27

La sombría cúpula desapareció instantáneamente, y se hallaron en una habitación extraña y enorme. Inmensas columnas cuadradas del color de la plata sostenían el techo, y amplias ventanas de algo más claro que el cristal mostraban las verdes y ondulantes colinas y la azul amistosidad del cielo del planeta de los traidores. Otros edificios de grandes columnas blancas brillaban como coronas de plata en lo alto de otras colinas, y el viento chispeaba en la lejana agua.

—Se reunirá aquí con ella. —Forester señaló la amplia escalera ante la puerta abierta, con voz ronca y fría—. Estaremos preparados.

Le hizo señas a la niña para que le siguiera y cruzó cojeando la habitación, entre hileras de transparentes vitrinas.

—¿Dónde están los terribles amigos del señor Ironsmith? —susurró ella, inquieta.

—Aquí no. —Forester no miró atrás—. Porque esto es un museo de la guerra. Supongo que todas estas viejas armas fueron coleccionadas para hacer una investigación histórica…, no imagino que los renegados puedan quererlas para otra cosa. De todas maneras, este sitio no es muy popular. Creo que podemos esperar aquí, a salvo… ¡Eh!

Un impacto de brusca sorpresa le detuvo. Durante un momento se quedó mirando con la boca abierta algo contenido en una gran caja de cristal, antes de avanzar aturdido hacia allí. Jane le observó, preocupada. Todas las vitrinas contenían armas hechas por el hombre. Porras y lanzas y flechas. Cuchillos y espadas y pistolas oxidadas. Y nuevas ilustraciones de la larga evolución de las herramientas de la muerte. Lo que había llamado la atención de Forester era una larga concha de metal brillante, moldeada para poder conseguir velocidad, cuyos componentes estaban colocados debajo, perfectamente etiquetados.

—Por favor. —Jane le tiró de la manga—. ¿Qué es eso?

—Uno de mis misiles rodomagnéticos. —La voz de Forester era un jadeo agitado—. De Starmont. Sospechaba que Ironsmith había saqueado el proyecto, aunque nunca supuse por qué. —Se volvió nervioso hacia la puerta—. Así que éstos son los hombres con los que tenemos que luchar… ¡Gente que colecciona este tipo de armas para que se oxiden, junto con lanzas arrojadizas y bombas de plutonio!

Jane se quedó atrás mientras él seguía avanzando, y observó un insecto volador que debía haber entrado desde la pradera delante del edificio. Siguió el revoloteo de sus alas color arco iris sobre una muestra de catapultas y bombardas, sonriendo ante su belleza. Forester volvió la cabeza, impaciente, y lo vio. Su delgada cara se tensó.

—No mires. —Apartó a la niña del insecto con temblorosa violencia. Una dura luz destelló allá donde había estado la cosa alada. Un chasquido como un trueno resonó contra las distantes paredes, y el olor a algo quemado flotó amargo en el aire.

Jane se apartó de él.

—¿Por qué ha hecho eso?

—Quería comprobar de nuevo la ecuación detonadora. —Su cara sombría estaba gris y brillaba con una fina película de sudor—. Y supongo que esa mariposa me recordó a Frank Ironsmith…, tan perezosa, tan inútil y tan brillante.

La piedad alivió el herido asombro de la niña, y entonces su cara volvió a llenarse de miedo. Tras agarrarse al delgado brazo del hombre, le siguió a la masa fea y gris de un tanque situado en el museo como si sus oxidados cañones guardaran la puerta. Forester la arrastró tras la coraza picoteada de balas y quemada por el fuego, y aguardaron a que viniera Ironsmith.

Las amplias escalinatas de acceso al museo desembocaban en paseos y verdes prados. Tras un claro arroyo, la pradera estaba cubierta de arbolitos extraños que llameaban con flores violeta. Un hombre y una muchacha caminaban de la mano junto al arroyo. Parecían felices y fuertes, sin ninguna mancha visible de infamia, y su risa se alzó suavemente. Ningún humanoide los seguía para servirles…, aunque, sobre otra verde colina, pequeña como un juguete en la distancia, se hallaba una gran nave negra de Ala IV. Forester los miró, agazapado, y una repentina alarma hizo que Jane Carter le tirara de la manga y susurrara ansiosamente:

—¡Por favor, no les haga daño!

