Querido amigo: Los siete años de dictadura de Primo de Rivera, merecen unos comentarios.
Es sabido que no dio el golpe de Estado por las exageraciones catalanistas, ni por la exhibición de banderas separatistas, no. El golpe lo dio para salvar a la monarquía borbónica representada por don Alfonso XIII.
El general Pavía mató la República del 70; el general Prim nos importó una monarquía extranjera; el general Primo de Rivera salvó al rey del conflicto de Anual; el general Franco y otros generales asesinaron la República del 14 de abril de 1931. Así, los militares españoles han ido haciendo la historia de España a su manera. ¿Qué de extraño tiene que en el extranjero se designe a España como el país de los pronunciamientos?
Sin conocimiento del Gobierno ni del Ministro de la Guerra, el Rey se entendía con el general Silvestre y prepararon la batalla de Anual para conmemorar la fiesta religiosa de Santiago Apóstol, En esa batalla murieron doce mil soldados españoles, incluso el general Silvestre. La hecatombe produjo una gran conmoción del pueblo español. ¡Eran doce mil hijos suyos que le arrebataron para satisfacer una vanidad!
Se nombró una Comisión parlamentaria para averiguar lo ocurrido y exigir responsabilidades. Esta Comisión pudo comprobar evidentes ingerencias del monarca en los asuntos marroquíes y en la preparación de lo que fue un tremendo desastre, y redactó un dictamen que habían de conocer y discutir públicamente las Cortes. Cuando el dictamen se hallaba en el Parlamento e iban a hacerse públicas las responsabilidades de la Monarquía, el general Primo de Rivera, Capitán General de Cataluña, se acuerda de que los catalanes hablan su idioma, defienden su autonomía, y que en las manifestaciones públicas enarbolaban banderas con el escudo de la región. ¡España está en peligro!, debieron exclamar al unísono el general… y el rey, y ambos, puestos de acuerdo, en tanto que el monarca boicoteaba la acción del Gobierno y de las Cortes, dieron el golpe de Estado.
Al conocer la noticia, la Ejecutiva del Partido Socialista envió una nota a los periódicos protestando de lo hecho en Barcelona y aconsejando a la clase trabajadora que no secundara ni apoyara en forma alguna el movimiento militar. Esperábamos represalias, pero el Directorio que se formó no se dio por enterado de nuestro comunicado. ¿Cálculos? ¿Prudencia? Lo que fuere; para el caso es lo mismo.
Durante la dictadura se produjeron muchos incidentes en la política española que en su día relatarán los historiadores. Para los efectos de esta correspondencia, sólo hay dos de verdadera importancia: La Asamblea Corporativa Consultiva y el Consejo de Estado.
El Parlamento fue disuelto, por ser el objeto primordial del golpe, para hacer desaparecer el expediente de responsabilidades. Se anunció la creación de una Asamblea Corporativa consultiva.
Indalecio Prieto —perito en crear conflictos al Partido— emprendió una campaña contra la Unión General diciendo que no debía formar parte de dicha Asamblea. Ignoro, aunque lo dudo, que Prieto estuviese afiliado a alguna de las Secciones de la Unión. El afán de notoriedad le impulsaba a combatir un propósito inventado por su imaginación, puesto que nadie había pensado en semejante cosa. La cuestión era hacer ruido, y dirigir el organismo obrero desde fuera sin responsabilidad alguna.
En los medios republicanos y anarquistas tuvo repercusión, creyéndose que cuando Prieto hablaba de esa manera, era que se intentaba llevar a la Unión General a aquella Asamblea. Ni el Congreso, autoridad máxima, ni el Comité Nacional, que suple a aquél en ciertos casos, ni la Comisión Ejecutiva se habían ocupado todavía del asunto. La C. Ejecutiva callaba porque no habiéndose tomado ningún acuerdo no quería, con su opinión, contraria o favorable, prejuzgar lo que quisieran resolver los organismos superiores. Esta disciplina y respeto a la opinión ajena, no ha sido nunca del dominio de Indalecio Prieto. Afiliado al Partido Socialista, actuaba como un aerolito por todos los espacios políticos.
