Desde el primer momento fue un idilio.
Hubo muchos besos, mucho tomarse de la mano. Charlas interminables. Y risas, Dios, uno hacía reír al otro. Había inocencia en todo aquello, casi como un amor de instituto. Si los hubierais visto juntos aquella primera semana, ellos dos y Lola, habríais pensado que eran una familia. Por cómo se movían, cómo caminaban al compás. Parecía que llevaran juntos toda la vida.
Todas las noches se dormían enredados el uno en el otro. Y cuando se despertaban a la mañana siguiente aún estaban entrelazados. Ninguno de los dos fingía que se tratara solo de sexo.
Las cosas más complicadas, las cosas que habían sido auténticos campos minados en otras relaciones, aquí eran temas de discusión. Eran cosas de las que se podía hablar.
—¿Has estado alguna vez embarazada? —preguntó Bruno.
Incluso en aquel momento a Addie le había parecido la cosa más insólita que preguntar. Y sin embargo la más fundamental, si querías comprender a una mujer.
La tercera noche juntos, una noche de domingo, se habían quedado en casa para pasar la resaca. Habían encendido la estufa de gas y se habían acomodado en el sofá. Tenían la tele encendida, aunque solo la miraban a medias. Una película sobre una detective embarazada. Ambos la habían visto antes.
—¿Has estado alguna vez embarazada? —preguntó él.
Como si le preguntaras a alguien si ha estado alguna vez en Francia.
—Sí —respondió ella sin tapujos.
Addie mantuvo los ojos fijos en el televisor. De repente fue consciente de cómo estaba sentada, con un pie sobre el sofá y el otro aplastado debajo de ella. Sintió la necesidad de permanecer muy quieta, como si un animal peligroso hubiera entrado sigilosamente en la habitación.
—¿No hubo bebé? —preguntó él.
—No hubo bebé.
—En mi caso tampoco —dijo él—. No ha habido bebés.
Y por ella, de ese modo, dio por zanjado el tema.
Addie podría haberlo dejado allí, pero no quiso.
—No es lo que estás pensando —aclaró, volviendo lentamente la cabeza para mirarlo.
—Yo no estoy pensando nada.
—Fue un embarazo ectópico, ¿sabes lo que es?
—Más o menos —respondió Bruno, queriendo decir que no.
—Es cuando el bebé queda atascado en el tubo. No termina bien. —Addie respiró profundamente y siguió—: Es probable que no pueda tener hijos.
Trató de hacer que sonara como si no le importara demasiado, como si fuera algo que no tuviese que ver con él. Pero tal como la miró él cuando se lo dijo, Addie sintió ganas de llorar. Volvió la cabeza bruscamente, mirando al televisor, y pestañeó para quitarse las lágrimas. Lo había apartado de su mente durante tanto tiempo, diciéndose a sí misma que no era para tanto. Claro que no había encontrado a nadie con quien quisiera tener hijos, eso era lo que se había estado diciendo. Pero ahora que lo había dicho en voz alta, ahora que había visto su reacción, de repente sí que le pareció que era grave.
Por eso sentía tanto dolor, estaba segura. Porque a esas alturas debería haber tenido un hijo. Según el orden natural de las cosas, debería haber tenido seis. El dolor de espalda y los calambres y la barriga hinchada, ahí estaba el origen de todo aquello, era un lastre. Addie había buscado información en internet y había topado con palabras que jamás hubiera creído que existieran. Palabrejas espantosas, como fibroma y endometriosis, palabras como quiste. Por supuesto que había oído hablar de quistes antes, pero nunca había sabido qué eran. Cuando buscó en Google la palabra descubrió que era exactamente lo que sugería. Un cosa asquerosa llena de líquido. Ni siquiera era capaz de pensarlo, no podía soportar la idea de tener una de esas cosas flotando en su interior.
Tengo las entrañas hechas un revoltijo, eso era lo que le había dicho a Della, era así como lo había descrito. Y Della se había quedado un poco preocupada. ¿No debería verte alguien?, le había dicho. No, no, había respondido Addie, ya sé lo que es. Es porque no he tenido ningún hijo. Es ir contra la naturaleza, eso es lo que es.
Después de diagnosticarse se había medicado ella misma. La natación ayudaba, y lo mismo los paseos. Probó la acupuntura, fue a darse algún ocasional masaje shiatsu, tomaba muchos suplementos vitamínicos. Bebía zumo de arándano. Y tomaba montones de analgésicos. Y también ibuprofeno, en caso necesario, podías duplicar la dosis sin dañar tus órganos, eso era lo que ponía en internet.
En el hospital le habían dicho que volviera para hacerle una prueba, algún tipo de cirugía laparoscópica. Le habían dicho que esperara seis meses y luego pidiera hora. Pero ella no lo hizo. En el fondo del alma, lo sabía. Y realmente, durante mucho tiempo, no le importó. Ella creía en el destino. Creía que lo que tuviera que venir, vendría. Veía la vida de Della y no estaba nada segura de que aquello fuera lo que ella quería, de modo que se dijo que en verdad no le importaba.
Es curiosa la manera en que logras borrar las cosas de tu mente. La manera en que te convences de algo de un modo u otro, la manera en que asumes las cosas. Hasta que te das cuenta de que nunca habías estado convencida del todo.
Addie siente un gran cariño por las hijas de su hermana, las quiere como si fueran suyas. Sabe qué día cumplen años. Tiene fotografías de ellas junto al teléfono.