—Son el enemigo. —Su voz hizo temblar a la niña—. Si nos encuentran, debemos matarlos.

—¡Entonces…, entonces espero que no lo hagan!

La risueña pareja escogió un lugar llano junto al arroyo, y empezaron a construir un edificio de alegres colores. No llevaban herramientas visibles ni materiales, ni ningún humanoide para que les ayudase, y sin embargo la casa creció rápidamente. Las secciones parecían formarse en el arroyo y flotar para colocarse en su sitio y unirse firmemente. Forester sabía que aquellas dos personas debían haber encontrado la unidad de las energías ferromagnética, rodomagnética y platinomagnética, y descubierto la piedra filosofal de la mente para moldear la prima materia a su capricho. Se agachó aún más, abrumado por la ominosa facilidad de su creación, y dio un respingo cuando la niña le tocó.

—Allí —susurró ella—. ¿Es…?

Asomándose al tanque marcado por la guerra, Forester vio a un hombre subir los anchos peldaños, pero no era Frank Ironsmith. El desconocido era un anciano de pelo blanco, pero esbelto, erguido y tan alto como el propio Mark White. Su cara chupada y huesuda tenía una expresión de austero poder, y sus grandes manos retorcidas colgaban hacia delante en una actitud de competente disposición para cualquier cosa.

Forester buscó el vehículo en el que había venido, y no vio ninguno. Contuvo la respiración y esperó, dispuesto a matar al anciano si entraba. Pero el desconocido se volvió en el último peldaño, miró a su alrededor y pareció disponerse a esperar también.

Jane se relajó un poco, como aliviada de que no hubiera sido Ironsmith, pero Forester estaba tenso y temblaba. El sudor brillaba en su cara demacrada y dolorida. Deseando haber tomado otra cápsula antiacidez, apretó los dientes, contuvo la respiración y vigiló los peldaños plateados.

Esperando también, el vigoroso anciano observó ociosamente el museo, y luego se dirigió a un parapeto blanco. Contempló al hombre y la muchacha al otro lado del arroyo hasta que ellos le vieron y detuvieron su trabajo para saludarle alegremente. Un momento después, el desconocido sonrió y se dio la vuelta para reunirse con el hombre que sin duda había venido a buscar.

—Todavía no veo a Ruth —susurró Forester roncamente—. Pero aquí está nuestro hombre…, ¡si eso es lo que es!

Seguía sin haber vehículo alguno, pero Frank Ironsmith subió los peldaños, sonriendo y extendiendo la mano. Llevaba la rubia cabeza descubierta, y su agradable cara mostraba tranquilidad. Parecía cálidamente humano, y tenía que serlo, pero Forester seguía sin poder comprenderle.

—¿Bien, Ironsmith? —La potente voz del anciano parecía a la vez alegre y ansiosa—. ¿Cómo le va con su circuito?

—Finalizado. —Se estrecharon amistosamente la mano—. Acabo de terminar la supervisión de los humanoides que conectan los conductos principales en los puntos de seguridad. Podemos usarlo para seguir a Clay Forester en cuanto tengamos el potencial operativo. Si funciona como con las pruebas de White y su grupo, no creo que esos desgraciados casos vuelvan a ser peligrosos.

Jane Carter se apartó de Forester, observando la mueca de esfuerzo que retorcía su cara demacrada y la furia que ardía en sus ojos huecos, encogiéndose ante la detonación que destruiría a Ironsmith. Pero nada dañó al sonriente joven.

—¡No! —susurró Forester roncamente, mientras el propósito mortal se borraba de su cara sombría—. No puedo matar a Ruth.

Pues la mujer que había sido su esposa acudía a reunirse con los dos hombres. Parecía feliz. Su cabello era negro con destellos rojos, y su larga túnica negra y escarlata, y durante un instante Forester sólo supo de su completa belleza.

