DA COMIENZO LA GUERRA CIVIL

Querido amigo: No puede dudarse de que el señor Giral se hizo cargo de una situación angustiosa. Se encontró, frente a la sublevación, sin ejército, sin armas de ninguna clase; no tenía soldados, ni jefes, ni fusiles, ni cañones, ni aviación, ni tanques, ni camiones; de todo se habían apoderado los rebeldes por medio de un colosal robo a la nación.

Aunque se publicó una disposición licenciando a los soldados, para que éstos no fuesen obligados a obedecer a los rebeldes, lo cierto es que éstos les obligaron a permanecer en filas bajo la amenaza, en caso contrario, de ser fusilados. Pero si los soldados que tenían los fusiles no pudieron libertarse de sus jefes, los paisanos sin armas salieron a la calle arriesgando sus vidas para defender el régimen de libertad.

Si la Historia se escribiera con imparcialidad, tendría que destacar la gran cantidad de actos heroicos realizados no solamente por hombres de todas las edades, sino que también por mujeres y niños. Entre los de más relieve, está el de aquellos que bajo el fuego mortífero de las baterías del Campamento de Carabanchel se apoderaron de los cañones que los sublevados poseían, sin utilizar para ello otras armas que algunas pistolas y escopetas. El valor humano fue allí lo principal, inflamado por el amor a la libertad y el odio a la traición. Estas gentes resueltas, temerarias, se arrastraban por los campos para no ser blanco de los obuses, con una serenidad y entusiasmo que asombraban. Así fue conquistado el Campamento de Carabanchel, baluarte de los facciosos, por un grupo de héroes anónimos del pueblo de Madrid.

El cuartel de la Montaña fue otro caso típico de heroísmo del pueblo. El General Fanjul —diputado a Cortes, reaccionario— complicado en la sublevación, se encerró con soldados y oficiales en el cuartel de la Montaña debido a que no les fue posible lanzarse a la calle con arreglo al plan concertado.

Los paisanos rodearon el edificio, provistos únicamente de pistolas, escopetas, algunos fusiles salidos de no se sabe dónde y varios cartuchos de dinamita de los que se utilizan en las canteras. De este modo impidieron la salida de los militares. Fanjul con sus oficiales, falangistas y soldados se parapetaron en las ventanas, guarnecidas de colchonetas, y se emprendió una lucha encarnizada. Jóvenes en mangas de camisa, con más entusiasmo y ardor que elementos de ataque, intentaron varias veces el asalto al cuartel cayendo muchos de ellos sin vida, pero cada hueco que se producía era inmediatamente cubierto por otro voluntario, entre los cuales figuraban también algunos Guardias de Asalto. La multitud aumentaba a cada instante en los alrededores del cuartel. La batalla se hacía interminable y los voluntarios se impacientaban; a costa de todo querían entrar en el cuartel. En el momento más culminante apareció un grupo de ciudadanos conduciendo una pieza de artillería que les había facilitado el militar que me proporcionaba las informaciones, y que estaba en el depósito de material viejo del Pacífico. Esto produjo el delirio en los asaltantes. Momentos después se vio un avión, cuyo piloto lo sacó del aeródromo de Cuatro Vientos. Siento muy de veras no recordar el nombre del piloto. La aparición de este aparato decidió la lucha. Los soldados viéndose amparados por el pueblo abrieron las puertas del cuartel y se precipitaron al exterior agitando pañuelos blancos, llevando sus fusiles y uniéndose a sus salvadores. En el interior lucharon con jefes y falangistas. Al general Fanjul lo encontraron herido en los sótanos; se le hizo prisionero, sometiéndole a Consejo de Guerra sumarísimo que le condenó a muerte, y fue fusilado por traidor. Todos los oficiales fueron conducidos al patio del Ministerio de la Gobernación rodeados de una multitud que les apostrofaba, pero defendidos de ser agredidos. Los tribunales se encargarían de aplicarles el castigo merecido.

Otras fuerzas de infantería y caballería facciosas huyeron a Alcalá de Henares y Guadalajara, perseguidas por los paisanos voluntarios que las vencieron.

He querido proporcionarme la satisfacción de rendir éste tributo personal de admiración y justicia a los héroes que en Madrid, al precio del sacrificio de sus vidas con su arrojo temerario, vencieron a los traidores. ¡Que la Historia no los olvide!

