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—¡Ah!, tener tu propia vida —dijo Della—. ¡Ser libre para meterte en la cama con un perfecto desconocido!

—No es un perfecto desconocido, Dell. ¿No se trata de eso? Es nuestro primo.

—Creía que no estaba permitido acostarse con un primo, creía que hacía falta obtener una dispensa papal o algo así.

—Tío segundo, en realidad, no creo que al Papa le preocupe demasiado.

Della resopló.

—¿Está casado? ¿Cuántos hijos tiene?

—Ninguno, que yo sepa. —Addie escuchó el tono cauto de su propia voz, el intento fallido de no parecer ingenua—. No se lo pregunté.

Della dejó escapar otro resoplido, que Addie prefirió ignorar.

—Es banquero.

—Impresionante —dijo Della, tratando de no sonar demasiado sorprendida.

—Es una especie de experto en acciones de líneas aéreas. En realidad acaba de perder su empleo, trabajaba para Lehman Brothers.

Eso sí que es una sorpresa, pensó Della. Addie es experta en buscar a inútiles y ese tipo tiene toda la pinta de serlo.

Addie adivinó lo que estaba pensando su hermana y se apresuró a bromear sobre el asunto.

—¿No me dirás que no tengo suerte? Justo cuando conozco a un banquero guapo, el sistema financiero mundial se derrumba.

—¡Ah!, bueno —suspiró Della—, estamos en medio de una recesión, no podemos permitirnos ser excesivamente quisquillosas.

Hubo un tiempo en que Addie habría considerado a un banquero como algo peor que un asesino en serie. ¡Banqueros, contables, abogados… no los quería ver ni en pintura! No se habría parado ni para darles la hora, impensable para una chica como ella.

Cómo cambian las cosas. Hoy, un banquero es el amor soñado de una joven.

—Hay algo más —añadió Addie—. Es mayor.

—Addie, todos somos mayores.

—Supongo.

—¿Cómo de viejo exactamente?

—Cuarenta y nueve.

—Simon Sheridan cumplirá cuarenta y cuatro este año.

Della tiene la costumbre de nombrar a su marido por su nombre y apellido cuando habla de él. Es su manera de poner un poco de distancia entre ella y su vida.

—Ya lo sé, ya lo sé —dijo Addie—. Es solo que cuarenta y nueve solo está a uno de los cincuenta. Me parece increíble estar follando con un cincuentón. Se me hace raro.

—Eso es el futuro, ¿no? —preguntó Della—. ¿Se lo has presentado ya a Hugh?

—Por el amor de Dios, Della. Es estadounidense. Es un pariente. Y tiene barba. Son ganas de buscarse problemas.

—Sí, de acuerdo, pero no olvides que es banquero.

El problema es que Bruno ya no se considera un banquero. Ni siquiera está seguro de haberlo sido. Es algo que no eligió, pero que lo arrastró consigo. En el colegio era bueno en matemáticas y a partir de ahí todo fue rodado. Ahora se siente como el pasajero de un tren que se acaba de estrellar. Mientras se aleja de los restos del tren, piensa en la suerte que ha tenido de que lo lanzaran a la libertad.

Si alguien lo viera allí sentado en el Starbucks, con la agenda abierta sobre la mesa delante de él, podría pensar que es escritor o periodista. Mira a su alrededor, con los ojos brillantes de interés. De vez en cuando se inclina sobre su agenda y garabatea algo.

Es sábado por la tarde y el lugar está lleno de parejas. Jóvenes a la moda, vestidos con tejanos y jerseys de cachemir. Teléfonos móviles y llaves de coches desparramados sobre las mesas entre las tazas humeantes de café con leche y las pastas caras. En todas las mesas se analizan los periódicos del sábado, sección por sección. Bruno examina los titulares, las mismas frases que lo asaltan mire donde mire. Déficit presupuestario, crisis global, colapso financiero.

Curiosamente, nadie parece demasiado preocupado. Todos leen el periódico, sorben sus cafés y hacen planes para la noche del sábado. Bruno los oye hablando por los móviles. Describiendo sus resacas. A Bruno le intriga que entren en tantos detalles. Tienen un vocabulario especial. Los oye citándose para verse en tal pub o tal otro, y a continuación reservan mesa en un restaurante. Tengo que pasar por la peluquería, pero podemos vernos luego. Se comportan como si nada de aquello fuera a afectarlos.

