¿Y si penetraban todas las defensas conocidas y desconocidas de los eficientes humanoides para alcanzar Ala IV? ¿Y si ganaban de algún modo acceso libre a los relés enlazados que componían el cerebro de la máquina definitiva de Warren Mansfield? Forester sabía que, incluso garantizando aquello, fracasarían casi con toda seguridad.
—Esos controles no son exactamente simples —sonrió amargamente a White—. Ni siquiera los artilugios primitivos que diseñé para pilotar los misiles rodomagnéticos.
—He visto relés como los que construyó Mansfield —protestó White, esperanzado—. No parecen tan complicados. Y la misma ciencia debería aplicarse a los relés de usted y a los de él…, él solía llamarlo cibernética.
—Eso tampoco es tan simple. No cuando se llega a los circuitos rodomagnéticos. Es cierto que los relés individuales parecen simples. No hay cables, ni partes móviles, ni tubos de electrones…, esa compacta simplicidad es lo que hace posible a los humanoides. Pero su funcionamiento no es tan simple como el mecanismo, porque un circuito rodomagnético piensa de forma distinta que cualquier cosa electromagnética.
White frunció el ceño, impaciente.
—Un relé electromagnético común sólo tiene dos posiciones —explicó Forester—. Conectado y desconectado. Los tubos de vacío funcionan de la misma forma…, un tubo selector puede sustituir a miles de relés, pero toda su respuesta sigue siendo un conectado o un desconectado. En otras palabras, su memoria está limitada a los dígitos del sistema binario: cero y uno. Aunque sé que cualquier número puede ser escrito con los dígitos binarios, y cualquier palabra diseñada, y cualquier pensamiento posible expresado, sigue siendo un sistema torpe…, pese a que es sin duda el sistema utilizado por los miles de millones de células que existen en el cerebro humano, que también es electromagnético.
—Pero los relés rodomagnéticos, ¿no son binarios?
—Ésa es la diferencia —dijo Forester—. Cada relé, que es igual a un relé electromagnético o una neurona sólo por analogía, funciona a través de infinitos complejos de variables de campo y polaridades. Esos complejos son dispuestos por rayos guiados mientras el relé aprende, y después resuenan con rayos buscadores mientras recuerdan. ¿Ve la diferencia? A un relé común sólo puede enseñársele cero o uno. Pueden ser construidos tubos de electrones para contener varios miles de unos o de ceros. Pero un relé rodomagnético, mucho más simple, más pequeño y más rápido, no está limitado a uno y cero. Con el número infinito de combinaciones posibles, con sus nódulos y sus pautas de resonancia, un solo relé puede recordar un número muy grande de las variantes más complejas. Ese vasto alcance y esa flexibilidad añaden una dimensión completamente nueva a su capacidad.
—¡Bien! —exclamó White—. Veo que es usted el experto que quería.
Forester negó con la cabeza.
—Sólo estoy intentando decirle lo poco que sé…, y lo difícil que es la cibernética rodomagnética. El pensamiento es más que memoria. Debe de haber mecanismos complejos para propósito, decisión y acción. Mis aparatos para guiar un solo misil son enormemente complejos. ¡Imagine la complejidad de ese cerebro construido para operar varios miles de millones de unidades en cada uno de todos esos millares de planetas!
—Pero lo conseguirá —tronó el hombretón—. Después de todo, no vamos a reconstruir todo el circuito, sino tan sólo a hacer unas modificaciones menores a su propósito. Pongámonos a trabajar.
—¿Cómo? —Forester parpadeó, incómodo—. Mansfield vivió y trabajó en un mundo separado del mío por dos siglos-luz en el espacio, recuerde, y miles de años de evolución independiente. Hablaba un lenguaje distinto. Debió usar tipos diferentes de herramientas y sistemas de medida. Probablemente calculaba con matemáticas diferentes. Los relés más simples de su circuito me parecerían completamente extraños… ¡Eso sin contar con que los humanoides no los hayan rehecho ya para convertirlos en algo tan intrincado que ni el propio Mansfield los podría entender!
—Sé que va a ser difícil. —Mark White frunció el ceño—. Pero podemos ayudarle. Conozco el lenguaje de Mansfield, y he estado intentando comprender ese sistema desde la primera vez que trató de explicármelo. He hecho que Overstreet observe la forma en que funciona, y que Graystone trate de detectar sus pensamientos, aunque sin éxito. Y Jane Carter ha estado allí.
Forester asintió, dubitativo, observando los cristalitos de escarcha que aún crecían sobre el diminuto montón de pepitas de paladio y el frío vapor blanco que escapaba de la balanza. Sabía que el grupito de White tenía habilidades notables…, pero también las tenían los humanoides.
