París, 7 de enero de 1946. Queridos hijos: Carmen ya os ha contestado sobre todos los asuntos de familia; yo os informaré de cosas relacionadas con el problema de España en el cual vengo interviniendo desde mi llegada a París. Esta carta y los documentos adjuntos os los envío a título de información a fin de que podáis juzgar cuando os hablen de mi posición política.
El hombre propone…
Después de haber sido víctima de las intrigas que me hicieron dimitir la Presidencia del Partido y más tarde provocaron la crisis del Gobierno que presidía en mayo de 1937; después de echarme de la Presidencia de la minoría parlamentaria y de la Comisión Permanente de las Cortes, y luego de la Secretaría de la Unión General de Trabajadores, y, por último, la campaña indigna por difamatoria hecha contra mí entre mítines y periódicos, presentándome como el enemigo número uno de la clase trabajadora, hice el propósito de no intervenir en nada relacionado con la emigración de los españoles. Así lo cumplí hasta que fui detenido por los alemanes. Esta idea de inhibición se afirmó más en mi espíritu durante el tiempo de mi estancia en poder de los alemanes. Mi ilusión era salir en libertad, reunirme con Carmen y la tía, y después reunimos todos en México, donde viviría tranquilo en el seno de la familia aguardando el momento de poder celebrar en España sendos Congresos, del Partido y de la Unión General, donde se nos juzgaría a todos por nuestra actuación en España y en el exilio, y luego, definitivamente, retirarme de toda actuación política. Pero, «el hombre propone y los acontecimientos disponen».
Al volver de Alemania a Francia he recibido varias sorpresas. Me encontré organizados un Partido Socialista Obrero Español y una Unión General de Trabajadores de España en Francia, siguiendo el criterio por mí sustentado desde el comienzo de la emigración, es decir, no considerarnos representación de los organismos residentes en nuestro país, sino de los exilados, exclusivamente, si éstos nos elegían. Al mismo tiempo conocí las dificultades que se habían tenido que vencer hasta ver constituidas dichas organizaciones. Esto me produjo gran satisfacción y solicité mi ingreso en el Partido y en la Unión.
Otra de las sorpresas que recibí fue ver en los cargos principales del Partido y de la Unión General a Trifón Gómez (vicepresidente del Partido y presidente de la Unión), Saborit (vocal de la Unión) y Muiño (vicesecretario de la Unión), en compañía de De Francisco, Llopis, Pascual Tomás y otros compañeros.
Trifón, Saborit y Muiño son los boicoteadores del movimiento de diciembre de 1930 cuyo objetivo era instaurar la República, a pesar del compromiso contraído; entonces consideraban que los trabajadores no debían cooperar al establecimiento de la República burguesa. Estos mismos individuos fueron enemigos de la huelga del 34, hasta el punto de publicar un periódico, «Democracia», con el único objeto de injuriar y calumniar a los que tomamos parte en ella, que estábamos en la cárcel y además representábamos al Partido por haber sido elegidos en el Congreso de 1932.
Por este hecho, la Agrupación Socialista Madrileña suspendió los derechos a Saborit, Director de «Democracia». No tengo noticias de que dichos individuos hayan hecho ninguna declaración rectificando su error. Por si esto fuera poco Trifón Gómez era ya ministro del Gobierno fantasma presidido por Giral.
Cuando entré en casa de Calviño y me salieron al encuentro, alargándome la mano, me resultó muy desagradable. Pero ¿qué podía hacer? ¿Estaba yo, en esos momento, en situación de recordar a Trifón y a Saborit sus traiciones y recriminar a De Francisco, Llopis y Pascual Tomás por haber reivindicado a los primeros y colaborar con ellos? Era imposible.
Toda esa mezcolanza me hizo creer que se había llegado a un acuerdo tácito para una tregua en la lucha interna, a fin de aunar los esfuerzos, haciéndolos más eficaces, para derribar al régimen de Franco. Esta creencia se afirmó más en mi espíritu al enterarme que durante mi odisea se habían preocupado por mi suerte amigos y enemigos políticos y personales, incluso los individuos de que he hecho mención.
Por otra parte, me informaron de la existencia en Francia de otro Partido Socialista Obrero Español y de otra Unión General de Trabajadores de España, dirigidas por Amaro del Rosal, Enrique Santiago, Julio Hernández, Julia Álvarez y otros, pero no me dijeron una palabra acerca de la actitud de intransigencia contra estos elementos y contra el Partido Comunista, hasta el extremo de no aceptar el diálogo, de palabra o por escrito con ellos.
Las cartas y telegramas recibidos felicitándome por mi libertad, incluso de los socialistas que en España me persiguieron como a un perro rabioso, han sido muchos. Las entrevistas que me han solicitado, con el mismo objeto, han sido numerosas; todavía, al escribir estas líneas, no han cesado las visitas diarias, de todos los sectores de la política española y del extranjero. Yo no quiero, ni debo hacer una discriminación o excepción entre los solicitantes; primero, porque mi costumbre de siempre ha sido, en el orden político, mantener con mis mayores enemigos políticos, hasta con mis difamadores, relaciones correctas, por no tratarse exclusivamente de mi persona, sino del Partido y de la Unión, aunque tenga que hacer cosas contra mi voluntad, sin que esto sea óbice para mantenerme inflexible en la defensa de las ideas y tácticas socialistas. Jamás he temido el contagio de las ideas contrarias; mis convicciones están lo suficientemente arraigadas para que puedan ser desviadas en una simple conversación. Además, por un elemental deber de gratitud no debía negarme a recibir a nadie, pues acaso cometiera el error de negarlo a quien se había interesado por mi libertad; eso no sería decente. Por ello he recibido y estoy recibiendo, a todo el que quiere verme. Yo no he llamado a nadie, ni he deseado entrevistarme con nadie.
Una de las entrevistas fue con el Comité del Partido Comunista de España. Nadie podrá alegar más motivos de agravio con los comunistas que yo; hablé con ellos en los términos de mayor cordialidad posible.
Después de charlar sobre la vida en el Campo de Oraniemburg condujeron la conversación hacia el tema de la colaboración y la unificación. Mi contestación fue clara y terminante:
«Lo considero imposible —dije—, antes es necesario crear un clima de respeto y consideración mutuos, evitando las ofensas personales en el periódico o en el mitin. Hecho eso, si los acontecimientos políticos lo imponen, será posible, algún día, colaborar juntos y así la acción conjunta será eficaz». Yo no hipotequé la conducta política del Partido para el porvenir. Sin embargo, esto se ha visto con disgusto por las Ejecutivas del Partido y de la Unión y ha sido discutido con acritud en algunos Grupos departamentales, haciéndose manifestaciones como éstas:
Saborit: Valiera más no hubiera ingresado todavía en el Partido.
Un afiliado: ¡Ojalá se hubiera quedado en Alemania!
¡Hasta ese punto tienen envenenado el espíritu!
En otra entrevista. Amaro del Rosal y Enrique Santiago me manifestaron que se habían presentado en el Congreso Mundial de Sindicatos dos proposiciones en favor de España. Una firmada por Amaro y otra por Pascual Tomás. Expusieron el deseo de celebrar, las Uniones Generales, una reunión conjunta presidida por mí y tratar de ponerse de acuerdo a fin de presentar una sola proposición firmada por los dos y evitar así aparecer divididos, impidiendo la repetición del lamentable espectáculo del Congreso de Londres. Contesté que no era de mi incumbencia resolver ese pleito, sino de las dos partes, y en cuanto a que yo presidiera la reunión, no lo aceptaría sino a petición de las organizaciones.
Pascual Tomás recibió de Amaro del Rosal, una carta proponiéndole lo mismo que a mí. Después de discutirlo entre las dos Ejecutivas de la Unión me comunicaron su conformidad, incluso en que yo presidiera. Se celebraron dos reuniones y llegaron al acuerdo de presentar una sola proposición firmada por Pascual y Amaro. Durante las reuniones. Amaro y los que le acompañaban propusieron fuera yo el defensor de la propuesta en el Congreso, a lo cual me negué rotundamente. No he tenido en este asunto ninguna otra intervención.
Como el hecho estaba en contradicción con las manifestaciones anteriores de no tener trato alguno con los disidentes, los afiliados han pedido a las Ejecutivas explicaciones, y como han hecho creer que las reuniones conjuntas se celebraron a indicación mía, no siendo verdad, sino para cubrir su inconsecuencia, no dando en el periódico información exacta de lo sucedido, manteniendo así el equívoco, ha recaído sobre mí la sospecha de una intromisión mía, lo cual ha originado discusiones en las asambleas departamentales nada favorables a mi persona.
La Sociedad Francia-España organizó un mitin en favor de nuestro país, dicho acto era público, fue presidido por un francés, hablaron en él el señor Pórtela Valladares, el Secretario de la C.G.T. de Francia, Saillant, un delegado de los Estados Unidos de América del Norte al Congreso Mundial de Sindicatos y un comunista: «La Pasionaria». Fui invitado como espectador a sentarme en la Presidencia; no estoy afiliado a dicho organismo, no ostenté representación alguna y no hice uso de la palabra. También ha sido esto motivo de disgusto en las Ejecutivas y en algunos Grupos departamentales, so pretexto de que intervienen, en esa organización, comunistas, dando origen a discusiones desagradables llegándose a afirmar que yo no debía asistir a esos mítines.
El señor Giral hizo, antes de llegar yo a París, al Partido y a la Unión en Francia una consulta sobre si podía ampliar el Gobierno con representaciones del Partido Comunista y de los disidentes. Las comisiones Ejecutivas contestaron favorablemente a la entrada de los primeros y en contra de los segundos. No he intervenido, ni directa ni indirectamente, en el asunto, todavía no estaba en París, pues a pesar de eso, se ha hecho creer, con mala fe, que he sido yo el autor o inductor de la contestación levantando gran marejada en México entre los elementos contrarios a esa opinión.
Han sido muchos los periodistas que me han hecho «interviews» y varios los artículos que yo he hecho; también he escrito muchas cartas contestando a compañeros que me pedían opinión sobre problemas políticos y de la emigración; en ninguna parte he dicho que el Partido Socialista debe acercarse, colaborar o fusionarse con el comunista. Lo dicho por mí ha sido que, en política, es un error mantener relaciones de agresividad con elementos afines, que conviene tenerlas lo más correctas posible, pero siempre manteniéndonos en nuestras posiciones. He manifestado que es contrario a todo sentido político afirmar que no se colaborará jamás con cualquiera de los partidos antifascistas porque eso es hipotecar la conducta del Partido Socialista para el futuro, afirmaciones que, como tengo dicho varias veces, un acontecimiento político, por ejemplo, unas elecciones, nos puede obligar, contra nuestra voluntad, a rectificar dicha afirmación, quedando en una situación nada airosa.
Esto se ha tergiversado por ignorancia en unos y de mala fe en otros, haciendo uso de mis cartas privadas en actos públicos a fin de presentarme entre los correligionarios como defensor de actitudes políticas contrarias a mis pensamientos.
Carta a las C.C.E.E. del P.S.O.E. y de la U.G.T. que trata de la Libertad Individual.
En vista de esto y para saber a qué atenerme en lo sucesivo, he dirigido a las Comisiones Ejecutivas la carta que sigue:
«Estimados compañeros: Siendo evidente que mis entrevistas con algunos elementos políticos no pertenecientes al Partido ni a la Unión, y mi asistencia, como espectador, al mitin en favor de España organizado por el Comité Francia-España, han sido vistos con disgusto no sólo por esas Ejecutivas, sino por algunos afiliados, hasta el punto de producirse discusiones violentas en las reuniones departamentales; conociendo que por ese motivo miembros de esas Ejecutivas han pronunciado frases como ésta: “Más valía que hubiera retrasado su ingreso…” y algunos afiliados ésta otra: “Ojalá se hubiera quedado en Alemania”, y no siendo mi propósito perturbar la armonía dentro del Partido y de la Unión, como tampoco estar dispuesto a consentir se me coarte la libertad individual, en tanto no realice actos contrarios a los principios fundamentales de nuestro Partido y de nuestra Unión General, me veo obligado a dirigiros las preguntas siguientes:
»¿Pueden los afiliados celebrar entrevistas particulares con personas pertenecientes a otros organismos políticos o sindicales, siempre que en dichas entrevistas no se trate nada en contra del Partido y de la Unión?
»¿Es permitido a los afiliados asistir como particulares a actos públicos organizados por entidades adversarias de las nuestras?
«¿Pueden los afiliados exponer, pública o privadamente su opinión sobre problemas políticos o sindicales relacionados con el Partido y la Unión General y acerca de la emigración y la vuelta a España?»
He recibido la contestación siguiente:
«Las Comisiones Ejecutivas del Partido y de la Unión han conocido su carta, la han examinado y han acordado contestarla en los siguientes términos:
»Las Comisiones Ejecutivas no han examinado en ningún momento el hecho de que usted haya celebrado las entrevistas a que se refiere; lo que sí hemos examinado son las consecuencias que fatalmente se derivarían de la explotación que de esas entrevistas harían sus visitantes en cuestión. Sospechábamos que las presentarían con la mala fe en ellos habitual; que tratarían de acentuar determinadas expresiones de usted, con el fin de acusar posibles discrepancias, o, en todo caso, para producir confusión entre nuestros militantes.
»No nos equivocamos. Nuestros compañeros quedaron, al principio, sorprendidos por las noticias, que fueron seguidas inmediatamente por una “ofensiva de paz”, ya que muchas de nuestras Secciones locales, por no decir todas, recibieron la visita de representantes de esos elementos a fin de “establecer relaciones”, “como se ha hecho en París”, de “acuerdo con lo que piensa Caballero”, “para ayudar la tarea de nuestros dirigentes” y otras fórmulas más por el estilo, con que obsequiaron a nuestros compañeros.