Para ellas es más una hermana mayor que una tía. Las lleva a comprar ropa y les deja comprar todo lo que quieran. Cuando las lleva a nadar, las invita luego a tomar chocolate a la taza. Las invita a quedarse a dormir en su casa y miran la tele juntas en el sofá. Y le dan palomitas a la perra.
A Addie le gustan los mismos programas que a ellas. Le gustan Los Simpson, le gusta incluso Friends.
—Yo soy Rachel —dice Stella.
—¡No, Rachel soy yo! —protesta Tess.
¿Por qué todas quieren ser Rachel?, se pregunta Addie. Yo no quiero ser Rachel, si pudiera ser alguien, sería Phoebe. Es lo que tiene hacerse mayor, piensa. Ya no quieres ser Rachel, quieres ser Phoebe. Aunque Addie sabe que Della tiene razón, si ella es alguien, es Monica.
Las niñas utilizan expresiones que sacan de la tele. «Musquis», «repámpanos» y «lerdo», dicen. Llaman a Della «mami». Dicen «listo» cuando han terminado de cenar.
Della le echa la culpa a Addie.
—Tú las animas a ver esa basura —dice—. Y luego te largas y soy yo la que tiene que escucharlas.
Lo de no tener hijos cambia las cosas. Eso es lo que está descubriendo Addie ahora que evoluciona. Hace unos pocos años todo tenía que ver con el bebé, todo tenía que ver con quedarse embarazada, y ver a otra gente quedarse embarazada y anhelar ser tú. Tenía que ver con la pequeña criaturilla, con su olor. Tenía que ver con sostener en brazos al bebé y ver cómo se duerme y ponerlo en el moisés y darle un beso de buenas noches y quedarse ahí a oscuras a escuchar su respiración.
Addie, ahora, ya no piensa en todas esas cosas. Tal vez porque ahora vuelve a estar soltera, o porque ha abandonado toda esperanza de volver a NO estar soltera nunca más. Tal vez sea porque las hijas de Della están creciendo y ya no son bebés, ahora ya son personas. Addie disfruta de su compañía, le gusta salir con ellas. Su propia vida parece muy tranquila en comparación.
—Tienes que pensar en el futuro —dice Della—. Tener hijos no tiene nada de bueno —añade—. Es un infierno. Pero es una inversión para el futuro, tienes que creer que valdrá la pena en años venideros.
¿Cuántas veces han tenido esta conversación? Della está muy versada en el tema, lo tiene todo bien pensado.
—Me gusta tener gente alrededor —dirá—. Si tienes suficientes hijos, seguro que tendrás gente alrededor. Aunque solamente sean sus espantosos novios y sus espantosos maridos o sus amantes lesbianas. Habrá gente entrando y saliendo. De lo contrario seríamos solo Simon y yo. Y me cuesta imaginar que pudiera funcionar.
Y sigue:
—No tuvimos suficiente gente alrededor. Cuando éramos niñas, había demasiado silencio en casa. Yo quiero tener gente alrededor.
Della tiene una visión muy clara del futuro y a menudo habla de ella.
—Cuando sean adolescentes —dice—, entonces volveré a trabajar. Encontraré un trabajo y pondré los pies en polvorosa. Ya se manejará Simon con tantas hormonas. A fin de cuentas, él es médico, debería de estar suficientemente preparado para encargarse de todo.
A Addie le resulta extraña tanta planificación en su hermana. La forma en que lo tiene todo resuelto.
—Nos compraremos una casa en Francia —dice—. Cuando las niñas sean mayores, el plan es comprarnos una casa en Francia y yo me pasaré allí todo el verano y Simon irá de aquí allí y las niñas podrán aprender francés y yo me sentaré en el jardín a leer.
Della se lo imaginaba todo.
—¿Dónde te ves de aquí a diez años? —pregunta a Addie—. ¿Qué te ves haciendo?
—¡Por Dios!, Della, no sé ni dónde me veo de aquí a diez días.
Y con esta respuesta manda la pelota fuera.
Aunque sí que le preocupa. Cuando está sola, le preocupa. Trata de imaginarse a los cincuenta, pero no lo consigue. Simplemente no lo ve.
Y eso la asusta.
Bruno volvió a sacar el tema más tarde. Estaban en la cama, Addie estaba tumbada con la cara hundida en la cálida curva entre el hombro y el cuello de Bruno. Estaba a punto de quedarse dormida cuando él le hizo una pregunta.
—¿Cuándo ocurrió lo del bebé?
—A finales del año pasado.
—O sea que a estas alturas el bebé ya habría nacido. Si hubiera vivido, ahora mismo el bebé estaría aquí.
Bruno había hecho el cálculo, tal cual.
Addie no logró articular una respuesta, no le salían las palabras. Y antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando, estaba llorando, lágrimas silenciosas que brotaban de su interior. Addie lloró en el hombro de Bruno, lágrimas que se juntaban formando pequeños charcos pegajosos sobre su piel.
Bruno no dijo nada. La estrechó junto a él y agachó la cara para besarle la cabeza mientras ella lloraba. Dejó que llorase y llorase, y cuando acabó estaba agotada. Sentía como si su cuerpo fuera de plomo. Pero, por primera vez en casi un año, tenía la cabeza despejada.
Nunca hubiera imaginado que alguien se preocupara tanto por ella. Que adivinara lo que estaba pensando, que le hiciera compañía en sus pensamientos más íntimos. Aquello tuvo un poderoso efecto sobre ella.
Por primera vez desde que había muerto su madre, tenía la sensación de que no estaba sola.