El Gobierno no podía atender a todo. Actuaba en el Ministerio de la Guerra teniendo a su lado constantemente a la Ejecutiva del Partido Socialista. Se enviaron al extranjero varios comisionados para adquirir armas de todas clases, puesto que se carecía de todo y todo había que improvisarlo. El Ministerio estaba invadido por infinidad de personas solicitando medios para subvenir a las necesidades de la lucha. Había comenzado a actuar la iniciativa particular aislada. Cuando desde el Gobierno no se organiza, es inevitable y hasta es necesaria la organización individual. Se instituyeron hospitales; se organizaron batallones y brigadas con nombres de entidades y personas de la tendencia o devoción de los organizadores: Azaña, Pestaña, Largo Caballero, Izquierda Republicana, Pablo Iglesias, Enrique de Francisco, Noy de Sucre, Libertad, etc., etc. Todos ocuparon locales para centros de reclutamiento y propaganda. La Unión General trabajaba en su local social, y sólo ocupó un local para oficinas de información por radio en la calle de Fuencarral. Entonces se creó el 5.° Regimiento por los comunistas, en el que podían ingresar cuantos quisieran. Fue el vivero de donde empezaron a brotar cabos, sargentos y hasta oficiales sin otros estudios o méritos que el estar afiliado al Partido Comunista.

En los primeros días se cometieron actos lamentables que, si no se justifican, tienen al menos su atenuante en que respondían a los actos de salvajismo cometidos por los falangistas en La Coruña, Salamanca, Burgos, Sevilla, Pamplona y otras poblaciones donde se asesinaba en masa a todos los afectos a la República, inclusive a sus diputados.

Tales actos exacerbaron a las multitudes, que se lanzaron a ejercer represalias. A esto obedeció el que un numeroso grupo de irresponsables penetrase a la fuerza en la cárcel Modelo y eliminase a algunos detenidos, entre ellos a don Melquíades Álvarez, republicano tibio, y al autor de la ruleta-extraperlo, el lerrouxista Salazar Alonso.

Sería estúpido desconocer que entre los grupos de patriotas exaltados se mezclan siempre pescadores de río revuelto. Esto no se ha evitado en ninguna revolución, y tenemos motivos para asegurar que entre los grupos mencionados se mezclaron muy frecuentemente elementos falangistas para saciar algunos deseos de venganza y para acumular sobre la República hechos que la desacreditaran.

El Gobierno no podía evitarlo, pues carecía de las fuerzas coactivas indispensables. Los verdaderos responsables fueron los sublevados; los que declararon la guerra civil desarticulando totalmente a un pueblo. Sin eso, ese pueblo hubiera seguido viviendo pacíficamente. Los que se titulan gentes de orden son los primeros que deben dar ejemplo respetando el orden establecido y tratando —si no les agrada— de modificarlo por los medios que el derecho ofrece. Provocar la anarquía y quejarse luego de los efectos del desorden, será muy cómodo, pero perfectamente inmoral y contraproducente.

Para evitar que siguieran realizándose los llamados paseos, el Gobierno constituyó tribunales especiales en los que tenían representación los organismos obreros y políticos. Con esta medida renació la confianza en que se haría justicia, y cesaron los paseos.

En aquella baraúnda o desbarajuste, entidades organizadoras de hospitales y milicias, que no lograban obtener del Gobierno lo necesario para atender a sus mínimas necesidades, extendían Vales de papel con el sello de la entidad, y con ellos acudían a los establecimientos, los cuales se veían obligados a entregar lo que se les pedía en evitación de mayores perjuicios reales, o de los que el miedo imaginaba y con la esperanza de que algún día les fuera abonado el importe. Como así se hizo. Tendremos ocasión de volver sobre esto.

La guerra seguía regando de sangre el suelo español. En provincias resistían tenazmente hasta el agotamiento. En el Centro los sublevados avanzaban hacia Madrid. Habían tomado Talavera de la Reina, y se aproximaban a Toledo. En la Sierra se encontraban a las puertas de Guadarrama y el Escorial. Todo hacía temer una entrada inminente en la capital. Los milicianos, el pueblo en general desconfiaba del Gobierno y de los que le asesoraban. Creían que no hacían lo que podían, esto es, lo necesario para ganar la guerra. Los juicios no siempre son justos, pero responden a un estado de ánimo creado por causa del desorden que se sufre. Se hablaba por algunos elementos de entrar en el Ministerio y detener a los Ministros. Disparatado; pero consecuencia lógica de no haber antes constituido un Gobierno de concentración nacional con el natural reparto de responsabilidades. El pueblo sufre equivocaciones, pero algunos dirigentes las cometen mayores.

Alguien informó al señor Giral de la situación, indicándole la conveniencia de constituir otro equipo ministerial que inspirase mayor confianza al país. El señor Giral dio cuenta de esto al Presidente de la República y, ambos de acuerdo, convinieron en llamarme para encomendarme la tarea de formar Gobierno. Ello era urgente; la tempestad se echaba encima.

Berlín. Cuartel General de la Comandancia del Ejército ruso de ocupación. 14 de junio de 1945. Le abraza. Francisco Largo Caballero.