»A pesar de los esfuerzos realizados en ese sentido, justo es proclamarlo, no han logrado resquebrajar la disciplina de ninguna de nuestras Secciones. Lo que sí han conseguido, es que hayamos recibido no pocas consultas y demandas de información. Precisamente por eso, la Comisión Ejecutiva del Partido, en su Circular número 28 dirigida a sus Secciones, fechada el 20 de octubre, dijo lo siguiente:
“‘…A saludarle —a usted— han acudido, además, otros elementos, cuya visita ha sorprendido a muchos compañeros nuestros, a juzgar por las consultas que nos hacen.
»Sepan esos compañeros nuestros que el hecho de que nuestro camarada Largo Caballero —nuestro afiliado, ya que, en cuanto llegó a París, cumpliendo, como siempre, sus deberes de socialista, se dio de alta en nuestra Organización—, haya recibido a los comunistas y a los escisionistas —Caballero ha recibido y recibe, como siempre, a todo el que quiere verle—, y el hecho de que en la conversación haya sostenido el criterio justo de que hay que cesar toda campaña de injurias y calumnias para crear el clima moral que haga posible en su día, el diálogo entre todos los sectores proletarios —ni más ni menos que lo que venimos diciendo y practicando nosotros desde siempre—, han sido interpretados tendenciosamente y explotados con estruendo por quienes tratan de sembrar la confusión entre nuestros compañeros. Eso es todo lo sucedido. Nuestros compañeros no tienen por qué sorprenderse ante esa campaña típica, que no es ciertamente la primera, ni será seguramente la última”.
»Como usted ve, por los términos mismos de nuestra Circular, la Comisión Ejecutiva del Partido, no enjuicia las entrevistas en sí mismas sino la explotación que de ellas hicieron los visitantes.
»No le ocultamos, desde luego, que las energías que llevamos consagradas a tranquilizar a nuestros compañeros, por este asunto, hubiéramos preferido emplearlas en labor más constructiva.
»En cuanto a la asistencia de usted, como espectador, al mitin organizado por el Comité France-Espagne, podemos decir lo mismo, siquiera en este asunto haya concurrido la circunstancia —aparte la significación personal de usted, cuyos gestos tendrán siempre, contra su voluntad, el eco singular inherente a su prestigio— que ha dado mayor realce al hecho, de haber ocupado usted un puesto en la tribuna presidencial, aunque nosotros no ignoramos cómo se produjo el hecho.
“Respecto a la frase que se atribuye a miembros de nuestras Comisiones Ejecutivas, podemos asegurarle que en ninguna de nuestras reuniones ha sido pronunciada por compañeros nuestros semejante expresión, ni otra alguna susceptible de tamaña interpretación. Por el contrario, las Comisiones Ejecutivas han expresado su gran alegría y su más viva satisfacción por la incorporación de usted a nuestras Organizaciones.
»En cuanto a la frase que se pone en boca de “algunos afiliados nuestros”, ha querido la casualidad que el compañero Secretario general del Partido se haya enterado de ello, bien fortuitamente por cierto, durante su viaje a Marsella hace unos días. Y la verdad de los hechos es la siguiente: Al llegar a conocimiento del Secretario general de aquel Comité Departamental de la UGT el hecho de que se había proferido semejante frase, comenzó las averiguaciones previas para incoar expediente. Y de sus averiguaciones resultó que, un compañero, hablando con otro, dijo, refiriéndose a usted: “¡Ojalá se hubiera callado!” Quien oyó la frase, al repetirla, dijo lo que creyó haber oído, esto es, “¡Ojalá se hubiera quedado!” Y como quedarse usted no podía quedarse más que en Alemania, la frase quedó transformada, al repetirla, en “¡Ojalá se hubiese quedado en Alemania!”, que es como, con envidiable celo, se la han transmitido a usted. Ésa es la verdad de cuanto ha ocurrido. Un caso típico de los muchos que registra la llamada psicología del testimonio. Por lo demás, si tuviésemos que hacernos eco de cuanto dicen que se dice y de cuanto se asegura haber oído, que se trae y se lleva, consciente o inconscientemente, con mejor o peor intención, no acabaríamos nunca. Los compañeros de Marsella, dicho sea en honor a la verdad, han dado muchas pruebas y siguen dándolas de la gran devoción que sienten por usted.
«Termina usted su carta haciéndonos tres preguntas:
»La primera dice: ¿Pueden los afiliados celebrar entrevistas particulares con personas pertenecientes a otros Organismos políticos o Sindicales, siempre que en dichas entrevistas no se trate nada en contra del Partido y de la Unión?
»Nuestra contestación es afirmativa.
»La segunda pregunta dice: ¿Es permitido a los afiliados asistir, como particulares, a actos públicos organizados por entidades adversarias a las nuestras?
»Nuestra contestación es igualmente afirmativa.
»La tercera pregunta dice: ¿Pueden los afiliados exponer pública o privadamente su opinión sobre problemas políticos o sindicales relacionados con el Partido y la Unión General y acerca de la emigración y la vuelta a España?
»A esta pregunta, por desgracia, no podemos contestar, como a las anteriores, con un monosílabo. Aun a trueque de alargar un poco más esta ya demasiado larga carta, tenemos que hacer algunas reflexiones. Claro está que nos damos perfecta cuenta de lo absurdo que resulta que nosotros nos permitamos decirle a usted —a usted, que ha formado parte durante tantos años de las Ejecutivas del Partido y de la Unión, hasta el punto de que no habrá jurisprudencia, si vale la expresión, en nuestras Organizaciones que no haya sido sentada por Ejecutiva en la que usted interviniese— lo que puede y debe hacer un militante nuestro. Ya sabemos que lo que usted desea es conocer el pensamiento, el criterio de estas Ejecutivas. Pudiéramos contestarle brevemente diciendo: “Estas Ejecutivas reconocen a sus militantes los mismos derechos que en España reconocían a sus militantes las Ejecutivas de que usted formaba parte”. Pero tememos que esta respetuosa respuesta no le satisfaga a usted, ya que lo que usted desea conocer es el pensamiento actual de las Ejecutivas actuales. Por eso se lo vamos a exponer, seguros, por lo demás, de no decir nada nuevo.
»El Partido y la Unión, en Francia, no han cambiado las costumbres, ni las normas que se tenían en España. Así, al menos creemos nosotros. Por lo tanto, nuestros afiliados, aquí, gozan de los mismos derechos que allí tenían. Si alguna aclaración al ejercicio de esos derechos merece hacerse, sería la de desear que en todo momento se tengan presentes las circunstancias del exilio y la situación especial de nuestro Partido, todavía convaleciente y en período de reconstrucción. Esto es, que esas circunstancias y esa situación, quizás aconsejen a nuestros militantes la conveniencia, en determinados casos, de autolimitarse sus propios derechos. O por lo menos de autorrestringirse el ejercicio de los mismos.
»El Partido y la Unión, en Francia, han celebrado sus Congresos y unos Plenos Nacionales, en los que han afirmado una política y han adoptado unas posiciones, que las Ejecutivas procuran aplicar, seguir y, cuando es menester, adaptar a las exigencias de la realidad. De esa política y de esas posiciones —no obstante haber sido aprobadas por unanimidad— se puede discrepar, desde luego. Creemos que las Asambleas son los lugares y los momentos adecuados para exponer esas discrepancias, caso que existan, y para expresar iniciativas en las que no hayamos pensado. Sin embargo nuestras Ejecutivas no sienten el fetichismo del procedimiento. Cualquier afiliado puede dirigirse directamente a nosotros. Nosotros, después, si ha lugar, encauzamos el procedimiento.
»Después de lo que acabamos de decir, esto es, siendo ésa nuestra conducta, nos dolería que se pudiese mermar la autoridad de las Ejecutivas, haciendo públicas las discrepancias que pueden existir, sin haberlas discutido previamente, con nosotros, sea directamente, sea por conducto de las Secciones respectivas.
»Eso en cuanto a las discrepancias que, por el hecho de publicidad, pueden disminuir la autoridad de las Ejecutivas. En cuanto a si se pueden exponer pública o privadamente opiniones, iniciativas o soluciones a nuestros problemas, el derecho de todo militante a hacerlo es, a nuestro juicio, evidente. Pero volvemos, nuevamente, a lo que decíamos antes. Si lo que se pretende es que el Partido y la Unión hagan determinadas cosas o adopten determinadas actitudes distintas de las mantenidas hasta ahora o en las que no hemos pensado, deben nuestros militantes dirigirse previamente a sus Ejecutivas.
Por lo demás, nuestra única preocupación es acertar. Nuestra gran obsesión es acrecentar el crédito y la autoridad del Partido y de la Unión, para que sean en todo momento expresión fiel de las ansias del proletariado español. Por eso agradecemos sinceramente cuantas ayudas se nos presten en ese sentido. Por eso deseamos, por eso pedimos encarecidamente que militantes como usted —usted más que nadie—, nos aconsejen y ayuden a realizar la tarea que nos confiaron nuestros compañeros en los últimos Congresos del Partido y de la Unión celebrados en Francia. Seguros estamos de que el consejo de usted no habrá de faltarnos nunca, como ya nos lo ha demostrado, para bien de nuestras ideas y para engrandecimiento del Partido y de la Unión.
»Sabe que, como siempre, quedan suyos y de la Causa Obrera y Socialista.
»Por las Ejecutivas del Partido y de la Unión General. El Secretario general de la U.G.T., Pascual Tomás. El Secretario general del Partido Socialista Obrero Español, Rodolfo Llopis».
A esa carta contesté con otra en los siguientes términos:
«Como no es mi propósito polemizar, me limito a deciros que la contestación a la última pregunta no me satisface.
«Puesto que hacéis referencia a las costumbres y normas de la Unión General en España me permito, a título de información, recordaros lo que sigue:
«Declaración de principios.
»La Unión General de Trabajadores de España es una institución eminentemente de productores, organizados por grupos afines de oficio y profesiones liberales, que, para mantenerse en sólida conexión, respeta la más amplia libertad de pensamiento y táctica de sus componentes, siempre que estén dentro de la orientación revolucionaria de la lucha de clases y tiendan a crear las fuerzas de emancipación de la clase obrera, asumiendo algún día la dirección de la producción, el transporte y la distribución e intercambio de la riqueza social.
»Artículo 2°, letra a) La Unión General de Trabajadores de España, en virtud de las variadas tendencias ideológicas y doctrinarias sustentadas por los obreros afiliados a las organizaciones federadas, es una organización completamente democrática, y con el fin de mantener la unidad orgánica, material y moral entre los trabajadores, necesaria para realizar los fines enunciados, sostiene:
»a) Que los afiliados tienen completo derecho para hacer propaganda de sus especiales puntos de vista en lo que respecta a la organización y que esta libertad no puede ser restringida ni coartada, siempre que ella no se haga a base de diatribas, calumnias o difamación de los principios y acción de la Unión General.
»Ésta ha sido la costumbre y norma de nuestro organismo sindical en España, pudiendo así hacerse grande y ser respetada por sus mayores enemigos.
»Los Estatutos de la Unión General en Francia, en su base 7.ª, dicen:
»Los Grupos o afiliados que no acaten las resoluciones de la U.G.T. o que hagan manifestaciones contrarias al espíritu de las mismas, serán igualmente dados de baja.
»Yo me acojo a las costumbres y normas de la Unión General de España, porque son la democracia, la libertad, el libre examen, con el máximo respeto a las personas. Lo establecido en Francia me repugna, porque es la restricción y la coacción del pensamiento, es incompatible con los ideales que persigue la clase trabajadora».
Estos hechos me han colocado en situación delicada dentro del Partido y de la Unión, agravada al observar que los periódicos socialistas, sistemáticamente, no quieren publicar una línea para explicar el asunto.
Además, revisando los periódicos me entero de resoluciones tan contrarias al espíritu y a la letra de nuestras organizaciones en España que seguramente, de haberlo visto antes, habría reflexionado mucho si debía o no solicitar el ingreso.
Entre otras me encuentro dos merecedoras de ser comentadas:
«La Unión General de Trabajadores de España en Francia declara en virtud de acuerdos adoptados en su último Congreso celebrado en España, su solidaridad con el Partido Socialista Obrero Español. A este efecto, en su actuación en Francia, se considera representada en el orden político, por dicho Partido, al que apoyará en su campaña en pro del restablecimiento de la legalidad republicana en nuestro país». (Boletín de la U.G.T., diciembre de 1944).
Al leer esto mi asombro no tuvo límites. ¿En qué preceptos reglamentarios o antecedentes de nuestra U.G.T. se puede haber fundado esta resolución? En ninguno. Sólo un prejuicio o celos contra los sindicatos puede haberla inspirado, sin tener en cuenta los graves perjuicios que, de cumplirse, ocasionaría a la clase trabajadora. Por fortuna los hechos han venido a demostrar la imposibilidad de hacer efectivo acuerdo tan absurdo.
La teoría del apoliticismo en los sindicatos es ocasionada por el desconocimiento absoluto de lo que es la lucha de clases, y está en pugna con los principios marxistas. Ésa es la teoría clásica del anarquismo bakuninista que produjo la escisión en el movimiento obrero internacional. Toda lucha económica de la clase obrera lleva inherente la lucha política. Es incomprensible que cuando la Confederación Nacional del Trabajo de España, abandona su apoliticismo lo recoja la Unión General de Trabajadores de España, pasando, teóricamente, de la acción política a la acción directa.
Pero dicho acuerdo, ¿puede hacerse efectivo? Veámoslo con algunos ejemplos.
En agosto de 1917, se declaró en España una huelga general cuyo propósito fue cambiar el régimen monárquico por el republicano. ¿Era un acto político? Indudablemente. Según dicha resolución, la U.G.T., debía haber dicho al Partido: «Como tú me representas en el orden político, la huelga la realizas tú, yo no debo mezclarme en los problemas políticos como el derrocamiento de la monarquía». ¿Podría o debía hacerlo? Cualquiera que tenga un poco de buen sentido habrá de declarar que era imposible sustraerse al cumplimiento de ese deber, porque el Partido no podía realizar el movimiento huelguístico.