—La envié al laboratorio donde Warren Mansfield construyó las primeras secciones del circuito para que operaran sus primeras unidades mecánicas —continuó White—. Lo encontró intacto…, evidentemente emplazó alguna orden en los humanoides para que se mantuvieran alejados de allí. La caja fuerte de su oficina estaba aún llena de notas, dibujos y modelos preliminares, y Jane trajo todo lo que pensó que podía ser necesario.
—Déjeme ver. —Forester aguardó ansiosamente a que White encontrara un fajo de cuadernos amarillentos y un puñado de planos, y lo observó sacar bandejas de plástico llenas de moldes de vaciado y mecanismos de paladio plateado. Tras abrir esperanzado uno de los libros, frunció el ceño, decepcionado ante los jeroglíficos.
—No es tan difícil como parece —murmuró suavemente el hombretón—. Recuerde que trabajé con Mansfield muchos años. Puedo traducírselo todo…, aunque las matemáticas no son lo mío. —Hizo un gesto hacia el largo banco—. Todas las herramientas que Mansfield usó están duplicadas aquí…, recolectadas principalmente de los patios de chatarra donde los humanoides están apilando todas las máquinas que confiscan. ¡Son aparatos demasiado peligrosos para que los utilicen los hombres!
Una grave sonrisa asomó en su cara antes de que continuara sobriamente:
—Construiremos aquí las nuevas secciones para el circuito. Las suficientes para que contengan nuestra interpretación revisada de la Primera Ley. Cuando estén terminadas, Jane Carter y usted deben ir a Ala IV. Todo lo que tendrá que hacer allí es desconectar las viejas secciones de Mansfield, las que hacen que los humanoides sean tan devastadoramente concienzudos, y conectar las nuevas.
—¿Eso es todo? —Forester hojeó un puñado de dibujos polvorientos con dedos temblorosos y se inclinó a estudiar otra bandeja de diminutos engranajes—. ¿No intentó Mansfield cambiar una vez esos relés? —susurró roncamente—. ¿Y no le detuvieron los humanoides?
—Mansfield no usó la psicofísica —protestó White en voz baja—. Y creo que construyó a los humanoides con su propio punto ciego para esta ciencia, porque no han aprendido a tratar con ella…, aún no. Fueron incapaces de descubrir a Jane cuando visitó el laboratorio, y creo que tendrá tiempo de cambiar los relés antes de que le encuentren.
—Son rápidos —le recordó Forester.
—Pero ciegos —dijo White—. Literalmente ciegos. En cualquier otra parte sus sentidos rodomagnéticos son más rápidos y más agudos que la visión o el oído humanos, pero dentro del circuito los intensos campos rodomagnéticos interfieren con los campos sensores más débiles de las unidades individuales, según me dijo Mansfield, y con suerte habrá terminado el trabajo antes de que sepan que está allí.
Tras colocarse una lupa de relojero en la cuenca del ojo, Forester estudió una bandeja de tornillos casi microscópicos. Sus dedos aún se movían torpes e inseguros, y escuchó vacilante.
—En realidad, es una operación cerebral. Igual que el cerebro humano, el circuito no tiene órganos sensores efectivos dentro, y creo que pueden ejecutar la operación sin perturbar al paciente…, si estamos preparados a tiempo, pues me temo que éste se nos acaba, porque Overstreet puede ver que los humanoides están construyendo algo nuevo en Ala IV.
—¿Eh? —Forester alzó la cabeza—. ¿Qué es?
—Mis suposiciones me asustan. —White se encogió un poco bajo la capa plateada, como esperando algo temible—. Pero no hemos descubierto qué es. Overstreet dice que será tan grande como el circuito. Puede ver los niveles subterráneos llenos de conversores de masas, dispuestos a suministrar energía a enormes aparatos que parecen transformadores, aunque están hechos principalmente de platino. Dice que en la superficie los humanoides están alzando una cúpula enorme hecha de algo sintético y nuevo, para cubrir otra cosa.
—¿Qué?
—Al parecer un segundo circuito. Overstreet no puede ver su interior, una circunstancia preocupante, pero puede observar a los humanoides manufacturando nuevos relés, que transportan allí dentro como para ensamblarlos.
—Tal vez las máquinas están ampliando su propio cerebro. —Han estado haciendo eso desde el principio, apilando nuevas secciones junto a las viejas, pero esto es algo diferente. Para empezar, los relés de la nueva cúpula están hechos principalmente de una aleación de platino y osmiridio, en vez de paladio. No sé qué es.
—¿Podría averiguarlo Jane?
