OFENSIVA COMUNISTA CONTRA EL GOBIERNO

Querido amigo: El Gobierno Nacional que formé en septiembre de 1936, contrajo públicamente, el día de su constitución, el compromiso de que ninguno de sus elementos haría política partidista y que todas sus energías convergerían en un solo objetivo: el de ganar la guerra. No siendo así, yo no me hubiera arriesgado a aceptar la responsabilidad del Poder. Tal compromiso fue publicado en una nota oficiosa.

Pero inmediatamente se pusieron en evidencia las impurezas de la realidad.

Se llevaba a cabo una labor de catequización por el Partido Comunista, abusando de las simpatías hacia Rusia por su ayuda. No sé si esta labor, en la forma que se hacía, estaba autorizada y dirigida por la Tercera Internacional o era espontánea. Lo cierto es que se hacía por procedimientos inaceptables. En el llamado 5.° Regimiento y en los frentes, los ascensos de clases se otorgaban a los comunistas en perjuicio de los que no lo eran; en los hospitales se cuidaba mejor a los comunistas que a los otros; y los nombramientos de Comisarios, sin mi firma, también se habían concedido a los comunistas; a los jefes del ejército se les halagaba para su ingreso en tal Partido; la prensa comunista ensalzaba los hecho de guerra de los comunistas y silenciaba los realizados por otros; en las operaciones se destinaba a los lugares de mayor peligro y en los que se podía obtener menos éxito a los no comunistas. Así, muchos se incorporaban a aquel Partido en desacuerdo con sus sentimientos y sin conocer lo que era. Al que no se sometía se le perseguía hasta inutilizarlo. Todo se toleraba por temor a perder la simpatía de Rusia.

Sin embargo, yo estaba obligado a poner cortapisas a tales abusos que contradecían el compromiso adquirido.

Publiqué circulares, las cuales se enviaron a los Generales y Jefes de Cuerpo de Ejército para que impidieran durante la guerra que se hiciera política y que todos se circunscribieran al cumplimiento de sus deberes militares; para que los grados y ascensos no tuviesen valor si no estaban refrendados por el Ministro de Guerra y publicados en el Diario Oficial, y para que los hospitales suprimieran en su denominación los nombres personales y todos ostentasen el título de Hospital Nacional, número… y asimismo para que el nombramiento de su personal se hiciese por Guerra. En el caso de que no se cumpliesen estas disposiciones se suprimirían todos los subsidios y subvenciones.

Publiqué otra orden anulando todos los nombramientos de Comisarios hechos sin mi firma, y obligando a que para revalidarlos se solicitase del Ministro de la Guerra.

Mi propósito no era suprimir los ascensos ni los grados, ni los Hospitales ni los Comisarios, ni prohibir que los militares tuvieran las ideas que quisieran, sino restablecer una normalidad que había desaparecido del ejército por el afán de proselitismo de un Partido. Sabía lo que me jugaba al hacer esto.

Puede usted suponer la polvareda que levantaron tales disposiciones. En mítines y periódicos se dio la voz de alarma. Los comunistas decían que iba a desorganizar el ejército y otras cosas por el estilo.

La batalla contra mí, que estaba latente por algo de lo ya dicho y lo que añadiré, se empeñó francamente.

Uno de los más responsables era Álvarez del Vayo, afiliado al Partido Socialista, Ministro de Estado y Comisario, que hasta entonces se había manifestado como amigo mío incondicional. Se titulaba socialista, pero se hallaba incondicionalmente al servicio del Partido Comunista y auxiliaba todas sus maniobras, esperando, sin duda, sacar de él mejor partido para sus aspiraciones personales. Era uno de los jefes de la cabala.

Hice comparecer a Álvarez del Vayo; le recriminé por su conducta y por los nombramientos hechos sin mi conocimiento y firma, en número de más de doscientos en favor de comunistas. Al escucharme se puso pálido, y con verdadera cara dura me contestó que los nombramientos eran para Comisarios de Compañía y que los había hecho por creer que era de su competencia. Le demostré con la Ley en la mano que no se hacía excepción alguna y que todos tenían que ser firmados por el Ministro.

Vayo y Pretel —otro tránsfuga—, que era su Secretario, habían organizado sin mi autorización, una Escuela especial para Comisarios donde ingresaban como internos con derecho a casa, comida y demás, los Comisarios de Compañía que ellos nombraban; estudiaban algunas asignaturas, y ascendían a los grados superiores, hasta el de Comisario de Ejército. Con ese procedimiento sustraían, de hecho, al Ministro el nombramiento de todos los Comisarios, sin excepción.

París. Enero de 1946. Le abraza, Francisco Largo Caballero.

Querido amigo: Un buen día entró en mi despacho el Ministro de Gobernación Ángel Galarza y me dijo: «¿Me autoriza el señor Presidente para detener el General Miaja y meterlo en la cárcel?» Creí que era una broma y le contesté: «¡Cuidado! Si la vedette es aprisionada, el coro puede hacerse solidario de ella y negarse a salir a escena, en cuyo caso habría que suspender el espectáculo». Pero la cosa no iba en broma.