El año 30, el Comité revolucionario, requirió al Partido y a la U.G.T. a fin de que se adhiriesen al movimiento con objeto de implantar la República, afirmando que si no cooperaban, sería imposible realizarlo y por lo tanto no se podría proclamar la República. La única cooperación que reclamaba era la huelga general pacífica. Dicho movimiento, ¿era un acto político? Evidentemente. La huelga, ¿a quién correspondía declararla? ¿Al Partido o a la U.G.T.? Sin duda a la última. ¿Podría decir al Partido que como la representaba en el orden político, la hiciese él? Sería absurdo.
En octubre del 34, los partidos enemigos de la República se decidieron a dar el asalto al Poder, entrando en el Gobierno del señor Lerroux. Se trataba de un problema eminentemente político, había que realizar un acto de protesta enérgico a fin de evitarlo, ese acto era el paro general. ¿Quién podría declararlo? ¿El Partido solo? No. La U.G.T., o ambos conjuntamente. En ese caso no se consideró tampoco la U.G.T. representada, en el orden político, por el Partido. ¿Es que, como nuestros enemigos, vamos a condenar las huelgas políticas?
Se dirá: eso era en España, en Francia es otra cosa.
La Junta de Liberación, ¿qué hace? ¿Política? Entonces no tiene sentido que esté representada la U.G.T. estándolo el Partido Socialista Obrero Español, el cual según la resolución tomada, representa a aquélla en el orden político.
Se celebran actos públicos de apoyo y adhesión al Gobierno del señor Giral. Son actos políticos, sin embargo, en ellos toma parte activa la U.G.T., a pesar de considerarse representada por el Partido, en el «orden político».
El señor Giral solicitó un representante de la U.G.T. para formar parte del Gobierno que él preside. Si se considera representada, «en el orden político», por el Partido y formando éste parte del Gobierno, ¿por qué designó como Ministro suyo a su Presidente? Lo lógico era haber renunciado por considerarse ya representada «en el orden político».
Es indudable que la Federación Mundial de Sindicatos, si quiere hacer algo eficaz, habrá de realizar presión sobre los gobiernos de todos los países al objeto de que rompan las relaciones diplomáticas y económicas con Franco; esta acción tiene un verdadero carácter político.
Es que, ¿debe delegar en la Internacional Socialista que es el organismo eminentemente político? No creo lo haga así. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que ningún organismo obrero consciente de su misión debe renunciar a su acción política, so pena de morir por inacción.
En los Estatutos de la U.G.T. de España, en el artículo primero, que trata del objeto a cumplir, en el punto 6.° se dice:
«Intervenir constantemente, en todos los problemas nacionales que afecten a la clase trabajadora, y defender las libertades individuales, actuando sobre el Poder público para que sean respetados». ¿Puede cumplirse ese deber delegando en un partido, aunque éste sea el Socialista, todo lo concerniente al orden político? Sin hacer política, ¿cómo podrían las Sociedades Obreras obtener de los gobiernos la Legislación del Trabajo consignada en los acuerdos del Congreso Internacional de 18 89? Sin hacer política, ¿cómo habría podido concurrir la U.G.T. a las Conferencias Internacionales del Trabajo, ni haber tenido intervención en el Instituto de Reformas Sociales, primero, y en el Consejo de Trabajo, después, donde se discutía, no ya con patronos solamente, sino con los representantes del Gobierno? Lo importante es que la U.G.T. haga política socialista y no que delegue su actuación, «en el orden político», en ningún partido, sino en todo caso, actuar conjuntamente en los problemas que coincidan sus opiniones, pero siempre conservando su personalidad e independencia.
Sospecho que los autores de tan desdichada resolución han pensado que no existe más acción política que la lucha electoral y les ha conducido a ello, la idea nada nueva, para algunos, de apartar a los sindicatos de las luchas electorales. Otro error. En España existen pueblos donde no hay Agrupación Socialista y las Sociedades Obreras han elegido concejales. ¿Hubiera sido mejor dejar el campo libre a los enemigos de los trabajadores? En elecciones generales muchas organizaciones obreras han votado cantidades importantes para gastos de las elecciones y han hecho intensa propaganda en favor de las candidaturas socialistas, ¿qué ha perjudicado esto al Partido ni a las ideas socialistas? ¿Habría sido mejor se limitasen a reclamar más salario y menos horas de trabajo? ¿Y si se ponen candidaturas frente a las del Partido?, dirán algunos. ¿Es que la resolución de delegar en el Partido Socialista lo referente a la acción política puede evitarlo, o provocarlo? Eso no ha sucedido nunca ni sucederá si las direcciones de la U.G.T. son socialistas y se conducen como tales.
Otra de las cosas que me ha producido desencanto ha sido el criterio establecido acerca de la libertad de opinión dentro de nuestra Sindical, en Francia.
La Base 7.ª de los Estatutos declara: «Los grupos o afiliados que no acaten las resoluciones de la U.G.T. o que hagan manifestaciones contrarias al espíritu de las mismas, serán igualmente, dados de baja».
¿Cómo es posible que la U.G.T. obligada a defender la libertad de opinión prohíba en su seno exponerlo libremente, siempre respetando a las personas? ¡Qué diferencia de dicha Base con el artículo 2.° de los Estatutos de la Unión de España!
La diferencia entre el espíritu y la letra de la base 7.a de los actuales Estatutos y la Declaración de Principios y artículo segundo de los de España, es enorme. La primera representa la restricción y coacción del pensamiento, la autoridad; y el segundo, como la Declaración de Principios, es la libertad, la democracia, el libre examen, el derecho a cooperar con la inteligencia al mejoramiento de la Organización.
Resulta algo monstruoso que después de haber sufrido la dictadura negrinista en España, la de Petain y Laval en Francia, y la de Hitler en Alemania, cuando se lucha en nuestro país y en la emigración para restablecer la libertad destruyendo el régimen falangista; cuando han muerto millones de hombres para destruir el fascismo, al volver a Francia se encuentre uno con un espíritu dictatorial en el seno de nuestras organizaciones que prohíbe recibir visitas en su casa, recomendar la corrección entre los diferentes sectores obreros, asistir a los mítines porque en ello toman parte elementos políticos adversarios a nuestras organizaciones y discutir la opinión de los demás. Con ese criterio, algún día, no se podrán leer otros periódicos, ni otros libros que los editados por nosotros. Es indudable que el espíritu inquisitorial y dominante preside mucho en nuestras decisiones. A nuestras organizaciones en Francia se les ha impreso un espíritu de intolerancia y tan estrecho que le hace incompatible con su finalidad de democracia y libertad.
Otro problema, no menos importante, es el referente al Gobierno español en el exilio en relación con la ayuda y adhesión que debe prestársele, si éste actúa o no en forma apropiada para resolver, lo más pronto posible, el problema de España.
Al llegar a París procedente del campo de Oraniemburg, Alemania, una de las primeras preguntas que se me hicieron fue: ¿Qué le parece el Gobierno español? Si nadie ha podido, no ha sabido o no ha querido hacer otra cosa mejor, me parece bien, contesté, y creo un deber ayudarle y apoyarle.
En la forma de la contestación se vislumbra ya cierta reserva, pero me parecía nada político haber dado una contestación absolutamente negativa.
Puedo demostrar con documentos escritos[12] por mí durante el tiempo que estuve en el Cuartel general ruso, y con cartas anteriores a 1940, que no tenía opinión favorable a la constitución de un Gobierno en el exilio por considerar fenecidas todas las instituciones que simbolizaban la segunda República española, proclamada el 14 de abril del 31. Pero ¿qué podía hacer? ¿Romper lanzas contra la situación de hecho encontrada? No sería político. Perjudicaría a la causa de todos: la vuelta a España. Me resigné a aguardar que los acontecimientos me indicaran la conducta a seguir.
Observé que nuestras Organizaciones habían tomado lo del Gobierno español tan en serio que daban la sensación de ser más republicanos que socialistas; su adhesión no era simple, sino incondicional. Pronto me di cuenta de que se habían planteado mal el problema. El Gobierno que, según mi criterio, debía, principalmente, ocuparse de examinar diferentes formas para solucionar el problema de España creyó suficiente gestionar su reconocimiento por los países americanos y europeos y construir la armazón gubernamental, no solo con ministros realmente inútiles en el exilio, sino con el Tribunal de Garantías, Tribunal Supremo, Estado Mayor de Guerra, Subsecretarías. Es decir, que sus actividades las emplea, con preferencia, a formar una burocracia innecesaria en la emigración, pero con la ilusión de trasladarla a España. ¿Es para eso para lo que debemos prestarle nuestra ayuda y adhesión?
La solución del problema de España no es nada fácil, por eso sería absurdo querer encerrarlo en una sola fórmula, hay que examinarlo desde varios puntos de vista. Naturalmente, cualquier solución ha de ser revestida de toda dignidad. Sería injurioso pensar que alguien, sea del partido que fuere, pretenda entregarse o venderse a Falange. Hay que partir de un supuesto lógico: el enemigo principal de cualquier fórmula para arreglar el problema español será, indudablemente, el general Franco.
Todo el que piense en la situación del pueblo español ha de desear su pronta liberación y se hará varias hipótesis.
¿Los elementos antifascistas del interior de la Península disponen de la fuerza material necesaria para derrocar el régimen Franco-falangista? Nadie en buen uso de razón dará una contestación afirmativa.
¿Los exilados están preparados material, moral y espiritualmente para realizar lo que no pueden realizar los del interior? No es preciso ser un lince para ver que no.
¿Cabe en cabeza humana que Franco, voluntariamente, entregue el Poder a cualquier gobierno formado en el exilio? Si alguien sostuviera esa opinión se le consideraría candidato a un manicomio. Agreguemos a todo esto que nadie, español o extranjero, está dispuesto a provocar otra guerra civil. Hay que rendirse a la evidencia: el problema de España habrá de resolverse dentro del marco internacional.
Si se acepta lo dicho, ¿será fácil que las Naciones Unidas se decidan a adoptar resoluciones sin antes conocer la opinión de los emigrados y, especialmente, la del Gobierno republicano, y sin previa propuesta de una fórmula de solución? A juicio mío si el pleito ha de solucionarse por una acción internacional será seguro que los países que actúen en ese sentido traten de asegurarse, dentro de las mayores posibilidades, de que la solución sea aceptada por la mayoría del pueblo español, y evitar, en lo posible, se les pueda acusar de parcialidad, para lo cual querrán se haga una consulta nacional. En este caso, ¿quién la debe realizar? ¿Franco y Falange? No es aceptable. Antes de llegar a ese punto, el de la consulta, será necesario cumplir algunos trámites previos e indispensables. ¿Quién será encargado de cumplir esos trámites? ¿El Gobierno del exilio? Me parecerá un iluso quien lo crea. Para mí es indefectible el período de transición. Dentro de esa fórmula caben varios matices, es elemental aceptar el mejor para España.
Es seguro habrá una oposición a lo dicho, pero nadie podrá excusarse de presentar otros medios mejores. Una actitud completamente negativa o una fórmula inaceptable para las Naciones Unidas serán los más sólidos sostenes de Franco y su régimen.
El llamado a buscar una solución honrosa, pero factible es el Gobierno, para eso se ha constituido, si se aferra a lo inaccesible se constituirá un obstáculo a la solución de un problema del cual depende el porvenir de España. En este caso, ¿deberá seguirse apoyándole incondicionalmente? ¿El Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores de España en Francia, se harán también responsables de una actitud incompatible con el interés patrio y de la clase trabajadora?
Afortunadamente la Minoría Socialista en lo que llaman Cortes españoles reunidas en México el día 8 de noviembre de 1945, planteó la cuestión claramente: «El problema de España tiene que resolverse en el área internacional, dijo; si se presenta una coyuntura honrosa para darle solución con una fórmula aceptada por los que están en España, nosotros la aceptaríamos también, y si la rigidez de las instituciones republicanas en el exilio no permitiera aceptarla, nosotros lo advertiríamos y retiraría nuestro Partido la representación que tiene en el Gobierno».
El Partido Socialista y la U.G.T. en Francia, hasta el 25 de diciembre no dio a conocer su posición en problema tan grave para nuestro país. Nadie acertaba a comprender ese silencio. «El Socialista» de dicho día publicó una nota oficiosa en los términos siguientes:
«Las Comisiones Ejecutivas del Partido Socialista Obrero Español y de la Unión General de Trabajadores de España, en Francia, se han reunido conjuntamente y han escuchado la amplia información que de cuanto ha ocurrido en México le ha proporcionado nuestro compañero Trifón Gómez, que acaba de llegar de aquella República.
»Examinada ampliamente dicha información, y conocidos los términos de la declaración ministerial, las Comisiones Ejecutivas aprueban dicha declaración, esperan que el Gobierno pueda realizar cuanto antes el programa que se ha trazado para recuperar la República, y se ratifican en su apoyo al Gobierno y en sus resoluciones anteriores de seguir luchando, de acuerdo con los compañeros de España, hasta lograr el restablecimiento de la legalidad republicana».
La nota transcrita no declara su adhesión a lo dicho por la Minoría parlamentaria de las llamadas Cortes, pero sí afirma su decisión de apoyar al Gobierno, con lo cual resultan actitudes opuestas. ¡El colmo!
Lo absurdo es que estamos convencidos de la imposibilidad de recibir el Gobierno Giral, u otro, en el exilio, el Poder, sin antes pasar por un período de transición, pero el señor Martínez Barrio y su Gobierno no aceptan otra solución que no sea la de entregarle a él el Poder, colocándose así en un callejón sin salida.
Naturalmente, yo estoy más conforme con la «Minoría» que con los de aquí.
Ya en carta a Jiménez de Asúa, fechada el 21 de noviembre, sin conocer aún lo ocurrido en las «Cortes», opinaba como se verá en la carta que transcribo a continuación.