—Corrí el riesgo de enviarla allí. —Por encima de la rubicunda magnificencia de su barba, la cara de White estaba llena de ácida aprensión—. Encontró una barrera que la mantuvo fuera de la cúpula. No pudo describir el obstáculo, pero imagino que no era físico. Creo que los humanoides han descubierto ese punto ciego y han iniciado investigaciones psicofísicas propias. ¡Lo que significa que tenemos que ponemos a trabajar!
Lo hicieron. Escuchando el susurro embrujado del agua oscura correr a través de canales demasiado pequeños para el hombre, oprimido por el peso aplastante del techo de calcio, Forester se dedicó a dominar las leyes y resolver las burlonas contradicciones de la semiciencia de White. Atisbó las sorprendentes artes del viejo Graystone, y las habilidades telequinésicas del pequeño Ford. Estudió la lejana visión de los ojos miopes de Overstreet, y la rapidez definitiva de los pies de Jane Carter.
Incluso esperó al principio que los descubrimientos de White se extendieran más allá de las revelaciones de la rodomagnética, para revelar la prima materia que hasta el momento había perseguido en vano: la comprensión total del universo. Sin embargo, aquel elusivo hecho fundamental le eludió de nuevo, tan atormentador como cuando Ironsmith destruyó la relevancia de su símbolo rho. No consiguió sortear las barreras o desplazar las contradicciones, pero una vez más aprendió.
Observando a Jane Carter escapar de la caverna cerrada y regresar trayendo alguna herramienta útil que la clarividencia de Overstreet había descubierto, Forester llegó a aceptar su habilidad más plenamente, y poco a poco dio forma a una teoría racional que unir a la verdad que conocía.
—Empieza a tener sentido —le dijo por fin a White—. Todo este asunto psicofísico parecía imposible, pero ahora creo que veo cómo podría encajar con la vieja ciencia de la mecánica cuántica. La teleportación podría ser sólo una cuestión de probabilidad de fuerzas de intercambio.
El hombretón alzó la cabeza, alerta.
—¿Conoce la teoría de las fuerzas de intercambio? El concepto surge del hecho de que todos los electrones, y todas las partículas atómicas similares, son idénticas. Matemáticamente, todo movimiento de cualquier electrón puede ser tratado simplemente como un intercambio de identidad con otro, y las matemáticas parecen reflejar los hechos. En todo átomo parece haber una pulsación rítmica de identidad entre electrones, y entre otras partículas idénticas. Y las fuerzas de ese incesante intercambio, como la mayoría de los fenómenos atómicos, son gobernadas por la probabilidad.
—Pero eso, ¿qué tiene que ver con la teleportación?
Mientras contemplaba las paredes de calcio helado de aquella profunda cripta, Forester sintió un escalofrío. El asombro le aturdió al pensar que un simple acto de la mente pudiera abrir aquella piedra viviente. Pero estaba aquí, y había visto ir y venir a Jane Carter, y ahora creía conocer la forma.
—Esas fuerzas de intercambio son atemporales…, hay lugar para ellas en la teoría de la rodomagnética —dijo—. Y no están limitadas a las distancias subatómicas, excepto por un factor de probabilidad en decadencia. Porque cada partícula atómica puede ser considerada sólo como un refuerzo en una pauta ondular, una onda de probabilidad si quiere, que inunda todo el universo.
»¡Creo que ésa es la respuesta! —Inspiró profunda y furiosamente—. Cuando Jane sale a ese frío planeta, creo que no hay ningún movimiento real de materia, sino sólo un cambio instantáneo de esas pautas de identidad. —Asintió, complacido con aquella distinción—. Aunque no puedo describir aún el mecanismo preciso de la probabilidad atómica, ella ya ha demostrado que puede controlarlo para hacer estallar átomos de potasio inestables. Tal vez la teleportación sea así de fácil.
—¡Sin duda! —White sonrió brevemente a través de su barba y frunció de nuevo el ceño—. He trabajado sobre la hipótesis de que el tiempo y el espacio físicos no son reales, sino sólo ilusiones…
—No son fundamentales —coincidió Forester—. Pero son algo más, estoy seguro, que mera ilusión. A la luz de la rodomagnética, el espaciotiempo parece ser una propiedad colateral incidental de los componentes de la energía electromagnética en esas complejas unidades que se manifiestan a sí mismas como partículas y ondas. Y las fuerzas de intercambio parecen ser una especie de puente rodomagnético a través del espacio.
Miró a White, esperanzado y aliviado.
—¡Ahí creo que he descubierto la mecánica de la teleportación! No hay ningún traslado de sustancia, sino un intercambio de identidades propiciado por probabilidades controladas. Eso nos lleva a los viejos problemas electromagnéticos de inercia y aceleración instantánea, que solían parecer tan completamente irracionales.
