29

Forester trató de sentarse, pero la presión del dolor le obligó a apoyarse contra el negro tanque. Un cansado desprendimiento había empezado a aplacar su furia insensata, pero ahora un amargo aturdimiento se apoderó de él.

—¿Mansfield? —murmuró débilmente—. Un Mansfield construyó los humanoides.

—Ese fui yo —asintió serenamente el enjuto anciano—. Porque quise salvar a los hombres de sí mismos. Inserté la Primera Ley en los relés que los gobiernan y la protegí contra cualquier cambio…, y luego intenté equivocadamente cambiarla.

Tras el creador de los humanoides, Forester pudo ver una vitrina con algo escasamente visible y un diminuto cilindro plateado dentro. Intentó una vez más aupar su cuerpo contra la oxidada coraza, y de nuevo el implacable dolor le obligó a desistir.

—Un error muy común. —Mansfield sacudió tristemente la cabeza—. Muchos otros lo han cometido también, aunque pocos han llegado a estar tan desastrosamente cerca del éxito como usted y yo, Forester, en nuestro momento. La causa común, supongo, es la carencia de filosofía. Sé lo que hice, hace treinta años, cuando intenté volar Ala IV con un rayo detonador rodomagnético. Afortunadamente, fracasé. Me impelía el egoísmo, en vez de la inteligencia. Quería la libertad antes de haberla ganado. Infantilmente, olvidé la absoluta necesidad de los humanoides.

Forester se debatió, protestando, y tuvo que jadear de dolor.

—No se mueva —instó tranquilamente el anciano—. Si espera unos minutos más, el circuito psicofísico estará preparado para recoger su cuerpo y arreglar todo lo que le afecta. Hace treinta años, yo no tuve tanta suerte. Porque Ironsmith aún no lo había diseñado.

—¿Eh? —Forester contuvo la respiración y trató de frotarse la rodilla—. Mark White me contó cómo sus propias máquinas le exiliaron de Ala IV cuando intentó modificarlas, y le persiguieron de planeta en planeta. —Su voz era ronca y acusadora—. Supongo que en aquellos días no confiaba tanto en ellas.

—No lo hacía.

—¡Entonces dígame por qué nos ha vendido!

—Nadie se ha vendido, Forester —enfatizó gravemente el anciano—. En mi caso, simplemente cambié. Mejor dicho, los humanoides me cambiaron. Déjeme que le cuente como fue…, desde mi punto de vista, y no el de Mark White. Tal vez esto pueda ayudarle a agradecer el circuito.

Forester sacudió hoscamente la cabeza, pero tenía que escuchar.

—Hace treinta años —repitió Mansfield—, no había ningún circuito de Ironsmith. Los humanoides habían heredado la misma desdeñosa ignorancia de la mente humana que yo tenía, y su mente mecánica no es inventiva. Las propiedades psicofísicas del platino no eran conocidas entonces. Cuando los humanoides me capturaron finalmente, tras mi última derrota, tuvieron que operarme.

—¿Operarle? —Forester se tensó—. ¿Para qué?

—Para extirpar el conflicto y el odio que me impedían aceptar su servicio. También se llevaron parte de mi memoria, porque era peligrosa para la Primera Ley. Una operación quirúrgica difícil…, me alegra que el nuevo circuito la haga innecesaria. Pero me dio la libertad.

—Entonces, ¿ésa es la forma? —Forester tembló contra el acero—. ¿Operaron también a Ironsmith? ¿O consiguió su notable inmunidad con aquel tipo de feo trato…?

—No —dijo Mansfield—. No hay ningún trato. Los humanoides son simplemente unos excelentes psicólogos…, tendrá que admitir que los diseñé bien. —El enjuto anciano sonrió brevemente—. Siempre pudieron distinguir a aquellos que necesitaban ser atendidos de los pocos afortunados que no. Sus peligrosas cualidades debieron parecerles obvias, y pudieron ver que Ironsmith era inofensivo.

¿Inofensivo? Forester contuvo la respiración para protestar furiosamente, pero aquel leve movimiento provocó otro escalofrío de dolor que le hizo quedarse quieto.

—Poco después de la operación, me dejaron libre —continuó Mansfield—. Incluso me permitieron continuar con mis investigaciones. Las ciencias físicas seguían estando prohibidas, naturalmente, porque tendrá que reconocer que la mayor parte de los equipos de laboratorio son muy peligrosos, incluso para adultos mentales. Pero estaba la parapsicología.

Forester entornó los ojos, agotado.

—Siempre fui escéptico, como supongo que lo era usted. —El anciano esperó serenamente a que asintiera—. Creo que esa negativa consciente de los fenómenos psicofísicos procede normalmente de una rebelión enterrada contra el amor, contra la fuerza creadora de la tendencia psicofísica inconsciente. Al quitar el odio de mi mente, los humanoides también liberaron mis capacidades psicofísicas reprimidas. Las funciones telepáticas vinieron primero, y pronto me puse en contacto con los filósofos pioneros de aquí.