En contestación a las cartas que me ha remitido Prieto enviándome su discurso y poniéndome en antecedentes de todo, le he contestado como sigue el 6 de diciembre:
«La información que me das es en sobremanera interesante. Te la agradezco mucho y te ruego me sigas teniendo al corriente de todo.
“Tenía noticia de lo sucedido en el Consejo de Ministros así como de que se había rechazado una fórmula de solución procedente de Washington. Pero me resistía a creerlo. Tu carta viene a sacarme de dudas.
»El día 21 de noviembre, antes de tener noticia de tu discurso, escribí a Jiménez de Asúa, contestando a una carta suya. Además de rectificar algunos conceptos a propósito de mi supuesta actitud con respecto al Partido comunista —yo no he intervenido, directa ni indirectamente, en la opinión dada por nuestro Partido aquí para que entren comunistas en el Gobierno; es más: creo que no le favorecería eso en nada— le decía: “Por lo que se refiere a la vuelta a España, con gran pesar tengo que declararle que cada día soy menos optimista. Me temo que este asunto termine por consunción, teniendo en cuenta que los obligados a buscar soluciones honrosas se obstinan en mantener el problema en un callejón sin salida, convirtiéndole casi en insoluble. Lo que más me apena es que nuestro Partido esté implicado en esa responsabilidad por falta de decisión para oponerse enérgicamente a la continuación de procedimientos que nos conducirán irremediablemente al fracaso. Se tiene más en cuenta los intereses de partido que los de España”.
»La responsabilidad del Partido Socialista Obrero Español está ahora salvada después de tu discurso. Yo estoy contentísimo de que el Partido haya tomado esa iniciativa. El asunto estaba en la conciencia de todos. Pero ¿quién ponía el cascabel al gato? Ahora muchos querrán aparecer como verdaderos patriotas; tomarán actitudes negativas. El tiempo y España serán un juez supremo y darán la razón a quien la tenga.
»El día 26 de octubre tuve una larga conversación con varios diplomáticos de la América de habla española. Me preguntaron si era posible buscar una solución honrosa al problema español, porque ellos estaban dispuestos a ponerse de acuerdo, en toda América, por vía diplomática, a fin de obligar a Franco a marcharse. Me dijeron que sería un honor y un orgullo para los países americanos ser los que liberasen a la “madre patria” del régimen falangista. Yo contesté que consideraba necesario iniciar una acción conducente a ese fin. Prometí sondear la opinión del Gobierno y quedé en que les contestaría. Encargué a De Francisco que enterase a Martínez Barrio y a Giral del asunto, con carácter confidencial, y que me telegrafiase.
»La gestión que encargué a De Francisco cerca de Martínez Barrio y Giral, ha tenido resultado negativo. En carta de 1.° de diciembre me dice lo siguiente: «Ayer me apresuré a ver a Giral a quien di cuenta de su encargo. No obstante agradecer el ofrecimiento no lo aceptó por entender que el Gobierno no debe mezclarse ni indirectamente en gestiones que puedan suponer negociación con Franco, sino mantener, rígidamente su carácter republicano».
No se trataba de que el Gobierno se mezclase en ninguna gestión con Franco, sino de dejar actuar a los países americanos para imponerle, ellos, las condiciones que nosotros aceptásemos. Tan grande es su ceguera que no ve posible ninguna solución honrosa.
En la misma carta del 6 de diciembre le decía yo a Prieto:
«En Francia casi todos los elementos de la emigración están conformes con que la República Francesa rompa relaciones diplomáticas y económicas con Franco. Me dicen que se va a presentar una proposición en tal sentido en el Parlamento. Hoy mismo he recibido la visita de un diputado francés, Gilbert de Chambrun, del grupo unificado de la Resistencia —de influencia comunista, no lo ignoro— que me ha entregado una carta en la que se me pregunta mi opinión sobre el asunto. Te diré que se está llevando una campaña algo extraña, en el sentido de que existen elementos republicanos españoles que estiman no ha llegado el momento para tal ruptura, en definitiva de lo que se trata es de que llegue Negrín y coincida su llegada con la discusión en la Cámara francesa del problema, para luego poder decir que ha sido gracias a él lo que se acuerde. Yo he contestado, por escrito también, diciendo que se debe romper cuanto antes las relaciones diplomáticas y también las económicas y me he abrogado la representación del Partido y de la Unión en Francia y en el interior de España, seguro de que interpreté el sentir de nuestros organismos y además porque no tenía tiempo de consultarles. Quiero, en lo que me sea posible, salir al paso de la maniobra, y me propongo celebrar una entrevista con el compañero francés encargado por la S.F.I.O. de los asuntos españoles, para poner bien los puntos sobre las íes. Porque, por una parte, hay mucho negrinismo entre nuestros compañeros franceses, y por otra parte, hay quien verdaderamente ignora nuestras cosas internas y cree que el hecho de presentarse como socialista y expresidente del Consejo ya es bastante, y le conceden un crédito y una beligerancia que es preciso contrarrestar activa y enérgicamente.
»Veo que el señor Giral está decidido a construir todo el armazón gubernamental. ¿Es que cree que su Gobierno es el que va a recibir el Poder? Si es así habrá que catalogarle entre los hombres más ingenuos del mundo. Eso es físicamente imposible.
»Si no recuerdo mal, parece que nos endilgan el mismo director de Seguridad que había en Madrid en octubre del 34 y que se dedicaba a perseguir a los huelguistas. ¡El colmo!»
También le decía en carta del 13 de diciembre:
«Con motivo de haberme visitado un diputado a la Cámara Constituyente, el señor Gilbert de Chambrun, que ha redactado un proyecto de ruptura de relaciones del Gobierno francés con Franco —y alrededor del cual se había afirmado que determinadas personalidades españolas estimaban que no había llegado la hora de tal ruptura—, he tenido dos largas conversaciones con los amigos León Blum y Vicent Auriol.
»Parece que, entre ciertos elementos socialistas franceses, se quería jugar la maniobra de esperar la llegada de Negrín, a fin de que su presencia aquí coincidiese con una actividad de la Constituyente en el sentido de plantear el problema de las relaciones de Francia con la España franquista. Por mi parte me he apresurado a salir al paso de la maniobra. Se me dijo que había sido el Secretario del Partido Socialista francés el que había dicho existían personalidades españolas que estimaban que la hora de la ruptura no había llegado aún. Escribí una carta al presidente del grupo Mouvement Unis de la Resistance, al que pertenece el señor Chambrun, diciendo que en mi nombre y en el del Partido Socialista y la Unión de dentro y de fuera de España estimaba que no había por qué retrasar la presentación de la propuesta mencionada.
»Fue para tratar de deshacer la especie vertida por el Secretario de la S.F.I.O., que resultó ser cierto que la había vertido, y para expresarle la misma opinión que por carta le había hecho al presidente del Mouvement Unifié de la Resistance, por lo que principalmente me entrevisté con Blum. Le hice saber bien claramente nuestro criterio, y le dije que consideraba no convenía a los intereses de la España democrática aplazamiento alguno de la discusión de la propuesta presentada por el diputado Gilbert de Chambrun. Blum me informó que cuando, el 5 del actual, se discutió en la Comisión de Negocios Extranjeros de la Cámara la proposición citada, el Ministro del ramo, señor Bidault, había adoptado una actitud dilatoria. (Mis informes anteriores a la conversación con Blum eran que había dicho que, por una parte, Francia nada podía emprender sin estar de acuerdo con Inglaterra y los Estados Unidos, y por otra que consideraba que una ruptura de relaciones entre la República francesa y el Gobierno de Franco empeoraría la situación de los republicanos españoles en el interior del país). Después de haberse enterado de mis puntos de vista, Blum me expuso los suyos. Comenzó por decirme que antes de llegar a una ruptura de relaciones entre Francia y la España fascista, convenía la formación de un Gobierno español en el exilio en el que estuvieran representadas todas las tendencias antifranquistas. En seguida concretó en el sentido de que en el Gobierno debían estar representados los comunistas y los grupos escisionistas, haciendo expresa mención de Negrín. Constituido un Gobierno de tal naturaleza que, a juicio de Blum, podría residir en Francia, una ruptura de relaciones de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos con Madrid obligaría a Franco a ceder el Poder a dicho Gobierno. Por mi parte le manifesté que la presencia de los comunistas en un Gobierno republicano en el exilio suscitaría los recelos de Inglaterra y, desde luego, de los Estados Unidos. En cuanto a los grupos escisionistas, dije que merecían más consideración en el extranjero, y desde luego en Francia, que la importancia que en realidad tienen, no sólo en la emigración sino aun dentro del país. Traté de hacerle comprender que Negrín no tiene arraigo alguno en España y le expuse mis temores de que una creencia en contrario y una obstinación en sostener y ayudar sus propósitos, puede crear actualmente un mal estado de relaciones entre los socialistas españoles y los franceses y una distanciación entre la España democrática del mañana y Francia, nada conveniente para nadie. Sin que piense yo que esta argumentación impresionase a Blum, lo cierto es que abandonó la posición que al principio había apuntado. Me dijo que podía afirmar que los ministros socialistas en el Gobierno francés apoyarían la aceptación de un representante oficioso en el Gobierno Giral, a la manera que el Duque de Alba lo fue de Franco en Londres durante nuestra guerra, y que el propio Gobierno podría instalarse en Francia y hallar aquí toda clase de facilidades para su actuación. En el curso de la entrevista insistí en la necesidad de que el Partido Socialista francés adopte, con respecto al problema español, una actitud más resuelta y decidida. Como, indudablemente —le dije—, los comunistas franceses van a dar la sensación de ser los campeones de la ayuda a la democracia española, si ustedes les dejan esa bandera van a verse en una difícil situación ante el propio pueblo francés y a nosotros nos van a crear en el mañana una posición incómoda. Puede que esta consideración le impresionase más que las otras que, a lo largo de la entrevista, le hice. Dijo que se proponía hablar detenidamente del problema con Daniel Mayer.
»No salí nada satisfecho de la visita.
»Ayer estuve con Auriol y mi conversación con él me agradó más. No como criterio propio, sino diciendo que expresaba una idea estereotipada en las cancillerías y en los medios internacionales, dijo que la división entre los antifascistas españoles era un grave inconveniente para que, por lo menos en Inglaterra y en Francia, se decidan a considerar la posibilidad de romper con Franco. Me hizo ver discretamente que el Gobierno Gíral no tiene posibilidad alguna de ser reconocido. Luego me expuso su propio pensamiento: que debería constituirse un Gobierno en el que estuvieran representadas todas las tendencias políticas, incluso los monárquicos, el cual debería convocar al país para que determinase el régimen que quería darse. Yo entonces le expuse mi criterio personal y le transcribí —él iba tomando nota— los once puntos que incluí en la carta que te dirigí el día 6. Expresó su absoluta conformidad y dijo que, si’ estuviésemos dispuestos a ir a una cosa así, hallaríamos grandes apoyos desde luego en Francia y casi seguramente también en Inglaterra. Respecto a la posición de los Estados Unidos no dejó de insinuar a lo largo de la entrevista que los intereses económicos determinarán en todo momento la actitud de su Gobierno.
»Me habló de tu discurso explicativo del voto de confianza al Gobierno, y como no conociese exactamente su sentido se lo puntualicé con toda precisión. Le pareció bien. Me expresó la conveniencia de que las más destacadas personalidades republicanas, tanto las que están en el Gobierno y en las demás instituciones oficialmente revividas en el exilio, como las que no, vengan a París. Agregó que, una vez de acuerdo la mayor parte de nosotros sobre una solución semejante a la que habíamos estado considerando, el Gobierno francés presionaría sobre Giral y Martínez Barrios. También me prometió hacer gestiones —esto lo hizo igualmente Blum— cerca del partido laborista y del Gobierno inglés.
»En definitiva, he hallado en Auriol —y también en Blum, aunque el diálogo con éste ya te digo que me satisfizo menos— una buena disposición para ayudarnos a resolver nuestro problema, siempre a base de desechar la idea de que el Gobierno Giral suponga solución de ninguna especie.
»Auriol desconocía el sentido de la proposición del Presidente de Cuba. Le he informado de ella y de tus conversaciones en Washington. Todo ello le interesó e impresionó bastante. Prometió hablar detenidamente de la cuestión con el Ministro de Negocios Extranjeros. El lunes vamos a volvernos a ver. Por consejo de Blum voy a entrevistarme también con Jules Moch y acaso con algunas otras personalidades.
»Te informo de todo ello para que estés al corriente y también para que me digas tu opinión. Excuso decirte que tanto en Blum como en Auriol he hallado un negrinismo muy arraigado —en el primero más que en el segundo—. Y aunque no me hago ilusiones de ninguna especie, pienso que con constancia y con habilidad podemos acabar por poner las cosas en su punto.
»Sé que ayer ha llegado a París Tritón Gómez. Me dijeron que había estado en los Estados Unidos realizando determinadas gestiones por encargo del Gobierno y que también se proponía hacer otras en Londres. Yo voy a tratar de enterarme de lo que se proponen. Si como supongo, los propósitos del Gobierno Giral son ilusorios, creo que debemos plantear la cuestión seriamente en el Partido y en la Unión. Tengo referencias, por quien ha hablado con Torres Campaña, de que la política que se proponen seguir con respecto a las iniciativas como la de Grau San Martín, es desdeñarlas y desconocerlas oficialmente. Como comprenderás, todo lo que no sea esperar que nuestro problema se resuelva en el área internacional son ganas de que no se resuelva nunca. Creo que no podemos cruzarnos de brazos ante obstaculizaciones de ese Gobierno en una posible solución del pleito político de nuestro país, y en este sentido, me parece conveniente que hagamos los tanteos precisos para laborar una fórmula concreta que, preparada, por ejemplo, para la conferencia de las Naciones Unidas o la de Ministros de Negocios Extranjeros americanos en el Brasil, convenza y decida a los Gobiernos de las Naciones Unidas a enviar un ultimátum a Franco. Todo lo demás es perder el tiempo y prolongar la angustia de nuestros compatriotas de la emigración y del interior de España.