—Podría ser —asintió el hombretón, todavía frunciendo el ceño—. Es probable que tenga usted razón…, pero aún no ha encontrado la respuesta completa. ¿Cuál es la fuerza real de la mente? ¿Cómo actúa para gobernar la probabilidad? Y, por cierto, ¿qué es la probabilidad? ¿Cuáles son las ecuaciones matemáticas de la psicofísica? ¿Las leyes? ¿Los límites?
Y Forester sacudió su triste cabecita de gnomo, aturdido de nuevo. Vio que aquella incierta teoría había sido solamente un destello en la oscuridad. White siempre encontraba más preguntas y respuestas, y la verdad definitiva se hallaba en alguna parte, más adelante. Sin embargo, aquella débil iluminación había restaurado su creencia en la realidad de un hecho básico bajo todas las cosas confusas y hechos del mundo de la experiencia, y le animó a continuar hacia el objetivo más cercano en el remoto planeta de Ala IV.
Cuando se puso a estudiar el trazado del circuito para identificar los relés que había que cambiar, White le hizo llevar los amarillentos planos de Warren Mansfield a la gruta donde se hallaba Ash Overstreet, envuelto en una manta y mirando con ojos vagos más allá del entramado de calcio helado de las paredes.
—Sí, puedo ver el circuito central —susurró el clarividente—. Aún no ha sido bloqueado, como lo que hay en la nueva cúpula que están construyendo las máquinas, sea lo que sea. —Cogió los dibujos con sus regordetas manos, mirándolos como si sus ojos apenas pudieran verlos—. Aquí está el viejo laboratorio de Mansfield, donde enviamos a Jane a conseguir las especificaciones. —Señaló con su pálido dedo—. Y aquí, justo tras la puerta de la torre, están los relés que construyó el propio Mansfield para operar la primera unidad hecha a mano. Esa unidad manufacturó otras, y los nuevos humanoides han continuado añadiendo nuevos relés, pero esas primeras secciones están aún allí.
»Puedo distinguir los números que Mansfield pintó para identificar las secciones. Las primeras tres secciones, ésta, ésta y ésta otra, contienen la Primera Ley. —Su grueso dedo avanzó sobre el ajado plano—. Las otras dos, las números cinco y seis, son las que gobiernan la interpretación. Ahí es donde Mansfield cometió su error. Las construyó de esa forma porque sentía un horror enfermizo hacia la guerra y tenía la amarga convicción de que los hombres debían de ser protegidos de sí mismos y de los demás, incluso contra su propia voluntad. Estas dos secciones son las que hay que cambiar.
Trabajando en aquella cueva sellada contra el flujo del día y de la noche, Forester perdió el sentido del tiempo. White había conquistado el sueño, pero él no conseguía dominar el método por completo. A veces el peso de su cansancio casi le abrumaba. Pero, siguiendo el estricto régimen de White, llegó a compartir parte de la vitalidad del hombretón. Y no tenía tiempo para dormir.
Sus manos estaban cubiertas de ampollas de manejar metal caliente. Le dolían los ojos de esforzarse por ver los diminutos componentes, y la espalda lastimada de tanto encorvarse. Su rodilla débil se hinchaba constantemente. Pero siguió trabajando hasta que su fatiga empezó a remitir. Su vieja dispepsia dejó de preocuparle, y así pudo comer sus rápidas comidas con alivio. White le aseguró de todo corazón que estaba aprendiendo psicofísica.
Los lingotes plateados del raro paladio fueron fundidos, moldeados y pulidos. Peligrosas máquinas automáticas de los nuevos patios de chatarra de los humanoides soldaron y ajustaron las delicadas unidades. White, Ford y Graystone trabajaron en el taller, ensamblando los nuevos relés, y Forester los montó en las dos secciones de reemplazo.
Sin embargo, mientras el tiempo continuaba suspendido en aquella oscura caverna, las máquinas del lejano Ala IV seguían moviéndose, hasta que Ash Overstreet llegó corriendo del rincón desde donde observaba y tocó el brazo de Forester casi en tono de disculpa.
—Lo siento, pero creo que hay problemas. —Su ronco susurro estaba lleno de preocupación—. No puedo verlo claramente…, y sigo sin saber por qué. Pero tengo el presentimiento de que lo que los humanoides están construyendo en esa nueva cúpula está casi terminado. Sigue habiendo una barrera a su alrededor, por lo que puedo ver, pero creo que apunta hacia nosotros. —Tras las gruesas gafas, sus asombrados ojos parecían vagos, oscuros y extraños—. Creo que sería mejor que actuáramos ahora mismo. Si está usted listo.
Forester probó un último relé y ajustó un diminuto tornillo. Tras soltar sus herramientas y su lupa, admitió reluctante que estaba preparado.