente restablecer el crédito de la República y de sus hombres representativos ante los demás países, a fin de que abandonasen su prevención contra España. Para ello debía emplearse el mitin, la conferencia, el periódico y el libro, gastando en esto el dinero que luego se ha empleado en empresas locas y condenadas al fracaso.
No he pensado en acciones violentas colectivas o individuales. Naturalmente que esto depende de la conducta del falangismo. He pensado en crear un ambiente internacional que asfixie al régimen de excepción de Franco.
Soñaba con que podría establecerse un régimen democrático que permitiera a España convivir con los países civilizados y, especialmente, con los pueblos americanos de habla española, donde tanta y tan importante labor hay que hacer y se puede hacer.
Pero me hacía cargo de que esa labor no la realizarán los que hoy usufructúan el Poder que usurparon, dada su probada incapacidad. Pero tampoco iban a realizarla los extraños, porque ni a ellos les corresponde ni les interesa, y a nosotros nos denigraría. Lo hemos de hacer nosotros, los españoles; los de la península y los que estamos en la emigración; nosotros estamos obligados a sacar a España de la miseria moral y material en que la han sumido.
Debemos evitar otra guerra civil. España está agotada, cansada; ha sufrido mucho desde julio de 1936; desea tranquilidad para reponerse. Como tengo dicho, ello depende del falangismo. Si persiste en el error de considerarse el amo de España obligará a apelar a todos los medios para salvarla.
Más para que esos deseos cristalicen en algo práctico, no puede soñarse ahora con establecer regímenes particularistas como los que figuran en los programas de tales o cuales partidos sino en restaurar la República que nació el 14 de abril.
Con residencia en Europa debe constituirse una Comisión o Comité integrado por representaciones elegidas de todos los partidos y organizaciones obreras que han defendido la República antes y durante la guerra civil. Dicha representación debe estar revestida de poderes y autoridad indiscutibles para realizar todos los trabajos y gestiones conducentes a los fines que se persiguen.
Logrado el objetivo, es decir, regresados a España, inmediatamente debe consultarse al pueblo español por medio del sufragio universal para que decida cómo han de administrarse sus intereses económicos, morales, espirituales y políticos; decisión que todos debemos acatar, comprometiéndonos a no abandonar la legalidad para defender nuestras ideas políticas o de cualquier otra naturaleza, en tanto que la República cumpla lealmente los preceptos de su Constitución y sus Leyes y, en este plan, trabajar con ahínco para lograr una rápida reconstrucción moral y material, poniendo freno a todos los egoísmos.
Acaso —y con razón— dirá usted: «Soñaba el ciego que veía». Mas ¿por qué este sueño no puede ser una realidad? Si no podemos convertirlo en realidad es porque no queremos. Porque preferimos seguir destrozándonos en la emigración con nuestros odiosos rencores sin querer dar al olvido, ¡aunque sea temporalmente!, cuanto nos separa o divide; porque aquellos que más inconvenientes y reparos ponen a una estrecha unión, son los que nunca realizaron nada en este sentido ni están en disposición de ánimo de hacerlo.
¡Y cuidado si yo tengo motivos para no olvidar ofensas! ¡Creo ser uno de los que más ofensas han recibido! Pues bien, yo las borraría todas de mi mente en aras del bien de España. ¡Y lo probaría con actos!
Cuando hablo así y por hablar así no he dejado de ser socialista marxista. Creo serlo más que antes, si ello es posible. Pero por eso soy esclavo de las realidades. El momento impone esa conducta que es oportunista, pero también es noble.
¿Es ésa la solución definitiva? Para mí, no. Debe trabajarse, siempre dentro de la legalidad democrática, para superarse en todo. De eso le hablaré a continuación.
París. Marzo de 1946. Le abraza. Francisco Largo Caballero.
Querido amigo: Por muchas vueltas que demos a nuestro magín; por muchas ilusiones que albergue nuestro espíritu nos veremos siempre forzados a reconocer que el socialismo integral no se puede organizar de manera súbita, sino por grados, por etapas y sistemáticamente.
Pienso yo que la primera etapa ha de ser la sustitución del capitalismo privado por el capitalismo de Estado realizado gradualmente, sin precipitaciones, sin saltos en el vacío, pero con paso firme, seguro, evitando los retrocesos, caminando siempre hacia adelante.
Para el desarrollo del régimen, es necesario un sistema político apropiado, que reciba el estímulo del conjunto del país. La evolución del régimen no puede ser confiada a los que creen que el régimen actual es natural e inmutable y, por lo tanto, permanente. Tiene que ser obra de todos los trabajadores unidos por un ideal común: el de la total liberación de la Humanidad. Pero hay que tener paciencia; no pretender realizar obra tan colosal sin el natural concurso del tiempo. Debemos pensar que nuestra impaciencia, haciéndonos dar pasos en falso, puede retrasar muchísimos años lo que queremos lograr de inmediato.
El sistema político para esa transformación gradual tiene que ser de un respeto absoluto a la libertad —¡no de libertinaje!, entiéndase bien— basado, no en imitación de instituciones artificiales o artificiosas, sino en las que tengan positivo arraigo en el pueblo por su naturaleza y por su historia y tradición sanamente interpretadas.
Pienso que sería bueno suprimir el régimen provincial, sustituyéndole por el regional. Las provincias son una caricatura de los Departamentos franceses, que no tienen arraigo nacional. Todos preferimos denominarnos catalanes, aragoneses, castellanos, andaluces, vascos, etc., mejor que barceloneses, zaragozanos, zamoranos, gaditanos, o iruneses, etcétera.
Para tal fin, España debe estructurarse en regiones con tradición, y que, lejos de debilitar los sentimientos patrióticos, estoy seguro de que le fortalecerían.
Organizadas las regiones, los Municipios deben tener garantizada una plena autonomía económico-administrativa que les libre del caciquismo provincial, regional o nacional. La nación o la región pueden concederles en usufructo bienes que les pertenezcan por naturaleza o de derecho, y tanto entre municipios y regiones como entre éstas y la representación nacional pueden establecerse conciertos económicos.
De todo esto tengo ampliamente expuesto mi pensamiento en un trabajo —hecho también en el exilio— y que titulo Un Programa de Gobierno que aún permanece inédito,[11] por cuya razón creo innecesario continuar aquí exponiendo las medidas y resoluciones que me parecen necesarias para llevar a cabo una profunda reorganización de España que ponga a ésta en camino de ocupar en el mundo el lugar que merece y asegurar a los ciudadanos españoles el disfrute de la Libertad, Paz y Tranquilidad, que conquistadas con su esfuerzo sabrán defender de todo ataque.
París. Marzo de 1946. Le abraza. Francisco Largo Caballero.