»Te tendré al corriente de lo que haya. De Francisco me escribió diciéndome que el Gobierno rechazaba mi intervención cerca de los ministros hispanoamericanos. No admiten otra fórmula que la de que Franco les entregue directamente el Poder. Si se obstinan en esa absurda actitud y nosotros no nos decidimos a emprender otros caminos, con su visto bueno o sin él, Franco se eternizará en el Poder».
El 3 de enero le decía lo que sigue:
«Con respecto a la posición de los comunistas debo decirte lo siguiente: El día 3 de diciembre me visitaron Líster y Álvarez, un miembro del Comité Central, que yo no recuerdo haberle visto hasta que, con motivo de mi regreso a Francia, vino a visitarme. Estaban en plan de preconizar lo que ellos llaman la “insurrección nacional” como único procedimiento de derrocar a Franco. Yo les hice detenidas consideraciones y les demostré la imposibilidad de llevar a efecto el plan descabellado de una lucha que, en la hipótesis de que nuestras gentes de allá se decidiesen a establecer, nos sería indudablemente adversa. Se convencieron y acabaron diciéndome que estaban absolutamente conformes con mis puntos de vista. Supuse que, como es costumbre en ellos, habían desistido de discutir y que en público seguirían sosteniendo lo de la “insurrección nacional”. Pero el día 9 la Ibarruri pronunció un discurso en Toulouse y propuso la fórmula que conoces. Me quedé un tanto sorprendido. Después he recibido una carta, que han dirigido a mucha gente más, en la que se propone la fórmula en cuestión y se convoca a una reunión en París. Contesté diciendo que no iría a la reunión, pero que me parecía que las reticencias que empleaban para tratar de hacer creer a las gentes que en el campo antifascista español hay quien está dispuesto a pactar con Franco, no tendría otro resultado que el de sembrar la confusión y la división, aparte de ser injuriosas en modo intolerable. Hasta ahora no me han vuelto a decir nada. Pero ya había yo apreciado la prisa que se daban por dar publicidad a lo que constituye nueva posición en ellos. No me extraña que sus correligionarios de ahí estén desconcertados.
»De cuanto me dices, y veo por sus declaraciones, es actitud de Martínez Barrio y Giral, deduzco que esos señores son unos insensatos. Sin duda creen que si han sido llamados para que vengan aquí es para darles satisfacción en sus pretensiones. Cuando lleguen se convencerán de lo contrario y veremos lo que dicen o hacen.
»A1 día siguiente de llegar a Francia Trifón Gómez, tuve con él una larga conversación. Está de acuerdo en que el Gobierno es el obstáculo mayor para encontrar una fórmula que resuelva honrosamente el problema de España. Pero entiende que hay que dejarle hasta que fracase. El peligro que veo en esto es que los países obligados a tomar resoluciones contra el régimen franquista, interpreten nuestra tolerancia como un asentimiento al “todo o nada” defendido por Martínez Barrio y Giral, y entonces no se decidirán a realizar ninguna acción decisiva, y se pase la oportunidad, quedando la cuestión indefinidamente aplazada o que, en todo caso, salga a la superficie cuando convenga a la política de ciertos partidos o grupos.
»La versión dada por Trifón acerca de tu discurso del 8 de noviembre es que no interpretaste exactamente el acuerdo de la Minoría, como lo prueba, dice, que te aplaudieron muy pocos y quedaron todos sorprendidos. Consecuente con esta opinión, al preguntarle Giral a De los Ríos y a Trifón, si lo dicho por ti era acuerdo del Partido, contestaron en esa forma de duda, por lo cual el Presidente del Gobierno les manifestó que podían continuar representando al Partido y a la Unión. Le encargó a Tritón que sondease la opinión de nuestras organizaciones de aquí, y entonces decidiría. Es decir, que la crisis dependía de lo que resolvieran el Partido y la Unión en Francia. A mí me ha parecido algo extraño todo eso, y no creo haya sucedido exactamente tal y como Trifón lo cuenta.
“Según información que tengo, en la reunión conjunta de las Ejecutivas del Partido y de la Unión, Trifón dio la sensación de que un acuerdo parecido a lo dicho por la Minoría produciría la crisis, y para evitarla han publicado la nota siguiente:
»Las Comisiones Ejecutivas del Partido Socialista Obrero Español y de la Unión General de Trabajadores de España, en Francia, se han reunido conjuntamente y han escuchado la amplia información que de cuanto ha ocurrido en México les ha proporcionado nuestro compañero Trifón Gómez, que acaba de llegar de aquella República. Examinada ampliamente dicha información y conocidos los términos de la declaración ministerial, las Comisiones Ejecutivas aprueban dicha declaración, esperan que el Gobierno pueda realizar cuanto antes el programa que se ha trazado para recuperar la República y se ratifica en su apoyo al Gobierno y en sus resoluciones anteriores de seguir luchando, de acuerdo con los compañeros de España, hasta lograr el restablecimiento de la legalidad republicana».
»La actitud de los republicanos no me sorprende. Ahora quieren cargar el muerto de la pérdida de nuestra guerra a los partidos y organizaciones obreras. Pero les será difícil lograrlo. En cambio, podemos nosotros probar documentalmente que, si la sedición militar no abortó, fue por culpa de ellos, y que los que “se allanaron a las exigencias y apremios de la realidad urgente y dramática, que no dejaba margen a la deliberación, a la crítica, a la disconformidad o a la reserva” fuimos nosotros al vernos obligados a recoger la herencia de una situación desesperada, sin organización militar, ni armas, ni municiones, y en completa derrota. Sin embargo la guerra duró más de dos años y medio. ¿Qué colaboración especial prestaron ellos a esa resistencia tratándose de una República que era más para ellos que para nosotros? Pero… no es el momento de dilucidar esa cuestión. Ya llegará. Eso nos indica cual debe ser nuestra conducta para con ellos en el futuro.
»Me temo que los nacionalistas vascos sean, en su fanatismo separatista, un elemento perturbador en la tremenda tarea de la reconstrucción nacional. Tengo la esperanza en nuestros correligionarios, que sabrán oponerse, en Vasconia, a todo intento de disgregación nacional.
»Mi segunda entrevista con Vicent Auriol se ha celebrado el día 2. Me informó de lo hecho por el Ministro señor Bidault al dirigirse a los Gobiernos inglés y americano. No tiene otro alcance, por el momento, que provocar conversaciones para intentar verificar una política colectiva contra Franco. ¿Cuándo? ¿Cómo? Veremos lo que sale de la reunión de los tres en Londres.
«Hablamos de nuestro problema con algún detenimiento. Lo que me dijo puede concretarse en esto: Quiere que se celebre una reunión de los elementos significados de nuestro Partido para examinar la manera de llegar a un acuerdo. Elaborar una fórmula que el ministro francés pueda presentar a los ingleses y a los americanos, y organizar la ofensiva decisiva contra Franco. Desde luego lo que pretenden Martínez Barrio y Giral está descartado. Mis once puntos o cosa parecida le parecen bien a Bidault. Para eso, según me dijo, han sido invitados a venir a París el Jefe del Gobierno, Negrín y Del Vayo; también me dijo que te habían llamado a ti. Yo asistiré también a la reunión. No me dijo nada de citar a representantes de las Ejecutivas del Partido y de la Unión. Yo no quise decirle una palabra sobre el particular por si ello complicaba su proyecto. En todo caso, siempre habría tiempo de hacerlo. Como ves, si se sigue el asunto con tacto, y sobre todo, si nuestros gobernantes anteponen el interés de España al de sus partidos respectivos pudiera encauzarse problema tan capital para nuestro país por vías de solución, aunque no puedo ocultarte mi preocupación por la resistencia salvaje que se hará en Madrid por parte de los franquistas.
»Cuando nos despedíamos a la puerta de su despacho, Auriol me insinuó el mismo asunto que a ti el señor Dives. Contesté con una sonrisa, sin decir nada. No soy partidario de hablar, en estos momentos, de la formación de bloques o grupos. Considero que puede constituir un pretexto para restarnos ayuda de los ingleses y americanos. Nuestra política exterior habrá que fijarla después según nuestra historia y nuestra geografía, sin olvidar nuestra situación en el Mediterráneo occidental, pero tampoco que tenemos nuestras ventanas abiertas al Atlántico, y sobre todo, a los países de habla española. Habrá que tener en cuenta también el clavo inglés que significa Portugal en nuestra Península y la posibilidad de que haga una política hábil, de atracción con nuestros vascos, para clavar otro clavo en Vasconia. Por ese lado se les está dando excesiva beligerancia y se les mima demasiado.
»Realmente la conducta del Gobierno en lo referente a la cuestión económica, indigna. ¿Para eso son los apoyos incondicionales, como dice la prensa socialista española de aquí?»
A Bullejos también le he escrito sobre el particular en los siguientes términos:
«Conozco la negativa del Gobierno a aceptar toda solución que no sea la de darle a él el Poder. Esto me parece tan absurdo, que si no hay otro medio para que el problema de nuestro país entre en vías de solución estamos abocados a ser una especie de Judea irredenta y sin patria. Yo estaba en conversaciones con varios representantes diplomáticos aquí de países americanos, que poco más o menos me habían hecho una proposición semejante a la del Presidente Grau San Martín. Me pareció que podía ser materia a tratar. Pero, naturalmente, habiendo un Gobierno constituido en el que tenemos ministros, y después de haber yo proclamado mi apoyo a dicho Gobierno, lo correcto era consultarle antes de seguir adelante. Con De Francisco les envié la consulta correspondiente y también a través de De Francisco se me ha hecho saber que quedo desautorizado para proseguir las conversaciones.
»Pero quiéralo o no el Gabinete en el exilio del señor Giral, el período de transición se impone. Siendo así, estimo que nosotros debemos tener bien meditada una fórmula, y sugerirla, para evitar que otros nos impongan condiciones peores. A algunos amigos les he dicho que ya podríamos darnos por conformes con que se aceptasen en las Naciones Unidas y éstas se decidiesen a apoyar su cumplimiento, los puntos siguientes:
»1.° Que se haga cargo del Poder un Gobierno constituido por elementos civiles, magistrados, funcionarios, etc., que no hayan tomado parte directa en la represión. 2.° Expatriación de Franco y de los militares y falangistas más responsabilizados en la sublevación y en la represión. 3.° Disolución de Falange y de las instituciones franquistas. 4.° Restablecimiento de todas las libertades y derechos individuales. 5.° Amnistía general que permita salir de la cárcel a todos los presos políticos, aun aquellos que tengan calificación como de delito común, y regreso a España de todos los emigrados. 6.° Período prudencial para la confección del censo, incluyendo a todas las personas de ambos sexos de 21 años en adelante. 7.° Igual período para la reconstrucción de los partidos políticos y organizaciones sindicales. 8.° Libertad de propaganda para todos los partidos y organizaciones sindicales. 9.° Disolución del Gobierno, de magistrados, etc., y constitución de otro en el que estén representados los organismos políticos interesados en vigilar que el voto se efectúe de manera secreta y en cabina. 10.° Referéndum para saber si el pueblo desea un régimen republicano o monárquico. 11.° Cualquiera que sea el resultado del plebiscito, convocatoria a Cortes Constituyentes.
»Yo me temo que las actitudes inflexibles den tiempo para que nos sea impuesto un régimen político contrario al que deseamos. En cambio, con la fórmula que dejo transcrita u otra semejante, dejamos demostrada nuestra flexibilidad y nuestra tolerancia, y en cuanto al resultado, si el plebiscito se hace con las garantías que ya nos encargaríamos de tomar, no puede ofrecer a nadie duda.
»Lo que me cuenta usted que ha dicho Leiva está en contradicción con cierto documento que he leído, que ha sido enviado a la Embajada inglesa de Madrid —a petición de ésta— por nuestros compañeros del interior de España. Como bien sabe usted, el Partido y la Unión están en la Alianza Democrática. Es natural que no puedan sostener criterio distinto, por consiguiente. Pero, además, continuamente hablo con personas que vienen de España y todas me dicen que allí lo que quieren es que Franco se vaya y que lo que le sustituya, sea lo que sea, será bien acogido de momento. Imagínese usted si es peligroso mantener posiciones irreductibles que induzcan a las Naciones Unidas a apoyar una Monarquía. En el documento a que me refiero se habla de Gobierno transitorio y de elecciones. Lo que no se quiere es que el plebiscito o las elecciones —esto de las elecciones es una fórmula menos precisa que la otra— se hagan bajo la influencia de Franco, dentro él o fuera de España. E influencia de Franco sería todo lo que no fuese constituir un Gobierno del mismo carácter que, por ejemplo, una mesa electoral, en la que todos los candidatos tienen representante, para obtener las garantías que necesitamos, con las cuales el resultado de toda consulta no es dudoso para mí. Es preciso que no nos metamos en un callejón sin salida. En ese caso se prescindirá de nosotros, y si ahora nos cuesta trabajo que Franco se vaya, excuso decir a usted el que nos costaría convencer al mundo de que lo que pueda sustituirle sin nuestra presencia no tiene carácter legal. Las potencias democráticas dirían que se había resuelto el problema político de España, y que si no habíamos estado nosotros presentes es porque no habíamos querido. Algo así como lo que Giral les dice ahora a los comunistas: que si no están en su Gobierno es porque no quisieron entrar, pues él les invitó a que lo hicieran. Es decir, que si nosotros argüimos un concepto en defensa de nuestra posición mañana no podremos rechazar que nadie use ese mismo concepto contra nosotros».