—¡Querido! —exclamó ella—. Me alegra tanto que hayas vuelto.

Tras el tanque, Forester se puso torpemente en pie. Pero la alegría de ella iba dirigida a Ironsmith. Observó al hombre bajar los escalones para reunirse con ella, y Ruth abrió los brazos y le ofreció los labios. La cara de Forester se volvió lívida de agonía. Abrió y cerró los puños incesantemente. Avanzó tambaleándose hacia la puerta de aquel pacífico museo de la guerra, apoyándose dolorosamente en la pierna que los humanoides habían tratado, y se detuvo entre las columnas de plata.

Olvidada, Jane Carter corrió tras él. Demasiado asustada incluso para gemir, se agazapó tras los pliegues ondeantes de su pijama gris, esperando. En el exterior, el alto anciano les daba la espalda, observando a Ironsmith y a Ruth con aprobación, y éstos se soltaron lentamente de su largo abrazo. Ironsmith murmuró algo, y ella susurró suavemente:

—No vuelvas a marcharte tanto tiempo.

—La próxima vez será más larga. —La voz de Forester sonó ronca e incontrolada—. ¡Ruth…, apártate de él!

Todos se volvieron para observarle, con una calma que le aterró. La arrugada cara del anciano se endureció, apesadumbrada. Ironsmith siguió rodeando con el brazo a la mujer, sin sentir la menor alarma. Fue lástima, no temor, lo que ensanchó los oscuros ojos de Ruth.

—¡Clay Forester! —Parecía agitada y herida—. ¿Qué…, qué estás haciendo aquí?

Forester cruzó cojeando la blanca plataforma, temblando violentamente. Su hueca cara estaba lívida. Su rodilla mala cedió, y recuperó torpemente el equilibrio, con un jadeo de dolor. La niña se mantuvo pegada a él, silenciosa y temerosa.

—¡Te lo diré! —Forester escupió su respuesta—. Y será mejor que escuchen…, todos ustedes. —Su vehemencia incluía al tranquilo anciano—. Porque ahora puedo seguirles por todo el universo, si intentan huir. Y ahora tengo un arma mejor, Frank, que las que me robó.

Señaló con la cabeza la vitrina de cristal que mostraba los componentes desmembrados del misil rodomagnético.

—El proyecto de Starmont sirvió a su propósito —protestó Ironsmith suavemente—. Sé que en una época usted debió de pensar que era realmente necesario como defensa contra las Potencias Triplanetarias. Pero ya no habrá más agresiones, porque los humanoides están cuidándolos ahora, a dictadores, almirantes espaciales e ingenieros rodomagnéticos, así como a todos los demás satisfechos con el cambio. Supe que no necesitaría sus juguetes mortales, y eran necesarios para completar nuestra muestra histórica…

Sin escucharle, Forester señaló con un tembloroso brazo los edificios dispersos sobre las colinas, hacia el lejano estuario.

—¡Miren! —interrumpió roncamente—. ¡Observen esa roca!

El anciano, Ironsmith y la mujer se volvieron lentamente, y fruncieron el ceño con reproche. La roca se hallaba lejos, donde el agua de color índigo se encontraba con el límpido cielo, con su negra punta acentuada por una nube de brillante espuma. Forester hizo un gesto como para golpearla con el puño, y se volvió incandescente.

—Nos protegerá contra la radiación —murmuró Ironsmith.

Y algo hizo de pantalla a la cegadora luz de la cúpula que brotó a la velocidad del sonido del lugar donde se encontraba la roca, hasta que la terrible llama empezó a convertirse por fin en un flujo de extraño color tostado que enrojeció en un ominoso anochecer. Entonces la pantalla debió de retirarse, pues la oscuridad se alzó súbitamente. El suelo se estremeció.

—No debería haber hecho eso, Forester. —El anciano sacudió pesaroso su blanca cabellera—. Las aves marinas tenían sus nidos en esa roca.