—¿Filósofos? —desafió Forester, sardónico—. ¿O traidores?

—¿Parece esto un cubil de traición? —El anciano se volvió sobriamente para señalar el agradable territorio, las torres plateadas cubriendo amablemente las colinas y el viento soplando sobre el estuario azul—. No, Forester, esto es el Instituto Psicofísico. Fue creado hace casi setenta años por unos pocos hombres adultos y capaces liberados por el servicio de los humanoides de sus problemas físicos y las preocupaciones limitadoras de la ciencia física. Se volvieron de modo natural hacia la filosofía. Y luego hacia un nuevo tipo de psicología que hizo posible su verdadera orientación, una auténtica ciencia de la mente. Buscaban la verdad, y la encontraron. El servicio de los robots evitó que concedieran demasiado valor a hazañas prácticas espectaculares como la telurgia…

Forester frunció el ceño, aturdido.

—Es el término para la transmutación mental de masas —explicó el anciano—. El mismo arte que usted utilizó, inconscientemente, para construir su refugio en ese planeta extragaláctico. Toda una hazaña, porque los telúrgicos deben aprender a percibir y comprender toda la estructura subatómica de la materia que quieren cambiar, y requieren un conocimiento exacto de la estructura física, atómica, molecular y cristalina de todo lo que quieran hacer. Su refugio telúrgico muestra una notable adaptación inconsciente.

»Esas herramientas prácticas de la mente fueron útiles incluso para aquellos primeros teóricos filosóficos. Esparcidos por todos los planetas que los humanoides legislaban, se descubrieron mutuamente por medio de telepatía. La teleportación los unió aquí, donde fundaron el Instituto. La telurgia los liberó de una incómoda dependencia del cuidado de las máquinas, y la clarividencia les advirtió pronto del peligro que se cernía sobre Ala IV por parte de fanáticos peligrosos como lo es usted…, y como lo era yo cuando pensaba que había hecho demasiado perfectos a los robots.

»El Convenio se creó cuando advertimos a los humanoides del peligro que corrían al carecer de poder paramecánico, como ellos lo llaman, para prever o evitar. Accedieron a tolerar y apoyar al Instituto, a cambio de nuestra necesaria ayuda.

Asintiendo bruscamente, Forester consiguió por fin alzar un poco los hombros contra el tanque. Extendió torpemente la mano para tocarse la rodilla hinchada, y tuvo que apretar los dientes para contener un gemido de dolor. Sus febriles ojos contemplaron las vitrinas de armas fuera de su alcance.

—Esto forma parte del Instituto. —El anciano señaló con indiferencia las muestras de lanzas de madera y misiles dirigidos, de cerbatanas y ampollas biotóxicas, de puntas de pedernal y detonadores rodomagnéticos—. Piezas coleccionadas para recordarnos al viejo enemigo que nace cada vez con cada ser humano. Pues la vida hiere a cada hombre, y a muchos gravemente. Las heridas deben sanar antes de que nos convirtamos en adultos. Algunos se recuperan fácilmente, la mayoría muy despacio. Unos pocos son deformes más allá de ninguna cura natural. El primer gran objetivo de nuestra nueva psicología ha sido enmendar esas heridas mentales, de forma segura y total. Creo que ahora podemos hacerlo, con el circuito de Ironsmith.

Forester se obstinaba por escuchar, aunque la rodilla era un tormento insoportable y su cabeza se había convertido en un gong de tortura bajo su pelo manchado de sangre y sentía la vieja agonía de su estómago digiriéndose lentamente. Se apoyó trabajosamente contra el tanque, manteniendo la mirada cuidadosamente apartada de aquel diminuto cilindro de paladio que aún contenía el destino de un planeta.

—Quiero que comprenda —murmuró Mansfield persuasivamente—. Quiero que vea que nuestros motivos fueron simples, humanos y buenos. Hemos hecho lo que había que hacer. Tal vez los humanoides sigan sin gustar…, pero la otra alternativa era la muerte. Están aquí para quedarse, de todas formas, y quiero mostrarle el útil cambio que han dado al progreso humano.

Forester guardó silencio.

—La tecnología se había disociado de la lógica —insistió el anciano—. ¿No lo ve? Técnicos demasiado ocupados para ver las trágicas consecuencias estaban creando juguetes como detonadores rodomagnéticos en manos de salvajes mentales. Yo construí los humanoides para poner fin a aquello. Técnicos como usted, con las mejores intenciones posibles, habían roto el equilibrio de la civilización, que se hacía pedazos como un volante descentrado. Los humanoides simplemente les hicieron tomar unas vacaciones hasta que los filósofos pudieran restaurar un equilibrio mejor.

«Rebeldes desgraciados como usted y Mark White quedaron atrapados en ese dilema. Aunque la desesperación les hizo volverse hacia la parapsicología, no pudieron hacer mucho con ella porque no eran filósofos. Necesitaban a los humanoides para que les dieran tiempo para aprender a pensar. Sin embargo, no pudieron aceptarlos cuando vinieron, porque ese trágico defecto en su mundo ya había lastrado sus mentes con odio…, la antítesis total de la fuerza psicofísica creadora. No querían ustedes la verdad, sino sólo trucos que pudieran convertir en armas.