Al mismo le decía el día 24 de noviembre:
«De la suya deduzco que es cierto lo que me decía sobre la propuesta de Washington para resolver el problema de España y la negativa a aceptarla. Acaso Prieto haya estado inoportuno en la forma de plantear el problema. Pero estamos obligados a plantearlo, no cabe duda. El Gobierno debe manifestar cuál es su fórmula. Si no la tiene o es absurda, como sospecho, si pretende que le entreguen el Poder directamente de manos de Franco, cosa para mí imposible, no podemos, al menos yo, hacernos solidarios de su error. Y hay que reaccionar violentamente contra toda campaña difamatoria que quiera presentarnos como claudicantes. A muchos les conviene continuar en el exilio. Pero a España no le interesa que esta situación continúe. Al aceptar un Gobierno de transición, siempre que no haya pacto con los monárquicos, sino dejar hacer a los países que intervengan en el asunto, no se le puede llamar claudicación.
«Estos problemas son demasiado complicados para poderlos concretar bien por carta. Pero, además de lo que le digo a usted en mi anterior, pregunto: En España o en el exilio ¿existe fuerza material suficiente para echar a Franco? No. ¿Existe la promesa seria de que los países con poder suficiente para derribarle van a entregar el Poder al Gobierno Giral? No. ¿Cabe en cabeza humana el pensar que Franco va a entregárselo directamente? No. Siendo así, ¿debemos prolongar esta situación cuando se nos ofrece una salida honrosa? No.
»Si por temor al qué dirán nos cruzamos de brazos, nuestra responsabilidad irá unida a la del Gobierno. Yo, por mi parte, que en cuanto llegué hice declaraciones favorables a él, porque creí que no habiendo hecho nadie otra cosa mejor era obligado apoyarlo, después de rechazar una fórmula que con retoques la considero aceptable, y enterado del discurso a las Cortes Republicanas, el cual me recordaba los de la Corona a las Cortes monárquicas, no me creo obligado a solidarizarme con su conducta. No le combatiré públicamente, porque sería impolítico, pero tampoco le ayudaré, y le haré presente mis opiniones, personalmente si tengo ocasión.
»Aquí ha llegado una información acerca de unas declaraciones de Negrín en las que califica a Prieto de claudicante, a Trifón de colaboracionista con Vichy, y propugna la resistencia. Eso me recordaba su misma actitud durante la guerra civil. Lo grave será que influya en otros sectores y le sigan. A Negrín no le corre prisa resolver el problema de España. Pero a los que allí sufren las consecuencias, es otra cosa».
A una carta de De Francisco, informándome de lo que ha observado en México, le contesté en la forma siguiente:
«Quedo informado de cuanto me dices. Celebro la coincidencia de criterio que tienes conmigo. Después de los estragos que me explicas hace ese clima en los cerebros, me explico muchas de las cosas que suceden. Respecto a lo que me dices de la actitud de Araquistain, otras veces ha dicho que no daría la mano a tales o cuales personas, y después lo he visto íntimo amigo de sus enemigos. En fin, ya veremos lo que el tiempo trae.
»Yo veo que el problema de nuestra patria cobra una actualidad interesantísima. La nota del Gobierno francés a los de Londres y Washington ha elevado la cuestión española al primer plano internacional. Todo el mundo toma actitudes y da soluciones. Unas buenas, otras malas. Los únicos que no han dicho nada hasta ahora, son nuestros compañeros, los miembros de las Ejecutivas de Toulouse. Parecen sumidos en un letargo mental bien en desarmonía con los acontecimientos. Verdaderamente yo no sé ni qué pensar. Supongo que han estado aguardando la llegada de Trifón. Éste estuvo aquí, conmigo, le expuse mis puntos de vista, y se mostró conforme con ellos. Ahora ha ido allá. Espero que habrá informado, o lo estará haciendo estos días, a las Ejecutivas de todo lo que hay, y que por fin tomarán una posición.
»Por mi parte voy a informarte —ya lo he ido haciendo a las Ejecutivas con toda puntualidad, y hasta ahora no me han contestado— de las conversaciones que he tenido con el diputado del Murf, Gilbert de Chambrun, primero, y como consecuencia de ellas con Blum después, y luego con Auriol. Dicho diputado Chambrun había presentado en la Comisión de Negocios Extranjeros de las Constituyentes una propuesta de ruptura de relaciones entre el Gobierno francés y Franco. Al discutirse la propuesta en el seno de la Comisión, el ministro del ramo puso algunos inconvenientes. El más importante, que Francia debía tomar una decisión al respecto al unísono de Inglaterra y de los Estados Unidos. Con motivo de la propuesta de referencia el negrinismo, que sabes existe entre los medios políticos franceses, comenzó a moverse. Se trataba de aguardar la llegada del doctor, para entonces dar aire a la cuestión y dar la impresión de que él había sido el autor de todo. Se me informó de que Daniel Mayer había llegado a decir que determinadas personalidades españolas juzgaban prematura una ruptura entre Francia y la España fascista. Recibí una carta de Emmanuel d’Astier de la Vigerie, presidente del Grupo Murf, preguntándome mi criterio. Respondí que el mío, y el del Partido y la Unión en la emigración y en el interior de España, eran que se debía acordar inmediatamente la ruptura. Añadí que no creía que hubiese español alguno antifascista, cualquiera que fuese su ideología, que pensase cosa contraria. Llamé a Vidal, encargado, como sabes, por la S.F.I.O. de los asuntos españoles, y le expresé mi extrañeza por lo que se le atribuía a Mayer.
»Vidal habló con Mayer y éste no negó haber emitido tal opinión, aunque no dijo quiénes eran las personalidades que se expresaban en tal sentido. Como Vidal me había dicho que Blum quería verme, aprovechamos la oportunidad. Le hicimos una visita y charlamos largamente sobre el problema español. Comenzó por decirme que era precisa la unión de todos, etc. Me habló de Negrín en términos elogiosos. Yo le dije que personalmente nada tengo contra ese señor, pero que están engañados los que piensan que representa algo en la vida política española. Le advertí que ese error traería consecuencias funestas por lo que se refiere a las relaciones que deben existir entre los partidos socialistas español y francés y aun para las relaciones que mañana puedan establecerse entre Francia y una España democrática. Aunque no pretendo haberle impresionado mucho, Blum cambió de táctica. Después de decir que el Gobierno de Giral debía ensancharse dando entrada a los comunistas y a los escisionistas, recogió velas y terminó por prometer el apoyo de los ministros socialistas para que el Gobierno francés acepte un representante oficioso del Gobierno Giral y para que a los ministros que estén en Francia y a los que puedan venir se les dispense un trato de favor. A los dos días me entrevisté con Auriol. También me habló en los mismos términos que Blum, pero con más cautela. Yo le expresé, después de oír la suya, mi opinión, coincidente con su criterio, de ir por etapas a la normalización de España; concreté mi pensamiento en once puntos, y él se manifestó de completo acuerdo. Quedó en hablar con Bidault —entonces se estaba elaborando la nota a enviar a Londres y a Washington— y en que volveríamos a vernos. Hasta ahora no hemos celebrado ninguna otra entrevista.
»Como te digo, de todas estas conversaciones he informado con gran detalle a las Ejecutivas. De ellas he podido deducir con toda seguridad que el Gobierno Giral no tiene posibilidad alguna de ser reconocido por los países cuya actitud es la que puede decidir el que nuestro pleito se resuelva o continúe como está. Llevado de este convencimiento, he formado el criterio de que hace falta fijar posiciones. La cosa es urgente y no se puede esperar más. El Partido ha fijado la suya por boca de Prieto. Su discurso es muy comentado aquí en diversos sentidos. A mí, en el fondo, me parece bien. Y creo que tiene la virtud de haber hecho oír la voz del Partido. Como no ha sido desautorizado por nadie —ni creo que lo sea, pese a todo— oficialmente hemos fijado una actitud, que es lo que interesaba. Yo he escrito para la France-Press un artículo del que te adjunto copia. En él verás reflejado mi criterio y los once puntos de que antes te hablo y con los que se ha mostrado Auriol de completo acuerdo. Te lo envío para que te informes y hasta, si quieres, lo enseñes a los amigos. Pero que no lo publiquen hasta que aparezca en los periódicos que sirve la France-Press, uno de los cuales es “Excélsior”.
»He leído en “Adelante” un artículo en el que se toma franca posición en favor de una solución de transición. Ello y el discurso de Prieto me han inducido a exponer públicamente mi criterio.
»En el mismo número de “Adelante” he leído unos discursos de Araquistain y Trifón. La postura que el primero me adjudica es inexacta, bien lo sabes tú. En todo caso la actitud de ese amigo me parece extraviada».
Después de lo transcrito se comprenderá perfectamente que mi opinión acerca del problema de la vuelta a España y de la forma de resolverlo, no ha sido improvisada ahora ni tiene su origen en manifestaciones ajenas, sino consecuencia de observaciones y reflexiones anteriores, meditadas detenidamente.
A pesar de la actitud lamentable, de nuestros organismos en Francia me he considerado en la obligación de salvar, públicamente, mi responsabilidad, para lo cual he publicado en un semanario de París el siguiente artículo:
Problema urgente.
El pleito político español se planteó en el área internacional y debe ser resuelto sin salir de ella.
Por Francisco Largo Caballero Ex Presidente del Consejo de Ministros de la República Española.
»El problema llamado de España, que no es sólo español, ha llegado a su período agudo. Es preciso resolverlo con urgencia si no se quiere que tenga un desenlace trágico y que la historia señale con tinta roja a los responsables de su insolubilidad actual.
»Por muchas combinaciones o especulaciones políticas que quieran hacerse con ese problema, no se podrá sustraer a la conciencia de los pueblos la idea del cumplimiento del deber. Esos pueblos presionarán siempre sobre los gobiernos hasta lograr que se restablezca en España la normalidad política, violada por el fascismo internacional con la complicidad de un grupo de generales españoles felones.
»Realmente el problema de España entró de lleno en el área internacional desde el primero de agosto de 1936 con la iniciativa de un proyecto de acuerdo internacional para la no-intervención. Se constituyó el correspondiente Comité, representando a 27 naciones a fin de “impedir toda exportación de material de guerra con destino a España”. Como los generales sublevados se habían apoderado de todo el material bélico disponible en el interior del país, el pueblo estaba inerme para defender la República. El resultado práctico fue que la intervención de la “No intervención” contribuyó decisivamente a que el fascismo triunfase sobre la democracia. Si a la República se le hubiese permitido, según era su derecho, proporcionarse medios de defensa, hubiera vencido sin duda alguna a los insurgentes. Acaso hubiérase evitado así la catástrofe mundial posterior o, en todo caso, habría tenido menores proporciones. En definitiva, habiéndose planteado el problema español —que tanto preocupa al mundo— en el área internacional por decisión espontánea de 27 países de Europa, entre ellos Francia e Inglaterra, secundadas por los Estados Unidos de América, también ten el área internacional debe quedar resuelto. No es lógico ni justo que ahora, los que un día elevaron al plano internacional el pleito político de España —con lo que determinaron el triunfo del fascismo—, digan que la solución al problema de España corresponde única y exclusivamente a los españoles.
»Por otra parte si ni españoles ni extranjeros deseamos una nueva guerra civil y Franco se obstina en seguir usurpando el Poder, ¿cómo puede resolverse el problema? ¿Por consunción? Sería entonces cuando quedaría vivo el germen de constantes perturbaciones, tanto en el interior del país como en el plano internacional. Es preciso afrontar la situación y resolverla definitivamente, en forma que no queden motivos fundados para que resurjan las luchas intestinas y sangrientas que han asolado a España en los últimos años. El problema es de tan gran entidad, que su solución no debe depender de ningún interés de partido o de bandería. Sólo debe jugar, al considerarlo, el interés nacional y la causa de la paz.
«Estoy segurísimo de que ningún partido político u organismo sindical de contenido antifascista abriga el propósito de llegar a un pacto con el falangismo. Toda afirmación en contrario resultaría injuriosa y demagógica. Unos y otros deseamos que la situación política de España se restablezca según una legalidad que el pueblo había instaurado en abril de 1931, sin más solución de continuidad. Pero ¿será esto posible? ¿Podrá pasar el Poder de manos de Franco a un Gobierno genuinamente republicano? Si examinamos serenamente la cuestión, sin apasionamiento y sin ceguera, hemos de reconocer que ello encuentra serias dificultades. ¿Y será que no existe ningún medio honroso, digno, de salvar la dificultad?
»El Presidente de la República de Cuba, señor Grau San Martín, ha propuesto al Gobierno de la República española constituida en México una fórmula contenida en los siguientes puntos:
»1.° Suspender inmediatamente las restricciones sobre asociación, prensa y expresión de la opinión pública».
2.° Se otorgará una amnistía a los presos políticos».
3.°Celebración de un plebiscito para decidir si el pueblo español desea una monarquía o una República.
»El Gobierno presidido por el señor Giral se considera obligado a rechazar ésa u otra fórmula cualquiera que no sea la restauración inmediata de la legalidad republicana de 1931. ¿Piensan así todos los españoles, no ya los de la emigración, sino los residentes en España? De cuál es la opinión del Partido Socialista Obrero Español que vive en la clandestinidad en el interior del país puede juzgarse por este párrafo, extraído de un documento redactado en Madrid: “No nos sentiremos satisfechos con la caída vertical del régimen actual. El cambio debe efectuarse de manera metódica y escalonada, para que la soberanía nacional tenga el medio de manifestarse de manera tan libre que no haya posibilidad de confusión ni de coacción de las libertades individuales, por los siguientes medios: Disolución, desarme y desarraigo de Falange y de cuantos organismos se hayan creado, directa o indirectamente, al amparo de ella o como consecuencia del régimen franquista. Constitución de un Gobierno, Consejo, Junta o como quiera llamarse, en el que estarían representadas todas las fuerzas políticas de España, con exclusión absoluta de aquellos que hayan tenido participación directa o indirecta de relación o afinidad con el régimen de Franco. Amnistía inmediata y total para todos los presos políticos y exilados por igual circunstancia. Libertad de pensamiento en sus diversas formas. Elecciones, en las que la soberanía nacional pueda manifestarse con toda plenitud y derecho: primero, municipales, luego provinciales y después generales. El resultado de esta demostración de la soberanía nacional sería acatado sin reservas por todos los partidos y organizaciones”.