Temblando débilmente, Forester apartó los ojos de la gran nube de fuego y oscuridad que aún se alzaba como un ominoso símbolo de destrucción definitiva contra el pacífico cielo. Las tres personas que tenía delante parecían preocupantemente poco impresionadas. Ironsmith, que debía haber alzado la barrera invisible contra la luz de la explosión, seguía rodeando a la mujer con el brazo.

—¡Clay! —La preocupación ahogaba la voz de Ruth—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Sé lo que hago. —Cojeó sombríamente hacia ella—. Voy a destrozar vuestro plan con los humanoides…, ese monstruoso Convenio para anular y mecanizar a toda la raza humana. Voy a luchar contra las máquinas en busca de un trato mejor para cada hombre, en todas partes, la misma libertad que unos cuantos habéis conseguido vendiéndonos. —Se volvió hacia el hombre que la acompañaba—. Ironsmith, voy a matarle. Estoy dispuesto a negociar con cualquier otro, pero usted ha hecho demasiado. ¿Tiene algo que decir?

—¿Podría especificar sus acusaciones? —dijo Ironsmith suavemente.

—Creo que son bastante amplias. —Forester sonrió sardónicamente—. Se volvió contra su especie para ayudar a los humanoides. Espió en Starmont. Saboteó el Proyecto Trueno. Traicionó a Mark White. Destrozó nuestro plan para cambiar la Primera Ley. Ahora está construyendo ese cerebro de platino para manejarnos a todos como a máquinas.

Temblando, trató de controlar su voz.

—Ésos son los crímenes que conozco, y creo que en sí ya son bastante perversos. —Deglutió y se enderezó, como si sintiera un espasmo de dolor—. Ni siquiera preguntaré durante cuánto tiempo planeó para quitarme a mi esposa. Comparado con todo lo demás, no tiene importancia. —Sus ojos enfermos volaron hacia Ruth—. ¿Tiene alguna defensa que hacer?

Se detuvo, balanceándose sobre su rodilla mala, pero Ironsmith permaneció tranquilo y silencioso.

—¡Apártate de él, Ruth! —La agonía tembló en su voz—. No quiero lastimarte, por mucho que hayas hecho. Supongo que con nuestras vidas parte de la culpa es mía. Pero voy a matar a este monstruoso traidor…, y resultarás herida si estás demasiado cerca.

—Por favor, Clay…, no cometas locuras. —La mujer no se movió, y su voz parecía simplemente apenada—. Todavía podemos ayudarte, si nos dejas y olvidas tus tontas amenazas. —Sacudió tristemente la cabeza mientras él alzaba su huesudo puño—. Porque la verdad es que no puedes hacernos daño.

Paralizado por la ira y de nuevo indefenso, Forester observó aturdido el brillo de devoción en el rostro de Ruth cuando miró al hombre que la acompañaba, y se preguntó por la piedad que apareció en sus ojos cuando volvió a mirarle.

—Por favor, Clay…, ¿no quieres intentarlo a nuestro modo? —Forester vio sus lágrimas—. Porque no hay nada malo en Frank. Y sólo al Proyecto Trueno puede echarse la culpa. Siempre lo sentí por ti, Clay, y por mí misma. Porque el proyecto era tu esposa y tus hijos. Nunca me necesitaste.

Forester asintió de mala gana, envarado por el dolor.

—No…, no le eches la culpa a Frank. —Ruth trató de controlar el temblor de su voz—. Porque no me sacó de Starmont hasta después de que tú me abandonaras allí, drogada con la euforida, cuando te marchaste a tu loca aventura. Me trajo aquí, y despertó mi memoria, y me enseñó esta felicidad real. Estamos enamorados, Clay. Yo… espero que nos desees lo mejor. —Su blanca garganta tembló—. ¿No, Clay?

—¡No!

Con un sollozo ahogado, Forester empujó a la niña tras él para protegerla del fuego de la aniquilación. Tambaleándose de furia, alzó su tembloroso puño ante Ruth e Ironsmith, y trató de matarlos a ambos.