Con esa propaganda de Prieto, ayudada por el seráfico santo laico antimarxista don Fernando de los Ríos, se creó un ambiente contra las Ejecutivas de la Unión y del Partido que, para no dar un espectáculo nada edificante, no contestaban defendiéndose como era su derecho, esperando que se resolviera el asunto en los Congresos y sufriendo hasta las calumnias de la publicación «Hojas Libres» editada en Francia por los señores Unamuno y Eduardo Ortega y Gasset, que estaban emigrados.
En reunión ordinaria celebrada por el Comité Nacional de la Unión General de Trabajadores de España, se tuvo conocimiento de un escrito de Indalecio Prieto repartido entre sus amigos, en el cual, además de sostener que no debía irse a la Asamblea Corporativa Consultiva, calificaba de antemano de traición el acuerdo contrario. Al Comité le ocasionó gran disgusto este proceder de Prieto, y, por unanimidad, acordó ver con disgusto su conducta. Como Secretario así se lo comuniqué, y contestó calificando de antidemocrático el acuerdo que le censuraba, aunque flagelase sin fundamentos y fuera de las organizaciones a sus correligionarios que ostentaban la representación de los organismos.
Presenté la proposición de no ir a la Asamblea si éramos invitados, y así se acordó, con los votos en pro de la participación de Julián Besteiro y de Enrique Santiago.
El Parlamento, elegido por sufragio universal, es la representación legal de la nación, el símbolo de la democracia. La Asamblea Corporativa Consultiva, nombrada por Real Orden ni representa la Nación ni es democrática; mucho menos si se crea para matar el Parlamento. Éste tiene facultades legislativas; la Asamblea, solamente consultivas. Si al lado del Parlamento se constituyese la Asamblea como auxiliar de éste, aún podría ser admisible en ciertas condiciones; de otro modo, es totalmente inaceptable.
El Consejo de Estado, desde tiempo inmemorial, era constituido por miembros nombrados por R.O.; representaba al Gobierno y no al país, pero nunca era sustitutivo del Parlamento. Era un cuerpo consultivo, no democrático, como otros muchos de la Nación. La dictadura abrió las puertas del Consejo a la representación corporativa libremente elegida por las corporaciones. Esto no es tampoco democracia pura, pero era un progreso respecto de lo anterior; era un avance político, y es por esto que la Unión y el Partido aceptaron tener representación en aquel organismo, como la tenía en el Consejo de Trabajo, Junta de Aduanas y Valoraciones, Oficina Internacional del Trabajo y otros.
El Partido y la Unión sostenían el criterio de siempre: el de aceptar representación en los cuerpos consultivos que no sustituyesen al Parlamento y a condición de que sus representantes fuesen designados por los propios trabajadores.
La disposición de reforma del Consejo de Estado autorizaba al Instituto de Reformas Sociales a nombrar un Vocal obrero. Los representantes de las organizaciones obreras no estuvieron conformes con tal forma de designación y, como se trataba de una representación de los trabajadores, los vocales obreros recabaron el derecho de ser ellos los que designaran al obrero que había de ir al Consejo de Estado. Reconocido ese derecho y de acuerdo y conformidad con las Ejecutivas del Partido y de la Unión, me eligieron a mí para representarlos.
Prieto y De los Ríos hicieron campaña, en el Ateneo y en la Academia de Jurisprudencia contra el acuerdo de las Ejecutivas. «Hojas Libres», con datos suministrados por Prieto, persistió en sus diatribas.