»El pensamiento del Partido Socialista Obrero Español en la emigración lo ha expresado don Indalecio Prieto públicamente en la sesión de Cortes celebrada en México, en la que el Parlamento en el exilio expresó su confianza en el Gabinete Giral. El Partido Socialista colabora en ese Gabinete y le ha discernido su apoyo. Pero se ha reservado el derecho de retirarle la confianza y hasta los ministros si una solución decorosa al problema español, que mereciese la conformidad de nuestros compañeros del interior de España, fuese rechazada por el Gobierno de la República en el exilio.
»No creo que pueda vislumbrarse en ninguna de las opiniones expresadas atisbos de claudicación. Lo que se persigue es buscar al problema una solución honrosa, con garantías de independencia en la determinación. De lo que esas opiniones adolecen acaso es de estructuración apropiada para hacerlas viables. Teniendo en cuenta la manera como el problema se halla planteado, la forma de dar viabilidad al deseo de todos podrían ser éstos o parecidos términos:
»1.° Que se haga cargo del Poder un Gobierno constituido por elementos civiles, magistrados, funcionarios, etc., que no hayan tomado parte en la represión.
»2.° Expatriación de Franco y de los militares y falangistas más responsabilizados en la sublevación y en la represión.
»3.° Disolución de Falange y de las instituciones franquistas.
»4.° Restablecimiento de todas las libertades y derechos individuales.
»5.° Amnistía general que permita salir de las cárceles a todos los presos políticos, aun aquellos que tengan otra calificación, y regreso a España de todos los emigrados.
»6.° Período prudencial para la confección del censo, incluyendo a todas las personas de 21 años en adelante.
»7.° Igual período para la reconstrucción de los partidos políticos y organizaciones sindicales.
»8.° Libertad de propaganda para todos los partidos y organizaciones sindicales.
»9.° Disolución del Gobierno de magistrados, etc., y constitución de otro en el que estén representados todos los organismos políticos interesados en vigilar que el voto se efectúe de manera secreta y en cabina.
»10.° Plebiscito para saber si el pueblo desea un régimen republicano o monárquico.
»11.° Cualquiera que sea el resultado del plebiscito, convocatoria de Cortes Constituyentes.
Si abandonamos todo prejuicio o suspicacia y damos facilidades a quienes pueden resolver nuestro problema, para que lo hagan dentro de las condiciones más honestas, la España que sufre lo agradecerá eternamente.
Francisco Largo Caballero.
París, diciembre de 1945».
Supongo le sentará al Gobierno como un sinapismo, pero tengo la pretensión de estar prestando a España y a mis ideas un buen servicio. Como socialista no estoy obligado a uncirme al carro republicano de un Gobierno que veo se dirige al abismo.
En cuanto al problema comunista, entre los que más se han distinguido por su conducta arbitraria e injusta para conmigo está el amigo don Luis Araquistain que, en su fobia anticomunista, no ha encontrado otro con quién descargar sus iras antirrusas, haciéndolo «sin ton ni son», caprichosamente, como si persiguiera el propósito de colocarme en evidencia ante mis correligionarios.
Para demostraros la tremenda injusticia que ha cometido al afirmar que «yo abogo la colaboración con los comunistas», os copio párrafos de cartas enviadas a varios amigos, incluso a él. El 13 de octubre decía a Araquistain:
«No sé lo que le habrán podido a usted contar acerca de mi pensamiento con respecto a los problemas políticos —tan complejos, tan intrincados y tan contradictorios unos respecto de los otros— que el mundo tiene planteados en estos primeros tiempos de postguerra y de cuyo desarrollo y solución depende la suerte de nuestro país. Creo deducir de su carta que me atribuye usted una determinada posición y que por ello me explica usted la suya. Me apresuro a decirle que, en el fondo, estoy conforme con todo lo que usted dice. Sin embargo, a mi vez, voy a hacer algunas consideraciones que me sugiere la lectura de su carta.
»Encuentro que parte usted de dos falsas bases: una, que soy partidario de ciertos acercamientos o de determinadas alianzas. Otra, que la caída del fascismo español es ya cosa decidida y que de lo único que hay que preocuparse es de sustituirle de manera que agrade a ciertas potencias.
»Por lo que a mí respecta, le aseguro que no he olvidado las experiencias adquiridas. Probablemente —al menos se han hecho gestiones para ello— en el Gobierno de la República, en el actual o en otro, va a haber ministros de determinada afiliación. Si a mí se me invitase a formar parte de un Gobierno de composición tal, seguramente no aceptaría la invitación. Sin embargo, el que nuestro Partido formase o no parte de Ministerio ya sería cosa diferente. Como a muchos de ustedes les ocurre, yo no deseo ciertas colaboraciones. Pero me parece demasiado temerario afirmar que nunca las aceptaremos. El porvenir está lo suficientemente poco claro y los gobiernos de los países que debieran prestarnos decidido apoyo —y no por nuestro interés como españoles, sino por el suyo propio— parecen dominados por una pereza o por unas vacilaciones cuyas consecuencias soporta el pueblo español a costa de muchas penalidades que, como es natural, desea ver desaparecidas cuanto antes, sea quien sea el que las ahuyente o diga que las va a ahuyentar, aunque no lo haga. Y por si llega el momento de tener que colaborar, es por lo que estimo que las relaciones deben ser correctas. En política, bien lo sabe usted, no conviene cerrar definitivamente puerta alguna. En las relaciones personales y públicas hay tres distintos grados: el de la violencia, el de la corrección y el de la cordialidad. Yo prefiero elegir, mientras estemos en la situación que estamos, al intermedio. Entre otras razones para que nuestros amigos extranjeros, que debieran haber escarmentado en cabeza ajena y que no lo han hecho, no nos digan que los españoles antifascistas estamos desunidos y que el argumento de nuestra desunión les tranquilice la conciencia por el abandono en que nos tienen. Estoy convencido además de que así vamos a desmontar de sus posiciones a ciertos bigardos que explotan supuestas protecciones exóticas, único medio de hacer creer que tienen guardada en la maleta una fuerza a esgrimir en determinado momento.
»La otra falsa base a la que me he referido es aquella de la que algunos parten para lanzarse por el camino de la contienda en el extranjero con determinado sector político español y contra cierta potencia cuyo plano internacional es tan poco desdeñable que ni siquiera Mr. Churchill se ha decidido a lanzar anatemas que muchos de nuestros exilados lanzan. Parece como si el fascismo español estuviera en irremediable trance de muerte y que la herencia hubiera de venir a parar a nuestras manos o a las de nuestros contradictores en el exilio, según unos u otros nos demos más prisa en nuestros mutuos intentos de neutralización. No sé si a todos les hubiera convenido un poco pasar por los campos de concentración nazis o por las cárceles de España, en las que, según me cuentan, se ha apreciado también con bastante precisión de lo que el fascismo es capaz. Yo, que no puedo ser sospechoso de inclinaciones hacia el Oriente, le digo a usted que lo primero es acabar con lo que pudiéramos llamar enemigo número uno. Por mi parte, nada haré ni diré, en tanto ese enemigo se mantenga en pie, que determine coincidencias con él de palabra ni pensamiento. El “anti” que sirve a Franco para someter a nuestro pueblo a la más bárbara de las tiranías no me verá formar en sus filas en tanto sea una realidad política. Los españoles de dentro de España se podían llamar a engaño. Con el fascismo no quiero coincidir ni en el acierto. Ello nos traería consecuencias tremendas para un mañana que, pese a todo, está demasiado próximo. Los españoles que no han salido de nuestra patria en todo este tiempo, y que en definitiva son los más y quizá los más aptos para reconstruir el país, pueden desorientarse al oírnos o al leernos. Creo que debemos empezar nosotros mismos por no desorientarnos tampoco. Clasifiquemos a los enemigos por su importancia en el más exigente de los casos, y no demos armas al número dos, si es que le reputamos al fin tal enemigo, para que pueda hacerse mañana fuerte en las posiciones que nosotros abandonemos hoy por no haber combatido en primer término y con todas nuestras energías al número uno, el verdadero enemigo.
»Ese enemigo no está muerto, y aunque a veces parezca agonizante, hay que tener en cuenta que puede recobrarse. Atención a los manejos y a las intrigas que él mismo realiza para defenderse y a los que fuera del país llevan a cabo grupos que debiendo ver en nosotros la verdadera solución del problema político español, se inclinan a pensar que nunca lo podremos ser y que una pseudodemocratización del franquismo o una monarquía podrían servir mejor sus intereses o sus designios. Podrá argüirse que por esto mismo conviene mostrarse enemigo de cierto partido que en todas partes carece de independencia nacional. Pero también puede suceder que, en la subcontienda que con ese partido llevamos, desatendamos hasta tal punto la que debe ser contienda principal —yo pienso que, por ahora única— que una vez más y por lo que a España se refiere, los combatientes de la subcontienda quedemos unos y otros batidos por lo que vengo llamando el enemigo número uno. Si esto ocurre, los españoles de dentro de España nos abrumarían con una responsabilidad que, a la hora de levantar la cabeza, que tarde o temprano siempre llega, sería obstáculo difícil de salvar por nuestro Partido y nuestras organizaciones.
»Yo prefiero una tregua en la subcontienda para elevarla a la categoría de contienda cuando todos estuviéramos en España y ello pudiera hacerse sin riesgo de que el enemigo verdadero pueda erigirse en tercero en discordia. Esté usted seguro de que entonces el triunfo será nuestro y nuestro Partido constituirá el eje indiscutible de toda política. El pueblo español habrá aprendido a conocer a unos y a otros y se habrá evitado la posibilidad de que nadie juegue con el equívoco y de que los osados se encaramen a alturas a las que fácilmente han podido llegar en épocas de inextricable confusión.
»Tal es, en líneas generales, mi pensamiento en estos instantes. Le ruego que si las dificultades de expresión lo obscurecen a sus ojos me pida explicaciones. También le agradeceré que no se fíe demasiado de los informes que puedan darle amigos que sin duda me han comprendido mal o ante los cuales yo me haya expresado con deficiente lenguaje en los primeros días de conversación que aquí he tenido con unos y otros.
»Respecto a la política internacional de bloques le diré brevemente, para no hacer interminable esta carta, que creo no es otra cosa que ir colocando los mojones para la próxima guerra. Yo sé que frente a los bloques de derecho que se pueden formar, existen bloques de hecho. Pero soy de los que aún no han llegado a creer que existe alguna fuerza superior a la de las ideas y a la de las conductas. Fiado en este pensamiento deseo que cuanto antes podamos llegar todos a España y comparecer ante el país, para darle cuenta de nuestra gestión de antes de la guerra, durante la guerra y de ahora».
A Jiménez de Asúa, el 21 de noviembre le manifestaba en mi carta:
«Querido amigo: Con algún retraso ha sido en mi poder su carta del 31 de octubre.
»Le agradezco sus frases de afecto y de elogio y aún más, si cabe, la alusión a mis errores, aunque hubiera preferido que me los señalase. No para polemizar sobre ellos, sino para rectificarlos en el futuro, pues creo ser lo bastante comprensivo para no aferrarme a las equivocaciones.
»Como me pide contestación, lo hago con mucho gusto, aunque no con la brevedad que quisiera.
»Usted, como otros amigos, supone que mi vuelta de Alemania constituye una esperanza. Veo en esta apreciación mucho de hipérbole. No me considero un Mesías. Soy opuesto al mesianismo. Además, por experiencia sé que esas esperanzas se esfuman en el momento en que no existe coincidencia de opinión con los esperanzados.
»Según usted, mi papel “no debe ser el de unir, si la unión sólo consiste en soldaduras artificiales, sino definir los auténticos principios socialistas y aguardar a que se aproximen a ellos los distanciados por extravíos, engaño o buena fe, y, en cambio, apartar inexorablemente a los tránsfugas y espías de otras comuniones sociales y políticas”.
»Los puntos que trata en su carta exigirían, para ser tratados detenida y detalladamente escribir un volumen o tener una serie de conversaciones que pusieran en claro los conceptos. ¿De dónde deduce usted que yo pienso en uniones artificiales? Yo nunca he pensado en cosa semejante. Sin embargo, no olvide que entre los “auténticos principios socialistas” que usted me encarga “definir” está la frase de Marx: “Proletarios de todos los países, uníos”. Me aconseja en cambio “apartar inexorablemente a los tránsfugas y espías de otras comuniones sociales y políticas”. ¿Apartarlos, de dónde? ¿Están a mi lado? ¿Estoy yo al lado de ellos? ¿Los llamo yo? ¿Deseo que vengan o que continúen a nuestro lado? Tanto como le repugnen a usted me repugnan a mí. Por eso me extraña que me hable de eso, cuando en realidad debiera hacerlo a los que los encumbraron y protegieron con su apoyo para satisfacer sus pasiones y rencores.
«Considero justo el juicio que emite usted sobre la desgraciada situación política y moral de la emigración. Pero me permito decirle que esa situación es consecuencia natural de lo sucedido entre los socialistas de España desde hace quince años, y muy particularmente desde 1934. Situación la de entonces, no provocada por mí, sino por otros, ayudados por muchos con su silencio o colaboración y que hoy, horrorizados, aunque no arrepentidos, de su propia obra, se rasgan las vestiduras. Si en España no se hubiera roto la unión moral y física del Partido y de la Unión por quienes estaban dominados más por sus vanidades y amor propio que por las ideas socialistas, en la emigración no habrían ocurrido los hechos vergonzosos que han disminuido considerablemente el prestigio político y moral del Partido y de la Unión, adquiridos ambos en muchos años de conducta intachable. Además en el exilio se habría conservado la unión tan necesaria para libertar a España del infierno franquista.