Wenceslao Carrillo estaba en Gobernación en Madrid representando al Ministro, y tuvo la suerte de descubrir un gran complot contra la República en el que estaban comprometidos varios señores. Éstos se reunían, publicaban proclamas, las repartían y estaban en comunicación con los rebeldes del frente de la capital por mediación de una emisora de radio clandestina. Por este medio les facilitaban copias de las órdenes que Miaja recibía del Ministerio de la Guerra y de los acuerdos del Estado Mayor. El enemigo conocía de antemano las operaciones en proyecto y se preparaba para hacerlas fracasar. Eso ocurrió en la Casa de Campo. Esto era muy grave, pero lo gravísimo estaba en que el jefe de la banda de conspiradores era el Secretario del General Miaja, Capitán… X. Todos ingresaron en la cárcel, y en sus declaraciones uno de ellos dijo que habían comenzado las gestiones para conquistar al Coronel Rojo, Jefe del Estado Mayor de Miaja.

Simultáneo a ese servicio, la policía había prestado otro de gran importancia. En el registro verificado en el antiguo local de la Unión Militar Española se encontró la lista oficial de asociados, en la cual figuraban militares de todas las armas y clases; una organización monárquica constituida para combatir a los antimonárquicos de todos los partidos. Allí se habían organizado los atentados contra los Jefes de Guardias de Asalto, origen del de Calvo Sotelo. En dicha lista figuraban con su número correspondiente: el General Miaja y el entonces Comandante y después Coronel Rojo. Por mucho menos habían dado el paseo a otras gentes en los comienzos de la guerra, y posteriormente se juzgaron y condenaron a otros por los Tribunales y Consejos de Guerra.

Como uno de los detenidos había declarado que se hacían gestiones para catequizar a Rojo, propuse a Galarza que no procediese a la detención de ninguno de los dos, a fin de poder inquirir más datos y pruebas para proceder en firme con más garantías de éxito. La lista oficial de la U.M.E. y las declaraciones de los detenidos las tenía el Ministro de Gobernación y yo pude leer esos documentos.

Para que pueda explicarse por qué ocurrieron los hechos posteriores que produjeron la crisis, me permito recordar que Miaja y Rojo eran elementos afectos al Partido Comunista, e indicarle de paso que lo relatado en esta carta sucedía en los primeros días de mayo de 1937.

París. Enero de 1946. Le abraza, Francisco Largo Caballero.

Querido amigo: Los milicianos defendían la capital de España heroicamente no dejando al enemigo pasar del río Manzanares. Sin embargo, lograron penetrar en la Casa de Campo por una negligencia de Miaja, que no se ocupó de colocar fuerzas entre La Florida y Puerta de Hierro; y por esto llegaron a la Ciudad Universitaria. De día y de noche bombardeaban Madrid por tierra y aire y acumulaban fuerzas y material a placer; cada día era más difícil una ofensiva de frente, en masa, estilo alemán, como querían hacer Miaja y Rojo.

Me reuní con los Jefes de las Secciones del Estado Mayor Central; examinamos la situación, y estuvimos de acuerdo en que se imponía una ofensiva de maniobra para cortar a los rebeldes del frente del Centro la comunicación con el resto de España, e impedir así que continuaran reforzándose en hombres y material.

La operación se iniciaría atacando Peñarroya, apoderándonos del ferrocarril de Córdoba a Extremadura y, entrando en esta región, cortar las comunicaciones con la provincia de Madrid. Al mismo tiempo se desencadenaría otra ofensiva por Guadalupe para cortar las carreteras próximas a la capital. Para esa operación doble podíamos reunir cuarenta mil hombres. Los rusos, que me visitaban todos los días para hablar de la guerra y darme noticias sobre el envío de armamento, vieron bien el proyecto y me propusieron nombres de Jefes de Brigada, todos ellos comunistas, para los mandos de las unidades que debían operar. Pero el Estado Mayor y yo ya teníamos designadas las personas para dichos mandos. Se preparó lo necesario: depósitos de material, intendencia, sanidad, etc. Encargué que pidieran al Jefe efectivo de aviación una nota escrita del número de aparatos que se podrían emplear, y contestó que podíamos contar con diez aviones. Para cooperar a una ofensiva de un ejército de cuarenta mil hombres, ¡diez aparatos!; lo interpreté como una manifestación de represalia por no haber facilitado mandos a los comunistas. Estábamos cansados de ver cómo a éstos se les enviaba a donde podían recoger laureles, y a los demás a donde recogieran las balas del enemigo.

Al General Miaja le pedí dos brigadas ya fogueadas y entrenadas, a cambio de otras dos nuevas, puesto que en el frente de Madrid no tenían que operar. Reunió Miaja a los Jefes y Comisarios de Cuerpo de Ejército, les dio a conocer la petición del Ministro de la Guerra y pronunció un discurso diciendo que se le trataba como un ordenanza; a continuación propuso que se contestase que la operación debía hacerse en el frente de Madrid. ¡Siempre los celos y la envidia dificultando la acción!

Rojo redactó el documento negando voladamente lo pedido. Uno de los Jefes y un Comisario fueron a Valencia a entregármelo.

Yo veía clara la jugada. Planteé el asunto en el primer Consejo de Ministros declarando que o el General Miaja se sometía a las órdenes del Ministro o era destituido. Los comunistas dijeron que no veían nada de importancia en el asunto y esperaban que se sometiera el General. Efectivamente, a los dos días recibí otra comunicación del General poniéndose incondicionalmente a las órdenes del Ministro.

La operación la fijamos para el 16 de mayo.

Como en mi anterior carta, le llamo la atención para que tenga en cuenta que todo esto sucedía en los primeros días de mayo de 1937.

Se ponía al rojo el horno comunista al que me habían de echar para ponerme al blanco.

París. Enero de 1946. Le abraza. Francisco Largo Caballero.