Se celebraron los Congresos de los dos organismos obreros nacionales, discutiéndose con amplitud el problema. Prieto demostró su ignorancia y mala fe sosteniendo que esos cargos no debían ser aceptados, porque los nombramientos habían de hacerse por el rey y con su firma; olvidaba, o no conocía, las fórmulas constitucionales tan diferentes entre la promulgación de leyes y la publicación por Real Decreto o Real Orden en la Gaceta Oficial. Prieto, que había sido Vocal obrero en la Junta de Aduanas y Valoraciones nombrado por las sociedades obreras, pero cuyo nombramiento fue publicado en la Gaceta como Real Orden, no pisaba terreno firme y abandonó la discusión declarando que estaba equivocado. ¡A buena hora! Pero, en fin, más vale tarde que nunca. Los Congresos aprobaron la conducta de las Ejecutivas del Partido y de la Unión, censurando implícitamente a Prieto y De los Ríos.
Pero Indalecio tenía la obsesión de actuar en todo lo que fuese contra sus correligionarios, la disciplina del Partido y la de la Unión.
A la vuelta de la emigración, de los señores Unamuno y Ortega y Gasset, republicanos antisocialistas. Prieto les ofreció un banquete en Irún, cosa que no hubiera hecho con correligionarios suyos. ¡Era natural, él había sido su inspirador en ciertas campañas!
Recibí la invitación para posesionarme de mi nuevo cargo en el Consejo de Estado. En la invitación se consignaba que había de asistirse de uniforme y con condecoraciones, o bien de traje de etiqueta. Esto me molestó y decidí plantear la cuestión al Presidente doctor Cortezo. Éste, en tono irónico, me contestó: «Si usted entiende que el traje de albañil es de etiqueta, puede asistir con él». Me recordó la entrevista que en el pasado tuve con el Gobernador de Madrid.
No hice más consultas, y me dispuse a cumplir con el deber. Asistí a la sesión inaugural con traje de americana. Entré en el salón de espera inmediato al de sesiones, y me encontré a los otros Consejeros vestidos con uniformes militares, de frac, de gentiles hombres con la llave en el trasero… ¡aquello parecía un baile de máscaras!
No me atolondré; al contrario, aquel espectáculo me reconfortó, y consideré ridículo embutirse en aquellos trajes, algunos ya cortos y estrechos por su antigüedad, para discutir asuntos de la administración del Estado.
En la mesa presidencial había un Cristo y unos Evangelios. Todos juraron ante ellos, menos yo, que prometí.
Terminada la ceremonia recibí felicitaciones de algunos colegas, diciéndome que había hecho bien rompiendo con la tradición; ellos mismos se reían de verse con tales disfraces. En reuniones posteriores algunos asistieron con traje de calle. El General Weyler fue alguna vez con pantalón de pana, que utilizaba para montar a caballo. Esta mutación de trajes me recordaba cuando Pablo Iglesias entró por primera vez en el Parlamento con capa y sombrero flexible, rompiendo con la costumbre de acudir, con traje de etiqueta y sombrero de copa.
Adquirida la costumbre en el Instituto de Reformas Sociales y en el Ayuntamiento de manejar expedientes, pronto me orienté y me sirvió para adquirir conocimientos de la administración del Estado. Los dictámenes técnicos eran lecciones de ciencia jurídica y política; sin embargo, tenía mucho cuidado, porque con el idioma, igual que con los números, se pueden hacer muchas combinaciones. De ello pudo Jacinto Benavente ofrecernos curiosos ejemplos en Los intereses creados.
Los créditos para la guerra de Marruecos; la renovación del convenio con la Compañía Trasatlántica, los contratos con la Compañía Arrendataria de Tabacos, la modificación de la Ley de reclutamiento y otros muchos problemas importantes, me ofrecieron ocasión de exponer el criterio socialista. En el Boletín de la Unión General daba cuenta de mi gestión, y además se discutía en Comités Nacionales y Congresos.
Tuve la sorpresa de recibir un B.L.M. del Secretario de Alfonso XIII invitándome a asistir a un baile en Palacio.
Agradecí la atención y rehusé la invitación muy cortésmente. Ni estábamos en Inglaterra, ni formábamos parte del Partido Laborista Inglés.
Berlín. Cuartel General de la Comandancia del Ejército ruso de ocupación. 24 de mayo de 1945. Le abraza. Francisco Largo Caballero.