»En su carta, como en las de otros compañeros, se alude a mis sufrimientos y se sorprenden de que, a mi edad, haya podido resistirlos. Efectivamente, la estúpida persecución del Gobierno de Vichy encerrándome tres veces en prisión, alguna de ellas en cárcel inmunda; otras tres confinado, con prohibición de hablar con otras personas que no fueran familiares, y negándome autorización para salir de Francia; la criminal detención por la Gestapo, llevándome a otras tres cárceles, y finalmente al campo de concentración de Oraniemburg, cuyo infierno era digno de la pluma de Dante, y la constante alarma e inquietud por mi familia, herían profundamente mi espíritu y cuerpo. Pero ese trato monstruoso me lo infligía el enemigo. Lo cual, aunque me dolía, no me producía sorpresa. Y en vez de enervarme, fortalecía mi voluntad para sobrevivir y vencer, como ha sucedido. Pero, antes, correligionarios míos a los que nunca ofendí, después de más de medio siglo de lucha en defensa de los trabajadores, en la que puse toda mi alma y toda mi inteligencia, sin miras egoístas, me habían herido en lo más sensible: en mi honradez política de socialista, que aprecio más que mi cuerpo, que mi libertad y que mi vida. Se trató de presentarme ante los trabajadores españoles y de otros países como un traidor y como su enemigo número uno, para lo que no escatimó ningún medio, desde la injuria y la calumnia, hasta el atropello y la arbitrariedad. He ahí el secreto de mi fortaleza en la odisea sufrida. Hitler, Laval y sus sicarios me encontraron bien entrenado moral y físicamente para soportar toda clase de injusticias. El trato del fascismo me resulta más llevadero que el recibido por mis correligionarios.
»Sobre otros particulares de su carta debo decirle que no puedo hacerme responsable de informaciones escritas o verbales no refrendadas por mí y para evitar en lo sucesivo erróneas interpretaciones me permito indicarle lo que sigue:
»En política considero obligado mantener con el adversario una actitud correcta, aun en el caso de recibir de él ofensas personales. Si la defensa de las ideas nos impone el sacrificio de la libertad y hasta de la vida, bien podemos sacrificar también el amor propio. En la vida privada podemos tomar actitudes personales negando a nuestros enemigos la mano y el saludo. Esto, en los partidos y en los hombres políticos, creo que es un error que, a la larga, perjudica los fines perseguidos.
»Soy decidido partidario de que, en la emigración, procuremos realizar la unidad del Partido y de la Unión General, sin perjuicio de que en España, en momento oportuno, a cada uno se le imponga el correctivo a que se haya hecho acreedor. Como creo que los dos organismos dichos han de ser la base y la clave para la reconstrucción moral y económica de nuestro país, contraeremos una responsabilidad histórica enorme presentándonos en la repatriación ante nuestros compañeros residentes en la península, deshechos por nuestras querellas, fundadas más en cuestiones tácticas y personales que en la ideología. En este particular debemos llegar, a juicio mío, hasta el mayor sacrificio.
»En relación con el partido comunista hago las siguientes diferencias: Como socialista marxista no puedo ni debo condenar el comunismo, teoría filosófica digna de respeto por todos los que aspiran a una transformación del régimen capitalista en otro de socialización de la riqueza social. En cuanto a la conducta política del régimen soviético en el interior de Rusia, no me considero obligado a juzgarlo, sobre todo no conociéndola a fondo, sino más bien por referencias. En cambio, la política internacional de Rusia me parece errónea, contraproducente para sus propios intereses y perjudicial para el resto del mundo, no exceptuando a España.
»Sobre la conducta política de los llamados comunistas, en España y en los demás países, la considero censurable, incompatible con la del Partido Socialista Obrero Español, y que éste debe tener el menor contacto posible con ellos. Pero como no siempre la política hay que hacerla con arreglo a nuestros sentimientos y deseos, sino a base de realidades, éstas nos impondrían alguna vez contra nuestra voluntad, la colaboración con el partido comunista. Por eso considero un error las afirmaciones rotundas hipotecando la conducta política futura de nuestro partido. Creo más conveniente tener siempre el camino expedito para proceder, en cada caso, según convenga a las ideas y al interés de España.
»Me interesa decirle que no he tenido intervención directa ni indirecta en la contestación dada al señor Giral por el Partido y la Unión en Francia aceptando tenga representación en el Gobierno el Partido comunista.
»He leído los discursos pronunciados en el Centro Republicano Español por Luis Araquistain y Tritón Gómez el día 17 de noviembre bajo la presidencia de Albar, ¿qué os parece? La impresión que me ha producido va expuesta en las cartas de 17 y 22 de diciembre que remití a Pedro Herranz y que a continuación os transcribo:
»He recibido el ejemplar de ‘Adelante’, de México, correspondiente al primero de diciembre.
»En el texto de los discursos de Luis Araquistain y Tritón Gómez se hacen alusiones, directas o indirectas, acerca de mi actitud en el problema de relaciones entre los Partidos Socialista y Comunista, que debo rectificar.
»Luis Araquistain, refiriéndose a mí, dice: ‘Este queridísimo amigo ha escrito una serie de cartas a diversos amigos del Partido, abogando por la colaboración con los comunistas’. Aparte del juicio que pueda hacerse con combatir supuestas opiniones políticas de un ‘queridísimo amigo’ cuando éste se encuentra a varios miles de kilómetros de distancia de donde se hace esta manifestación y en un ambiente hostil al aludido, el cual no puede contestar, afirmo que es absolutamente incierto que yo haya ‘abogado por la colaboración con los comunistas’. Lo correcto habría sido dar lectura de la carta o párrafo donde he hecho semejantes declaraciones para, de esa manera, probar la verdad del aserto.
»En otro lugar del discurso de Araquistain leo; ‘Yo exhorto desde aquí a esos grupos y a esos hombres, y muy especialmente a mi amigo de tantos años y tantas luchas comunes, a Francisco Largo Caballero para que revisen sus posiciones en este grave problema’.
»No tengo que hacer revisión alguna de mi posición ‘en este grave problema’. Mi posición es la misma que desde 1933 y muy especialmente desde el 2 de mayo de 1937, cuando los comunistas y muchos de los hoy anticomunistas me exhortaron a enarbolar la bandera de la fusión y colaboración y que por negarme a ello organizaron el complot para echarme de la Presidencia del Consejo de Ministros y del Ministerio de la Guerra. Esta historia la conoce muy bien ‘mi amigo’ Luis Araquistain. No. No tengo que hacer revisión de mi opinión acerca de ese problema. Cuando aquí, en París, se me ha hablado de unificación o colaboración, he contestado, rotundamente, que era imposible. Lo abogado por mí y no tengo que rectificar una letra, es la conveniencia de tener con todos los partidos y organizaciones sindicales antifascistas relaciones correctas de mutuo respeto, condenando el insulto y la calumnia, porque me parece una falta de sentido político hacer lo contrario, y hasta parecemos, en el ‘anti’ fanático, a Franco, única arma que maneja para seguir sosteniéndose en el poder. Ni en eso quiero imitar al falangismo.
»Trifón Gómez, después de lo dicho por Araquistain, y refiriéndose a nuestras organizaciones en Francia, manifestó: ‘No hay posibilidad de hacer la unidad con elementos del partido comunista ni con los elementos disidentes de nuestro Partido. Y sentiría yo extraordinariamente que hombre calificadísimo de entre nosotros se obstinara en torcer lo que me consta que hasta estos momentos ha sido voluntad unánime, de los afiliados al Partido Socialista Obrero Español y a la Unión General de Trabajadores en Francia.
“¿Sería excesiva pretensión considerarme aludido en esa manifestación? Si Trifón Gómez se refiere a mí, como tengo motivos para suponer, ¿cuándo he pretendido yo la unificación con los comunistas? ¿No he sido yo el que ha dicho a los propios comunistas, cuando me han visitado, que era imposible tal unificación? ¿Cómo, entonces, puede hablarse de obstinación sobre cosas ni siquiera pensadas?
»En cuanto a los disidentes, declaro mi deseo de ver en la emigración y en España un solo Partido Socialista Obrero Español y una Unión General de Trabajadores de España. Afirmar que no hay posibilidad de hacer la unidad con los elementos disidentes del Partido y de la Unión, es lo mismo que decir que existirán siempre, dos Partidos Socialistas y dos Uniones Generales. A esa opinión no me puedo sumar, y emplearé todas mis energías para acabar con la división. Y si ésta no se logra, salvaré mi responsabilidad.
»Creo que está claro lo que pienso sobre problema tan grave. Decir lo contrario acusa mala fe y propósito de reanudar campañas que creí terminadas.
»Como a las manifestaciones de dichos oradores se les ha dado publicidad, no tengo inconveniente en que dé usted a conocer esta carta como le parezca, a fin de dejar las cosas en su verdadero lugar”.
«Supongo en su poder mi carta anterior, donde le decía algo respeto a los discursos de Araquistain y de Trifón Gómez.
»Me dice que está usted más conforme con la opinión de Leiva y que éste habla en representación de la Alianza Democrática de España, la cual, según él, quiere el restablecimiento de la República y no el plebiscito. Si lo dicho por Leiva es igual a lo que me expuso en una conversación que tuvo aquí conmigo, le consideraré un iluso. El Partido Socialista Obrero Español residente en España está conforme con un período de transición y acepta la consulta al país. Esto se lo afirmo porque tengo en mi poder copia de un documento donde lo declaraba a la representación de Inglaterra en España.
»El Partido Comunista Español en Francia ha enarbolado la bandera del plebiscito con garantías».
A Eduardo Arín, en varias cartas, le expuse mi opinión, cosa que no vale la pena de repetir aquí; pero como de la última, fecha 22 de diciembre, no os habrá dado cuenta, según le recomendé, os la transcribo, a fin de que estéis completamente informados:
«En mi poder la suya del 11 del actual.
»Muy agradecido por las buenas noticias que me da de mi familia. Gracias a usted y a otros amigos me entero de cómo están mis hijas, yernos y nietos. Ellos no contestan a nuestras cartas. De Concha y Barrero hemos recibido unos retratos magníficos.
»No comprendo bien qué quiere decirme con que Barrero tiene ganas de estar a mi lado. ¿Significa el deseo de que vaya yo a México o de que venga él aquí? Mi ida a ésa depende de cómo se enfoque el problema de volver a España. Si el Gobierno y ustedes, se obstinan en que Francia nos ofrezca la República en bandeja o piensan como algunos ilusos que podemos conquistarla con nuestras propias fuerzas y las del interior de España, entonces deberemos resignarnos a morir en la emigración y, en ese caso, yo prefiero acabar mis días al lado de mis hijas y de mis nietos. Lo que pretenden algunos, que más que patriotas y socialistas, son unos exaltados inconscientes, es físicamente imposible. Al Gobierno en el exilio no lo reconocerán los países más importantes, a lo sumo romperán con Franco, más que por la acción del Gobierno, por motivos de conveniencia de política internacional. Sin que tenga él la culpa, el Gobierno es, hoy, el mayor obstáculo para encontrar una fórmula honrosa de solucionar tan grave problema. Tengo la impresión de que ahí viven ustedes demasiado bien para poder ver claramente el asunto. Quiero sospechar que no tienen ustedes una información exacta de la situación de España y en el mundo. Si la tuvieran, pensarían de otra manera.
»Le agradezco la información de lo sucedido ahí. Pero observo en algunos de ustedes que la fobia contra ciertas personas les impide examinar el problema de la vuelta a España de una manera objetiva. La inconsciencia, versatilidad o falta de sinceridad de los hombres es digno de ser tenido en cuenta. Pero lo importante es salvar a España decorosamente, sin claudicaciones, y para hacerlo me consta que hay hoy posibilidades. Si por nuestras extravagancias políticas y por nuestras disputas perdemos la ocasión, podremos despedimos para mucho tiempo de encontrar otra.
»A1 fin de su carta me expresa su deseo de venir a Francia porque supone que “nuestra hora de acción sonó”. ¿Qué quiere decir? Si es para vivir aquí, le anticipo que la vida es muy difícil. No hay luz ni carbón. El consumo de agua está restringido y un kilo de tomates cuesta 150 francos. Por estos detalles puede figurarse cómo está la vida. Si supone que su venida puede ser útil para cooperar desde Francia a la liberación de España, porque “ha sonado la hora de nuestra acción”, le aconsejo que deseche esa ilusión. Si alguien le ha hecho creer eso, le engaña y se engaña él mismo. El problema de España entró en el área internacional, y en el área internacional ha de resolverse. Sobre este particular se publicará un artículo mío en algunos periódicos de Francia a primeros de año. También se publicará en varios de América. En él verán que el Partido Socialista Obrero Español residente en España está conforme con un período transitorio y una consulta al país. Si lo dicho por Leiva es lo mismo que expresó en una conversación que tuvo conmigo, lo conceptúo como un iluso.
»El Partido Comunista Español en Francia ha enarbolado la bandera del plebiscito con garantías. El Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores de España en Francia no han dicho todavía “esta boca es mía”. Siempre vamos a remolque de los demás. Nos ocupan el tiempo y la inteligencia nuestras disputas y dejamos que, entre tanto, nos arrollen los acontecimientos. Así nos crecerá el pelo.
«Seguramente preferiría usted una crítica contra la actuación de Prieto y sus partidarios. No puedo, no quiero, ni debo entretenerme en eso. Antepongo a ello el interés de España. Después, ya veremos. Le ruego dé a conocer esta carta a mi familia y amigos, a fin de aliviarme un poco del trabajo que pesa sobre mí».
Después de todo esto ¿puede hablarse como lo han hecho Araquistain y otros? ¿Se hace por error o mala fe?
Todavía podía deciros otras muchas cosas, pero se haría interminable esta información. Más adelante, acaso, os remita otras cosas que crea interesantes para que las archivéis.
En espera de alguna vuestra, dad de mi parte muchos besos a mis nietos y para vosotros todos recibid el cariño de vuestro padre.
Francisco Largo Caballero.