A Bruno le interesa lo que pasa, ¿cómo podría no interesarle? Él tiene información privilegiada. Sabe cómo funciona todo. Puede prever los bancos que están cayendo, puede medir su impacto. Del mismo modo que un meteorólogo prevé un huracán en el mundo o un montañero un desprendimiento de rocas. Bruno conoce el peso de las rocas que caen rodando por la ladera, es capaz de calcular su volumen. Sabe que se llevarán por delante lo que encuentren a su paso.

Lo mira todo como quien mira una película, como si no le incumbiera en absoluto.

Helo aquí, un hombre de cuarenta y nueve años sin ataduras en este mundo. Desempleado, de aspecto ligeramente pasado de moda con su ropa informal, sentado en una silla de la terraza de una franquicia de cafeterías en Dublín, Irlanda. Mientras el mundo se desmorona a su alrededor, Bruno está sentado en un Starbucks comiendo una tarta Valencia Naranja con un tenedor de plástico. Mientras sorbe su café americano y piensa: ¡Qué suerte he tenido de que me echaran a la libertad!

El problema de Bruno es que le interesa todo excepto él mismo. No llega a imaginar por qué podría alguien encontrarlo interesante. Es un defecto que le han señalado muchas veces.

—Eres un libro cerrado —solía decirle Laura—, indescifrable.

Y lloraba lágrimas de frustración, suplicando que le revelara algo acerca de sí mismo. Bruno siempre encontraba aquella conversación desconcertante, inconsciente de que hubiera algo suyo que revelar.

Siempre se había considerado una persona abierta. Aunque no lo pareciera.

—Cuatro años de matrimonio y tengo la sensación de que todavía no te conozco —le dijo una vez Sara. Y le había preguntado—: ¿A ti te parece normal?

Dos veces había estado casado y dos veces había dejado atrás su matrimonio, como la serpiente que se desliza fuera de su piel. La tercera había logrado evitar casarse, por si el problema fuera el matrimonio en sí.

Aquella relación fue la que más duró, aunque el final fue sin duda el más lacerante.

—No es que tenga un lío —había dicho él.

—¡Un lío lo entendería!

Incluso entonces había tratado de explicarse, negándose obstinadamente a reconocer que hubiera hecho algo mal.

—Existe algo que se llama pecado por omisión.

Ella utilizaba su voz de tribunal. Entonces él supo que se había terminado.

Tres relaciones, una por década de su vida adulta. Ahora todas se mezclan. Resulta difícil separarlas en su mente. Había algo común en las tres relaciones, aunque no entre las mujeres. Las mismas discusiones bizantinas, el mismo callejón infernal sin salida.

Relaciones como un interminable viaje en automóvil, donde no dejas de saltarte las salidas hasta que al final aparcas en el arcén, bajas del vehículo y continúas a pie.

Bruno no le había contado nada de esto a Addie. Habían estado hablando todo el día, pero no había mencionado los hechos principales de su vida.

Le había hablado de su padre, del sueño de regresar a Irlanda que todavía tenía en los labios incluso cuando chupaba pastillas de menta para quitarse aquel aliento a muerte. Le había hablado de sus hermanas y de sus hijos, le había contado en pocas palabras sus logros y desilusiones. Le había hablado de Bruce Springsteen, de Ausbury Park y Darkness on the Edge of Town. Incluso ahora, le había contado, solo tenía que oír la voz de Bruce y se hinchaba de orgullo. El orgullo de pertenecer a algo. Le había contado todas aquellas cosas y sin embargo no le había dicho nada de sus dos matrimonios ni del último desastroso no-matrimonio.

Aunque bien pensado, se le ocurrió, Addie no se lo había preguntado. No había habido preguntas oficiales por su parte. De hecho, no le había hecho una sola pregunta sobre su pasado. No había habido ni un atisbo de preguntas capciosas, ninguna pregunta cuya respuesta se diera por supuesta, ninguna expedición de pesca torpemente disfrazada que había acabado temiendo de las mujeres.

Ni tampoco bravuconadas ni bravatas, ninguna de las expresiones severas que utilizaban para distraerte del hecho de que han enviado exploradores a marcar tu territorio. Dibujan el mapa de tu historia, incluso sospesan tu equipaje y lo comparan con el suyo.

Era casi insultante para él, aquella falta de interés por parte de ella. Ahora que lo pensaba, parecía no sentir la menor curiosidad por su pasado. Cosa que lo intrigaba. Era tan diferente de todas las mujeres a las que había conocido hasta entonces.

Con Addie, la vida parecía haberle dado a Bruno una última oportunidad.