»Ironsmith es de otro tipo. —La admiración iluminó los vigorosos rasgos de Mansfield—. Del tipo que creó el Instituto…, aunque no creo que tuviera mucho éxito en Starmont. Porque el auténtico filósofo está libre de tendencias destructivas y de ambición excesiva. Probablemente usted le consideraba más o menos un fracasado.

—Un completo inútil. —Forester aprobó al menos ese punto, y trató de sonreír a través de una bruma de dolor—. Excepto que era bueno con las matemáticas.

—Ironsmith se encontró a sí mismos cuando llegaron los humanoides. Éstos vieron que no había maldad en él, y le dejaron libre. Cuando supieron de su interés por la parapsicología, le pusieron en contacto con el Instituto. Mientras aprendía telepatía, jugaba al ajedrez conmigo. Ahora, al diseñar los relés platinomagnéticos que hicieron posible el nuevo circuito, ha resultado ser un brillante ingeniero psicofísico además de filósofo.

—Ya veo —asintió Forester, dolorosamente—. Así que ese circuito es el dios del que hablaba…, ¡construido para gobernar a los hombres en todas partes como a máquinas estilizadas!

—¿Por qué no intenta comprender? —suplicó Mansfield—. ¿No puede ver que toda sociedad debe dar forma y entrenar a sus miembros? ¿Y descubrir y controlar y reclamar a los individuos desajustados…, antes de que se destruyan a sí mismo o destruyan a otros? Ésa es la función real del circuito: la educación. ¿No lo ve?

—Veo a Mark White después de que lo capturaran —susurró Forester roncamente—. ¡Una máquina de carne, sonriendo al salir de algún frío infierno! No quiero ser otra unidad mecánica dirigida por los relés de Ironsmith…, aunque sean eficientes. Preferiría…

Perdió la voz, pues incluso respirar se le había vuelto difícil. Se quedó tendido, mirando indefenso a Mansfield. Temía mirar a aquel brillante detonador, pero sus dedos entumecidos y rígidos por la sangre ansiaban sentir su frío peso y su poder concluyente y definitivo.

—Su mente aún está cerrada —le reprendió pacientemente el anciano—. De lo contrario podría ver que el circuito no es más que otra herramienta, como los humanoides, construida para servir a la humanidad. Desde luego, no es ningún dios monstruoso surgido de la máquina. El Dios que ven nuestros místicos, y que existe en la fuerza creadora total del universo eterno, es incomparablemente superior a cualquier máquina.

Forester sacudió la cabeza, porque dolía demasiado pensar.

—El circuito de Ironsmith es sólo un instrumento —insistió Mansfield—. Fue diseñado para enfocar y aplicar las energías psicofísicas inconscientes de todos los adultos mentales, en todas partes…, creo que puede comprender usted, como físico, que los campos residuales platinomagnéticos de los propios relés serían demasiado débiles para obligar a ningún retrasado reticente. No es un cerebro mecánico, sino algo mucho más útil: un vehículo conveniente para la mente racial humana. El instrumento perfecto de un nuevo orden de inteligencia. No puede ser maligno o destructivo, porque su propia naturaleza es creadora. Su poder no será arbitrariamente autoritario, como parece temer, sino completamente democrático. Porque no es más que una herramienta para unir las mentes inconscientes de toda las personas en quienes el amor ha desplazado al odio, y cada una tendrá su parte por igual bajo su dirección.

La voz del alto anciano era ahora resonante.

—Este nuevo nacer de la mente de la raza es un gran paso adelante en la larga evolución de la inteligencia a partir del componente mental de la materia. Sigue al nacimiento gradual de la vida orgánica desde los átomos casi sin vida, y al lento surgir de la mente individual a partir de la vida. Es otra síntesis superior, en otro nivel de creación desplegada…, y nadie que no sea místico puede ver lo que hay más allá.

Miró compasivamente a Forester.

—Está usted enfermo, Forester. Necesita el circuito…, como la mayoría de los hombres. Porque toda la raza estaba enferma en mi viejo mundo y en el suyo. Creo que la causa bajo la mayoría de nuestros síntomas era una tecnología física perdida que nos mataba como las células perdidas de un cáncer orgánico. Pero los humanoides han extirpado ese cáncer social, y ahora creo que el nuevo control del circuito de Ironsmith asegurará un crecimiento equilibrado y sanará las células enfermas como usted…

El viejo guardó silencio súbitamente, sonriendo, y Forester volvió la cabeza para ver a Ironsmith acercarse con paso vivo por entre las columnas de plata.

—Ruth está de guardia —dijo el joven—. ¡Y lo estamos consiguiendo! El potencial operativo aumenta rápidamente, a medida que encontramos y unimos más y más mentes bien integradas. —Miró alegremente al hombre tendido en el suelo—. ¿Listo, Forester?